SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

miércoles, 27 de julio de 2016

GALICIA CALIDAD

Vuelvo a Galicia, invitado por Pedro Sainz de Baranda (Perico, albaceteño de pro), mi amigo y antiguo colegial, y su novia, María García López (Mery) para co-presidir su enlace matrimonial el día 23 de julio, a las siete de la tarde, en Betanzos, la pequeña ciudad donde ella nació y vive. Nada más poner pie en tierra del aeropuerto comienzo a recibir atenciones: me llevan, me traen, me alojan, me invitan… todo perfectamente organizado. Pero observo que eso mismo se hace con los demás invitados. Los padres del novio se deshacen en detalles. Se ve la mano de la doctora Pilar Andújar, su madre y tan activa como él. Ha llegado a la ciudad gallega una verdadera multitud en coches, autobuses, aviones, trenes… no sólo de Albacete sino de toda España y de fuera de ella. A la boda llegaron dos invasiones de invitados: una, de Albacete; otra, de antiguos colegiales del Colegio Mayor Elías Ahúja. A todos los admití yo y, por tanto, los conozco y quiero bien. Un muy numeroso grupo compuesto también por miembros de la COPE, donde trabajan los dos contrayentes.


   Betanzos me sorprende: mayor y más bonita ciudad de lo que yo esperaba. Aún conserva el antiguo empaque de casas y calles.

 Nunca se vio tanta expectación por una boda en esta pequeña ciudad. La terraza de la cafetería frente a la iglesia está a rebosar, llena de curiosas principalmente. 


   La ceremonia del enlace se desarrolla en la bellísima iglesia gótica de Santiago, lugar que fue visitado recientemente por el presidente de Panamá, cuyos abuelos eran de aquí. El joven párroco, don Santiago (¿de qué otra forma podría llamarse?) cuida todos los detalles. Un clérigo que ama la ópera tiene que ser exquisito. 



Después de la ceremonia nos trasladan al Pazo Villar de Francos, del siglo XVI, finca grande, cuidada, ideal para eventos, donde el verde general es roto por enormes flores blancas de hortensias. Aperitivos abundantes, cena generosa, temperatura ideal, casi fresca, mientras Madrid será la sartén que dejé. Hemos tenido un día maravilloso de sol sin calor. Sigue sorprendiéndome que, con varios cientos de invitados, la organización sea perfecta.



  

 

   Al día siguiente me traslado con mi amiga Esther Gómez Vidal a su casa. La conocí muy jovencilla cuando cursaba la carrera en el Colegio Mayor Santa Mónica y admití como colegial en el mío a su hermano Juan Ramón. La familia vive muy cerca, en una finca extensa plena de variados árboles y frutos, vegetales y tonos verdes llenos de matices. Una enciclopedia del mundo vegetal. Parece que estamos en Suiza. Los padres son gente tan maravillosa que me hacen comprender la calidad de sus hijos. Estas personas trabajadoras resultan admirables, toda su vida en función de dar a sus criaturas una educación excelente, una formación académica adecuada y sólida. Plantaron dos “árboles”, los cuidaron y ahora recogen los frutos. Unos padres que todo el mundo desearía tener. Unos hijos a la medida de ellos mismos. Todos tan cariñosos que dan ganas de quedarse allí. Prometo volver a esta familia, si Dios y el señor Santiago lo permiten, dentro de dos años para las bodas de oro de los progenitores.

 





   Me gusta recorrer las diferentes tierras de España. Pero siento predilección por dos de ellas: Canarias y Galicia, quizá porque ambas son los contrastes mayores con mi tierra manchega. Galicia me enamora en todos sus aspectos, como saben bien quienes me conocen. Ojalá pudiera ir allí con más frecuencia. Cuando, hace muchos años, leí El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez, me intrigó saber que existía una tierra donde seres humanos, animales y vegetales, pudieran convivir en armonía con sus vidas, sus lenguajes y en vecindad de la Santa Compaña. Más tarde, la obra de Álvaro Cunqueiro me deslumbró. Tengo sus obras completas. Un país que puede producir tal portento de autor, merece la pena ser visitado y querido. Naturalmente, los libros de otros escritores (Valle-Inclán, Cela, Alfredo Conde, Manuel Rivas, Ramón Loureiro, por ceñirme a la narrativa, y muchos más) me convirtieron en admirador de todo lo gallego: su imaginación, sus paisajes, su lengua, su gastronomía, su música, su arte, su gente. La capital, Santiago de Compostela, es una ciudad imprescindible para cualquier español, como Toledo o Sevilla. Por tanto, cuando tengo ocasión de viajar a Galicia voy doblemente contento.
   Y existe otra razón que me inclina a amar a Galicia: es un pueblo que ha conseguido mantenerse diferente al resto de España sin separarse de ella. El gallego es fidelísimo a sus raíces y se llena de "morriña" cuando está lejos de su tierra. Pero, a la vez, se sabe no sólo español, sino ciudadano del mundo. Mientras otras regiones de España, en el pasado, vivían su pobreza con el lamento o (todo lo más) con la emigración al norte español, el gallego y el asturiano se iban a América. Y allí con talento, ingenio, paciencia, tesón, el gallego no sólo vivió y prosperó sino que ganó dinero suficiente para volver rico a su tierra. El "indiano" gallego es un ejemplo de esa tierra de emprendedores sin abandono de sus raíces.

    Nada más pisar el aeropuerto de Barajas, al regreso, ya estoy impregnado de nostalgia.

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