SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

jueves, 9 de abril de 2009

MI GENTE (II): NATALIA

Hello everybody. Hello es qué tal. Y everybody significa literalmente todos los cuerpos. Pero evidentemente no pregunto cómo están vuestros cuerpos, sino cómo estáis vosotros mismos”. Así comenzaba saludando la nueva profesora de inglés a sus nuevos alumnos. Yo, que estaba entre éstos, no me preguntaba cómo andaba mi body aquella tarde, sino que de dónde habría salido aquella chica tan pizpireta, vestida con colores estridentes aunque armónicos, tan castiza y recién llegada de Londres. Pero con una mirada y una voz impresionantes. La mirada era directa y punzante. La voz, preciosa y precisa: clara como un chorro de agua en la montaña, firme y sin concesiones como un edificio de Moneo. Era Gavilán o paloma, que por entonces cantaba Pablo Abraira. Con el tiempo nos hicimos grandes amigos. Con más tiempo, llegó a ser mi mejor amiga. Eran los años de la Transición, cuando parecía que todo lo estrenábamos. Y salíamos en grupo a tomar algo a La Fídula, en la calle Huertas, o al Café Gijón, esperando llegar a ser viejecitos tomando allí chocolate con churros, o ir al cine o a tomar una copa (o dos o tres) a la discoteca Boccaccio, el antro de moda de la bohemia madrileña de aquellos años, donde ya por entonces María Asquerino evocaba sus años jóvenes, aún reciente su triunfo en Anillos para una dama, de Gala. También algún viaje, como aquella ida y vuelta en bólido a Pontevedra para retransmitir la romería de San Benitino de Lerez, con Oscar Cavero y el técnico que, además de conducir, era piloto de rallys, por lo cual los puertos de Canda y Padornero fueron vistos y no vistos. Conocí los gustos literarios de Natalia (devoradora de libros), musicales, me presentó a sus padres, a sus hermanas, a Peter su marido (que como su nombre indica era inglés y vivía en Inglaterra,) y que murió al poco tiempo, dejando a Natalia al cargo de Vanessa, una niña lista como los padres y hoy ya una mujer hecha y derecha. Al poco tiempo, el azar puso en el camino de Natalia a Ricardo, un oculista que venía de muy lejos, de donde da la vuelta el aire. Todo en ella parece venir de muy lejos. Entró a trabajar en la Radio Nacional de nuestros pecados, codo a codo con los grandes de entonces (Jesús Quintero, José Antonio Muñoz, la voz inolvidable del grupo Aguaviva, Pedro Piqueras, Andrés Aberasturi, Carlos Herrera…) y, para mí y muchos otros, su voz y sus reportajes seguían siendo inconfundibles. Entrevistaba lo mismo a una monja de clausura que a un chapero y se metía en todos los berenjenales donde pensaba que la radio o ella misma (tanto monta, monta tanto), tenían que llegar. Con esta osadía adaptó un cuento mío, que fue emitido en Radio Nacional. Iba por la vida guardando todos los equilibrios posibles, como esa gata que un día vi en su casa andar entre tazas de té antiguas sin romper ninguna. Al observar (Natalia no mira, observa) mi cara de asombro, me dijo: “Tranquilo, los gatos son muy inteligentes y no se caerá del vasar ninguna taza”. Cien por cien energía renovable, me descubre algún libro, alguna película, algún viaje, alguna opinión. Siendo como es una mujer de lo que yo llamo de “izquierda elástica” (o sea, sin militancia pero con ideas, que no siempre van unidas), un día en que tenía que entrevistarse con un pez gordo de la emisora, le preguntó a su secretaria qué clase de corbatas usaba el jefe. No para comprarle una, claro, sino porque, según ella, a un hombre se le conoce por sus corbatas. Luego resultó que el jefe era del Opus y a ella le cayó muy bien. Siempre sorprende, como buen Escorpión zodiacal. Me comentaba después de la entrevista que ella no juzga a las personas por sus partidos o militancias, sino por sus hechos. Casi no nos vemos nunca, pero treinta y cinco años de amistad no nos han hecho cambiar a ninguno de los dos. Tal vez porque no tenemos remedio.
La última vez que la vi, no sé por qué, me quedé preocupado. No por lo que dijera, sino por lo que callara. Y si ella me calla algo, ese algo puede no ser bueno. Esperaré. Y, sin que lo sepa, rezo todos los días para seguir escuchando cinco o seis veces al año que al sonar mi teléfono, la primera palabra sea su voz inconfundible diciendo: "Hola, Amigo".

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