La Fiesta de Clausura de Curso en un Colegio Mayor suele ser el momento más solemne del año académico porque en su acto protocolario se imponen las becas, esas bandas en forma de uve sobre el pecho que cuelgan por la espalda desde los hombros. También se entregan distintivos simbólicos a quienes terminan sus carreras, o se premia a quienes han destacado por su participación en la vida colegial o han ganado diferentes concursos. Es el día de recibir y agasajar a los padres de quienes nos confiaron hace años a sus hijos para que les acompañáramos en su devenir universitario lejos de casa. El 24 de abril vivimos una noche mágica en el Colegio Mayor Elías Ahúja. La víspera, un grupo de universitarios terminó de preparar todo en el escenario, el teatro, el Colegio, para que resultara impecable la organización, el protocolo, el ritmo y el tiempo. Hace cuatro años decidimos cambiar la “pesada” conferencia por un breve espectáculo que resultara adecuado por su elegancia y originalidad. Para este año se eligió un poema escrito en 1939, en Cuba, por José López Rubio. Se titula Son triste, y cuenta en estilo entre popular y surrealista el suicidio de una muchacha negra que decide quemarse “a lo bonzo” porque nadie la miraba. Es una elegía no exenta de humor, escepticismo y humanidad profundos. Poema carioca con ritmo de salsa, lleno de ternura. Para interpretarlo, asumió la dirección nada menos que Juan Carlos Pérez de la Fuente, quien seleccionó a 14 jóvenes universitarios, absolutamente inexpertos en teatro y en recitación. Tras muchas horas de ensayo, logró que el conjunto pudiera armonizar voces, movimientos, gestos en una exhibición dramatizada a juego con un vestuario, unas luces y una escenografía muy originales y eficaces. Entraban en fila desde el patio de butacas, se comenzaba con la canción “El manisero”, se seguía en el escenario jugando con los papeles del texto. Unas veces era diálogo de solista con coro. Otras, todos conjuntados en sus cuerpos o musitando a boca cerrada una canción. Daba gusto ver a esos muchachos haciendo gestos de picardía, con cierto aire canalla pero siempre dentro de gran elegancia y ritmo. Los expertos en teatro (entre ellos el Director General del INAEM, el famoso figurinista Javier Artiñano, el autor Pedro Víllora, actores, profesores…), los propios padres de los muchachos, los mismos compañeros, no podían explicarse esa perfecta mecánica sin ningún apuntador o batuta. La juventud no es sólo la que se embriaga sin ton ni son. Cuando los jóvenes encuentran una brújula, una orientación, son capaces de sorprendernos leyendo o interpretando cosas que nosotros mismos, con larga experiencia, difícilmente haríamos. Fue una noche mágica e irrepetible. El teatro es así: comienza y acaba. Ninguna función (en este caso era la única función) es idéntica a la del día anterior. El teatro nace y muere cada vez que se interpreta. Como una ola del mar, nace, se eleva, y rompe en la playa.
SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.
jueves, 29 de abril de 2010
NOCHE MÁGICA
La Fiesta de Clausura de Curso en un Colegio Mayor suele ser el momento más solemne del año académico porque en su acto protocolario se imponen las becas, esas bandas en forma de uve sobre el pecho que cuelgan por la espalda desde los hombros. También se entregan distintivos simbólicos a quienes terminan sus carreras, o se premia a quienes han destacado por su participación en la vida colegial o han ganado diferentes concursos. Es el día de recibir y agasajar a los padres de quienes nos confiaron hace años a sus hijos para que les acompañáramos en su devenir universitario lejos de casa. El 24 de abril vivimos una noche mágica en el Colegio Mayor Elías Ahúja. La víspera, un grupo de universitarios terminó de preparar todo en el escenario, el teatro, el Colegio, para que resultara impecable la organización, el protocolo, el ritmo y el tiempo. Hace cuatro años decidimos cambiar la “pesada” conferencia por un breve espectáculo que resultara adecuado por su elegancia y originalidad. Para este año se eligió un poema escrito en 1939, en Cuba, por José López Rubio. Se titula Son triste, y cuenta en estilo entre popular y surrealista el suicidio de una muchacha negra que decide quemarse “a lo bonzo” porque nadie la miraba. Es una elegía no exenta de humor, escepticismo y humanidad profundos. Poema carioca con ritmo de salsa, lleno de ternura. Para interpretarlo, asumió la dirección nada menos que Juan Carlos Pérez de la Fuente, quien seleccionó a 14 jóvenes universitarios, absolutamente inexpertos en teatro y en recitación. Tras muchas horas de ensayo, logró que el conjunto pudiera armonizar voces, movimientos, gestos en una exhibición dramatizada a juego con un vestuario, unas luces y una escenografía muy originales y eficaces. Entraban en fila desde el patio de butacas, se comenzaba con la canción “El manisero”, se seguía en el escenario jugando con los papeles del texto. Unas veces era diálogo de solista con coro. Otras, todos conjuntados en sus cuerpos o musitando a boca cerrada una canción. Daba gusto ver a esos muchachos haciendo gestos de picardía, con cierto aire canalla pero siempre dentro de gran elegancia y ritmo. Los expertos en teatro (entre ellos el Director General del INAEM, el famoso figurinista Javier Artiñano, el autor Pedro Víllora, actores, profesores…), los propios padres de los muchachos, los mismos compañeros, no podían explicarse esa perfecta mecánica sin ningún apuntador o batuta. La juventud no es sólo la que se embriaga sin ton ni son. Cuando los jóvenes encuentran una brújula, una orientación, son capaces de sorprendernos leyendo o interpretando cosas que nosotros mismos, con larga experiencia, difícilmente haríamos. Fue una noche mágica e irrepetible. El teatro es así: comienza y acaba. Ninguna función (en este caso era la única función) es idéntica a la del día anterior. El teatro nace y muere cada vez que se interpreta. Como una ola del mar, nace, se eleva, y rompe en la playa.
viernes, 2 de abril de 2010
MI GENTE (VI): BLANCA SENDINO

Se me ocurre que quienes trabajan en un escenario, en un estudio de cine o de televisión, representando obras o series, poseen una personalidad piramidal. En la base está la PERSONA, en el centro, el ACTOR, en la cima, el PERSONAJE. Esas tres capas se interrelacionan, se nutren, y a veces, se vampirizan. El personaje de Calígula, por ejemplo, termina con cada función, pero se nutre de las técnicas del actor, quien, tras bajarse el telón o apagarse la cámara, va a su camerino, se desviste y desmaquilla del papel, para volver a ser Fulanito Pérez. Y queda la persona, que aporta su físico, su carácter, a los dos anteriores. Pero la condición de actor, en ocasiones, fagocita a la persona. Y es entonces cuando aparece el “divismo” del actor: creer que es el ombligo del mundo, porque el público, la crítica, los seguidores, quizá se lo han hecho creer así. Naturalmente, existe el caso del personaje que, de un modo glotón, se come al actor y a la persona. Entonces tiene que aparecer el psiquiatra. Fulanito Pérez cree que es Napoleón.
Conocí en persona, muy tardíamente, a Blanca Sendino, con ocasión de los ensayos de El amor es un potro desbocado (1994), la comedia escrita en colaboración por los dos Luises: el español Escobar y el argentino Saslavsky. Pero mis primeras imágenes de su figura eran aquellas películas en blanco y negro de mi infancia, cuando intepretaba criaditas o mujeres de pueblo o ciudad, en papeles secundarios que bordaba. Mi padre la apreciaba mucho y la nombraba “Blanquita Sendino” (cuando la traté en persona, la llamaba así en recuerdo de mi padre y ella se reía mucho). La pude ver en muchas obras emitidas por TVE en el inolvidable espacio “Estudio 1”, también en varias series. Era una mujer redondita de cara, de tipo, de sonrisa, de gesto, de carácter. Blanca Sendino era de una educación y de una amabilidad extraordinarias. Desde que nos conocimos, nunca me faltó su felicitación navideña, primero escrita y, después, telefónica. Cuando se supo que padecía cáncer, Juan Carlos Pérez de la Fuente, Rosario Calleja y yo fuimos una noche a cenar a su casa, en un chalet cercano al Retiro madrileño, donde vivía con su marido, el también actor Eduardo Moreno-Figueroa solos y rodeados de recuerdos. Pasamos una velada estupenda y la hicimos feliz, que era de lo que se trataba. Desgraciadamente, ya no he vuelto a visitarla, aunque tampoco ella olvidó llamarme y dejarme un mensaje en la pasada Navidad, tres meses antes de su muerte.
Blanca Sendino era una estupenda actriz con un largo historial, cuyos hitos quiero recordar: comenzó en el TEU, estrenando Tres sombreros de copa (1952), función de la que conservaba todos los recuerdos. En 1955 protagonizó La Celestina, que le valió el Premio Internacional de Teatro en Eirlangen (Alemania) y, como decía antes, era asidua en los repartos de “Estudio 1”. La pudimos ver en películas como Marcelino pan y vino o La residencia o como ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Teatro Clásico de Almagro (1974). Trabajó con los más grandes: Lola Membrives, Luis Prendes, Isabel Garcés, Manuel Dicenta, Mari Carmen Prendes, Berta Riaza, María Fernanda D’Ocón, Fernando Delgado, Juanjo Menéndez, José Isbert, Concha Velasco, Fernando Guillén, etc. Yo prefiero recordarla en los días de ensayo de El amor es un potro desbocado, repartiendo cariño y ánimo a sus compañeros: Silvia Marsó, Andoni Ferreño, Víctor Valverde, Ana maría Barbany y Mari Carmen Hurtado, la amiga fiel que venía frecuentemente desde Barcelona a acompañarla. Blanca Sendino, “Blanquita”, era pura sonrisa y bondad. Por eso mismo, una “diva” del teatro español, de una edad cercana a ella, la noche reciente en que le entregaban el enésimo premio por interpretarse a sí misma, cuando le dijeron que había fallecido ese mismo día Blanca Sendino, preguntó: “¿Perdón, quién es Blanca Sendino?”. Las dos son dos caras de la misma moneda: Blanca siguió siendo persona y la “diva” se ha convertido en su propio personaje.
