SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 18 de marzo de 2012

EL PESO DE LA PÚRPURA


El señor cardenal ordenó que llamaran inmediatamente a su vicario en aquella zona desde la cual había recibido dos cartas anónimas. Cuando lo tuvo al teléfono le ordenó que llamara la atención al párroco de Nuestra Señora de la Buena Guía y le prohibiera que se impartiera la absolución colectiva, sin confesión personal de los pecados, al comienzo de la Misa. Y, también, que se diera al pueblo la Eucaristía bajo las dos especies de pan y vino. Afortunadamente, no era una conducta habitual, sino dos ocasiones, según las cartas de esas almas piadosas sin firma. El vicario conocía sobradamente la trayectoria del párroco, un hombre de mediana edad, serio, piadoso, entregado a sus feligreses. Su parroquia destacaba por la cantidad de cursos, conferencias, acciones solidarias, atención del clero a todos los feligreses, incluso visitas a impedidos, enfermos y ancianos en sus domicilios. No es una parroquia de grandes ingresos pero tienen bien organizado el trabajo. El templo se halla en un extremo de su demarcación, limitando con un barrio y otra parroquia de alto nivel donde viven muchos miembros de un instituto seglar muy conocido, cuyos miembros están obligados a confesarse con los propios curas de su organización. Pero cuando esos laicos tienen pecados de los llamados "gordos", acuden a escondidas a Nuestra Señora para aliviar sus conciencias. El vicario sospecha que esas denuncias anónimas puedan haber nacido en el barrio lindante. Sin embargo, cuando expuso al cardenal la buena labor del párroco acusado (sin que sirviera de nada), se abstuvo de expresarle su sospecha, dadas las buenas relaciones del purpurado con esa clase de institutos.
El vicario, que es un buen hombre, tiene la esperanza (como otros muchos) de ser promovido al episcopado si el señor cardenal lo apoya, como hace con otros sacerdotes creando una tendencia de prelados adictos a su persona. El vicario no se tiene por una lumbrera, pero ni más ni menos que otros ahora en sedes episcopales. Y mientras viaja en metro para encontrarse con el párroco, recuerda sus tiempos de estudiante de teología en el seminario, cuando el ahora cardenal era su profesor de Derecho Canónico. Un hombre, doctorado en Alemania, con aureola de progresista. ¡Cómo le ha cambiado la mitra! Por otra parte, recuerda lo cuestionado entonces por otros profesores suyos: "¿tiene valor o no lo tiene el acto penitencial de la Misa? ¿perdona o no perdona los pecados, como se dice en la liturgia? si se repasan los evangelios, no se encuentra en ningún momento a Jesús perdonando los pecados con una confesión auricular previa de nadie y la lectura de la última cena del Señor muestra cómo Él mismo repartió el pan y el vino, encomendando que repitieran el gesto en memoria suya". Cómo han cambiado las cosas durante veinte siglos, acumulando ritos, complicando las cosas, volviendo la teología un laberinto de dogmas, doctrinas, tendencias, documentos, hasta asfixiar lo esencial. El señor vicario se hace cruces. Pero en esta mañana, mientras el tren metropolitano viaja por el laberinto subterráneo, no tiene que plantearse cuestiones, sino obedecer un mandato que le ha encomendado la púrpura cardenalicia.