SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

martes, 1 de agosto de 2017

RAGAZZI



Me inicié en el amor a Italia con el cine: aquellas películas primeras en blanco y negro con Sofía Loren, Marcello Mastroiani, Alberto Sordi, Claudia Cardinale, Vittorio Gassman, Giulietta Masina, Mónica Vitti, Silvana Mangano y tantos otros que me fascinaban compartiendo sus pasiones, sus celos, sus conflictos familiares, su sentido social, su valor guerrero, su hedonismo, sus películas de romanos y hasta encarnando mitos greco latinos. En mis oídos aún resuenan las tarantelas,  las bandas sonoras y aquella escena de Sofía Loren en La chica del río bailando un mambo que hacía hervir las hormonas de los jóvenes espectadores.  Luego comencé a distinguir a los directores: De Sica, Rossellini, Antonioni, Visconti, Pasolini, Fellini, Scola, Risi, Zeffirelli, Bertolucci, Benigni… pero también se grabaron en mi memoria películas de firmas no italianas que se desarrollaban en este país: Vacaciones en Roma, La primavera romana de la señora Stone, Una habitación con vistas… por mencionar solo tres.

   La literatura italiana también ha llenado mis horas de lectura: desde Dante, Boccaccio y Guido Cavalcanti hasta Alessandro Baricco, muchos autores de teatro aplaudidos: Pirandello, Ugo Betti, Diego Fabri, De Filippo, Dario Fo, etc.
   Pero varias cosas me llamaban la atención en el cine: sus “mammas” siempre respetadas y obedecidas, sus niños pícaros, sus adolescentes y jóvenes inquietos, vivaces, enamoradizos y apasionados, amantes de la vida y sus placeres que aprendieron más en los billares, gimnasios, tugurios y cafetines que en las escuelas, muchos de ellos emigrantes desde un pueblo siciliano o calabrés.
Esos muchachos de belleza tosca, asequibles a cualquier propuesta que Pasolini y Visconti tanto conocieron. El mío fue un amor constante al séptimo arte cuando Paulino, el maquinista de mi pueblo, me regalaba trozos de celuloide, casi como vimos en Cinema Paradiso. Y, finalmente las motos Vespa. ¿Quién no recuerda a la “princesa” Audrey Hepburn, abrazada a la cintura de Gregory Peck, recorriendo de incógnito las calles de Roma sobre una de ellas?

   La Vespa parece perseguirme. Cuando en el invierno pasado visité la exposición de fotos de María José Valle, con una serie espléndida sobre la Toscana, me hechizó una calle con una Vespa roja aparcada. Y no me resisto a incluirla con el permiso de su autora. Este año, durante la Feria del Libro, una amiga versada en “lo último” me aconsejó Vidas erráticas, de Gianni Celati, autor muy conocido y premiado en Italia pero desconocido para mí. Su nacionalidad y la portada donde unas bellas muchachas aparecen cada una en su moto Vespa, me animó y lo compré.


   La obra se compone de tres narraciones breves cuyos protagonistas están entrelazados, a la manera que Visconti trató a Rocco y sus hermanos en inolvidable película. Si aquí son hermanos de sangre, en el libro de Celati pertenecen a la misma pandilla juvenil, incluido el narrador, quien, en primera persona, realiza un ejercicio de memoria, a veces difusa, para evocar a personajes y sucesos: “Ahora que está viniendo a la memoria”, “Luego vienen sus amigos, entre ellos el que suscribe”, “Conozco la historia de Zoffi de cabo a rabo”, “Pero me viene a las mientes”, “Me parece que también era un poco cojo, pero no puedo asegurarlo”… Dicho narrador se convierte en notario y guía del recorrido literario tal que en Amarcord (“Yo me acuerdo”), la bellísima película oscarizada de Fellini. Celati nos lleva de la mano por barrios, arrabales, casas, familias... No una, como vimos en la obra de Ettore Scola, titulada precisamente La familia (1987), sino varias más o menos relacionadas con los protagonistas.


   Durante la lectura nos vamos familiarizando con el esmirriado y distraído Pucci, sin aplicarse en los estudios como le aconseja su madre (viuda arrogante, rubia altanera de faldas ceñidas y  generoso escote) fracasado en sus intentos de conquistar a la hija del ingeniero Veratti. Su amigo el gordo y tosco Bordignoni, aprendiz de mecánico y obsesionado en lograr una mujer de carnes prietas aunque nunca tuvo suerte con las mujeres. Adelmo Zoffi, el muchacho serio, hipersensible y pesimista, filósofo de vocación, al frente del estanco que cae sobre sus hombros tras la muerte del padre y a quien su prima, la fresca Urania, casada, no logra seducir en el último momento, a pesar de que él la ama con locura. Descubrimos al experto tahúr Scagliarini asistente a la escuela tras una noche de timbas.  Conocemos a Malaguti, el bello joven que rentabiliza su atractivo en tratos con un viejo adinerado pero que también es capaz de defender en público ideas renovadoras de la novela. Otros personajes terminan siéndonos familiares: el campesino Musetto, el profesor Amos, bebedor itinerante de los bares, ex boxeadores, camaradas del partido. Tritone, el novelista reputadísimo, prolífico autor de novelas históricas, de figura física imponente, quien, no obstante, se sentía tímido y acobardado frente a su madre. Siempre las mammas. Tritone vive un enredo con la joven Rosana, quien, a su vez, bebe los vientos por el profesor Luciani. Ella servirá de modelo desnuda a Frangipane, pintor falsario que estafa vendiendo cuadros suyos como obras de un pintor que había vivido en París.


   Nos llegan a ser familiares los espacios: la escuela, los domicilios, las avenidas de la ronda donde algunas mujeres hacen la calle, todo el deteriorado barrio Carroze, muy diferente al próspero barrio Comboni, con abundantes villas en una de las cuales vive el abogado Annoiati, el cine (¡cómo no!) en cuyo gallinero los chavales disfrutan películas junto con hombres adultos en busca de chicos a los que seducir en los lavabos; los reservados del  Café Nacional, con sus estucos y dorados, donde la pandilla discute a veces sobre temas más o menos profundos con el profesor Amos, el estanco de Zoffi donde acuden a charlotear de fútbol y política “los viejos del barrio y cuyos ojos no dudaban lo más mínimo en posarse sobre el trasero de la señora Juno, que ella, al pasar, meneaba vigorosamente, como haciéndoles una caridad a los jubilados”; el Círculo de Cultura, la Academia del Billar, sitio ideal para tipos patibularios y tantos otros que, en las magras 129 páginas nos acercan a esa ciudad provinciana, quizá trasunto de Ferrara.
   Vidas erráticas consiste en una serie de ejercicios narrativos (así lo confiesa su autor al final), un tríptico que obtuvo en 2006 uno de los premios más importantes de Italia: el Viareggio. Y no sorprende. Es un hermoso ejemplo de taller de la memoria acerca de personajes que acuden al reclamo del narrador como fantasmas del ayer: “Me gustaría saber dónde han ido a parar todos ellos, y si hemos existido de verdad, si es ésta realmente la vida. O bien es todo un error, sólo destellos, escalofríos, no se sabe”.