Conocí en persona, muy tardíamente, a Blanca Sendino, con ocasión de los ensayos de El amor es un potro desbocado (1994), la comedia escrita en colaboración por los dos Luises: el español Escobar y el argentino Saslavsky. Pero mis primeras imágenes de su figura eran aquellas películas en blanco y negro de mi infancia, cuando intepretaba criaditas o mujeres de pueblo o ciudad, en papeles secundarios que bordaba. Mi padre la apreciaba mucho y la nombraba “Blanquita Sendino” (cuando la traté en persona, la llamaba así en recuerdo de mi padre y ella se reía mucho). La pude ver en muchas obras emitidas por TVE en el inolvidable espacio “Estudio 1”, también en varias series. Era una mujer redondita de cara, de tipo, de sonrisa, de gesto, de carácter. Blanca Sendino era de una educación y de una amabilidad extraordinarias. Desde que nos conocimos, nunca me faltó su felicitación navideña, primero escrita y, después, telefónica. Cuando se supo que padecía cáncer, Juan Carlos Pérez de la Fuente, Rosario Calleja y yo fuimos una noche a cenar a su casa, en un chalet cercano al Retiro madrileño, donde vivía con su marido, el también actor Eduardo Moreno-Figueroa solos y rodeados de recuerdos. Pasamos una velada estupenda y la hicimos feliz, que era de lo que se trataba. Desgraciadamente, ya no he vuelto a visitarla, aunque tampoco ella olvidó llamarme y dejarme un mensaje en la pasada Navidad, tres meses antes de su muerte.
Blanca Sendino era una estupenda actriz con un largo historial, cuyos hitos quiero recordar: comenzó en el TEU, estrenando Tres sombreros de copa (1952), función de la que conservaba todos los recuerdos. En 1955 protagonizó La Celestina, que le valió el Premio Internacional de Teatro en Eirlangen (Alemania) y, como decía antes, era asidua en los repartos de “Estudio 1”. La pudimos ver en películas como Marcelino pan y vino o La residencia o como ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Teatro Clásico de Almagro (1974). Trabajó con los más grandes: Lola Membrives, Luis Prendes, Isabel Garcés, Manuel Dicenta, Mari Carmen Prendes, Berta Riaza, María Fernanda D’Ocón, Fernando Delgado, Juanjo Menéndez, José Isbert, Concha Velasco, Fernando Guillén, etc. Yo prefiero recordarla en los días de ensayo de El amor es un potro desbocado, repartiendo cariño y ánimo a sus compañeros: Silvia Marsó, Andoni Ferreño, Víctor Valverde, Ana maría Barbany y Mari Carmen Hurtado, la amiga fiel que venía frecuentemente desde Barcelona a acompañarla. Blanca Sendino, “Blanquita”, era pura sonrisa y bondad. Por eso mismo, una “diva” del teatro español, de una edad cercana a ella, la noche reciente en que le entregaban el enésimo premio por interpretarse a sí misma, cuando le dijeron que había fallecido ese mismo día Blanca Sendino, preguntó: “¿Perdón, quién es Blanca Sendino?”. Las dos son dos caras de la misma moneda: Blanca siguió siendo persona y la “diva” se ha convertido en su propio personaje.
sábado, 20 de marzo de 2010
MI GENTE (V): JUAN CARLOS

Cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente supo que Su Majestad el Rey le había concedido la Medalla de Oro de las Bellas Artes, por su trayectoria profesional, primeramente se quedaría patidifuso. Eso de que a alguien lo premien por hacer lo que más le gusta en la vida sería, para él, algo insólito. Después, pensaría en sus padres, en la patrona de su pueblo La Virgen de la Fuentesanta, en sus profesores del internado de los escolapios, en sus colaboradores y amigos… en todos, menos en sí mismo. Y luego se echaría a llorar. Juan Carlos llora fácil pero sentidamente. No es una lágrima fingida, ni una “furtiva lacrima”, sino un derrame acuoso de su corazón tan sencillo como honesto.
Conocí a Juan Carlos allá por los primeros años noventa, en las circunstancias más adversas como para entablar amistad. El autor Eduardo Galán, amigo común, me invitaba al estreno de un espectáculo sobre el poema La leyenda de Alvargonzález, de Antonio Machado, en el Centro Cultural de Las Rozas. Ni el texto machadiano me entusiasma ni tenía yo ganas de conocer a ningún joven valor de la dirección escénica. Pero el trabajo de voz que vi en aquellos actores, un primoroso bordado sobre el texto, me convenció de que Pérez de la Fuente no era solamente un joven valor, sino un artista singular con un futuro solvente como director de escena. "Llegará lejos, me dije, si le dan ocasión en este campo de minas y nido de víboras que es el teatro en nuestro país". Aquella misma noche comenzó una amistad en la que yo pongo mucha admiración hacia su talento, mucha confianza en su valor como ser humano.
Tenía veinte años cuando fundó su primera compañía teatral en el pueblo. Su vida profesional (internado en el Colegio calasancio de Madrid, compañero de Emilio Butragueño) comenzaba en las oficinas del Banco de España, pero no iba a quedarse quieto en las cuatro paredes de una oficina. “Me presenté en el despacho de Mariano Rubio- me cuenta Juan Carlos entre sorbos de café-, que entonces era Subgobernador del Banco de España, a decirle que estaban destinando muchísimas partidas a deporte, pero que éramos 3.000 empleados y yo sabía que había gente que le gustaba el teatro, pero que no dedicaban ninguna partida. Se quedó muy sorprendido y me dijo: "Bueno, pero es que hacer teatro es algo muy especial. Necesita usted un teatro. Hay que alquilarlo y no hay dinero para tanto". Y me volvió a dar esa cifra que parece que me persigue siempre de 300.000 pts. Alquilé el teatro del Colegio Calasancio e hicimos la primera obra, Una noche de primavera sin sueño, de Jardiel. Las mañanas eran maravillosas en el Banco porque conseguíamos que en oficinas como el archivo histórico o los servicios jurídicos del banco, todo el mundo de alguna manera rompiera un poco lo tedioso de sus trabajos para todos participar del hecho teatral y seguíamos jugando.”
Le he seguido la pista por todos sus ensayos y estrenos. Lo he visto quedarse a dormir en una sala de ensayos inhóspita (la sala Jorge Juan, de Madrid, propiedad del Centro Dramático Nacional), rodeado de trastos y con la sola compañía de una rata. Lo he visto angustiado durante las funciones de El abanico de lady Windermere, porque sobre las cabezas de los actores colgaba más de una tonelada: dos decorados, uno de ellos con suelo. Lo he visto arrastrado pintando un decorado (La viuda es sueño, de Tono) porque el presupuesto se agotó, barriendo una sala o repintando un escenario deteriorado. No se le caen los anillos que no lleva. Lo he acompañado en procesiones de Semana Santa y visitas a los monumentos de las iglesias madrileñas de Jueves Santo. Su fe no es una “pose” (como en otros puede ser el agnosticismo), sino una vivencia interior, una inquietud a veces unamuniana, sin certezas, una valoración del “otro” como ser semejante. Lo he visto hablando con las figuras más grandes y populares del teatro en despachos y escenarios: Antonio Buero Vallejo, Francisco Nieva, Fernando Arrabal, Lauro Olmo, Antonio Gala, Amparo Rivelles, Alberto Closas, María Jesús Valdés, Ana Diosdado, Concha Velasco, José Sacristán, Rosy de Palma, Xabier Elorriaga, Chete Lera, Calixto Bieito, Fernando Cayo, y una lista tan larga como el número de jóvenes universitarios que acuden a él en cursos sobre teatro impartidos en el Colegio Mayor Elías Ahúja o con electricistas y técnicos de diferentes coliseos de España, dejando en todos un recuerdo amistoso de sencillez y profesionalidad. Lo he visto extasiado contemplar las procesiones madrileñas del Viernes Santo, los interiores conventuales del Real Monasterio del Escorial en una noche de luna, le he ayudado a pasear el perrito que le regaló Ana Diosdado, sumirse en reflexión en una iglesia anónima, pasar y repasar catálogos de telas hasta elegir la adecuada para un fondo escénico, discutir con los mejores iluminadores (el pobre Josep Solbes, tempranamente fallecido), escenógrafos (Alfonso Barajas, Oscar Tusquets, Xavier Mascaró, Ana Garay), diseñadores (Javier Artiñano). Sin embargo, no se entendería el trabajo de nuestro artista sin su pie, ojo, oído y mano derechos que es Rosario Calleja, quien fue Directora adjunta en el CDN, y ahora es su Jefe de producción y su ángel tutelar.
Desde que lo conozco jamás ha tomado vacaciones, ni siquiera un “puente”. Como mucho, un día libre para ir a Talamanca a visitar a sus padres o a buscar la maqueta con la que se licenció en la Real Escuela de Arte Dramático para regalarla al Colegio Mayor Elías Ahúja. Ha pasado más de una noche en blanco y más de un día de turbio en turbio, sin dormir, preparando funciones, elaborando repartos, pintarrajeando bocetos, viajando en autobuses, trenes o aviones, para asistir a un estreno o una conferencia. Porque uno de sus defectos es que no sabe decir que no, ni siquiera cuando sabe que se están aprovechando de él. El verbo literario se hace carne teatral en sus manos. “El teatro nace cuando la letra se desprende del texto y se hace carne”, ha dicho más de una vez.
