Para Mari Ángeles, mi hada en Ginebra.
Para
Andrés, mi embajador en Hollywood
Los títulos de crédito aparecen impresos sobre imágenes de
unos jóvenes trepando por el bastidor o parte trasera del inmenso rótulo sobre la colina Mount Lie, del
archifamoso distrito de Los Ángeles, imágenes del tema central: el fatigoso
intento de alcanzar la fama en el cine. No vemos el rótulo de frente, sino su armazón, la parte oculta al público. Esa ascensión es idéntica a la que, el 16 de septiembre de 1932, realizó Peg Entwistle, una joven actriz británica que se suicidó lanzándose desde lo alto de la letra H apenas un mes antes de que se estrenara la primera película en la que había obtenido un pequeño papel.

Aunque José López Rubio era muy discreto y jamás comentaba
intimidades o hechos morbosos de sus amigos y conocidos, sí me describió varias
veces el ambiente que encontró a su llegada allí en 1930 hasta 1940, año en que
volvió definitivamente a España. Los estudios eran una ciudad de cartón piedra,
no solo por los muchos decorados que parecían reales sino por numerosas vidas,
cuya fachada no se correspondía, después, con el comportamiento privado.
Elegido lugar para convertirse en Meca del Cine (como se le llegó
a llamar), por sus muchas horas de sol que permitían iluminar los rodajes con más
tiempo de luz natural, también Hollywood fue el destino ansiosamente buscado
por miles y miles de jóvenes deseosos de entrar en esa “glamourosa” profesión
del cine. Chicos y chicas guapísimos acudieron desde todos los Estados de la
Unión (también del extranjero), con la pretensión de convertirse en actores,
guionistas, técnicos, tal vez directores. Mientras llegaba el golpe de suerte
para comenzar apareciendo como “extra”, como figurante, en algún rodaje, esas
bellezas juveniles se colocaban como camareros de restaurantes y bares,
empleados de gasolineras, taxistas… con poco dinero en el bolsillo y muchas
horas de gimnasio.

Con la llegada del cine sonoro, importantes estrellas vieron
arrinconadas sus carreras porque su voz carecía de las condiciones mínimas. Ya
no bastaba ser guapo o guapa según los nuevos cánones: había que tener una voz
y una pronunciación adecuadas. Se va imponiendo un estilo interpretativo más
naturalista, abandonando los gestos ampulosos y declamatorios excesivos del
cine mudo. Por tanto, muchos actores y actrices pasaron al olvido, sobreviviendo
en una existencia más o menos digna, aunque otros, los más ricos y previsores,
siguieron con un ritmo de vida similar, casi siempre en sus lujosas mansiones y
gastando la fortuna acumulada antes. Estas estrellas derribadas de sus
pedestales llevaban muy mal el olvido del público, que ya aplaudía a nombres,
rostros y cuerpos deslumbrantes más jóvenes. Cientos de películas han tratado
este período. Baste nombrar el mítico título de Sunset Boulevard (1950, donde Billy Wilder dirigió a Gloria Swanson
interpretándose a sí misma. Igualmente, miles de libros han retratado este
período en obras generales y biografías individuales.

La fama tenía un precio: llevar una vida pública impoluta. A
ser posible, conservando la soltería. El matrimonio, salvo cuando era por amor
verdadero, también servía para tapar dobles vidas, conductas sexuales
escondidas en un baúl dentro de un armario bajo siete llaves. Cualquier hecho
delictivo (y la prostitución lo era para los dos sexos), por pequeño que fuera,
podía manchar o hundir una carrera, como le sucedió a Fatty Arbuckle, actor
cómico del cine mudo, internacionalmente conocido en los primeros veinte años
del siglo XX (ganaba un millón de dólares al año), mentor de Charles Chaplin y
descubridor de Buster Keaton y Bob Hope. Se vio implicado en la muerte de una
chica que había acudido con varias amigas a la habitación de un hotel,
contratadas por el actor y dos amigos suyos. Tras dos juicios nulos, fue
declarado no culpable pero su carrera quedó destruida.
Por recomendar un solo libro, mencionaré la amena novela histórica
Un reparto de asesinos, de Stanley D.
Kirkpatrick, en la que el director King Vidor, ya alejado de los estudios de
cine, se dedicó a investigar un turbio episodio del Hollywood de antaño: el
asesinato, en 1922, del realizador William Desmond Taylor, que causó un gran
escándalo en su día y quedó sin resolver. La pesquisa de Vidor, inicialmente
encaminada a un proyecto fílmico, fue archivada por el cineasta, precisamente
porque le llevó a la virtual resolución del caso, que implicaba a personas aún
vivas entonces. Basándose en el material que Vidor archivó, Kirkpatrick
reconstruye esta increíble investigación, que nos depara una fascinante
peripecia detectivesca y un atisbo de una sociedad turbulenta y corrupta, en la
que la droga, la homosexualidad y el crimen constituyen el sustrato oculto de
la deslumbrante edad dorada del cine mudo.

