SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

martes, 30 de abril de 2013

MARIPOSAS EN LA CABEZA

  Me alegró encontrar a Felisa en el centro comercial después de más de veinte años sin verla. Besos de saludo y frases propias del momento. Le pregunté por su niño.
- Ja ja ja... el niño tiene ya veintisiete años cumplidos y mide uno ochenta, me respondió toda orgullosa mientras abría su carterita y me mostraba a su Julián empuñando unos guantes de boxeo en lo que parecía un gimnasio. Realmente, el bebé de entonces se había convertido en un mocetón.
- ¿Es boxeador?
- No, no, esto es por afición nada más. El ahora trabaja en la Real Academia.
- Ah, no sabía que tu chico es filólogo.
- ¡Qué va! Está pintando unas puertas. Y tal como está el trabajo, no es poco. Con una empresa y con un contrato temporal, ya ves. Pero gracias a Dios, tiene perspectivas de mejorar.
- Pues sí, a ver si lo hacen fijo y prospera en la empresa.
- No creo. Ahora no hacen fijo a nadie. Pero ha conocido en el gimnasio a un presentador de telediarios de una cadena, y se han hecho muy amigos. Se está portando muy bien con él. Se preocupa de comprarle ropa y para su cumpleaños le regaló un reloj de esos caros. Algunas veces se van de viaje juntos. La Semana Santa la pasaron en Marruecos. Y le ha prometido que lo va a colocar en la cadena. Vamos, como un hermano.
- Ya me imagino, ya.
- Yo le digo que aproveche, porque con la planta que tiene mi Julián, a lo mejor llega a hacerse "famoso".
Y agarrando de nuevo sus bolsas del supermercado, que había depositado en el suelo, se alejó hacia las escaleras mecánicas.
Esta palabra me recordó una tarde en que yo iba desde Plaza de Castilla en autobús hasta la Glorieta de Embajadores, final de trayecto. Me acomodé suficientemente solo para leer. A las pocas estaciones subieron dos orondas matronas amigas entre ellas, se sentaron frente a mí y conversaban sin parar en ese tono de voz que ahora consiste en que todo el mundo (sea vagón de metro o en autobús) se entere de lo que se habla. Yo intentaba seguir leyendo. Empeño inútil. El autobús se detuvo en la plaza de Gregorio Marañón y la amiga más cultivada le señaló un edificio a su amiga comentando: "En esa casa vivió Marañón".
- Y ese, ¿quién era?
- Mujer, un médico muy importante.
- Ah, bueno. Con ese nombre pensé que era un torero. O un famoso.
A partir de entonces comprendí que ser famoso no tiene nada que ver con la ciencia, ni con tocar el arpa en una cátedra del conservatorio, ni ser excavador en Atapuerca. Pero no teniendo idea clara, pregunté a una antigua alumna que trabaja en una empresa de producción de programas para la tele. Me dio una larga explicación con la que comprendí que es un aprendizaje complicado hasta llegar al triunfo. Todo consiste en una intensa preparación del cuerpo, sesiones diarias de gimnasio y nocturnas de discoteca, verdaderas oficinas de empleo. Se requieren destrezas inimaginables y pasar por pruebas arriesgadas, como casarse o liarse con alguien ya perteneciente al "famoseo". Después, separarse de forma lo más escandalosa posible para vender exclusivas y así, sucesivamente. Cuantos más fotógrafos persigan a uno o una, tanto mejor.  Naturalmente, se pasa muchas veces por los juzgados de la plaza de Castilla: o bien por un divorcio o por una demanda, así que no viene mal conocer un poquito de leyes. Es fundamental tener un asesor o representante, para diferentes actuaciones (que hoy día llaman "bolos", me parece). Naturalmente, la cotización va subiendo (lo que se dice un "caché") y en menos que canta un gallo, se ha amasado una fortunita. Incluso a propios parientes y vecinos les surge cierta "pedrea" si acceden a responder a periodistas y fotógrafos, con lo cual se contribuye a la elevación del nivel familiar y del propio barrio. Que no es poco.
Creo que la Universidad Complutense debería plantearse un Curso de Verano sobre el tema, con Belén Esteban de coordinadora y conferenciantes a la medida. Y si me apuran, crear una nueva titulación al efecto, con su Facultad, sus cursos, créditos, titulaciones, especialidades y todo lo demás. A lo mejor así se libraba del declive de alumnos y de ingresos que soporta. "Gaudeamus igitur".