En 1996 fue nombrado Director del Centro Dramático Nacional (Teatros María Guerrero y Sala Olimpia, de Madrid), tras una etapa turbulenta de despilfarro en el equipo anterior, con la consigna de la austeridad económica dada desde el Ministerio de Educación y Cultura, pero también siguiendo la divisa que siempre ha seguido Juan Carlos: presencia del autor español en sus montajes, respeto al texto, respeto al actor, respeto al público en montajes que no derrochan pero no escatiman medios. Emprendió una reforma absoluta del Teatro María Guerrero (prácticamente minado de termitas) y una reconstrucción del Teatro Olimpia peleando cada euro del presupuesto, para hacer un conjunto que ha sido inaugurado por el equipo directivo sucesor, muy ufano de engalanarse con flores ajenas. La gestión de Juan Carlos al frente del Centro Dramático Nacional dio preferencia a los autores españoles, y ningún escritor, ningún actor, fue marginado o no invitado por razón de sus creencias ideológicas ni su militancia en partidos políticos. Por eso, cuando leí cierto capítulo de las supuestas memorias de Pilar Bardem, sentí vergüenza ajena de adónde puede llevar el fanatismo militante y el propio interés disfrazado de ideología. Porque cuando uno publica memorias, olvida que los demás también tenemos recuerdos. La lista de autores llevados al María Guerrero resulta sorpendente: un Francisco Nieva al que la izquierda tenía arrinconado, un Max Aub al que seguramente ni conocían, un Buero Vallejo del que ni se acordaban, embarcados en montajes fastuosos de escritores amigos o extranjeros. Y, desde luego, el que más autores españoles vivos y jóvenes ha llevado a la escena.
Son muchos los momentos de triunfo artístico que he presenciado en la trayectoria de Juan Carlos y que han quedado grabados en mi retina: de El abanico de lady Windermere, su impecable interpretación “a la inglesa” y su aparatosa escenografía. Ese montaje, en Londres, hubiera sido todo un acontecimiento. De Pelo de tormenta, su arriesgada puesta en escena (con ella abría su etapa al frente del CDN), convirtiendo todo el Teatro María Guerrero en corrala, plaza mayor, coso taurino, desfile procesional para representar esa reópera de Paco Nieva (ni el propio autor podía imaginar un montaje de ese calibre), con el arte plástico de José Hernández y 400 focos derramando 500.000 watios de luz. A la salida del ensayo general, dos noches antes del estreno, el Subdirector General me dijo ya en la calle: “Juan Carlos es, sencillamente, un genio”. Tampoco olvidaré jamás el San Juan, de Max Aub, convertido todo el escenario en un barco a la deriva hacia el patio de butacas, con su naufragio final. O la venganza en rojos de La visita de la vieja dama, con una María Jesús Valdés esplendorosa, la misma actriz, nuevamente dirigida por él, que mereció y obtuvo los premios Max de Teatro y Mayte con ese monólogo de Fernando Arrabal, Carta de amor (como un suplicio chino). Precisamente esta gran dama del teatro había regresado a los escenarios, ya viuda, en los primeros años noventa, de la mano de Juan Carlos. De Arrabal, un autor tan incómodo para muchos en España como aplaudido en toda Europa, representó Pérez de la Fuente El cementerio de automóviles, un Cristo actual que el destino quiso se estrenara en el local de una antigua iglesia, de La Abadía. Una noche que jamás olvidaré fue la del estreno de La Fundación, de Antonio Buero Vallejo (para mí, la mejor obra del autor), en el María Guerrero, con la asistencia de Sus Majestades los Reyes, y todo el teatro en pie aplaudiendo al maestro Buero, de la mano de Juan Carlos. O la recuperación de Historia de una escalera, del mismo autor, un texto emblemático que tantos habrían leído sin verlo nunca representado. “En esa obra coral, ¿el verdadero protagonista es la escalera”, le pregunté a Juan Carlos mientras se fumaba un Camel en la puerta del Colegio Mayor Elías Ahúja: “Sí, así es. La escalera es, para mí, el personaje casi más importante de la obra. Es muy coral. Los personajes son vitales; sobre todo, porque hacen un friso humano donde nos sentimos reconocidos o nos reconocemos. Pero pasa el tiempo, la escalera sigue ahí, inmutable, envejeciendo con ellos, símbolo del “tic-tac”, símbolo de la inmovilidad de estos personajes. Mucho se escribió sobre este texto y sobre el montaje, lo que te puedo decir es que hablamos de un clásico, una obra que tiene 57 años, que, paradójicamente, se conoce más por la lectura que por el hecho escénico. Es una obra donde se recupera la memoria. Es muy importante que el teatro tenga esta faceta. Los españoles, a veces, decidimos vivir de espaldas a nuestra memoria y considero que no es bueno. A nuestros jóvenes les tenemos que decir que la conozcan, que la reconozcan porque de ahí venimos, que en estos 18 personajes está su pasado, pero también su futuro, porque la obra, al final, de lo que habla es de nuestro comportamiento, de las veces que tropezamos en los escalones de nuestras vidas y la gran pregunta que lanzamos es si será posible cambiar un poco ese destino y que esos jóvenes logren romper la escalera y vivir felizmente y en plenitud. Es una tragedia esperanzada, como fue todo el teatro de Buero”.
Conocí a Juan Carlos allá por los primeros años noventa, en las circunstancias más adversas como para entablar amistad. El autor Eduardo Galán, amigo común, me invitaba al estreno de un espectáculo sobre el poema La leyenda de Alvargonzález, de Antonio Machado, en el Centro Cultural de Las Rozas. Ni el texto machadiano me entusiasma ni tenía yo ganas de conocer a ningún joven valor de la dirección escénica. Pero el trabajo de voz que vi en aquellos actores, un primoroso bordado sobre el texto, me convenció de que Pérez de la Fuente no era solamente un joven valor, sino un artista singular con un futuro solvente como director de escena. "Llegará lejos, me dije, si le dan ocasión en este campo de minas y nido de víboras que es el teatro en nuestro país". Aquella misma noche comenzó una amistad en la que yo pongo mucha admiración hacia su talento, mucha confianza en su valor como ser humano.
Tenía veinte años cuando fundó su primera compañía teatral en el pueblo. Su vida profesional (internado en el Colegio calasancio de Madrid, compañero de Emilio Butragueño) comenzaba en las oficinas del Banco de España, pero no iba a quedarse quieto en las cuatro paredes de una oficina. “Me presenté en el despacho de Mariano Rubio- me cuenta Juan Carlos entre sorbos de café-, que entonces era Subgobernador del Banco de España, a decirle que estaban destinando muchísimas partidas a deporte, pero que éramos 3.000 empleados y yo sabía que había gente que le gustaba el teatro, pero que no dedicaban ninguna partida. Se quedó muy sorprendido y me dijo: "Bueno, pero es que hacer teatro es algo muy especial. Necesita usted un teatro. Hay que alquilarlo y no hay dinero para tanto". Y me volvió a dar esa cifra que parece que me persigue siempre de 300.000 pts. Alquilé el teatro del Colegio Calasancio e hicimos la primera obra, Una noche de primavera sin sueño, de Jardiel. Las mañanas eran maravillosas en el Banco porque conseguíamos que en oficinas como el archivo histórico o los servicios jurídicos del banco, todo el mundo de alguna manera rompiera un poco lo tedioso de sus trabajos para todos participar del hecho teatral y seguíamos jugando.”
Le he seguido la pista por todos sus ensayos y estrenos. Lo he visto quedarse a dormir en una sala de ensayos inhóspita (la sala Jorge Juan, de Madrid, propiedad del Centro Dramático Nacional), rodeado de trastos y con la sola compañía de una rata. Lo he visto angustiado durante las funciones de El abanico de lady Windermere, porque sobre las cabezas de los actores colgaba más de una tonelada: dos decorados, uno de ellos con suelo. Lo he visto arrastrado pintando un decorado (La viuda es sueño, de Tono) porque el presupuesto se agotó, barriendo una sala o repintando un escenario deteriorado. No se le caen los anillos que no lleva. Lo he acompañado en procesiones de Semana Santa y visitas a los monumentos de las iglesias madrileñas de Jueves Santo. Su fe no es una “pose” (como en otros puede ser el agnosticismo), sino una vivencia interior, una inquietud a veces unamuniana, sin certezas, una valoración del “otro” como ser semejante. Lo he visto hablando con las figuras más grandes y populares del teatro en despachos y escenarios: Antonio Buero Vallejo, Francisco Nieva, Fernando Arrabal, Lauro Olmo, Antonio Gala, Amparo Rivelles, Alberto Closas, María Jesús Valdés, Ana Diosdado, Concha Velasco, José Sacristán, Rosy de Palma, Xabier Elorriaga, Chete Lera, Calixto Bieito, Fernando Cayo, y una lista tan larga como el número de jóvenes universitarios que acuden a él en cursos sobre teatro impartidos en el Colegio Mayor Elías Ahúja o con electricistas y técnicos de diferentes coliseos de España, dejando en todos un recuerdo amistoso de sencillez y profesionalidad. Lo he visto extasiado contemplar las procesiones madrileñas del Viernes Santo, los interiores conventuales del Real Monasterio del Escorial en una noche de luna, le he ayudado a pasear el perrito que le regaló Ana Diosdado, sumirse en reflexión en una iglesia anónima, pasar y repasar catálogos de telas hasta elegir la adecuada para un fondo escénico, discutir con los mejores iluminadores (el pobre Josep Solbes, tempranamente fallecido), escenógrafos (Alfonso Barajas, Oscar Tusquets, Xavier Mascaró, Ana Garay), diseñadores (Javier Artiñano). Sin embargo, no se entendería el trabajo de nuestro artista sin su pie, ojo, oído y mano derechos que es Rosario Calleja, quien fue Directora adjunta en el CDN, y ahora es su Jefe de producción y su ángel tutelar.
