SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

miércoles, 23 de enero de 2013

EL HOMBRE PARADOJA

Posiblemente haya sido el hombre más pintoresco que he conocido en mi vida. Muchos recordarán sus frases, fruto de metáforas, hipérboles, comparaciones que han divertido a alumnos y conocidos. Su imaginación para crearlas (aunque respondiendo a clichés repetidos) lo hubieran convertido en un importante poeta satírico, en autor celebrado de epigramas, si se hubiera dedicado a ello. Pero era imposible mantenerlo atado a un sillón escribiendo. Era fugaz como una estrella que huye de la constelación. Incluso sus muchísimos viajes consistían en un trotar de ciudad en ciudad, de monumento en monumento, resumiendo al final todo ello en un garabato gráfico. Se escapaba cuando la conversación se deslizaba hacia terrenos que no le interesaba tratar: su propia personalidad, su carácter, sus excesos, sus complejos. Tuve la suerte de conocer a la familia y el ambiente en que nació y se crió. Me contó muchas cosas de sus antepasados, pero ninguna de sí mismo. Por desgracia, fui testigo de alguna anécdota suya un tanto incómoda. La descripción más fácil sería definirlo "como una cabra". Otros, más científicos, optarían por esa expresión tan de moda: bipolaridad. Pero no. Es todo más sencillo. Para Freud hubiera sido un caso bastante fácil.
Había nacido en el seno de una familia de burguesía adinerada. El hijo menor de varios hermanos. Tal vez el "ojo derecho de su madre", a la que idolatraba sin reconocerlo. Su vida transcurrió queriendo "ser diferente" a sus hermanos, incluso superior a ellos, hasta que el intento evidenciaba la imposibilidad,  un juego que se le disparó, lo alejó de su familia (un alejamiento buscado por él una vez que no lograba ocupar el puesto ambicionado)  y lo convirtió a él mismo en víctima de su propio papel, en prisionero de su carcasa, en máscara sin carnaval. Su vida fue una lucha violenta interior entre lo que era y lo que quería ser. Y pretendió resolver el dilema creando ese personaje célebre que lo acompañó desde su juventud. En caminar por la existencia arrastrando la pesada carga de su verdadero "yo", como la tortuga soporta a su caparazón. Se evadía de sí mismo por todos los medios posibles, saltando de lado a lado entre dos abismos. Varias veces estuvo a punto de precipitarse en el vacío, logrando sobrevivir cada vez más maltrecho. Y para no ser objeto de observación, disparaba a diestro y siniestro una artillería verbal, a veces hiriente y sarcástica, a veces ingeniosísima, sobre los demás. Todo valía para alejar el foco de atención cuando amenazaba iluminar los entresijos de él mismo.
Cuando llegó el momento de la verdad (enfrentarse a un cáncer en estado muy avanzado), sorprendió a todos los que le rodeaban con una gran serenidad. Era como el actor veterano, el payaso enfermo que, una vez en el camerino y mirándose por fin en un espejo, decide que ha llegado el momento definitivo de quitarse el maquillaje, la máscara, y abandonar para siempre el escenario. Al comentarle yo lo tranquilo con que veía llegar su previsible futuro inmediato, me dijo: "Es una cuestión de dignidad. Sólo pido no sufrir en los últimos momentos". Ahora sólo me resta su recuerdo eligiendo los capítulos positivos entre tanto borrón y cuentas nuevas. Ahora habrá comprendido que dilapidó parte de su vida intentando ser "el otro", ignorante de que Dios lo aceptaba como él era: el hombre paradoja.

lunes, 21 de enero de 2013

BAJAR LOS HUMOS

Cuando comento en mi entorno que he bajado el número de cigarrillos diarios, desde veinte (de Marlboro normal) a diez o menos (de Marlboro corto), casi siempre escucho la misma respuesta: "Así no se deja de fumar. O se suprime del todo o con ese sistema no conseguirás nada".  Dan por supuesto que yo pretendo dejar el tabaco, lo cual no es cierto. Yo no quiero dejar de fumar, únicamente deseo mantener un consumo diario sostenible desde el punto de vista económico y, sobre todo, de la salud. Ya me daría yo con un canto en los dientes si logro dejarlo en tres o cuatro cigarrillos diarios. Como mi método, hasta ahora, me va dando buenos resultados, voy a explicarlo aquí por si alguna persona más se anima.
Lo primero de todo es no obsesionarse con el asunto ni pensar demasiado en ello. Yo aconsejo retirar la cajetilla, el mechero y el cenicero de las habitaciones donde se trabaja, se vive o se duerme. "Ojos que no ven, síndrome que te evitas". Yo tengo una minúscula terraza cerrada en mi habitáculo y he evitado que huela a tabaco en él. Aparte de que salir a fumar a esa terraza, con un poco de ella abierta para echar el humo fuera, con el frío que hace, no me anima demasiado a interrumpir lo que esté haciendo.
El segundo paso, muy importante, es organizar el consumo diario de cigarrillos, portando cada mañana en la cajetilla o en la pitillera el número fijo de ellos para la jornada. Y esa cantidad, mantenerla durante el tiempo necesario, sean semanas o meses, hasta que el cuerpo se habitúe. O sea, no fumar "sin ton ni son". Después ir bajando lentamente el número de cigarrillos diarios sin cambiar la cantidad de cada mañana en la cajetilla. Por ejemplo, cuando yo estaba introduciendo quince de ellos cada mañana en una pitillera o en un paquete controlador, ya habia alcanzado la cantidad de trece o de doce consumidos cada día. Eso anima bastante para el descenso del consumo. De este modo, al ir a acostarme, podía comprobar con cierto gozo que caminaba en la buena dirección.
En definitiva, se trata de acostumbrar el cuerpo a un rito cada vez de menor presencia en la vida cotidiana. Ir fijándolo, por ejemplo, a los momentos de sobremesa o de un café. El cuerpo acaba por acostumbrarse a todo. Y si alguna vez se sienten ganas de fumar, ocuparse en otra cosa, retrasarlo lo más posible. El síndrome desaparecerá en unos minutos.
También ayuda evitar los cafés o bebidas excitantes. Antes tomaba seis o siete al día. Ahora no pasan de dos y otra innovación: en mi cafetera pongo media ración de café molido normal y la otra media de descafeinado. Eso, sí: ambos de muy buena calidad.
En los momentos en que escribo esto, me encuentro en las semanas de los doce cigarrillos que coloco cada mañana en la pitillera. Puedo reconocer que sin gran esfuerzo he alcanzado la cantidad de nueve o diez fumados al cabo del día. Mi alegría por las noches, al ir a acostarme, es grande. He llegado a la mitad del camino. Y ahora, con el permiso de ustedes, voy a echarme el pitillo último, el que hoy hace número nueve del día. Que ustedes pasen una buena noche.