viernes, 26 de abril de 2013

SALUD ANTE TODO

 La abadesa mitrada me había hecho llamar para pedirme consejo, y allí estaba yo, en la penumbra del locutorio dispuesto a escucharla:
- Como sabes- me dijo-, Sor Tránsito de la Madre de Dios ha estado muy pachucha. Salió del hospital de Madrid tan débil que, por su avanzada edad y los cuidados que precisaba, no podíamos atenderla aquí con los medios adecuados. Así que recurrimos a tu amiga, la baronesa, y ella nos condujo a  Dª ... (aquí mencionó el nombre de una señora muy conocida por su belleza, su filantropía y su fortuna), quien hace años montó una residencia para monjas ancianas que están en la misma situación que Sor Tránsito. Una residencia gratuita para nosotras y perfectamente equipada.
- ¿Y cuál es el problema?
- Pues que está curada y no quiere salir ni a tiros de la residencia.
- ¿Y eso? ¿se ha hecho a las comodidades?
- ¡Nooo!, afrmó la superiora. Es que en la sala de estar tienen un televisor de plasma con pantalla grande y está siguiendo un serial. Y dice que está en vilo para ver el final y que mientras no acabe la serie, que no deja la residencia ni muerta. ¡¡A sus ochenta y seis años!! Y para mayor inri, Dª.... me dice que la deje en paz si está contenta y que esperemos a que acabe la dichosa serie.
- Pues no es mala idea. Total, la serie acabará un día.
- El problema -añadió la abadesa-, es que, efectivamente, parece que va a acabar. Pero ya han anunciado la segunda parte. Y así, nos puede llegar el apocalipsis, porque Sor Tránsito ha descubierto Internet y se pasa las horas muertas viendo videos en YouTube en la sala de estar de aquella casa. El último día que la visité en su habitación, observé que la foto de Juan Pablo II que tenía en un marquito sobre la mesilla, la había cambiado por una de David Bisbal. Le pregunté la causa del cambio y me dijo: "Al Papa ya lo tenemos en el monasterio en fotos por todas partes y pronto estará en los altares. Pero si usted viera, Reverenda Madre, cómo canta David Bisbal el avemaría..... Ave María, pronto serás mía.... qué arte, qué arteeee". Y me quedé de piedra.
Aquí emitió un suspiro de compunción, rebulléndose en el sillón castellano.
- ¡Ay, Señor, qué cruz me ha caído encima. Ya solo falta que se enteren otras hermanas de aquí, que tienen su misma edad poco más o menos, y se arme una revolución pidiendo la televisión en la clausura.
- Bueno, en los conventos de frailes, el fútbol televisado se ha convertido en el tema principal (prácticamente único) de las conversaciones. Cambiando circunstancias, una dependencia similar a la de Sor Tránsito.
La monja soltó una carcajada:
- No compares, hombre. El fútbol es un deporte que subyuga a todos los hombres, sean frailes o no, con tele o sin tele. Y no creo que los monjes de clausura tengan televisores.
- Sí, madre. El problema no es ese espectáculo (yo no lo llamaría deporte) del fútbol televisado, que arrastra millones de personas y de euros en los cinco continentes, sino la televisión en sí. Este medio ha acabado con las conversaciones de familia mientras comen o cenan. Yo he vivido almuerzos como invitado en domicilios donde los miembros de la familia no me hacían ni caso en la mesa, mirando todos como bobos a la pantalla. Y en los conventos masculinos, la televisión es tan imprescindible como la capilla. O más. Deje tranquila a Sor Tránsito. Después de más de sesenta años de vida de clausura ejemplar, de privaciones voluntarias, que pase sus últimos tiempos con algo que la ilusiona, no va a significar nada en su salvación eterna. Y las demás monjas, que recen por ella y den gracias a Dios por seguir sanas en su vida monástica. Tampoco estaría de más que ustedes tuvieran un televisor en la clausura para ver programas culturales o religiosos, que los hay.
La Madre abadesa se puso en pie, lo cual significaba que mi visita había concluido. Salí solo, caminando por el claustro mientras escuchaba la campana llamando a Vísperas. Fuera del recinto monacal, el sol dorado del atardecer castellano era como una sonrisa, un guiño de complicidad por parte de Dios.

