sábado, 17 de diciembre de 2022

LA NAVIDAD DEL ANCIANO ENFERMO

 Por ser Nochebuena, la cena fue especial: crema de mariscos, solomillo triturado para los que tienen problema de dentadura, manzana asada, dos figuritas de mazapán, una barrita de turrón y un vaso de cerveza o de sidra sin alcohol. Enfermeras y auxiliares se tocaban con gorritos rojos de Papá Noel. Un empleado de mantenimiento pasó después, vestido de Santa Claus, repartiendo bolsitas de regalo: agenda de bolsillo para el año entrante y bolígrafo con el nombre del hospital. Llevaba colgado al cuello un diminuto aparato musical con el villancico “El tamborilero”, en la voz de Raphael. 



   Luego se hizo el silencio en habitaciones y pasillos y él pensaba en su hija, casada y muy lejos en Argentina. También en su hijo, su nuera y sus nietos, que pasaban la velada en casa de los padres de ella. Para Nochevieja tenían previsto ir a esquiar al Pirineo, más que nada por los niños. Sus únicas visitas, por tanto, serían las programadas de sanitarios: tensión, temperatura, extracción de sangre para análisis… Si al menos le hubieran dado el alta, pasaría estas fechas con sus amigos y compañeros de la residencia para echar alguna partidita al dominó o al parchís, y comentar las noticias de la tele. “Vuelve a casa, vuelve, por Navidad…” cantaba un anuncio de turrones. Él no volvería a ninguna parte. Ya no tenía casa y la residencia a donde lo llevaron sus hijos era muy buena, pero solo una sala de espera para el tren del otro barrio.

 


   Con la habitación en penumbra, le dio por recordar las Misa del Gallo de su infancia, con la iglesia casi a oscuras pero iluminándose de pronto cuando don Julio, el párroco, entonaba con voz atronadora aquello de “Gloria in excelsis Deo”, que proclamaba el nacimiento del Salvador. 



   La puerta de la habitación se abrió lentamente y la luz del pasillo le permitió ver que entraba un joven de punta en blanco. No reconocía en él a ninguno de los doctores ni enfermeros ni auxiliares ni celadores pero no sintió temor alguno. Tampoco vestía la bata blanca habitual en todos ellos sino una túnica, muy blanca, larga y luminosa. El cabello le llegaba a los hombros. Sin la mascarilla preceptiva vio su barba y, sobre ella, una mirada muy dulce. Su cara le resultaba familiar pero no recordaba dónde la había visto. No dijo nada. Se acercó, se sentó en la cama a su lado y le tomó las manos infundiéndole calor, compañía, afecto. Entonces, se fue quedando dormido plácidamente. Como si nunca más quisiera volver a despertarse. 



 

3 comentarios:

  1. ... Pero el anciano volvió a despertarse. Y todos los dinosaurios estaban allí, junto a èl, a los pies de su cama. Entonces se alegró inmensamente de regresar a la prehistoria. El lugar que con tanto esmero dirigía el sanitario de la túnica blanca, larga y luminosa.

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