Desde que lo conozco jamás ha tomado vacaciones, ni siquiera un “puente”. Como mucho, un día libre para ir a Talamanca a visitar a sus padres o a buscar la maqueta con la que se licenció en la Real Escuela de Arte Dramático para regalarla al Colegio Mayor Elías Ahúja. Ha pasado más de una noche en blanco y más de un día de turbio en turbio, sin dormir, preparando funciones, elaborando repartos, pintarrajeando bocetos, viajando en autobuses, trenes o aviones, para asistir a un estreno o una conferencia. Porque uno de sus defectos es que no sabe decir que no, ni siquiera cuando sabe que se están aprovechando de él. El verbo literario se hace carne teatral en sus manos. “El teatro nace cuando la letra se desprende del texto y se hace carne”, ha dicho más de una vez.
En 1996 fue nombrado Director del Centro Dramático Nacional (Teatros María Guerrero y Sala Olimpia, de Madrid), tras una etapa turbulenta de despilfarro en el equipo anterior, con la consigna de la austeridad económica dada desde el Ministerio de Educación y Cultura, pero también siguiendo la divisa que siempre ha seguido Juan Carlos: presencia del autor español en sus montajes, respeto al texto, respeto al actor, respeto al público en montajes que no derrochan pero no escatiman medios. Emprendió una reforma absoluta del Teatro María Guerrero (prácticamente minado de termitas) y una reconstrucción del Teatro Olimpia peleando cada euro del presupuesto, para hacer un conjunto que ha sido inaugurado por el equipo directivo sucesor, muy ufano de engalanarse con flores ajenas. La gestión de Juan Carlos al frente del Centro Dramático Nacional dio preferencia a los autores españoles, y ningún escritor, ningún actor, fue marginado o no invitado por razón de sus creencias ideológicas ni su militancia en partidos políticos. Por eso, cuando leí cierto capítulo de las supuestas memorias de Pilar Bardem, sentí vergüenza ajena de adónde puede llevar el fanatismo militante y el propio interés disfrazado de ideología. Porque cuando uno publica memorias, olvida que los demás también tenemos recuerdos. La lista de autores llevados al María Guerrero resulta sorpendente: un Francisco Nieva al que la izquierda tenía arrinconado, un Max Aub al que seguramente ni conocían, un Buero Vallejo del que ni se acordaban, embarcados en montajes fastuosos de escritores amigos o extranjeros. Y, desde luego, el que más autores españoles vivos y jóvenes ha llevado a la escena.
Son muchos los momentos de triunfo artístico que he presenciado en la trayectoria de Juan Carlos y que han quedado grabados en mi retina: de El abanico de lady Windermere, su impecable interpretación “a la inglesa” y su aparatosa escenografía. Ese montaje, en Londres, hubiera sido todo un acontecimiento. De Pelo de tormenta, su arriesgada puesta en escena (con ella abría su etapa al frente del CDN), convirtiendo todo el Teatro María Guerrero en corrala, plaza mayor, coso taurino, desfile procesional para representar esa reópera de Paco Nieva (ni el propio autor podía imaginar un montaje de ese calibre), con el arte plástico de José Hernández y 400 focos derramando 500.000 watios de luz. A la salida del ensayo general, dos noches antes del estreno, el Subdirector General me dijo ya en la calle: “Juan Carlos es, sencillamente, un genio”. Tampoco olvidaré jamás el San Juan, de Max Aub, convertido todo el escenario en un barco a la deriva hacia el patio de butacas, con su naufragio final. O la venganza en rojos de La visita de la vieja dama, con una María Jesús Valdés esplendorosa, la misma actriz, nuevamente dirigida por él, que mereció y obtuvo los premios Max de Teatro y Mayte con ese monólogo de Fernando Arrabal, Carta de amor (como un suplicio chino). Precisamente esta gran dama del teatro había regresado a los escenarios, ya viuda, en los primeros años noventa, de la mano de Juan Carlos. De Arrabal, un autor tan incómodo para muchos en España como aplaudido en toda Europa, representó Pérez de la Fuente El cementerio de automóviles, un Cristo actual que el destino quiso se estrenara en el local de una antigua iglesia, de La Abadía. Una noche que jamás olvidaré fue la del estreno de La Fundación, de Antonio Buero Vallejo (para mí, la mejor obra del autor), en el María Guerrero, con la asistencia de Sus Majestades los Reyes, y todo el teatro en pie aplaudiendo al maestro Buero, de la mano de Juan Carlos. O la recuperación de Historia de una escalera, del mismo autor, un texto emblemático que tantos habrían leído sin verlo nunca representado. “En esa obra coral, ¿el verdadero protagonista es la escalera”, le pregunté a Juan Carlos mientras se fumaba un Camel en la puerta del Colegio Mayor Elías Ahúja: “Sí, así es. La escalera es, para mí, el personaje casi más importante de la obra. Es muy coral. Los personajes son vitales; sobre todo, porque hacen un friso humano donde nos sentimos reconocidos o nos reconocemos. Pero pasa el tiempo, la escalera sigue ahí, inmutable, envejeciendo con ellos, símbolo del “tic-tac”, símbolo de la inmovilidad de estos personajes. Mucho se escribió sobre este texto y sobre el montaje, lo que te puedo decir es que hablamos de un clásico, una obra que tiene 57 años, que, paradójicamente, se conoce más por la lectura que por el hecho escénico. Es una obra donde se recupera la memoria. Es muy importante que el teatro tenga esta faceta. Los españoles, a veces, decidimos vivir de espaldas a nuestra memoria y considero que no es bueno. A nuestros jóvenes les tenemos que decir que la conozcan, que la reconozcan porque de ahí venimos, que en estos 18 personajes está su pasado, pero también su futuro, porque la obra, al final, de lo que habla es de nuestro comportamiento, de las veces que tropezamos en los escalones de nuestras vidas y la gran pregunta que lanzamos es si será posible cambiar un poco ese destino y que esos jóvenes logren romper la escalera y vivir felizmente y en plenitud. Es una tragedia esperanzada, como fue todo el teatro de Buero”.
Ya como empresa privada, puso empeño en no regatear medios para sus montajes, tanto en los elencos como en decorados, atrezzo, etc. El mágico prodigioso, de Calderón de la Barca, obra tan compleja que muchos directores españoles han evitado representarla (aunque sí lo ha sido reiteradamente en Alemania) sorprendió como espectáculo, tan antiguo y tan moderno a la vez. A muchos les descubrió la riqueza teatral de un Calderón de la Barca tan heterodoxamente sutil nada menos que en un “auto del Corpus”. Un periodista le preguntó de forma displicente a Juan Carlos en una rueda de prensa en Almería: “¿Y por qué una obra sobre Dios? A lo que el director le respondió: “¿Y por qué no?”. Por ese espectáculo, figuró con este título, como finalista del premio Valle-Inclán. Los ensayos de dicha obra los simultaneó con otro montaje: ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, de Alfonso Sastre, que resultó un éxito inesperado para mí mismo y que Chete Lera ganó los aplausos de todos con su interpretación de Allan Poe. Presencié el entusiasmo de Sastre la noche del estreno. El león en invierno, la famosa comedia que todos hemos visto en cine, y a pesar del costoso montaje y de algunos premios recibidos, no corrió la misma suerte en las giras por España. El teatro tiene eso incierto de riesgo y aventura.
Luego vino La vida es sueño, también de Calderón, que preparó concienzudamente durante meses estudiando toda la obra del autor. Realizó un montaje escénico aplaudido por toda España, en Milán, en Berlín, pero que fue vetado para el Festival de Almagro por esas pequeñas miserias de la política (luego el tiempo se ha vengado de ese director miserable del festival). Fernando Cayo interpretó el mejor Segismundo que he visto en mi vida.
Esta dirección artística hubo de simultanearla con un montaje encargado por la Comunidad de Madrid para conmemorar el centenario del 2 de mayo. Y Juan Carlos encargó a Jerónimo López Mozo la adaptación de Episodios de Galdós, con el nombre de Puerta del Sol, una obra colosal de elenco y medios, que la misma Comunidad sólo programó 15 días en el Teatro Albéniz de Madrid, ante el escándalo de crítica y público. Tantos medios para tan pocos días.
Y, hasta ahora, Pérez de la Fuente ha dirigido Angelina o el honor de un brigadier, de Jardiel Poncela, un acercamiento respetuoso pero innovador a la interpretación de las comedias de aquel gran humorista.
Se ha escrito, y con razón, que Juan Carlos Pérez de la Fuente dota sus montajes de un sentido de ceremonia, de celebración casi litúrgica, más aún, de concelebración participativa de técnicos y público con los actores. Vuelvo al principio, a los primeros años noventa. Estoy subiendo las escaleras del Centro Cultural de Las Rozas, mientras Eduardo Galán me dice que voy a conocer la obra de un joven director de escena que llegará lejos. El interior del edificio hasta el propio teatro tiene el suelo cubierto de tomillo y romero. Y por todas partes, encendidos, cirios y velas, hasta el escenario. Este chico llegará lejos, dije entonces y sigo diciendo. Si Dios quiere.
viernes, 15 de enero de 2010
NUEVOS TESTIMONIOS SOBRE NOVATADAS
Está visto que mi reflexión sobre el tema ha hecho reflexionar, también, a más de uno. Y me llega otra opinión de quien las padeció, las ejecutó y lo que piensa ahora que ya no es colegial, una vez que suprimo nombres de personas mencionadas:"... acabo de ver la última entrada de tu blog y me he quedado blanco; en serio que tengo un hormigueo en el estómago.
Y es que se me han venido a la cabeza los momentos vividos y, reflexionando, uno se da cuenta de que si se pasa de rosca, puede ser responsable de este tipo de casos; casos que son desgracias, porque una pastilla diaria, 365 días al año... Es una enfermedad. Atónito, atónito.
Yo novateaba y fui novateado (vamos, que lo sabes de sobra) y, ¿sabes lo que me tocaba las narices? Los "pequeños nazis" (salvando las distancias, que no me quiero exceder), los veteranos que se te vienen a la mente cuando ves La lista de Schindler, los que chillan a un centímetro de la cara del novato y hacen que éste se sienta como el de la entrada de tu blog, y siendo tú veterano como él, te apetecería darle una bofetada y decirle que dejara de amenazar y de transmitir sus problemas personales. Que sea un poco más feliz y que se sepa divertirse y divertir al novato.
