SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

martes, 27 de septiembre de 2016

BUERO SIN ESCENARIO

[Por primera vez alojo en este karavansar un texto que no es mío, sino de Juan Carlos Pérez de la Fuente, el director de escena que llevó al Teatro María Guerrero dos obras emblematicas de Buero Vallejo: LA FUNDACIÓN e HISTORIA DE UNA ESCALERA. Me pareció muy interesante por todo lo que dice. Esto es lo que escribe a petición del diario LA RAZÓN del 27 de septiembre de 2016, con motivo del centenario del nacimiento del escritor]



Es posible, perfectamente posible, -torres más altas han caído- que en el siglo XXI no se diga nada de Antonio Buero Vallejo, ni bueno ni malo. ¡Quién sabe! Yo no lo sé. La verdad es que tampoco me importa demasiado. En este sarcástico barrunto el propio Buero no habla de Buero, habla de España. Lo mismo que hizo siempre. Conocía muy bien la encarnadura de su pueblo: ¡Ay, dulce y cara España, / madrastra de tus hijos verdaderos , / y con piedad extraña / piadosa madre y huésped de extranjeros!, dice Lope de Vega en su Arcadia.

   Pues bien, aquí estamos. El ayer ya es hoy y el siglo XXI campa a sus anchas. No me voy a ir por las ramas, ni es mi estilo poner paños calientes. Como hombre de teatro que soy, me sonrojo y me avergüenzo de celebrar el centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo sin que le dejen hablar desde un escenario. Me parece algo más que una frivolidad. ¿Y quién es el responsable? Sin duda alguna los responsables somos todos. Está muy bien hacer mesas redondas, conferencias, exposiciones y que nuestros jóvenes lean y estudien la obra y la vida de Buero. O que ojeen la wikipedia. Todo vale. ¿Pero es suficiente? Personalmente creo que es muy poco, casi nada. ¿No interesa su teatro? ¿No está de moda? ¿Se ha quedado antiguo? ¿Era mentira aquello que nos enseñaban de que “era el autor dramático más importante de la segunda mitad del siglo XX”?
[Buero Vallejo con Juan Carlos, en el despacho de este como Director del Centro Dramático Nacional. Foto: Chicho]


   Durante los ocho años que dirigí el Centro Dramático Nacional llevé a escena La Fundación e Historia de una escalera. Entre una y otra está todo el corpus dramatúrgico bueriano. Nadie me dijo que lo hiciera. Ni me lo insinuaron. Más bien fue todo lo contrario. Recuerdo la primera vez que Buero vino a verme al Teatro María Guerrero. Traía un gran sobre blanco bajo el brazo. Lo dejó sobre la mesa. Hablamos de lo que se habla siempre, del tiempo y de teatro. No me cabía la menor duda de que el misterioso sobre solo podía contener una obra de teatro. Entonces le dije: “Don Antonio, me va a perdonar mi osadía, no abramos el sobre. Quiero montar La Fundación”. Se quedó estupefacto: “Nunca hubiera imaginado que le iba a interesar ese texto”. Argumenté mi elección: “Usted ha dicho que con La Fundación daba por finalizado todo lo que había querido contar. He reflexionado mucho sobre esta afirmación y no puedo estar más de acuerdo. Además se estrenó en la Dictadura y es fundamental que se conozca en Democracia.”
[Buero Vallejo, la noche del estreno de La Fundación, en el Teatro María Guerrero. Foto: Beatriz Olalde]


   Meses más tarde levantábamos el telón en el Teatro Campoamor de Oviedo. Giró mucho, llegó al María Guerrero -aquel estreno ya está en la historia- e incluso se representó en el Teatro Cervantes de Buenos Aires. Después vino Historia de una escalera, tal como él lo había soñado, aunque ya no estaba con nosotros para disfrutarlo. Dos años de gira y cuatro meses en Madrid.

   Fui testigo privilegiado de cómo el público recibía sus textos. Le habían hecho suyo, era “el autor”. Y cada tarde salían conmocionados después de la representación. Pero ha pasado el tiempo… 
[Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, con Buero Vallejo y los equipos artísticos y técnicos en la noche del estreno de La Fundación. Foto Dalda. Casa Real]


   ¿Tenía razón Buero en su premonición? No nos olvidemos que estamos en España. La que no perdona, la que olvida, “la madrastra”. El que esto escribe apostó y sigue apostando por la autoría española. Ahí están Buero, Aub, Jardiel, Nieva, Arrabal, Sastre, Calderón, Cervantes. ¿Será un delito? ¿Te convierte esto en sospechoso de algo? Posiblemente si, posiblemente esté equivocado, teniendo en cuenta que soy un director masacrado y en paro. Dirigir un teatro público en España y defender el teatro español debería ser una misma cosa, sin que ello signifique atrincherarnos dentro de nuestras fronteras.

   Pero estamos celebrando su Centenario, aunque si no digo esto, reviento. Creo que hablar claro es el mejor homenaje que puedo hacerle a quien fue y seguirá siendo la conciencia crítica de este pueblo.