miércoles, 24 de abril de 2013

CARTA SECRETA PARA MAS

Muy Honorable Don Arturo Mas
Presidente de la Generalidad de Cataluña
Palacio de San Jaime
Barcelona
 
Excelentísimo Señor:
 
Ante todo, discúlpeme por dirigirme a V. E. en castellano y no en la bellísima lengua catalana, pues, aunque la estudié en la Facultad como optativa, no llego a dominarla y, por ello, elijo la lengua de Cervantes. Espero que en el Palacio donde mora V. E. haya traductores suficientes para verter mi carta a su honorable lengua.
En segundo lugar, me tiene en un "sin vivir" lo de la independencia de su patria ofendida y humillada. Porque si se consigue no siendo usted presidente, se quedará con un palmo de narices y se llevará las glorias otro. Pero si se logra siendo usted aún gobernante (y aquí tiene que esforzarse mucho), tengo la fórmula secreta para que no le priven a usted de los loores pertinentes y duraderos. Vamos a ello: Una vez conseguida la independencia, corra a declararse Conde de Barcelona y de todos sus territorios históricos y adyacentes, que no le resultará difícil en plena ebriedad del triunfo. Si tiene usted un hijo en edad adolescente (que no me extrañaría nada), miel sobre hojuelas: declárelo heredero. Pero no se le ocurra, como al ex-honorable Pujol, enriquecer a su prole sin más ni más, que luego todo se sabe. No. Una vez proclamado  heredero (que el chaval estará en la ESO, imagino), pida la mano de la infanta Leonor de España. Su Majestad el Rey aceptará encantado porque bastantes sinsabores tiene ya con su familia, con la "amiga entrañable" (que Dios confunda) y con su propia salud. Y cáselo con la infantita cuanto antes. Cuanto antes, pero a ser posible en el Pilar, no en la catedral de Barcelona, pues mire usted como está acabando la boda de la Infanta Cristina y da mal fario ese templo. Tampoco en Madrid, que la Almudena es un horror, con unas vidrieras espantosas. El Pilar está en territorio neutral y de paso les hace un guiño a los aragoneses, que son muy suyos, como usted bien sabe. Con esta boda principesca, usted se ahorraría unos cuantos miles de euros: por una parte los de salir y volver a entrar en la Unión Europea. Y por otro, el banquete de bodas, porque las firmas de cava catalán pagarían el menú y el cava con auténtica munificencia. Y ese ahorro es para tenerlo en cuenta desde el punto de vista de la idiosincrasia catalana, que todo lo tiene previsto.
Pero esto no se lo cuente a nadie, ni a ningún otro presidente autonómico. Menos aún al lehendakari vasco, no sea que éste descubra la forma de reinstaurar el reino de Navarra y le tome a usted la delantera, colocando a su nene.
Hágame caso, hombre. No confíe nada de nada en eternizar a su prole al frente de la Generalidad pues mire usted cómo van acabando las repúblicas árabes y no árabes cuyos presidentes colocaron a sus hijos como candidatos votables y votados. Un tsunami social se los lleva por delante y vienen islamistas por todas partes. Por cierto, mucho cuidado con algunos musulmanes que andan libremente por la Rambla de su digna capital, no sea que por huir de España se encuentre usted con el proyecto de UMMA o comunidad de creyentes del Islam, que es a lo que aspiran bastantes seguidores de Mahoma. Y eso sí que sería salir de Herodes y entrar en Pilatos.
Y nada más. Si necesita más consejos, llámeme, nómbreme asesor (uno más o menos pasará desapercibido) y acudo raudo en el AVE o póngame un piso en la Diagonal. Me encanta Barcelona, el Liceo, Gaudí y la butifarra. Será un placer ser útil a su proyecto. Encomiéndeme a la Virgen de Montserrat, que yo lo haré por usted a la Almudena.
Su seguro servidor.

