
El montaje,
sin ser nada del otro mundo, resulta aceptable en su escenografía, su vestuario,
su “atrezzo”, sus músicas. Donde más se sostiene es en el trabajo de los
actores: con Fernando Albizu (un Fernando VII convincente en su físico y en su
caricatura), Balbino Lacosta, versátil en cuatro papeles (sus escenas como
reina María Luisa resultan eficaces) y todos ellos bajo la batuta de Juan Ramos
Toro, director que habrá debido lidiar lo suyo con este encargo. Unos y otros
cumplen sus cometidos de forma notable.
Al final de la
función, la compañía saludó a un público heterogéneo y predispuesto al aplauso.
Salió el autor, agradeció efusivamente a Natalio Grueso que haya hecho realidad
su sueño de estrenar en el Español y dejara programada la obra antes de su salida
del cargo y reivindicó que este teatro municipal, como era tradición según él,
sólo debía estrenar a autores españoles vivos. Lo cual es incierto. El Teatro
Español siempre ha representado obras señeras del teatro nacional y extranjero
(Shakespeare, Moliérè, Zorrilla, García Lorca, Jardiel Poncela... por citar algunos). Como institución
sufragada con dinero público, ha de seleccionar muy mucho su programación.
Obras como la del señor Ramírez de Haro son propias de otro tipo de espacio: el
teatro privado y alternativo. Y al elegir esta obra para programarla, el señor
Natalio Grueso ha negado la oportunidad a otros jóvenes y buenos autores
españoles.
El señor
Ramírez de Haro es un hombre muy cultivado, marqués y diplomático de carrera,
que goza de una formación elitista y una situación económica desahogada. Ambas
le permiten exhibir actitudes provocadoras, de las que retan para obtener si no
un beneficio económico, sí la notoriedad del “escándalo”. Se vio en su obra ME CAGO EN DIOS, título anunciado en su
propia web como “comedia divertida alrededor del estreñimiento, la educación y
la experiencia religiosa. Escatología en el doble sentido del término:
excrementos y ultratumba”. Creó polémica quien entonces era
cónsul cultural de España en Nueva York. Un comportamiento sorprendente en un
funcionario del Estado. El señor Ramírez de Haro es marqués por gracia de la
Reina María Cristina, viuda de Alfonso XII, abuelo del monarca ahora
escarnecido. El señor Ramírez de Haro se ha quejado pública y amargamente de
que ni el gobierno socialista ni el del PP lo hayan nombrado embajador. Y a
raíz de declararse víctima de la Inquisición (comentario que saltó a la primera
página en el diario de mayor circulación de Serbia), el ministro de Asuntos
Exteriores, su superior, lo cesó en el cargo de “número dos” en la embajada de
Belgrado. Se tiene por un mártir. Es lo que tiene vivir en una democracia: que
en ella caben las opiniones más peregrinas y extravagantes. De los autores, pero
también de los espectadores con idénticdo derecho. Nuestras tragaderas ya están hechas a las ruedas de molino.