¿Y sabes lo que admiraba? La elegancia y el saber estar de algunos en las novatadas. No te gustará que hable de "modelo" en esto pero si lo hubieses visto en directo hasta te habría parecido bien. Siempre me decía a mí mismo que a la hora de novatear quería parecerme a ellos...
No sé. Era una forma distinta de novatear. Divertida y elegante."
Y es que se me han venido a la cabeza los momentos vividos y, reflexionando, uno se da cuenta de que si se pasa de rosca, puede ser responsable de este tipo de casos; casos que son desgracias, porque una pastilla diaria, 365 días al año... Es una enfermedad. Atónito, atónito.
Yo novateaba y fui novateado (vamos, que lo sabes de sobra) y, ¿sabes lo que me tocaba las narices? Los "pequeños nazis" (salvando las distancias, que no me quiero exceder), los veteranos que se te vienen a la mente cuando ves La lista de Schindler, los que chillan a un centímetro de la cara del novato y hacen que éste se sienta como el de la entrada de tu blog, y siendo tú veterano como él, te apetecería darle una bofetada y decirle que dejara de amenazar y de transmitir sus problemas personales. Que sea un poco más feliz y que se sepa divertirse y divertir al novato.
¿Y sabes lo que admiraba? La elegancia y el saber estar de algunos en las novatadas. No te gustará que hable de "modelo" en esto pero si lo hubieses visto en directo hasta te habría parecido bien. Siempre me decía a mí mismo que a la hora de novatear quería parecerme a ellos...
No sé. Era una forma distinta de novatear. Divertida y elegante."
Un amigo mío, sacerdote, religioso y un excelente Director, se suma a los mensajes y comenta el comentario anterior de esta forma:
"Vuelvo a leer los textos que publicas en un tu blog. El último habla de las novatadas “elegantes y divertidas”. Seguro que las hay. El problema es que en el submundo no hay leyes y triunfa la ley del más fuerte. El problema es que el veterano “bueno” que ve a otro veterano abusar del novato rarísimamente se atreverá a decirle algo. En ese mundo todos, veteranos incluidos, tienen miedo a la muerte social, a ser excluidos y marginados, a llevarse mal con el chulo de turno o con el liderillo del año. Luego, siempre está otra cuestión: ¿quién determina que la novatada “elegante” es tal? En mi opinión esa valoración la debería hacer el novato, que en la mayor parte de las ocasiones no tiene la madurez suficiente para decir lo que de verdad piensa. Él también está necesitado de un grupo, de pertenecer a él, de integrarse, y no puede ir contra lo que el mismísimo Bart Simpson llamaría la “ley del patio de recreo”. Ese mundo no conoce el poder moderador de la autoridad sino la ley del más fuerte. Y a mí, con el Evangelio en la mano, quizá por aquello de ser creyente, siempre me ha parecido que la autoridad debe ponerse del lado del más débil y protegerlo para que pueda ser realmente uno más. Por eso, no creo en las novatadas “elegantes y divertidas” donde siempre son los mismos los que se ríen y los mismos los que les toca hacer el ridículo."
Tengo que buscar un escrito magnífico que redactó el año pasado sobre este asunto, qúe él sufre en carne propia-
jueves, 14 de enero de 2010
NOVATADAS (cont.)
A raíz del texto anterior, me llegaron comentarios de amigos y conocidos sobre sus experiencias (mayoritariamente negativas). Para quienes aún defienden la supuesta ayuda de las novatadas en "integrar", olvidándose de las diferentes sensibilidades que cada cual tiene derecho a tener, reproduzco el fragmento de un correo donde un antiguo universitario se expresa así:
"De vez en cuando voy leyendo tu blog, como tu última reflexión, muy acertada, sobre las novatadas, que comparto totalmente. Como anécdota te contaré que a raiz de esos tiempos de novatadas en el (suprimo por vergüenza el nombre del Colegio Mayor), de la tensión de tener que pasar toda la noche con la puerta sin la cerradura echada, en una habitación doble, presa fácil de los veteranos, me empezó una epilepsia que todavía tengo, aunque de una forma muy leve, pero tengo que estar tomando una pastilla diaria de por vida desde entonces. Nada del otro mundo, pero estoy convencido de que el desencadenante de esa enfermedad fueron las novatadas."
Y era un chico normal y corriente, que fue un buen colegial. Sin comentario.
"De vez en cuando voy leyendo tu blog, como tu última reflexión, muy acertada, sobre las novatadas, que comparto totalmente. Como anécdota te contaré que a raiz de esos tiempos de novatadas en el (suprimo por vergüenza el nombre del Colegio Mayor), de la tensión de tener que pasar toda la noche con la puerta sin la cerradura echada, en una habitación doble, presa fácil de los veteranos, me empezó una epilepsia que todavía tengo, aunque de una forma muy leve, pero tengo que estar tomando una pastilla diaria de por vida desde entonces. Nada del otro mundo, pero estoy convencido de que el desencadenante de esa enfermedad fueron las novatadas."
Y era un chico normal y corriente, que fue un buen colegial. Sin comentario.
jueves, 7 de enero de 2010
NOVATADAS


Recientemente hemos visto en la prensa el caso de un soldado, de origen ecuatoriano, perteneciente al ejército español, que ingresó en la Legión en octubre de 2006 y en abril del 2008 hubo de darse de baja psicológica a consecuencia de las novatadas y la presión de sus compañeros y mandos del cuartel de la Legión de Viator (Almería). Nada decía la noticia sobre el castigo que se infligió a esos energúmenos indignos del uniforme. Claro que, viendo el trato que se daba a los presos de Guantánamo por parte de los soldaditos y soldaditas americanos, no se puede uno sorprender de esos arrebatos de hombres y mujeres de “pelo en pecho”, que confunden valor castrense con testosterona y sadismo, trufados con sus propias frustraciones y complejos.
El Diccionario de la Real Academia define novatada como “vejamen y molestias que, en algunas colectividades, los antiguos hacen a los recién llegados”. Mucho me temo que los sujetos activos y pasivos de dichos episodios no usen demasiado el enciclopédico volumen de la RAE, pero además, les importaría un pimiento la definición de un acto que es, de por sí, indefinible, incontrolable e impune. Las supuestas bromas, molestias, vejámenes, ritos que se exigen a los novatos en escuelas, colegios, cuarteles, internados, universidades y colegios mayores, han ido evolucionando con el tiempo y, hasta la fecha, sólo han disminuido gracias a la persecución de las mismas. Ha disminuido el número, no la intensidad. Pero se ha disparado la resonancia. Los medios de comunicación, por ejemplo, sólo se ocupan de los Colegios Mayores (olvidando su tarea educativa, sus numerosas y exitosas actividades deportivas y artísticas) para ocuparse de ellos cuando llega octubre. La realidad es que pocas o muchas, estamos lejos de que las novatadas desaparezcan.
La novatada carece de normas objetivas y promulgadas (el sentido común no es nada de eso) y no está regulada por ninguna autoridad o reglamento. El único eslabón que une a las novatadas de cada año con el anterior es el de la tradición oral, que últimamente no se viene respetando, dada la prepotencia y agresividad de las últimas generaciones de “veteranos” de segundo año ante la inexistencia de suficientes veteranos mayores que los controlen. El clima de la novatada es la clandestinidad y la mordaza. Su ámbito, el de la colaboración activa o la complicidad pasiva del conjunto de veteranos más maduros. Son poquísimos de éstos los que toman la iniciativa de condenar y perseguir a sus propios compañeros. Como se ve, todo compone un marco de imposible control y difícil evaluación.
La sociedad también ha cambiado en estos últimos años en España. Se ha vuelto más sensible, como sucede con el mal trato a las mujeres. Y el rol de padres protectores de sus hijos, posiblemente únicos y mimados (rol nada infrecuente), sumado a la lejanía física de sus vástagos pero con la “presencia” casi constante a través del teléfono móvil, crea una línea de angustia, desvelo y preocupación evidente. Una línea o varias líneas de red invisible, claro, de ida y vuelta. Resumiendo mucho, el esquema funciona así: veterano amenaza a nuevo con que si denuncia algo jamás será integrado en la “comunidad”. “Novato” cuenta a sus padres mediante el móvil lo que le hacen (a veces también lo que no le hacen) aumentando o disminuyendo la realidad, según proceda, pero exigiendo a sus padres que no digan nada a la legítima autoridad rectora. Los padres, inmediatamente, se ponen en contacto con esa autoridad y cuentan (a veces con su propia salsa), lo que el hijo les dice y hasta lo que no les dice, pero exigiendo que no actúe para que su hijo no sufra venganzas. Y la Dirección o autoridad se ve con las manos atadas, jugando a la “gallina ciega”, en medio de un corro de padres, hijos, instituciones, pretendiendo agarrar fantasmas, sin conseguir la mayor parte de las veces más que indicios y frustración. Como mucho, una información que apenas puede usar o hacer pública, al menos inmediatamente.
Varias circunstancias nuevas vienen a complicar la situación: las novatadas ya se realizan fuera de la institución, en el marco de botellones vespertinos o nocturnos, donde el alcohol corre sin problema, un alcohol al que los jóvenes (menores y mayores de edad, veteranos y nuevos, pero muchos escasamente adultos) muestran una inquietante afición progresiva cada año. Mucho más de la que bastantes padres se imaginan, que creen que sus hijos beben únicamente refrescos o cerveza de vez en cuando. La violencia que nuestros jóvenes contemplan desde niños en la realidad, en el deporte, en la televisión, en el cine, en las calles, en los patios de los colegios, cuando no en sus propias familias, a veces suma un ingrediente de perversidad no siempre aparente o bienintencionada. La presencia de chicas (que antes podía servir de contención), no sirve de nada desde que ellas han decidido igualarse a los chicos en lo más bajo: alcohol, vocabulario, agresividad.
