SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

sábado, 24 de agosto de 2013

PREGÓN DE FIESTAS DE MI PUEBLO

SEÑOR ALCALDE PRESIDENTE Y CONCEJALES DEL MUY ILUSTRE AYUNTAMIENTO, QUERIDOS PAISANOS:
Recibí sorprendido la invitación a pronunciar este pregón pues no estoy acostumbrado a que las instituciones de mi pueblo se acuerden de mí. Pero no es un reproche a nadie. Mis contadas presencias  en estas calles se vieron condicionadas durante los últimos años por obligaciones familiares y, por otro lado, mi timidez ha evitado que diera publicidad a mis actividades profesionales y literarias. Pero estoy muy agradecido al cariño que me demuestran mis paisanos y orgulloso de haber nacido junto a la cuna de Santo Tomás y la tumba de Quevedo, dos figuras que, por diferentes motivos, han trazado mi trayectoria personal y profesional. Quizás habría sido divertido lanzar el pregón a la manera antigua: con una trompetilla y un tambor, de esquina en esquina, voceando: “De parteeee, del señor alcaldeee, se hace sabeeeerrr….” Superada la sorpresa inicial, desfilaron por mi memoria multitud de imágenes, como si fuesen fotos en blanco y negro de Pinel.  Fui un niño afortunado en punto a ferias. Los días 24, 25 y 26 de agosto mi familia disfrutaba la de Alhambra y, como allí la casa de mi abuela materna estaba en la plaza del pueblo, participábamos en todos los eventos desde la primera fila. El día 27 nos veníamos a Infantes, porque entonces la feria de aquí se celebraba los días 28, 29 y 30. Las novenas y fiestas de nuestros patrones alternaban con las fiestas de los Desposorios de la Virgen del Espino en Membrilla, donde vivía mi abuela paterna, y allí nos desplazábamos a veces. Fui afortunado, repito, porque mi padre estaba al frente de la central y comarca eléctrica y los feriantes y atracciones le regalaban vales para subir gratis en toda suerte de columpios, caballitos, coches eléctricos y demás. Para el local cubierto y la terraza de verano del cine San Miguel no precisaba vales pues Fermín Cámara, el dueño, era íntimo amigo de la familia y tenía acceso gratis al cine durante todo el año. Seguramente, de aquellas películas en blanco y negro o en technicolor y de aquellas funciones de variedades, nació mi interés por el cine y por el teatro. Raquel Lucas, conocida bailarina de origen infanteño, actuó siendo yo muy niño. Mi padre me presentó a ella. Años después, yo escribí un cuento que fue adaptado a guión por Radio Nacional. Ella lo escuchó y logró localizarme por teléfono pues sintió que, aún cambiado el nombre, describía el incidente que sufrió por parte de un párroco. 
O sea, que agosto y septiembre era un no parar de festejos gratuitos.
Mi padre no era partidario de que pasáramos el tiempo con tanta juerga (sobre todo si había malas notas por medio), así que nos colocaba clases de dibujo con don Cipriano (frente a nuestra casa de entonces) o con Don Rafael Solera para mejorar lectura y escritura, un personaje entrañable éste, al que describí en un cuento años más tarde.
Las primeras imágenes que recuerdo de la feria de Infantes están vinculadas al pasacalles matinal de gigantes y cabezudos moviéndose al ritmo de la banda municipal de música y a una atracción de bicicletas eléctricas giratorias y unas sillas voladoras, ubicadas frente a lo que hoy es la alhóndiga. También a los puestos de chucherías (turrones, horchatas, almendras garrapiñadas, pasteles, churros…) en la plaza y en la calle Mayor. Comprarse algo en las tiendas de esta calle era un rito elemental del “feriarse” o premiarse. Aunque mis golosinas preferidas (fuese feria o no) siempre fueron los polos de Los Gabinos, las pastas y mazapanes de la confitería LA PROVIDENCIA (cuando aún estaba en la calle Quevedo) y las horchatas de Los Valencianos. También era costumbre ir a “la cuerda”, allá por el “pilancón”, donde tenía lugar la feria de ganado. Caballos, mulas y asnos que una vez al año, en el mes de mayo, desfilaban engalanados con carrozas en la procesión de San Isidro. La progresiva sustitución de animales por tractores habrá eliminado, supongo, ese mercado animal. Con los años, el real de la feria se trasladó a la Fuente Vieja, vecina de mi casa de entonces, cambio que supuso una ampliación de atracciones: el trenillo, con la bruja escondida en el túnel dando escobazos entre nichos de esqueletos (años después viví una experiencia parecida en el desierto tunecino), la noria y los columpios (donde te podías pasar un largo rato en las alturas sin poder bajar y acompañado de la niña que te gustaba), las rifas en las tómbolas, el tiro al blanco y, por supuesto, los coches de choque, furor de jóvenes y no tan jóvenes. Como mi casa se encontraba entre el cine de verano y la propia feria, teníamos ambiente ruidoso casi veinticuatro horas.