jueves, 18 de abril de 2013

VAMOS AL CINE

 Me gustan las películas americanas. Lo tienen todo controlado. Cuando el protagonista tiene urgencia de trasladarse a otro lugar de la ciudad, siempre aparece oportuno el taxi amarillo que circulaba casualmente libre en plena hora punta. Y después se baja precipitadamente de él, dejándole al taxista un billete sin esperar la vuelta. Pero si el protagonista se desplaza en su coche, siempre encuentra donde aparcar. Así da gusto. En cambio, llama la atención que millonarios riquísimos, propietarios de mansiones casi tan grandes como la Casa Blanca, puedan ser asesinados por la noche con suma facilidad, porque viven más solos que la una. No solo los millonarios, sino todos los detectives de gabardina, estudiantes de diseño, guapas secretarias o modestos taxistas. Claro, casi todos  tienen un pasado.
Si dos personajes están en una habitación hablando de un tema muy serio y uno de ellos se va, abre la puerta, sale, y antes de cerrar detrás de sí, suelta una frase lapidaria que deja al otro estupefacto. Y yo me quedo con el puñado de palomitas en la mano sin llegar a la boca.
Especialmente me gustan las películas policíacas, de juicios, de investigación criminal. Últimamente, en las películas de tribunales, el juez (que antes era siempre varón y con cara de malas pulgas), ahora es una mujer, negra, gorda, seria pero con cara de ama de casa, de saberse el Código Penal de pe a pa y curada de espanto. Y pone firmes al abogado y al fiscal por menos de nada. Claro que el último grito en crímenes es esas películas y series donde los policías son científicos que te enseñan las tripas y el cerebro de las víctimas en una "morgue" con la misma naturalidad que en una mercería te exhiben un muestrario de botones. Y, claro, si estás recién comido o cenado, se te pone la digestión en la boca. Automáticamente, las palomitas comienzan a saberme a cartílagos humanos. Prefiero las escenas de entierros. Siempre hay un pastor que tras poner por las nubes al difunto, el ataúd baja con mucha parsimonia mientras un corro de señoras con sombreros y pamelas negros llora desconsoladamente y echan una flor en la fosa. Antes del entierro se han puesto las botas a canapés y bebidas en la casa del finado, seguramente para resistir tantas emociones. 
Los policías americanos son muy educados. Cuando van a una casa y les franquean la puerta, entran y se presentan: "el comisario fulanito, la suboficial menganita y el agente perenganito". Parece que más a que a preguntar van a pedir la mano de alguien. Y siempre les ofrecen un té, por ejemplo. Claro que cuando los policías van a detener a alguien llegan seis o siete coches aullando sirenas a todo meter, con  mucha fanfarria de uniformes, rifles, unos tíos como armarios que si no les abren la puerta ya mismo la tiran de una patada y entran caminando despatarrados, apuntando con pistolas que dirigen en varias direcciones. ¡Qué tíos!
¿Por qué cuando atraviesan un río a nado y vestidos o tras un naufragio llegan medio ahogados a una playa empapados hasta los huesos, inmediatamente se les ve con la ropa seca y peinados hasta con laca? ¡Ah! ahí está la magia del cine.
Lo que no soporto es las películas americanas con niño de protagonista. Son unos listillos a los que sus papás les explican, les razonan todo, y luego hacen lo que les da la gana, poniendo en riesgo sus vidas, en jaque a toda la familia, a la policía del condado, al F. B. I. y al Capitolio si hace falta, con sus "inocentes" travesuras. Cuando yo era niño, mi padre me daba unos azotes en el culo. Pero ahora los chavales dan ruedas de prensa.
Y hablando de gente joven, esas películas de adolescentes rubios, pecosos y rubias más pintadas que puertas y que van a unos colegios con césped por todas partes pero donde a los personajes no se les ve estudiar nada. Eso sí, se entrenan a muchas cosas: ballet, esgrima, natación y ponen caras angelicales ante sus padres (rubios y pelirrojos, como ellos), pero no se les ve estudiando trigonometría ni pasando apuntes a limpio, por poner un ejemplo. Claro que para la vida moderna, les viene mejor aprender la anatomía de los demás en sus guateques. Los chicos se pelean como machos cabríos por una hembra y las chicas se atacan (después de cruzarse frases venenosas de serpientes pitones) con idéntica furia. Creo que a eso lo llaman "igualdad de sexos".
A veces, los americanos realizan superproducciones de romanos que subliminalmente se parecen en su estructura al imperio americano. Será que yo soy malpensado.
Últimamente han mejorado mucho las películas de allí. Recuerdo aquellas en Technicolor y Cinemascope donde una protagonista rubia, con cinturita de avispa, perfectamente maquillada y peinada, recibía lánguidamente el beso apasionado del vaquero sin afeitar en pleno desierto de Arizona, mientras se escuchaba de fondo a la orquesta sinfónica de Boston, segundos antes de poner FIN en letras rojas en medio de la pantalla. Poco creíbles. Ahora se puede reproducir digitalmente la antigua Babilonia sin salir de los estudios y ya no se besan al final. El o la protagonista se asoman a una ventana donde se ve Chicago de noche o son abrigados con una manta por un apuesto policía que los ha salvado de una angustiosa carrera por inagotables pasillos y terrazas, perseguidos por un asesino en serie.
Las escenas eróticas son mucho más finas que en el cine español, donde se enseña todo por anverso y reverso, de los protagonistas. No. Allí, de las actrices enseñan casi todo generosamente, pero de ellos casi nada púdicamente. En todo caso, mientras hacen el amor, la sábana se desliza en el cuerpo masculino hasta donde la espalda pierde su casto nombre. Así no se escandalizan ni siquiera los republicanos. Yo creo que las películas de Almodóvar les gustan tanto porque no han comprendido nada de lo que tratan. Tampoco me explico por qué si las versiones originales no contienen tacos, en el doblaje español no paran de decir "el puto coche", la "puta botella" y cosas así.
Aparte, claro, de que los cigarrillos de Humphrey Bogart, Gary Cooper y de muchos otros, han sido sustituidos por el chicle, que, ya se sabe, es más sano.
Y en ese plan.