La segregación racial fue formalmente prohibida en Estados
Unidos hacia la mitad del siglo XX y pasó algún tiempo en que las personas de ascendencia
asiática o africana (es decir, de piel negra), fueran aceptadas en las mismas
condiciones que americanos de origen europeo, o sea, blancos, si no era como
sirvientes en las mansiones. En el Hollywood de los poderosos, se podía admirar
y aplaudir a un artista de color si tocaba un instrumento (Louis Armstrong es
el prototipo), pero el caso de Josephine Baker, bailarina, cantante y actriz,
la primera vedette negra
internacionalmente aplaudida, es una excepción. Sin olvidar que, siendo
americana, su fama comenzó en Francia. Los actores de color, por muy buenos que
fueran, podían aspirar como máximo a papeles muy secundarios. Casi los mismos
que los oficios desarrollados en la vida real.
La miniserie norteamericana HOLLYWOOD (2020), que se ambienta
en los años 40, se compone de siete episodios y ahora puede verse en la
plataforma Netflix. Cada uno de los personajes ofrece una visión subjetiva de
lo que hay detrás del sonoro y magnético nombre de Hollywood. Un camino
personal de ascenso a la fama, muy bien representado desde los títulos de
crédito repetidos en todos los episodios: escalada hacia la cumbre de las
letras gigantes, superando pruebas injustas y prejuicios sobre la sexualidad o
el racismo. En la serie, los personajes ficticios conviven con personajes
reales de esos años.
El reparto está compuesto por:
David Corenswet como Jack Castello, guapo joven veterano de
guerra, casado con Henrietta. Es un chico que apenas logra ser contratado como
extra y que se gana la vida en una gasolinera no vendiendo gasolina sino su
propio cuerpo. Gracias a ello se irá abriendo camino en el cine pero
naufragando en su matrimonio. Jack Castello fue el nombre artístico que tomó el
actor español Jesús Movellán Varela quien, primero, trabajó en México y en
Hollywood como mecánico de coches hasta lograr un puesto en el cine. No consta
que su fama la alcanzara por compartir intimidades con poderosos. Su
interpretación me pareció fría, tal vez demasiado académica.
Darren Criss como Raymond Ainsley, da vida al papel de un
joven director de cine que está persiguiendo el sueño de dirigir su primera
película buscando ser reconocido por su talento y así poner en alto sus raíces.
Laura Harrier como Camille Washington, la actriz de color que
luchará contra los estereotipos de los papeles que recibían las mujeres
afroamericanas para convertirse en una estrella. Y conseguirá protagonizar la
película Meg, dirigida por Ainsley,
que es su pareja. Ambos son personajes ficticios. Ella da a su papel todo el
encanto de su mirada y su sonrisa.
Joe Mantello como Richard "Dick" Samuels es un alto
ejecutivo en Ace Studios y el responsable por dar luz verde a proyectos. Dick
tiene un secreto que lo ha consumido durante toda su vida. Este personaje,
creación imaginaria del guionista, es interpretado por Joe Mantello de una
forma convincente.
Algo tiene de verídico el papel de Ernest ("Ernie")
West, encarnado por Dylan McDermott. Existió Scotty Bowers, quien tenía un
negocio similar al de Ernie, un burdel de chicos, disfrazado de gasolinera.
Jake Picking, en su papel de Rock Hudson, está muy lejos de
la apostura y la elegancia del mítico actor, quien medía 1,90, poseía un cuerpo
atlético, guapo, distinguido y que encandilaba a hombres y mujeres. Piking, a
su lado, es un cachas inexpresivo con aire de paleto simplón. En este personaje
tiene la serie uno de sus fallos, tratándose de Hudson, actor cuya vida fue discreta
en su homosexualidad, aunque corrían muchos rumores sobre esto. Para acallar tales
cotilleos, su agente hizo que Hudson se casara con su secretaria, matrimonio
que duró dos años. Su homosexualidad se hizo pública al contraer el SIDA y
fallecer como su consecuencia. Fue una noticia bomba. Es inimaginable que
conviviera con un novio (de color, además), y sobre todo, que lo llevara tomado
de la mano a una gala de los Oscar.