Juan Carlos Pérez de la Fuente
Director y productor de escena


viernes, 23 de septiembre de 2016

"INCENDIOS", DE WAJDI MOUAWAD

Wajdi Mouawad es escritor, director y actor de teatro canadiense nacido en una familia libanesa cristiano-maronita. Actualmente dirige el Teatro de la Colina en París. Su obra Incendios ha sido traducida y representada en varios países y sus dos estrenos en Madrid, el primero bajo la batuta de su propio autor (Teatro Español, 2008) y el segundo a las órdenes de Mario Gas, con tan rotundo éxito, que se agotaron las entradas en un sanntiamén y me vi con dificultades para poder verla pocos días antes de retirarla del Teatro de La Abadía.
   Incendios es un puñetazo en la boca del estómago, un calambrazo en el corazón, un aldabonazo en la conciencia de cualquier bien nacido ante el conflicto que se representa: la historia de una refugiada más y un ser humano del que llegamos a quedar prendidos. La historia de la persona, con sus traumas insalvables y la de una descendencia que sufrirá, con efecto retardado, consecuencias heredadas sin quererlo. Unos nudos que habrán de ir desatando para comprender quiénes son y por qué. A ver esta tragedia del siglo XXI, que nos trae a la memoria las de Sófocles por más de un motivo, yo obligaría a todos los "grandes" de la tierra: gobernantes, políticos, magnantes y mangantes del planeta.

   A la muerte de Nawal, el notario lee el testamento a sus dos hijos gemelos, Simón (boxeador aficionado) y Jeanne (profesora de matemáticas), donde les urge a buscar a su padre y a su hermano, cuya identidad del primero ignoraban y existencia del segundo desconocían. La muchacha, acompañada del notario y albacea Hermile Lebel, marcha al oriente europeo para cumplir el mandato aunque ni ella ni su hermano amaran y trataran a esa madre que guardó silencio sepulcral sin apenas comunicación con ellos. Como únicas pistas, una chaqueta con el número 72, un cuaderno rojo y dos sobres que habrán de entregar a los buscados. La obra consiste en la escenificación, a veces simultánea y con saltos temporales, de los diferentes momentos de la vida de Nawal: desde su juventud (cuando instada por su abuela aprendió a leer) hasta los episodios más tremendos en la búsqueda de su amor de juventud, Wahab, acompañada de su amiga Sawda, la muchacha que se empeña en seguirla con tal de aprender a leer, a cambio de enseñarla a cantar, como tabla de salvación ante el mundo horrendo en el que ellas viven. "Qué mundo es este en el que los objetos tienen más posibilidades de sobrevivir que nosotros mismos", comenta Sawda. Durante las tres horas que dura el espectáculo van sucediendo las escenas en un caleidoscopio: las corresponientes a Nawal y a las de sus dos hijos herederos. Poco a poco, Jeanne irá descubriendo la trágica historia de su madre, al mismo tiempo que el espectador. Un descubrimiento que deviene en "catarsis" para los hijos y para el público en el sentido clásico de la palabra. Al final, todos comprendemos la frase: "La infancia es un cuchillo clavado en la garganta. No se lo arranca uno fácilmente, sólo las palabras tienen el poder de arrancarlo", emblemática de la búsqueda que representa la obra pero también de la salvación.

   La sala de La Abadía, abarrotada, seguía con atención y silencio absoluto el espectáculo hasta que al final, ante la estampa del grupo aguantando bajo un plástico el chaparrón de la Historia, un público sobrecogido se puso en pie como un solo hombre, prorrumpiendo en incesantes aplausos y "bravos". A la obra, a los actores, al equipo.
   Incendios ha sido dirigida por Mario Gas en un espectáculo austero de escenografía, sostenido por proyecciones sobre un muro de puerta practicable, un mobiliario mínimo y unos efectos sonoros, todos ellos muy eficaces. El desarrollo del "tempo" en la primera parte y la solución de alguna escena no me convencieron. Pero en general, la dirección me pareció correcta. Del reparto, en mi opinión las mujeres destacan más que los hombres, salvando la excepción de Ramón Barea, magnífico, sólido y poliédrico actor en todos los papeles que interpreta dentro de la obra. Ellas están perfectas: Carlota Olcina, Laia Marull, Lucía Barrado. Y, por encima de todos, una Nuria Espert memorable en sus monólogos, que me recordó a la gran actriz que puede ser, como lo fue en otras interpretaciones, de las cuales destaco La violación de Lucrecia, el desgarrador poema de Shakespeare interpretado por ella sola en la escena, y que pude ver en Matadero.
   No dudo en considerar a Incendios una obra maestra de la tragedia contemporánea, cuyo texto haré por leer y cuya función reconcilia a uno con la cartelera. Los millones de refugiados que sobrevivieron físicamente a las guerras, de algún modo, todos ellos están contenidos aquí, mutilados físicos y tullidos psíquicos que nos interrogan. Sólo pensar en la tragedia de cada uno de los que siguieron vivos con sus mochilas de violencias, sufrimientos y pérdidas padecidos, pone el pelo de punta y el corazón en un puño.