SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

miércoles, 22 de julio de 2015

RELEYENDO A "MANUCHO"

"Yo soy ese niño que a la izquierda del cuadro, en la parte más próxima al suelo, sostiene con la diestra un encendido hachón y con la siniestra indica la fúnebre y extraordinaria ceremonia, junto al mancebo san Esteban. Pero yo tenía entonces catorce años y el infante representado cuenta asaz menos. Me dijo el Greco que había decidido rejuvenecerme porque convenía al espíritu de la obra la presencia de un parvulillo, de un ser virginal, dando testimonio del milagro (acaso adivinaba que a los catorce yo había perdido la virginidad) y que por ende me había pintado tal como me recordaba cuando Monegro me llevó al taller por vez primera.
Comprendí que debía bastarme -niño o adolescente-. con estar ahí, con participar como actor menudo desde adentro, del teatro portentoso.
Cuando no había citado a los caballeros, a los letrados y a los frailes, Domenico esmeraba sus afanes en la región alta del cuadro. La Virgen, san Juan, bienventurados y ángeles surgían en torno de Nuestro Señor. Algunos se asentaban sobre nubes pétreas, duras como las rocas de Toledo. Y en la faja mundanal, sometida al elevado Coro de los Cielos y a su tumulto de alas y de paños, crecía la ronda que prestaba fondo a la taumaturgia. Era como si la tela floreciese, como si día a día se abriesen en ella las corolas de las gorgueras, los cálices de las fisonomías, los estambres y pistilos de manos y hachones. En el centro, el Marqués de Montemayor contemplaba la escena santa y abría las manos, como si no fuesen suyas, como si fuesen dos exquisitos pájaros revoloteando sobre la negrura de la ropa. A su lado, el Conde-Duque de Benavente alzaba los ojos, cual si contemplase a la divinidad. Seguían Monegro, mi padre, don Antonio de Leyva, Francisco de Pisa, los demás. Por el otro lado, el Greco asomaba sus ojos estrábicos y su calidad, entre el pintor Juan Bautista Mayno y el Marqués. Eran treinta, con hábitos monacales, con dalmáticas, con almidonadas lechuguillas, con finas barbas en punta. El gran lujo se explayaba adelante, en la suntuosidad del anciano Agustín, el obispo, y del mozo Esteban, el diácono; en la lumbre fría de la armadura del señor muerto. Y yo, pequeñito, a un costado, señalando."

MANUEL MUJICA LAÍNEZ, El laberinto

Se sorprendía Mujica Laínez de que El laberinto, obra tan española, no hubiera alcanzado el eco que otras suyas de asuntos menos domésticos para nosotros. El asunto de la novela es la historia de un soldado español, Ginés de Silva, nacido en Toledo en 1572 y muerto, ya octogenario, en el Río de la Plata. Hijo de padre hidalgo venido a menos, posó para el Greco cuando éste pintaba El entierro del Conde de Orgaz, criado de nobles, acechado por el travestido Doña Bonitilla, paje de Lope de Vega, sirviente del duque de Medina Sidonia cuando la Armada Invencible, soldado en América, espectador casual de los portentos milagrosos de un chaval mulato llamado Martín de Porres, titiritero, expedicionario al Dorado, casado con doña Úrsula,  muere junto a su camarada Gerineldo en campo de batalla, según refiere el "editor" de este libro (todo él ficción) en nota final. Este fragmento pertenece al capítulo IV, que refiere su participación casi como mascota del magnífico lienzo (conviene no olvidar que el verdadero modelo fue el hijo del Greco). Mujica opta por la primera persona en forma de memorias. Fue una técnica preferida del escritor argentino, en modo de diario o de evocación (La casa, Cecil, Bomarzo, El unicornio, El escarabajo...) que aquí viene exigida por el asunto. El protagonista dice haber nacido el día de san Lorenzo de 1572 (en plena construcción del monasterio del mismo santo titular), cuando ya era un éxito La vida de Lazarillo de Tormes, donde se inauguraba el modelo autobiográfico, con un protagonista itinerante. La técnica de la primera persona precisa otro recurso más: que el autor pase a ser un mero editor o  recipiendario de un manuscrito. Como se ve, Mujica adopta el manierismo con tal de llevar al lector a un mundo del siglo XVI.
El texto que he seleccionado consiste en la descripción del famoso lienzo durante su elaboración por el cretense. El narrador, testigo y actor ("Yo soy ese niño...") quiere que el lector vea el cuadro como si fuese un turista detenido ante él y Ginés, el guía de la iglesia de Santo Tomé, donde se conserva. Así lo sugiere el ESE indicativo. Señala desde dentro de la pintura a los otros personajes y, ahora, desde fuera de ella. Dualismo que vuelve al final: "Y yo, pequeñito, a un costado, señalando..." Ginés describe la escena con un orden preciso; primero él, justificando su presencia; después se alza hasta la divinidad y seres angélicos, desciende al coro de caballeros en pie (obsérvese el adjetivo "mundanal" de resonancias manriqueñas), se centra en el grupo inclinado sobre el cadáver y, finalmente, torna a sí mismo.
El estilo literario es técnico, concreto y sobrio, denotando a los personajes por su nombre (quince) y en otros plurales (caballeros, letrados, frailes, pintores, bienaventurados, ángeles). Introduce palabras en desuso como maquillaje arcaico: diestra, siniestra, mancebo, infante, asaz, parvulillo, por ende... todas para dar sensación de relato antiguo. Al definir el cuadro como "teatro portentoso", el narrador nos acerca a la vida como escenificación, concepto calderoniano de por sí. Y en el mismo lenguaje, una certera comparación: caballeros=flores, desenvuelta por sus partes: gorgueras con corolas, rostros con cálices, manos y hachones con pistilos. Flores blancas entre vestimentas negras, azucenas humanas para el sepelio de quien era la gala y flor de Toledo. Y unas manos, las de Montemayor, como alas de paloma. Mujica sabía bien que a las manos retratadas por el Greco sólo les faltaba volar.
Parece ser que el propio Greco se retrató dentro del cuadro. Un juego muy barroco de espejos: el sepelio del conde en la tierra se refleja en la llegada de su alma al cielo, un pintor que se pinta a sí propio, un narrador que se describe a sí mismo. Un novelista (esto ya no está en el texto seleccionado) que se alude a sí mismo cuando Ginés en el Prologuete de la novela otea que trescientos años después "un espíritu curioso, mezcla de albañil y de poeta" editará sus papeles.

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