Muchos recordaréis que, también en el verano, se celebraba el “Día de la Provincia”, con un desfile de carrozas en Ciudad-Real. Y recuerdo a las chicas más guapas de nuestra localidad, subidas en decorados rodantes que diseñaba aquel hombre de exquisito gusto (y a quien el pueblo debe en gran parte su conservación), que fue D. Vicente López Carricajo.
La trepidante actividad de este servidor de ustedes en las ferias se recortó notablemente en la medida en que mis suspensos de bachillerato aumentaron. No sólo en matemáticas, sino en Historia y Literatura. Así que dejé de acudir a tantas diversiones y los feriantes en camiseta fueron sustituidos por D. Manuel García dándome clases particulares de Matemáticas, con el magro provecho del aprobado en septiembre, pues siempre he sido una calamidad con los números. Y dentro de casa, mis hermanas Primi y Mari Carmen, que me descubrieron los comentarios de texto y los análisis sintácticos, mejor que ningún libro de texto. Todavía soy capaz de recitar los títulos de novelas ejemplares de Cervantes de memoria. Naturalmente, mi padre era de un tiempo en que se nos exigía seriedad y compromiso en los estudios, estando siempre de acuerdo con los profesores. Más de una vez me amenazó con ponerme de aprendiz con los albañiles y más de una feria me perdí sin salir a la calle, teniendo que estudiar las obras de Tirso de Molina mientras escuchaba en mi habitación las músicas y danzas de la feria o del cine San Miguel. Bien es verdad, que me vengaba escondiendo debajo de los libros y apuntes, novelas de Agatha Christie, de Lajos Zilahy, de Knut Hamsum casi todas las novelas de Pearl S. Buck o de Salgari, sin ir más lejos. Porque si no encontraba a un autor en mi casa, tenía acceso libre a la Biblioteca Municipal, cuyo bibliotecario, Virgilio Cano, me permitía leer con absoluta libertad, revistas de cine y de letras, incluso novelas subidas de tono para mi edad. Nunca le estaré suficientemente agradecido a Virgilio y a la biblioteca el haberme formado o deformado en la lectura, sin remisión. Claro que, para ser justos, debo nombrar a quien más me animó a escribir desde mi más tierna infancia: a Pedro Fernández Pacheco, escribiente en la central eléctrica, que para nosotros era uno más de la familia. Supe de su muerte por teléfono estando yo en Rabat y bajé llorando toda la avenida Mohamed V. Gracias a él casi terminé mi primera novela: El asesinato de Emma Tressilian, que se quedó sin final porque yo no era capaz de cerrar aquella maraña de sospechosos y de coartadas para un solo crimen.
Con mi ingreso en la Orden de San Agustín, dentro de los graníticos muros del Real Monasterio de El Escorial, mis viajes a Infantes se interrumpieron. No del todo, porque tuve la suerte de vivir los vientos renovados del Concilio Vaticano II, cuando mis profesores agustinos nos hacían leer libros de autores protestantes y del mismísimo Lutero, nuestro hermano de congregación (porque no sé si sabréis que los agustinos tenemos una justa fama de rebeldes y aventureros que nos ha causado más de un problema con algún Papa reciente). Los frailes comenzamos a tener vacaciones anuales y permisos temporales para visitar a la familia. Pude descubrir que la feria se había trasladado al “Paseo”, con más abundancia, si cabe, de diversiones, comenzando por el baile popular, tenderetes variados, las incombustibles ancianitas vendedoras de exquisitas berenjenas, el circo con sus magias, payasos, acróbatas y animales, rodeando todo ese tumulto al sufrido y sufriente Cristo de Jamila. Me gustaba visitar este animado espacio que, en los últimos años hacía acompañando a mi madre ya viuda, con mi hermana Primi, dándonos ocasión de saludar a tantos paisanos amigos. Porque es de justicia reconocer que mi madre, aunque nacida en Antequera (donde su padre era maestro) y criada en Alhambra, era la más fiel admiradora de nuestro pueblo y de su feria. Más “infanteña” que nadie de la familia, incluido mi padre.
Ser agustino nacido en Villanueva de los Infantes es no pasar desapercibido en la Orden, al menos en mis círculos próximos. Muchos de mis compañeros más mayores que yo vinieron al pueblo en 1955 para la celebración del cuarto centenario de la muerte de nuestro patrón, una fiesta que apenas recuerdo pero que ellos han conservado como un tesoro, pues siendo seminaristas sin vacaciones entonces, pasaron una semana de maravilla en el pueblo y todavía ponderan la acogida que tuvieron, especialmente en las comilonas. El obispo de Tuy, José López Ortiz, agustino escurialense, predicó y celebró misa con el prelado de la diócesis. Ya muy mayor él también me comentaba lo bien que se le recibió en el pueblo y recordaba perfectamente la casa de Doña Rosario Melgarejo. Naturalmente, hay quienes gustan de tomarme el pelo diciendo que el santo limosnero nació en Fuenllana, a lo cual yo respondo con sabias palabras de mi antiguo profesor de Latín, Don Rogelio Sánchez.

