SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

sábado, 21 de mayo de 2016

"NUMANCIA" PARA EL RECUERDO




La afición del pueblo español por el teatro, durante nuestros siglos de oro, sólo es comparable al que hoy alcanzan el cine y las series televisivas. Autor que persiguiera fama y ganancia, sabía que su pedestal estaba en los corrales de comedias y, si Fortuna acompañaba, en el teatro de la Corte. Por ello, no exageraba Cervantes al describir a Lope como portador del cetro de la monarquía cómica y versificar con ironía, en Viaje del Parnaso (1614): “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo [...]”. Pero a él, la fama posterior le llegaría por la inmortal novela de don Quijote y por sus extraordinarios Entremeses que lo sitúan en la cabeza del género cómico breve. No obstante, Numancia sigue siendo la mejor tragedia del Siglo de Oro español y relevante en el teatro europeo. Francia la ha representado en numerosas ciudades y ocasiones. Los hermanos Schlegel,  Goethe, Schopenhauer y otros autores alemanes la elogiaron. En España, no tanto, salvo excepciones, como Azorín (quien destacó su hondura)  o como Max Aub quien la consideraba la primera tragedia moderna. Parece ser que fue representada en una Zaragoza sitiada por Napoleón y en Madrid, aún reciente la invasión francesa, como glorificación de la resistencia española ante el fracaso conquistador galo. O de la resistencia republicana frente al ejército sublevado, tal como se percibe en las dos versiones de Rafael Alberti, la primera de ellas representada en Madrid, en 1937. Adaptaciones, refundiciones, versiones… también posteriores durante el franquismo.
      Desde el minuto uno en que Juan Carlos Pérez de la Fuente tomó posesión como Director del Teatro Español, se propuso homenajear a Cervantes llevando esta obra al escenario más antiguo de la capital, con ocasión  del cuarto centenario de su muerte. Quería poner delante del espectador actual este mundo de guerras enredadas en negocios, de refugiados, de emigrantes, de poderes que asedian por intereses, acercando al autor clásico hasta la sensibilidad del espectador de hoy con todo lo que lleva a sus espaldas. Y encargó una versión actualizada a un poeta y adaptador solvente con el que ya había trabajado: Luis Alberto de Cuenca auxiliado por Alicia Mariño. El general Escipión llega para hacerse cargo del ejército  romano, que tiene cercada a la ciudad de Numancia desde hace dieciséis años, sin alcanzar victoria, debilitadas sus virtudes guerreras por los placeres y la ociosidad. Inútiles son los intentos de la embajada numantina que acude a pedir una paz honrosa desde la ciudad. Escipión, deseoso de no derramar más sangre romana, ordena cercar con un foso a Numancia hasta que el hambre la obligue a someterse. Sale a escena una España personificada, que pide al cielo clemencia por sus hijos, siempre divididos entre sí: “[…] pues mis famosos hijos y valientes/ andan entre sí mismos diferentes./ Jamás en su provecho concertaron/ los divididos ánimos furiosos,/ antes entonces más los apartaron/ cuando se vieron más menesterosos./ Y así con sus discordias convidaron/ a bárbaros de pechos codiciosos/ a venir a robarme mis riquezas,/ usando toda clase de crudezas”. España invoca al Duero para que inunde el campamento romano, quien no puede desafiar al destino pero sí profetiza días de esplendor a la patria y gloria para la ciudad: “[…] que no podrán las sombras del olvido/ oscurecer el sol de sus hazañas”. De nada sirven a los numantinos sus ritos religiosos, su postrer intento de resolver el asedio con singular combate entre dos guerreros, uno de cada bando. El hambre, la desesperación, pero también la firmeza, marcan a los habitantes.