jueves, 4 de abril de 2013

MARIONETAS EN LA CUERDA

Cuando yo era niño, en aquellos televisores en blanco y negro, salía un anuncio de brandy protagonizado por una modelo bellísima: Elena Duque. Encarnaba la elegancia, el erotismo discreto, unos ojos preciosos..., era, sin duda, la número uno. Todavía pueden encontrarse sus imágenes de entonces gracias a Google. Después pasó por varios géneros del arte: canción, revista musical, cine, desfiles... hasta que súbitamente desapareció. Alguien me dijo que voluntariamente, agotada por la sobreexposición. No lo sé. Años más tarde pude ver en los escenarios la obra Usted también podrá disfrutar de ella, de Ana Diosdado, protagonizada por mi amiga María José Goyanes. Una obra que versaba sobre cierta modelo devorada por la popularidad de un anuncio y todo lo que eso llevó consigo hasta su vida privada. Hace pocos años le comenté a la autora que, precisamente esa obra suya, me parecía una de las más actuales de toda su producción.
Los "reallity show" televisivos y sus tertulias complementarias tienen el precedente más inmediato en la prensa de papel. El Caso, allá en los tiempos del franquismo ofrecía la España real en contraste con la España oficial de la dictadura que nos proyectaba el cine en el NO-DO, y si Franco permitió ese periódico fue porque mientras el público vivía pendiente del crimen o secuestro correspondiente, se distraía de pensar en política. Una maniobra que dio su fruto. 
No hemos cambiado tanto como parece. Se ha disparado el número de cadenas a la caza y captura del espectador, al precio que sea. La importación de programas que pretenden emitir la vida cotidiana de los conocidos y de los no conocidos como materia de espectáculo público, ha significado un seísmo: se ha multiplicado el número de aspirantes a "famosos" (una titulación que se imparte en los platós, a base de cursos intensivos por despachos y pasillos), sin más bagaje que cuerpos de mármol tallado y cerebros de yeso en polvo, pero con ambiciones desmedidas, la proliferación de periodistas, fotógrafos, gacetilleros, tertulianos a la medida de esos programas basura. ¿Cuál es la cuerda floja? el morbo una vez más, aureolando a los propios protagonistas a los que llamamos "famosos". Van ganando dinero en proporción inversa a la conservación de su vida y estabilidad privadas. Se airean secretos de alcoba, de cocina, se abren de par en par los armarios, los baúles, se exhiben en videos todas las intimidades delanteras y traseras. Incluso se generan nuevos "famosillos" adosados a ellos por lazos familiares o de vecindad. Las parejas acaban rompiéndose, los hijos salen desmandados y ellos o ellas terminan de mala manera: al psicólogo, al psiquíatra, al juzgado, a la clínica de desintoxicación... una vez que se ha pasado por otras bodas y divorcios convenientementemente cobrados en forma de exclusivas. Ansiaban convertirse en personajes y han acabado en marionetas pero no en la cuerda del amor, como cantaba Shandie Shaw cuando ganó el Festival de Eurovisión (1967) con Puppet on a string, sino en las manos invisibles e inmisericordes de cúpulas empresariales que los abandonarán en una cuneta cuando dejen de ser carne picada apetecible para la charcutería nacional.