Jeremy Pope, como Archie Coleman, da vida a otro personaje
ficticio: el muchacho de color, guapo, cariñoso, joven escritor que está
decidido a triunfar en Hollywood y sabe a lo que se tiene que enfrentar siendo
afroamericano y gay. Dejará de prostituirse en la gasolinera al enamorarse de
Rock Hudson y será el autor del guión de la película objeto de la serie. Su
interpretación es convincente, con muchos matices expresivos.
Holland Taylor es Ellen Kincaid, personaje ficticio: es una
ejecutiva del estudio de cine, conocida por tomar riesgos con actores jóvenes.
Es fácil tomarle cariño.
Samara Weaving, como la rubia Claire Woodes, hija del propietario
de los estudios, logrará demostrar que vale para interpretar películas. Su vestuario está inspirado en el de Marilyn Monroe. No es
un personaje histórico.
En cambio, sí existió Henry Willson, despiadado agente
artístico que lanzó a muchos actores masculinos, tras encuentros íntimos con
ellos. Fue quien descubrió a Rock Hudson. Lo encarna Jim Parsons, dándole toda
la dureza, astucia y frialdad que tenía el verdadero personaje.
Uno de mis personajes preferidos fue Avis Amberg: ex actriz,
esposa de Ace Amberg, dueño de Ace Studios, donde se desarrolla la mayor parte
de la serie. Ella tendrá que tomar grandes decisiones para cambiar el rumbo del
cine cuando las circunstancias familiares la ponen al frente de ellos. Y esas
decisiones serán las opuestas a las que tomaba su marido pero que ella,
valientemente decide cambiar. El futuro le dará la razón. Su dureza aparente
esconde un corazón lleno de ternura y generosidad. Este personaje es interpretado
por Patti LuPone. Sus diálogos, sus respuestas, no tienen desperdicio.

Real como la vida misma es el personaje de Anna Mae Wong,
estadounidense, hija y nieta de chinos, nacida en una humilde familia del
barrio chino de Los Ángeles. Poco a poco ascendió hasta protagonizar la primera
película de la Historia en Technicolor, la primera actriz asiática en
conseguirlo. Sin embargo, por su origen racial fue relegada después a papeles
secundarios. Considerada como una de las mujeres mejor vestidas del cine, fue
famosa por su belleza y por tener, para muchos críticos, las manos más bonitas
de la pantalla. Le da vida en la serie la actriz Michelle Krusiec.

La primera mujer negra en ganar un Oscar fue la actriz Hattie
McDaniel por su inolvidable interpretación de la gruesa y entrañable Mamie de Lo que el viento se llevó. Queen Latifah
encarna a este personaje real. En justicia, habrá que matizar una escena de la
serie: Hattie McDaniel sí fue invitada a los Oscar. No pudo sentarse en la
misma mesa que el resto del reparto, pero presenció la ceremonia desde la misma
sala y subió al escenario a recoger su estatuilla.
Otros actores encarnan a figuras reales del cine: George
Cukor y sus exclusivas fiestas con mozos asequibles (la escena de la serie se rodó en una piscina en el mes de noviembre, con un frío espantoso); Eleanor Roosevelt, esposa
del presidente, apoyando el proyecto de la película en conflicto; Noel Coward,
célebre escritor inglés, también homosexual; Vivien Leigh, toda una estrella,
Robert Montgomery, Rosalind Rusell, Susan Hayward, etc.
La crítica recibió con reticencias la serie, aunque alcanzara
algunos premios y galardones. Tal vez por lo escabroso del desarrollo en estos
tiempos neo-puritanos. Es cierto que el ambiente es superficial, que el guión y
las interpretaciones contienen altibajos pero se salva en conjunto por su
espléndida ambientación llena de elegancia y refinamiento. Es una mezcla
fascinante de historias basadas en personajes reales y ficción, una mirada
escabrosa a los prejuicios raciales, la corrupción económica y el comercio
sexual de la industria cinematográfica. La serie hace pasar ratos entretenidos.