  Las mujeres de la ciudad se oponen a que sus hombres salgan fuera y las dejen desvalidas frente al invasor. Antes que entregarse, llegados a una situación límite, se deciden al sacrificio colectivo arrojándose todo el pueblo, con sus bienes, a una enorme hoguera. El universo colectivo y épico de la obra se ve contrastado por el amor entre los jóvenes numantinos Marandro y Lira, quienes han aplazado su matrimonio por la situación que se vive en la ciudad. El primero, viendo morir de hambre a su amada, escapa para robar pan en el campamento enemigo con su amigo Leoncio. Pero lo matan y fallece en brazos de Lira. El silencio y la calma intramuros hacen sospechar a los romanos que algo sucede dentro. Cuando entran sólo encuentran muerte y desolación. Pero Escipión y sus ayudantes saben que sin un rehén para llevar a Roma, no podrán presentarse victoriosos. Un único superviviente, el joven BARIATO (una adolescente en la versión), rechaza promesas de libertad y riquezas del general romano. Arrojándose desde la torre, su voluntaria muerte pone fin a la arrogancia romana. Numancia entra en la Historia y en el mito. 

LA VERSIÓN

La tragedia cervantina precisaba una “puesta a punto” para hacerla comprensible, inteligible y aceptable al público de hoy sin perder su asunto, su lenguaje y su grandeza. Por ello, el trabajo de Luis Alberto de Cuenca (poeta y filólogo), de Alicia Mariño (filóloga y docente), acompañados por Pérez de la Fuente (buen conocedor del teatro clásico) formaba un triángulo idóneo. El trabajo de meses consistió en: adaptar el vocabulario arcaico al uso de hoy sin perder su riqueza ni su métrica original (por ejemplo, “corridos” por “avergonzados”, “te saca de seso” por “te saca de quicio”), suprimir justificaciones retóricas y largos parlamentos innecesarios en la acción (las “escenas orales” tan frecuentes en nuestro teatro clásico, el largo monólogo del río Duero), reparto de monólogos entre varios personajes (embajadores, hombres y mujeres numantinos) o rodeos, eliminación o síntesis de paráfrasis y divagaciones a veces prolijas en los discursos, especialmente las mitológicas. A veces se ha sustituido el verso cervantino por una gráfica y valiente nueva metáfora (como “Bien puede la ciudad toda cercarse/ si no es la parte por do el río baña”, cambiada por “Bien puede la ciudad toda cercarse/ y rodearla con mortal guadaña”). El largo monólogo del personaje España lo reparten dos personajes que son el mismo: EL HOMBRE ESPAÑA Y LA MUJER ESPAÑA, resumen de la historia española que si Cervantes la acerca hasta sus días (reinado de Felipe II) los adaptadores la extienden a contiendas posteriores y a problemas actuales en versos perfectamente ensamblados al texto original.