Cuando yo era niño, escuché el legendario episodio en el que una mendiga, con un niño en brazos, pidió a cierto agricultor local que le diera algo para alimentarse. Junto a ellos había un gran montón de trigo y otro de cebada. El hombre no les dio nada y la mujer convirtió los dos montones de grano en cerros de tierra. Esa mujer, según la leyenda, era la Virgen de la Antigua en forma de mujer necesitada. Lo que no es leyenda sino historia es que fray Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, a la hora de morir ya había dado todo a los pobres. A un mendigo que acudió a pedir algo cuando ya estaba muy mal le dijo que esperara a su muerte para que le diesen la cama. Santo Tomás está unido a la Virgen por la inmensa cantidad de homilías que escribió, pero también por la palabra limosna. María y Tomás se nos aparecen identificados a los indigentes. Para los infanteños, estos dos patrones tan vinculados a los menos favorecidos no puede ser solamente una estampa piadosa, un cortejo procesional hermosísimo y emocionante, sino un compromiso social y religioso, que en estos tiempos de crisis nos debe impulsar a ser más solidarios si cabe. Y por eso, me permito enviar un abrazo lleno de cariño y de esperanza a los ancianos y religiosas de la residencia (donde hice mi Primera Comunión), lanzando al aire la idea de que la calle donde se ubica el edificio u otra debería dedicarse a las Hijas de la Caridad por la doble y constante labor llevada a cabo en nuestro pueblo. Y quiero enviar desde aquí otro abrazo muy cariñoso a los enfermos, a los ancianos, a los sin trabajo, a los infanteños que estén pasando un mal momento de sus vidas.

A todos los que habéis tenido la paciencia de escucharme os invito a cuidar de nuestro pueblo. El turismo acude si las casas, las calles, los establecimientos, etc. están limpios y conservados dignamente. Hace muchos años propuse que si Almagro tenía un festival de teatro clásico y La Solana su festival de zarzuela, Infantes posee sobrados escenarios (interiores y exteriores) para celebrar cualquier evento musical, teatral, artístico, incluso calculando las fechas para beneficiarse de los otros. A veces he imaginado la representación de un auto sacramental en el pórtico de la parroquia. O conciertos de orquestas o de bandas municipales en nuestra bellísima plaza. Infantes no debe ser sólo un museo de tiempos pasados, sino un espacio abierto al futuro. Y el futuro pasa por cuidar el presente. Infantes posee un espíritu festivo extraordinario. Basta mirar el número y calidad de sus fiestas, especialmente las gastronómicas. Y para eso se necesita creatividad y colaboración de todos. Los ojos de los forasteros ven cosas y detalles que nosotros, tal vez acostumbrados por la rutina, hemos asumido con normalidad y parsimonia. Con las redes sociales, todo lo bueno y lo malo se ve en los cuatro puntos cardinales. Gracias a una de estas redes yo sigo de cerca todo lo que se cuece por aquí y he entrado en contacto con personas muy preparadas, que quieren y desean conservar nuestro pueblo, leo páginas web y blogs interesantísimos, me informo (muchas veces con sana envidia por no poder asistir) de festejos o de iniciativas. Y por si acaso alguien nos está grabando para colgar luego un video o unas fotos en la red, que no me extrañaría nada, pongamos nuestra mejor sonrisa, como si Foto Pastor nos fuera a retratar, y digamos todos juntos: ¡Viva Infantes!

