SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

jueves, 21 de marzo de 2013

TERMITAS


Según ciertas crónicas, hubo un tiempo en que una ardilla podía cruzar la Península Ibérica sin necesidad de tocar suelo, saltando de árbol en árbol. Una hipérbole que me permito lanzar es que, hoy día, nadie puede atravesar España, desde Cadaqués hasta las marismas del Guadalquivir sin dejar de oler basura moral por todos los territorios. Políticos, sindicalistas, empresarios, banqueros, gobernantes de casi todos los partidos y niveles en esta red compleja, innecesaria e inexplicable que se ha convertido el Estado… llenan de estiércol los tribunales donde no todos los jueces están libres de sospecha. En mayor o menor medida, desde algún miembro de la Familia Real hasta el último y humilde Guardia Civil, la sospecha se ha extendido como epidemia por todas partes. Evasiones de capital, “tapabocas” en forma de billetes, sobres bajo cuerda. Bolsas negras llenas de dinero tan negro como sus conciencias, procesos judiciales que se alargan hasta su inmediata caducidad, como los yogures. Sentencias, testimonios, perjurios, indultos como ejercicios de prestidigitación… Y, mientras tanto, las cifras del paro, las familias deshauciadas, los ancianos, niños y urgencias faltos de rápida asistencia… El informe anual de CARITAS pone los pelos de punta. Los pobres (cada día más) son más pobres. Los ricos (cada día menos) son más ricos.
A los ciudadanos nos convencieron de que podíamos vivir, por un módico alquiler, en una enorme casa llamada España, donde todo era bucólicamente perfecto. Con apretar unos botones del cajero automático, con echar unas firmitas en un papel de la entidad bancaria te salía el dinero para un piso, un crucero de verano, un cursillo en Irlanda para los niños, unos teléfonos móviles de última generación, un televisor de plasma, incluso para una segunda vivienda en la playa o en la montaña,... un subsidio de dinerito público para completar el trabajo privado “en negro”. Lo que a nadie dijeron es que bajo los suelos de maderas finas de la “casa España”, cubiertos de mullidas alfombras clásicas y moquetas de diseño, trabajaban unas voraces termitas en la oscuridad, que se iban comiendo la madera. Unos suelos de nogal, terebinto, ébano, boj, cedro, naranjo,… Los ciudadanos residentes de la casa, todos ellos “españolitos” de a pie, no podían escuchar el ruido de las termitas porque atronadores equipos de música y enormes pantallas de televisión ofrecían bailes incesantes, imágenes de ligas y campeonatos sin cesar, programas de “realismo sucio” donde se vendían intimidades, cuerpos y almas sin descanso.
Poco a poco los suelos comenzaron a crujir. Las primeras inquietudes de los residentes fueron rápidamente soslayadas por los medios informativos: “esto es cosa de cuatro días, de cuatro gotas de agua, todo está seguro”. Pero las tarimas siguieron crujiendo y ya nadie se creyó el cuento. La mansión se hundía. Los dueños de la casa echaron la culpa a los usufructuarios y éstos a la gestoría del contrato, que, a su vez, señaló a la agencia de alquiler. Estos reaccionaron a tiempo acusando a la compañía de seguros, que había desaparecido del mapa. El caso es que los inquilinos se hundieron en un socavón inmenso, como un volcán al revés, que engullía muebles, televisores, documentos y, finalmente, a ellos mismos. En una playa lejana del Caribe, donde los bancos saben guardar los secretos de las cuentas bancarias, unos miles de golfos y golfas pasaban sus días de esplendor en la hierba. También las erupciones del Vesubio pillaron de sorpresa, plácidamente dormidos, a los habitantes de Pompeya.

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