 Con buen criterio, desaparecen de boca de los numantinos todas las menciones e invocaciones a los dioses romanos, insólitas en un pueblo que aún no ha conocido la conquista imperial, así como la aludida invitación de Teógenes a que sus paisanos, víctimas del hambre, devoren a unos prisioneros del enemigo. Y en este sentido, el rito sacrificial del pueblo numantino sustituye los textos declamatorios, reiterativos, de los peores augurios, por visualizaciones llenas de significado, mucho más impactantes para el gusto del espectador actual. Del mismo modo, se potencia, realzándola, la escena de las madres que no pueden dar de mamar ni de comer a sus hijos hambrientos. Se reduce el reparto (sesenta y dos en la obra original, entre personajes y figurantes) hasta doce actores que interpretan poco más de treinta personajes, algunos de ellos con nombre diferente al texto primitivo (Marandro por Leonelo, Bariato por Nadie) o sustituidos por proyecciones (los Niños convertidos aquí en proyecciones con resultado de 3D). Se ha añadido un prólogo que comienza con el soneto cervantino de La Galatea, “¿Quién dejará del verde prado umbroso…?”, versos centrados en el derecho del pueblo a la libertad y al honor. El texto de las cuatro jornadas se reduce a tres, distribuidas en escenas, formato más manejable a la hora de ensayar la función.
     Esta versión introduce una escena nueva que no aparece en el texto cervantino. En la obra original, Leonelo se suicida y su amada Lira intenta seguirle. Pero la oportuna aparición de un soldado numantino lo impide y la convence para dar sepultura a su prometido y a su hermano con la ayuda de él mismo. En la versión, un soldado (sin más adscripción) también se lo impide aunque para violarla. Es el único “pero” que pongo a la versión aunque escuché las razones de Pérez de la Fuente: la mujer (me vino a decir en resumen) es la gran víctima de esa guerra y de esa situación. De hecho, en la versión y en la escena, el soldado no se identifica con ninguno de los dos bandos en conflicto. Este momento dramático se alarga en la aparición de la Mujer-Guerra, explícito homenaje a Bertolt Brecht y su Madre Coraje, tirando del carro y símbolo a su vez de la crueldad  y negocio de las guerras. Así lo expresa la acotación: “La Señora de la Muerte no es otra que LA MUJER-GUERRA. Viene embarazadísima y tira de un carro cargado de cadáveres. Sin duda Bertolt Brecht había leído a Cervantes.” La versión convierte los personajes originales de Hambre y Enfermedad en dos cabezas paridas por la Mujer-Guerra ayudada por el Soldado-Parte y que también hará las veces de ventrílocuo, instante esperpéntico que nos conduce a Goya y a Valle-Inclán. La sombra de este último es alargada en nuevas acotaciones: “Tenebrosa procesión de madres numantinas que van arrojando a la hoguera todos sus bienes. Un aire de vanitas barroca preside la escena. Las madres llevan un pecho descubierto como símbolo de su maternidad. Vida y muerte, luz y oscuridad, se entrecruzan  o, también, “(Las llamas de la hoguera crecen hasta el infinito, dañando el ojo humano que intente mirarlas).
     El suicidio de ese Nadie superviviente, que representa a todo el pueblo numantino y la decepción del ejército romano, que no podrá volver con un solo esclavo a la capital del imperio, preceden al epílogo dialogado del Hombre y la Mujer quienes profetizan la leyenda en que se convertirá Numancia pues “la libertad sin dignidad no existe”.
LA REPRESENTACIÓN 
 