miércoles, 7 de agosto de 2013

CRISIS VOCACIONAL: CANTERAS

Como dice un amigo mío, nunca se había rezado tanto por las vocaciones en la Iglesia y nunca habían estado los seminarios más vacíos que ahora. Yo añado que no sólo se ora por esas vocaciones, sino que se escribe muchísimo y se ven poquísimos resultados. Los conventos, seminarios, noviciados y casas de formación aparecen vacíos o medianamente llenos de vocaciones oriundas de otros países. Como apenas conozco el mundo de los seminarios diocesanos (de donde salen los sacerdotes de las diócesis y parroquias), me ceñiré al universo de las congregaciones religiosas masculinas que conozco medianamente mejor. Y, concretando más, al ámbito español.
Al término de la guerra civil el panorama era desolador. Muchos sacerdotes, frailes, novicios, habían sido asesinados, la mayoría de ellos sufriendo martirio por el mero hecho de ser hombres de Iglesia. Las congregaciones comenzaron a buscar vocaciones por los pueblos, labor encomendada a alguno de sus miembros con nombramiento de "promotor", "recolector", "reclutador", etc. Su misión consistía en recorrer pueblos, en contacto con los párrocos locales y con familias de miembros de la congregación, para entrevistar a chavales posibles aspirantes. Muchos de estos niños eran monaguillos o suficientemente despiertos para que sus familias o el propio párroco les vieran un germen de vocación consistente en su buen comportamiento o en su asistencia a actos religiosos.
El sistema de captación funcionó muy bien durante muchos años. La mayoría de los padres (agricultores, ganaderos modestos, comerciantes, pequeños empleados...) veían con muy buenos ojos que su hijo fuese seleccionado para ir a un seminario de congregación religiosa. De este modo, el chico alcanzaría una formación académica, una educación en ambiente más selecto que la propia aldea o pueblo y se le abrirían horizontes profesionales futuros mucho mejores que dedicarse a las cosechas agrícolas o al cuidado de las escasas vacas propias. Por otra parte, era una boca menos por alimentar en aquellas menguadas economías de los años 40 y 50 pues bastantes de ellos eran miembros de familias numerosas. No olvidemos que las posibilidades de seguir cursando estudios (una vez acabado el aprendizaje en la escuela local) eran prácticamente nulas. El mapa de universidades y escuelas profesionales, así como los recursos para acceder a ellas, eran escasos. La formación en el pueblo terminaba en la misma adolescencia.
Los seminarios menores venían a ser remedo de las escolanías medievales pertenecientes a abadías y monasterios, en las cuales unos chiquillos (destinados al canto en los oficios litúrgicos) aprendían música y Humanidades, dejando la puerta abierta a su posible incorporación posterior a la vida conventual adulta mediante un noviciado y la emisión de votos. De hecho, algunos seminarios menores tomaron el nombre de "escolanías" y sus formandos, el de "escolanos".
En dichos seminarios menores, por tanto, los chicos aprendían materias de humanidades, especialmente de latín y de música. Y, por supuesto, no faltaban las misas y devociones diarias. Normalmente, eran edificios amplios, con suficientes espacios deportivos, una huerta capaz de aportar la alimentación que permitían aquellos años difíciles, un cuidado sanitario y médico, y con un equipo formador según permitían las difíciles circunstancias. La mayor parte de dichos centros eran gratuitos, lo cual también ayudaba a la visión positiva de las familias.
Si un "escolano" tenía que abandonar (voluntaria o involuntariamente) el internado, antes o después de terminar su ciclo académico, no había ningún problema. El "granero" geográfico podía ofrecer una nueva candidatura.
Otro modo de acceder al seminario menor era a través de los colegios de enseñanza media, tarea a la cual se han dedicado muchas congregaciones. Pero, sorprendentemente, este camino era el menos trillado. ¿Por qué? Se ofrecen varias posibles respuestas. Una de ellas puede ser que lo que hoy se llama "pastoral vocacional" de los colegios apenas existía (curiosamente en congregaciones con un buen número de colegios en su actividad), confiando en la abundancia del "granero" rural. Otra de ellas sería que, convertidos los seminarios menores en acceso de hermanos menores, sobrinos, parientes, vecinos, etc. de los propios religiosos, no se contemplara la necesidad de otros ámbitos geográficos. De este modo, se dieron curiosas circunstancias: que en las provincias o circunscripciones religiosas, la mayoría de las vocaciones fueran provenientes de regiones muy concretas, de forma casi endogámica. Un cierto nepotismo (en el sentido más aséptico de la palabra). Castilla-León, Navarra, País Vasco, Andalucía, surtieron de muchas vocaciones, marcando una idiosincrasia muy concreta de las células religiosas. Otra circunstancia fue que, si un joven de cualquier lugar de España (que no fuese la cantera ya consagrada por el uso) decidía ir directamente al noviciado, sin pasar por el seminario menor, se le mirara de reojo, como con sospecha. A veces se decía de ellos que venían "de fuera", como si aterrizaran de otro planeta. Si además no le gustaba el fútbol, ni se expresaba o comportaba de la misma forma que sus ya compañeros, resultaba un ser "sospechoso".
Con la bajada del índice de natalidad, la apertura de colegios estatales por todos los rincones de España, la cantera rural quedó exhausta. Y la posible incubadora de los colegios era inexistente.