Es relativamente cierto que una novatada puede integrar. Todo depende de la sensibilidad de quien la hace y de quien la recibe sin coacciones. Y cuando se trata de dos jóvenes que acaban de conocerse, es un “riesgo” pretender que lo que uno llama broma, el otro lo reciba como tal. ¿Cómo se puede llamar “broma” si el “novato” no está “invitado” sino “obligado” a realizarla? ¿Por qué un veterano anda vigilante cuando tiene un hermano recién llegado para que se las hagan pero sin “pasarse”? ¿Qué es “pasarse”, término que nadie sabe delimitar? Una vez más, son el sentido común, la educación y el respeto al otro, las únicas brújulas orientadoras. Pero también es verdad, y tal vez más real aún, que para integrar a una persona en un colectivo, el mejor modo es darle un buen ejemplo de conducta. El problema es que quienes más y más duras novatadas realizan son los menos ejemplares y los menos interesados en la pretendida integración. Para muchos de ellos, los “novatos” son, ni más ni menos, que “ositos de peluche” con los que “jugar” y divertirse unos días. No para reírse juntos, sino para reírse de ellos. Otra circunstancia que aclara la falsedad de la supuesta integración del nuevo colegial es que muchas veces participan ex-colegiales y, por tanto, no son miembros del Colegio Mayor.
La novatada no es otra cosa que un resto de ritos tribales de iniciación, con sus “jefecillos”, sus corifeos, sus cánticos, sus ornamentos-disfraces, etc. O sea, un esperpento de la autoridad, de cuando la autoridad, históricamente, era absoluta. En una sociedad democrática, basada en los derechos humanos, la novatada no sólo está fuera de lugar sino que es un delito llamado "maltrato". Si nuestros muchachos no están educados en el respeto al otro, las únicas formas serán la persecución, la sanción, y la paciencia. Y si es necesario, la denuncia ante las autoridades. A lo mejor algunos de nuestros jóvenes precisan pasar por algún tribunal, una condena y/o alguna(s) noche(s) de calabozo para saber lo que es ser novato en una prisión y sentir en carne propia cómo reciben allí. Pero no una cárcel con jacuzzi, sino una cárcel como en las películas americanas.
El Diccionario de la Real Academia define novatada como “vejamen y molestias que, en algunas colectividades, los antiguos hacen a los recién llegados”. Mucho me temo que los sujetos activos y pasivos de dichos episodios no usen demasiado el enciclopédico volumen de la RAE, pero además, les importaría un pimiento la definición de un acto que es, de por sí, indefinible, incontrolable e impune. Las supuestas bromas, molestias, vejámenes, ritos que se exigen a los novatos en escuelas, colegios, cuarteles, internados, universidades y colegios mayores, han ido evolucionando con el tiempo y, hasta la fecha, sólo han disminuido gracias a la persecución de las mismas. Ha disminuido el número, no la intensidad. Pero se ha disparado la resonancia. Los medios de comunicación, por ejemplo, sólo se ocupan de los Colegios Mayores (olvidando su tarea educativa, sus numerosas y exitosas actividades deportivas y artísticas) para ocuparse de ellos cuando llega octubre. La realidad es que pocas o muchas, estamos lejos de que las novatadas desaparezcan.
La novatada carece de normas objetivas y promulgadas (el sentido común no es nada de eso) y no está regulada por ninguna autoridad o reglamento. El único eslabón que une a las novatadas de cada año con el anterior es el de la tradición oral, que últimamente no se viene respetando, dada la prepotencia y agresividad de las últimas generaciones de “veteranos” de segundo año ante la inexistencia de suficientes veteranos mayores que los controlen. El clima de la novatada es la clandestinidad y la mordaza. Su ámbito, el de la colaboración activa o la complicidad pasiva del conjunto de veteranos más maduros. Son poquísimos de éstos los que toman la iniciativa de condenar y perseguir a sus propios compañeros. Como se ve, todo compone un marco de imposible control y difícil evaluación.
La sociedad también ha cambiado en estos últimos años en España. Se ha vuelto más sensible, como sucede con el mal trato a las mujeres. Y el rol de padres protectores de sus hijos, posiblemente únicos y mimados (rol nada infrecuente), sumado a la lejanía física de sus vástagos pero con la “presencia” casi constante a través del teléfono móvil, crea una línea de angustia, desvelo y preocupación evidente. Una línea o varias líneas de red invisible, claro, de ida y vuelta. Resumiendo mucho, el esquema funciona así: veterano amenaza a nuevo con que si denuncia algo jamás será integrado en la “comunidad”. “Novato” cuenta a sus padres mediante el móvil lo que le hacen (a veces también lo que no le hacen) aumentando o disminuyendo la realidad, según proceda, pero exigiendo a sus padres que no digan nada a la legítima autoridad rectora. Los padres, inmediatamente, se ponen en contacto con esa autoridad y cuentan (a veces con su propia salsa), lo que el hijo les dice y hasta lo que no les dice, pero exigiendo que no actúe para que su hijo no sufra venganzas. Y la Dirección o autoridad se ve con las manos atadas, jugando a la “gallina ciega”, en medio de un corro de padres, hijos, instituciones, pretendiendo agarrar fantasmas, sin conseguir la mayor parte de las veces más que indicios y frustración. Como mucho, una información que apenas puede usar o hacer pública, al menos inmediatamente.
Varias circunstancias nuevas vienen a complicar la situación: las novatadas ya se realizan fuera de la institución, en el marco de botellones vespertinos o nocturnos, donde el alcohol corre sin problema, un alcohol al que los jóvenes (menores y mayores de edad, veteranos y nuevos, pero muchos escasamente adultos) muestran una inquietante afición progresiva cada año. Mucho más de la que bastantes padres se imaginan, que creen que sus hijos beben únicamente refrescos o cerveza de vez en cuando. La violencia que nuestros jóvenes contemplan desde niños en la realidad, en el deporte, en la televisión, en el cine, en las calles, en los patios de los colegios, cuando no en sus propias familias, a veces suma un ingrediente de perversidad no siempre aparente o bienintencionada. La presencia de chicas (que antes podía servir de contención), no sirve de nada desde que ellas han decidido igualarse a los chicos en lo más bajo: alcohol, vocabulario, agresividad.
Es relativamente cierto que una novatada puede integrar. Todo depende de la sensibilidad de quien la hace y de quien la recibe sin coacciones. Y cuando se trata de dos jóvenes que acaban de conocerse, es un “riesgo” pretender que lo que uno llama broma, el otro lo reciba como tal. ¿Cómo se puede llamar “broma” si el “novato” no está “invitado” sino “obligado” a realizarla? ¿Por qué un veterano anda vigilante cuando tiene un hermano recién llegado para que se las hagan pero sin “pasarse”? ¿Qué es “pasarse”, término que nadie sabe delimitar? Una vez más, son el sentido común, la educación y el respeto al otro, las únicas brújulas orientadoras. Pero también es verdad, y tal vez más real aún, que para integrar a una persona en un colectivo, el mejor modo es darle un buen ejemplo de conducta. El problema es que quienes más y más duras novatadas realizan son los menos ejemplares y los menos interesados en la pretendida integración. Para muchos de ellos, los “novatos” son, ni más ni menos, que “ositos de peluche” con los que “jugar” y divertirse unos días. No para reírse juntos, sino para reírse de ellos. Otra circunstancia que aclara la falsedad de la supuesta integración del nuevo colegial es que muchas veces participan ex-colegiales y, por tanto, no son miembros del Colegio Mayor.
La novatada no es otra cosa que un resto de ritos tribales de iniciación, con sus “jefecillos”, sus corifeos, sus cánticos, sus ornamentos-disfraces, etc. O sea, un esperpento de la autoridad, de cuando la autoridad, históricamente, era absoluta. En una sociedad democrática, basada en los derechos humanos, la novatada no sólo está fuera de lugar sino que es un delito llamado "maltrato". Si nuestros muchachos no están educados en el respeto al otro, las únicas formas serán la persecución, la sanción, y la paciencia. Y si es necesario, la denuncia ante las autoridades. A lo mejor algunos de nuestros jóvenes precisan pasar por algún tribunal, una condena y/o alguna(s) noche(s) de calabozo para saber lo que es ser novato en una prisión y sentir en carne propia cómo reciben allí. Pero no una cárcel con jacuzzi, sino una cárcel como en las películas americanas.
domingo, 3 de enero de 2010
LAS TARJETAS DE CARLOS
Carlos me envía cada año su felicitación navideña con unos textos tan entrañables que, de haberlos guardado, podría editar un volumen con sus palabras. Y siento una envidia enorme de cómo escribe: sencillo, lleno de profundidad y con estilo tan ágil que vuelan las letras desde Vitoria a Madrid. Por qué una persona así deja de escribir y publicar relatos? Se lo preguntaré algún día. Pero como me corroe la envidia (la envidia, como el cáncer, nunca es sana), voy a reproducir aquí su texto navideño:
"Este año en mi Belén hay la mitad de pastores que el año pasado porque han perdido su empleo. El ángel ha sobornado a los soldados de Herodes para que le dejen pasar a palacio (tal vez para convencer al Rey de que le adjudique la mensajería aérea de la corte, a cambio de sustanciosas comisiones. Los Magos de Oriente van de vacío. Y, encima, no he podido espolvorear harina porque ya no nieva en Palestina por el cambio climático.
A pesar de todo, ahí permanece la Sagrada Familia. Resistiendo todas las tormentas del momento".