La representación hubiera sido imposible, difícil o un fracaso si todo lo que Pérez de la Fuente estudió sobre Cervantes y experimentó  con PIngüinas (donde había llevado la palabra de Arrabal a su tensión máxima), no contara con un equipo tan bien elegido y conjuntado de elementos eficaces y brillantes desde el mismo encargo de la versión a sus firmantes, a quienes dio sugerencias valiosas. Por tanto la versión aparece como una partitura musical para la batuta de quien la va a dirigir. Con Pilar Valenciano como ayudante de dirección, el reparto cuenta con dos figuras importantes en la interpretación y en la dicción del verso, como Beatriz Argüello (quien ya había trabajado a las órdenes del director en El mágico prodigioso, de Calderón) y Alberto Velasco, dos columnas que dan carne a las varias alegorías y enmarcan la interpretación de los demás.
Los romanos aparecen engreídos, seguros de sí mismos (como nuestros políticos) con Chema Ruiz en el general Escipión, severo e imponente; se le suman Raúl Sanz y Carlos Lorenzo en los papeles de Yugurta y Mario respectivamente, impasibles y rotundos. En el lado numantino, las mujeres: Maru Valdivieso (que vuelve a encontrarse con quien la dirigió como co-protagonista en Fortunata y Jacinta) encarna la dignidad y el equilibrio, Mélida Molina, la angustia; Myriam Gallego, el desgarro; Julia Piera, la fragilidad valiente. Los hombres: con un Alberto Jiménez en un Teógenes solemne y convincente; Markos Marín y Críspulo Cabezas, ágiles y nerviosos Leonelo y Leoncio respectivamente.
   Uno de los grandes aciertos de esta función es la escenografía de Alessio Meloni, que partiendo de un espacio vacío inicial al que se puede acceder por una rampa a través del patio de butacas, va dotándolo de espejos, gasas, volúmenes, tramoyas, proyecciones… para servir de marco idóneo a cada una de las escenas. No es un simple decorado sino un intérprete más, un signo que habla por sí solo en cada momento.
     El vestuario diseñado por Almudena Huertas goza de una gran sencillez y, al mismo tiempo, una rica polivalencia. Esos uniformes de romanos que pueden ser similares al siglo XX en muchas de sus guerras. O las túnicas y cogullas de numantinos perseguidos como si fueran primeros cristianos antes del cristianismo, golillas transformadas en orejeras de dama de Elche, con miriñaques intemporales y concertinas como cilicios permiten pasar de la ceremonia al esperpento rápidamente.
     José Manuel Guerra, responsable de la iluminación, compone espacios psicológicos, desde la frialdad de la luna hasta las temerosas llamas de Numancia, así como espacios de la naturaleza, trabajando sobre mínimos moldes. La música y el espacio sonoro de Luis Miguel Cobo trae a los oídos olas, tormentas, pájaros, perros, voces, ruidos…
     Pérez de la Fuente da una vuelta de tuerca a Cervantes. Si este (en tiempos de hazañas bélicas españolas) miraba el pasado y predecía un futuro esplendoroso para España, la nueva versión viene a ser un alegato contra el poder, una defensa de los sitiados, con todos los paralelismos que podamos imaginar en el ancho mundo y en nuestro pequeño mundo de ciudadanos muchas veces indefensos. Esos ciudadanos a quienes el autor (rompiendo tradición de siglos) da voz y voto en las decisiones colectivas. Dentro de sus murallas, el poder no descansa en los aristócratas y ricos sobre unos plebeyos anónimos. En Numancia Cervantes no distingue “los que viven por sus manos/y los ricos”, a quienes Jorge Manrique igualaba en la muerte. Para Cervantes, el destino se elige desde la dignidad, no desde dioses que (aun siendo venerados) no interfieren ni aparecen para resolver los problemas humanos. El último numantino se quita la vida poniendo ante el espectador del siglo XVI un tema (el del suicidio), que era tabú, prohibido, pecaminoso desde el reciente Concilio de Trento. (Durante varios siglos, la Iglesia no permitía enterrar en sagrado a los suicidas). Esa es la modernidad del autor del Quijote y que Pérez de la Fuente ha sabido visualizar con acierto. Gracias a este montaje, sabemos de qué lado estaría Cervantes en un mundo de refugiados y de migrantes, aislados por alambradas y concertinas.

    Las representaciones en la sala grande del Teatro Español también han coincidido con el espectáculo Quijote. Femenino plural, una deliciosa comedia basada en los personajes femeninos de la novela. Los dos espacios han establecido un diálogo de dos géneros en torno a Cervantes, un fenómeno único que el ayuntamiento de Madrid no ha sabido ni valorar ni agradecer. Pero de esto ya hablaremos.
     Numancia ha sido un homenaje a la altura del autor del Quijote. Y el destino ha hecho coincidir el final de sus funciones con el despido, también de sus funciones, de Juan Carlos Pérez de la Fuente como Director del Teatro Español. Ha sufrido un asedio similar a los numantinos. Pero los tiempos del suicidio pasaron. En democracia hay que defender la propia dignidad ante la justicia.


P. D.: Muchas han sido las críticas y reseñas sobre este espectáculo. De todas, me permito seleccionar una, la de Miguel Pérez Valiente, por lo amplia y completa. Se puede leer en este enlace de su blog:
https://glosasteatrales.com/2016/04/24/cronica-de-numancia-de-miguel-de-cervantes/