lunes, 1 de abril de 2013

CENIZA

La muerte iguala a todos. No sólo a los muertos, sino también a los familiares vivos del difunto. Da igual si se disputa un trono o una mecedora. Las medievales Danzas de la muerte ponían ante el público que todos somos mortales y perecederos. Pero después, el teatro ha representado lo que sucede en este mundo tras la muerte de los seres queridos, especialmente en el entorno familiar. En el teatro español contemporáneo poseemos títulos recientes: La otra orilla, de José López Rubio, Cinco horas con Mario, adaptación de la novela de Miguel Delibes, Hay que deshacer la casa, de Sebastián Junyent, por citar algunos títulos señeros y diferentes entre sí. A la lista tenemos que añadir ahora Ceniza, la obra de José Pascual Abellán, que, tras recorrer varias ciudades, ha recalado en el Teatro Fernán-Gómez de la Plaza de Colón de Madrid.
Padre e hijo vuelven del tanatorio donde ha sido incinerado el cadáver de la esposa y madre respectivamente. Hace años que uno y otro no se han encontrado y, ante la urna con las cenizas de la difunta, van desgranando sus rencillas, sus frustraciones y debilidades. Ya no es tiempo de ficciones. El maquillaje de las apariencias se va diluyendo poco a poco. Y el texto se va deslizando en su drama con alguna réplica de humor (incluso de humor negro), hasta ese final casi abierto donde una puerta iluminada combina a la perfección con la firma de unos papeles. Cada cual, a lo suyo.
Los dos intérpretes defienden esa esgrima verbal como pueden (el texto es complicado por la versatilidad de los cambios emotivos), aunque si he de reconocer algo es la superioridad del joven Antonio Campos sobre la veteranía de Guillermo Montesinos. Por decirlo de una forma simple, ese padre no le "pega" a ese hijo. No ya en la diferencia de altura física (Campos parece un jugador de baloncesto y Montesinos es bajito), sino en que el primero interpreta naturalmente desde la sencillez o complejidad de cada frase y el segundo, en ocasiones, grita o sobreactúa sin necesidad, como pendiente de la reación del público. Antonio Campos es capaz de despetar en el espectador la sospecha, la ternura, la simpatía, la complicidad o el temor. Guillermo Montesinos no consigue esa versatilidad de reacciones aunque quiera. Son dos estilos interpretativos muy diferentes.
En todo caso, la obra merece ser vista pues plantea un problema muy común en las familias, está bien escrita y, en Madrid, con la ventaja de un teatro muy bien comunicado (el Fernán Gómez en la plaza de Colón) a un precio asequible. En cuanto al autor, José Pascual Abellán, tendremos que seguirle la pista en sucesivos estrenos. Todo el equipo es de Albacete. Una productora que merece nuestro apoyo por arriesgar en un arte que el propio gobierno español maltrata triplicando el IVA de la asfixia. Pero esto es harina de otro costal.