Verdad que es todo un relato? Verdad que es una metáfora? Verdad que él es, también, un ángel? Da gusto tener amigos así. Que el Niño Jesús, antes de que crezca, lo crucifiquen y lo destierren de los espacios públicos, lo bendiga.
viernes, 4 de diciembre de 2009
ISLAM PRÓXIMO
No tengo ahora tiempo para hacer un comentario detallado sobre algo tan espinoso, complejo y susceptible de diversas interpretaciones como es la progresiva presencia del Islam en Europa y, más exactamente, en España. Algún día lo haré
. Mientras tanto, y reciente aún el referendum suizo sobre la permisión de levantar minaretes de mezquitas o no, que se ha saldado por un NO de poco más del 50%, aquí dejo este artículo. No quiere decir que yo esté a favor o en contra de lo que dice, sino simplemente para crear opinión. Y que ustedes lo pasen bien. Pincha en:
http://www.elsemanaldigital.com/blog.asp?idarticulo=103092&cod_aut=
http://www.elsemanaldigital.com/blog.asp?idarticulo=103092&cod_aut=
domingo, 22 de noviembre de 2009
LA CONJURA DEL ESCORIAL

Me interesó inmediatamente la película La conjura del Escorial (2008), de Antonio del Real por muchas razones: haber vivido años en ese Real Sitio, haber leído bastante sobre aquel suceso y sus protagonistas y, en fin, lamentar que España no tenga (al contrario que Inglaterra) un “corpus” digno de películas y series televisivas a la altura de nuestra Historia y nuestra Literatura. La proyección me permitió un gozo visual por los rincones de esa gran obra arquitectónica y otros lugares espléndidos, por algunas escenas muy hermosas (como al principio, en la Misa), unos intérpretes bastante buenos y un vestuario fastuoso de Javier Artiñano. Sin embargo, la “historia” que nos cuenta la película contiene personajes, escenas y falsedades innecesarias desde el punto de vista argumental y cinematográfico. Está claro que la Historia se puede manipular para hacer más creíble un episodio, siempre y cuando sirvan a un fin acorde con el tema. Pero desde el ángulo cinematográfico, toda la película es un despilfarro de actores, de asunto, de espacios, de vestuario, que llega a aburrir y a mí, concretamente, a exasperar. Aquella conspiración donde el poder, el crimen de Estado y el Eros, ofrecen materia suficiente para un “thriller” tan del gusto actual, queda deslavazado y oscurecido por no sé qué intenciones. Parece que Antonio del Real, director de la obra, quería lucir a su hija Blanca Jara como actriz, para lo cual creó un personaje importante en la trama pero inexistente en la historia y endeble, solo justificable por el amor paterno. Por lo demás, algunos historiadores apuntan a la posible bisexualidad de Antonio Pérez, que igual hacía a damas que a pajes, lo cual hubiera proporcionado escenas eróticas variadas tan del gusto del espectador de hoy. Pues no. Los tres guionistas se inventan a un fraile agustino de la Inquisición, que sodomiza a un negro sin venir a cuento. Y en venganza, el negro le corta el cuello, claro. Nada mejor que reunir en un estúpido episodio inexistente e inconsistente, el ingrediente anticlerical, la sodomía y el racismo. La película, rodada en El Escorial (donde se conserva el despacho de Felipe II), exhibe patios, claustros y alrededores, donde el monarca habla de secretos de Estado con gran desparpajo, cuando podría hacerlo con todo sigilo en su despacho verdadero, como haría el “Monarca Prudente” (que por algo se le llama así). Del mismo modo, don Juan de Austria, a la sazón al mando de Flandes en nombre de su hermanastro el Rey, envía a su secretario Juan de Escobedo con palabras muy delicadas que, en vez de confiárselas en un despacho, se las expresa en el mismísimo muelle a punto de embarcar, como si fueran recuerdos para los amigos a pique de que las escuchen los cargadores y algún espía avisado. Una pena de película desaprovechada en un episodio histórico que ya lo quisieran para sí los guionistas y directores británicos, franceses, italianos o americanos, cuando se centra justamente en el origen de la “leyenda negra” española. Lástima de euros que invertí comprando la entrada al cine.
domingo, 21 de junio de 2009
"CONTRADIOS"
Se dice así, en algunos pueblos de Andalucía, de un disparate casi pecaminoso, algo mal hecho según una norma moral no escrita. Como no tengo el síndrome del fútbol (esa varita mágica que sirve para anestesiar sociedades, para tener entretenido al personal y para que algunos se forren con el supuesto deporte), puedo decir que a mí no me ha llamado la atención el contrato astronómico de Cristiano Ronaldo en el Real Madrid. La mayoría de los equipos famosos son empresas de ganar dinero y supongo yo que el dicho equipo habrá echado sus cuentas para rentabilizar a ese muchacho que dicen que es un héroe planetario en el césped, un dios del Olimpo al que no se le resiste ninguna mujer que se precie (o sea, que tenga un precio) y al que más de cuatro admiradores quisieran conocer más de cerca. A mí me parece, por su aspecto y por su forma de hablar, un simple macarra de gimnasio. O sea, que desde el punto de vista deportivo, a mí, plin: pan y circo. No obstante, me sorprende que en esta España al borde del abismo económico y con una deuda pagadera por nuestros nietos, contadas voces se alcen clamando al cielo y no existan leyes con límites para estas zarandajas. Si un ciudadano normal quiere un crédito, le van a decir que no. Pero si lo pide el Real Madrid, le dan el oro y el moro. Y, además, al macizo lusitano le ponen unas ventajas económicas ante Hacienda que ya las quisiera para sí cualquier padre de familia. Y si echamos cuentas sobre las viviendas sociales que se podrían construir con esa galaxia de millones, más vale que nos tomemos una taza de tila. El Real Madrid ha optado por hacer un club en plan Hollywood, lleno de estrellas, en vez de organizar un equipo en plan Guardiola, que sería lo lógico. Pues va a ser que no. Viva la orgía de euros para el show bussines del fútbol, muera la cultura y la enseñanza de calidad y que se fastidien los que no viajan en coche oficial, como ha dicho un alcalde andaluz en un ataque de sinceridad.
En Madrid somos tan chulos que, hasta la posible celebración de la Olimpiada generando la absoluta quiebra del Ayuntamiento (ya entrampado hasta las cejas de Gallardón), el personal está anhelante de recibir esa masa de músculos que es Cristiano y la concesión del evento planetario de la Olimpíada (que diría la inefable Leire Pajín). El personal está a punto del frenesí. Sufrimos calles con pavimentos como en Dakar, una educación por los suelos y unos juzgados de pena, pero todo el mundo se relame de gusto pensando en el nuevo Real Madrid o en la Olimpiada sin caer en la cuenta de que todos esos lujos los vamos a pagar entre todos.
viernes, 5 de junio de 2009
DECÍAMOS AYER
Hoy se cumple un mes que no escribo ni una línea en mi blog. En este período he sufrido un catarro de esos que ahora duran como una pulmonía, un flemón bucal, varios problemas en el trabajo y una agenda a tope. Con la circunstancia agravante de sufrir, también, la campaña electoral para nuestros representantes en la Unión Europea. He procurado abstenerme de ella porque nuestros políticos no me interesan en absoluto, dado el nivel, las actitudes, las frases, los gestos y, sobre todo, los sueldazos que se gastan (nunca mejor dicho). Y como al Parlamento Europeo suelen enviar a los miembros de sus partidos como premio a favores prestados o a los lenguaraces e incómodos, pues menos interés aún. Mi fe en esta democracia o partitocracia se resquebraja en relación directamente proporcional al número de parados, a la desvertebración de España y a la cantidad de tonterías y estrategias que observo en nuestros líderes, a quienes sólo parece importar su trasero en la poltrona y los suculentos sueldos que se adjudican.Escuchar un buen disco, disfrutar una buena película o la lectura de un buen libro son los mejores antídotos. Desenchufemos los televisores y pasemos por delante de los kioscos de prensa sin detenernos. Seremos más felices o, tal vez, menos desdichados.
martes, 5 de mayo de 2009
MI GENTE (V): JAIME
Cualquiera es el guapo que se atreve a escribir el retrato literario de un escritor. Se puede caer en la biografía, la hagiografía, la ecografía y hasta en la necrología… en vida. Y si ese escritor es Jaime Alejandre, entonces uno está saltando de trapecio en trapecio y sin red, poniendo en riesgo la propia espina dorsal. Me pasaría años con el diccionario en la mano a la caza y captura de adjetivos, verbos, sustantivos esdrújulos, y no sacaría nada en limpio para describir a Jaime Alejandre. A un escritor no se le describe, se le lee. Pero es que Jaime no es un escritor al uso, de esos que estamos acostumbrados a ver reseñados en Babelia, que parecen todos iguales. Jaime limpia, fija y da esplendor a cada palabra. Las saca del diccionario como de una alacena, las acaricia, las sopesa, las mira y remira, las besuquea, les pasa una y otra vez el plumero, les echa el vaho o les pone un poco de saliva salvadora (como hacía el Nazareno según refieren los evangelios) y las frota con un paño para después colocarlas, deslumbrantes, donde le da la gana, buscándoles perspectivas, significados, sentidos nuevos y originales, con lo cual, leer algo de Jaime es ir de sobresalto en sobresalto. Cuando leo a Jaime Alejandre siempre pienso: “¿cómo no se me había ocurrido antes a mí esta similicadencia o esta paronomasia?” En un texto de Jaime las palabras andan revueltas y alocadas, como si en un “belén” las lavanderas estuvieran retozando con los pastores y los Reyes Magos jugaran a hacer carreras de camellos. Y lo curioso es que forman textos compactos, tristes, alegres, cómicos, poéticos, ambiguos, de manera que uno no sabe si está leyendo el devocionario de la abadesa mitrada de las Huelgas de Burgos o las memorias de una furcia de Lavapiés. El último libro suyo que leí, De entre las ruinas, lo había comenzado en el metro y lo acabé en un balneario después de darle varias vueltas a sus relatos sobre la muerte. En el metro me pasé de estación y en el balneario se me olvidó la cita con el masajista. Jaime es, para mí, uno de los mejores escritores de su generación, que es tanto como decir que es uno de los escritores más desconocidos de su tiempo. Y por si todo esto fuera poco, escribe unos correos electrónicos que dan ganas de ponerles un marco y colocarlos en la pared, formando un vistoso zócalo nazarí. Pero en España, si no entras en los circuitos editoriales poderosos, en las páginas de los macro-medios o en las sedes de los partidos, no vendes un libro. Y para mayor inri, los grandes almacenes devuelven cada dos por tres las novedades. Menos mal que con esto de la red podemos escribir lo que nos dé la gana y lo puede leer un comerciante de Pernambuco igual que una secretaria de Barcelona. Un último secreto de la magia “alejandrina”: es un quejica. Siempre está pidiendo cariño, más que lectores. Por tanto, lector que me lees, visita su página web y, si te es posible, envíale un mensaje diciéndole, que además de escribir como un arcángel, es un tío atractivo (eso ya se lo dicen las mujeres), que se pondrá contento como un niño. Y me enviará un correo feliz, contándomelo, para mi colección. En http://www.jaimealejandre.es/ tiene usted su casa.
