SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 7 de noviembre de 2010

DESDE MI VENTANA


Ahora fumo en la terraza. Así evito que los humos entren en el cuarto donde vivo, trabajo y duermo. También, con este pequeño rito, logro disminuir el número de marlboros que incinero cada día. Esta tarde el panorama desde la terraza es muy despejado. Los campos de deporte donde se entrena un número indeterminado de chavales en diferentes modalidades (fútbol, baloncesto, balonmano...), jaleados por voces y silbatos de entrenadores, quedan delimitados por árboles formando un marco vegetal, a modo de espectadores mudos del bullicio. Hojas verdes, marrones, ocres, tostadas, beiges... forman preciosos abanicos abiertos, prolongados en árboles más allá por calles y avenidas. Bajo el azul limpísimo de este norte madrileño, acacias, castaños de Indias, chopos, algún olmo perdido, bloques anaranjados de ladrillo visto por este sol otoñal, precisarían el pincel de un Antonio López para darle justeza y poesía. Por la avenida de la Ilustación circulan miles de hormigas motorizadas en forma de automóviles en rápido y perfecto orden lineal, que pasan bajo las dos inmesas series de arcos metálicos, como esqueletos de diplodocus ahí abandonados. Al fondo, cuatro nuevas y altísimas torres, las más altas de Madrid, brillan su gris acerado como gladiadores vigilantes. De aquí a poco comenzarán a iluminarse las ventanas de los bloques, los epilépticos tubos de neón de las tiendas. Entrada la noche, emerge del fondo de la vaguada la mole de un centro comercial, como enorme submarino, con sus dos torretas y sus numerosas velas blancas iluminadas, recordándonos que somos marineros en tierra, encallados y, a veces, también encanallados. Debajo de mi terraza se alzan altos, oscuros, imponentes, casi llegando al saledizo, cuatro abetos que unen sus ramas, como fantasmas en siniestra sardana. Siguen iluminándose ventanas a lo lejos. Cada una alumbrará una o varias historias. Quizá en alguna terraza, otro fumador cavila. Te saludo, desconocido, con unos aros de humo blanquecino.