lunes, 4 de mayo de 2009
LISBOA ANTIGUA Y HERMOSA
Así comenzaba una canción de Amalia Rodrígues, todavía un mito musical en la memoria colectiva lusitana. Lisboa me fascinó desde mi primera visita. A pesar de los cambios producidos en ella, me sigue pareciendo una vieja dama aristocrática venida a menos por circunstancias de fortuna o, más bien, de infortunios. Es como una vieja marquesa descendiente de apellido ilustre, que hubiera perdido su fortuna en revoluciones y su casa-palacio arrasada por incendios y terremotos. Esa vieja señora ha podido salvar algunos enseres, un poco de su vetusto patrimonio, abriendo un pequeño restaurante que ella misma gestiona. Es una moderna “pizzería” sin pretensiones, decorada al gusto minimalista de hoy. Pero gracias a este negocio, la vieja señora ha podido restaurar su viejo palacete de la rúa das Janelas Verdes, entre el museo de Arte Antiga y “os bombeiros”.
Lisboa ha sido cantada millones de veces por sus poetas con una mirada casi siempre melancólica que acaba, inevitablemente, en ese río que llega hasta la mar océana, o ese mar que se adentra en el Tajo. No se puede entender a Lisboa sin volver la vista al pasado de grandes glorias que chocan con la dura realidad, a la nostalgia de todo aquello que se fue en un galeón de guerra o en un barco mercante, para nunca más volver. Es lo que allí llaman “saudade”. Lisboa, como Roma, se sienta sobre siete colinas y forma miradores hacia los cuatro puntos cardinales, abriendo sus dos grandes puentes como brazos, para recibir al forastero. Hay que llegar al centro de la ciudad, a la plaza del Rossio, para tomar un café expreso en Nicola y seguir después caminando por la rúa Augusta, columna vertebral de la ciudad, para llegar hasta la Plaza del Comercio. Y allí, mirando al mar, sentirse mitad portugués, mitad español, mientras se escuchan a la espalda los tranvías rojos y enfrente a las gaviotas, que cuentan amores imposibles.
Lisboa ha sido cantada millones de veces por sus poetas con una mirada casi siempre melancólica que acaba, inevitablemente, en ese río que llega hasta la mar océana, o ese mar que se adentra en el Tajo. No se puede entender a Lisboa sin volver la vista al pasado de grandes glorias que chocan con la dura realidad, a la nostalgia de todo aquello que se fue en un galeón de guerra o en un barco mercante, para nunca más volver. Es lo que allí llaman “saudade”. Lisboa, como Roma, se sienta sobre siete colinas y forma miradores hacia los cuatro puntos cardinales, abriendo sus dos grandes puentes como brazos, para recibir al forastero. Hay que llegar al centro de la ciudad, a la plaza del Rossio, para tomar un café expreso en Nicola y seguir después caminando por la rúa Augusta, columna vertebral de la ciudad, para llegar hasta la Plaza del Comercio. Y allí, mirando al mar, sentirse mitad portugués, mitad español, mientras se escuchan a la espalda los tranvías rojos y enfrente a las gaviotas, que cuentan amores imposibles.
sábado, 18 de abril de 2009
MI GENTE (IV): ROSARIO
Dicen los pintores que el blanco es el color más difícil de pintar. Rosario es blanca. Por eso es tan difícil de retratar. Muy blanca, muy delgada, muy rubia, muy poquita cosa. Casi pasa desapercibida en el metro, como pasa desapercibida una taza antigua de té de China en un abarrotado anticuario del Rastro madrileño. A la taza la miras al trasluz y ves sombras de algo que contiene. A Rosario la miras al trasluz y también ves sombras de algo que fue, sin que nunca llegara a ser del todo. La blancura de Rosario es como la del nácar, que tiene escamas. Según del lado que las mires, así las escamas reflejan unas cosas u otras. A lo mejor son rostros desdibujados. Rosario es delgada como un hilo, no sé si blanco o negro, porque, al atardecer no se distingue bien el color. Y cuando eso sucede en los atardeceres del Ramadan, es cuando los musulmanes pueden comenzar a comer, a beber, a fumar, incluso a fornicar. El grano de maíz es rubio, doradito, menudo. Y lleva dentro unas energías y nutrientes incontables, ya sea en forma de aceite o tostado como “palomita”. O sea, que el maíz es versátil. Como Rosario, que a veces se pone ensoñadora mirando a un mar, o concentrada en cálculos y contratos, o mirando fijamente un escenario para psicoanalizar después a la obra, al autor, a los actores, a los escenógrafos y hasta a la madre que parió al acomodador. Porque ella vive por y para el teatro, donde una vez intentaron envolverla en tarlatana morada y ella la convirtió en albo encaje de Bruselas. Mucho cuidado si entorna los ojos detrás de sus gafas. Entonces es blanca y opaca, como vaho sobre cristal de un balcón en noche nevada. Ese granito de maíz de Rosario encierra dentro propiedades que sólo se ven al microscopio. O al sonido del blanco teclado de un piano que ella escucha solitaria en un patio de butacas vacío. Y ahí se queda, traspuesta y ensimismada. Como la guitarrita nacarada que se exhibe dentro de una vitrina del Palacio Real de Madrid, tal vez juguete de alguna princesa, rodeada de solemnes “Stradivarius”, también en vitrinas. La blancura de Rosario es traslúcida como una medusa inocua que roza la piel cuando besa y va y viene llevada por las olas, de cala en cala, hasta que encuentre un día la playa definitiva.
viernes, 17 de abril de 2009
SEÑAS DE IDENTIDAD
Hubo un tiempo en que las congregaciones religiosas mostraban muy visibles señas de identidad: hábitos, escudos, dedicaciones apostólicas, siglas tras una firma, etc. Bastaba cruzarse por la calle con un fraile o una monja, o llegar a las puertas de un convento en cuyo dintel lucía un escudo, contemplar las imágenes de un retablo, presenciar una liturgia o ver la portada de un libro en la que, tras el nombre se leía: S.J., O. S. A., O. C. D., O. P., para saber que te hallabas ante jesuitas, agustinos, carmelitas, dominicos, y así sucesivamente. Las órdenes religiosas fueron precursoras de lo que, en lenguaje empresarial, hoy se denomina “identidad corporativa”. Con el Concilio Vaticano II y sus consecuencias llegó la desaparición progresiva de todos esos signos: hábitos, siglas, emblemas, y todo cuanto sirviera para distinguir a unos de otros se arrinconó al desván de las instituciones. Eran señales que, en muchos casos, habían quedado huecas, ostentosas, vacías de contenido. Comenzaba una etapa en que el clero (religiosas incluidas) se acercaba a la sociedad, suprimiendo aquellos capisayos, tocas, velos y cogullas que, aparte de incómodos, anacrónicos, caros y complicados , creaban un sentimiento de rechazo o de “casta al margen de” la propia sociedad. El diseño de muchos hábitos era fruto del tiempo fundacional, de modo que, a través de ellos, de sus capuchas, plisados, baberos, almidones, también se adivinaba la vestimenta en Edad Media, el siglo XVIII, el XIX, etc. Esos trajes talares sirvieron para “uniformar” y, también, para ocultar deficiencias culturales y educativas de origen infantil. Porque los seminarios y noviciados enseñaron mucha “urbanidad” y compostura a jóvenes provenientes del ámbito rural sin medios, que aprendieron a desenvolverse en sociedad bajo un hábito que les marcaba conductas, posturas, conversaciones. La supresión de los hábitos preconciliares produjo una cierta “catástrofe” estética. Aparecieron nuevos atavíos en forma de guardapolvos, las complejas tocas de antaño fueron sustituidas por pañolones a la cabeza tipo” empleadas de limpieza”. Después vinieron socorridas “rebecas” y faldas grises y los cortes de pelo sin gracia alguna. En los frailes, comenzaron a verse cazadoras, camisas de franela o jerseys “cuello de cisne”, pantalones vaqueros o de pana de “mercadillo”, que servían lo mismo para ir en el metro que para un banquete de bodas. No faltaron clérigos que, en un frenesí de puesta al día, se vistieron de los modos más sorprendentes. Recuerdo a un venerable canónigo mallorquín que conjuntaba camiseta turquesa con pantalón amarillo, ambos ajustadísimos, para una cena medio oficial en casa de Camilo José Cela. Ver a una religiosa vestida como una señora de su tiempo (con un discreto traje de chaqueta o un vestido estampado en colores) o a un fraile con chaqueta y corbata, en vez de esos “sweters” cuello de cisne, resultaba inimaginable. Nadie había enseñado a tiempo a esos buenos consagrados que si el “hábito no hace al monje”, vestirse como un seglar (sin dejar de lado la vocación y el servicio), requiere adaptarse a los lugares. Que andar por las “favelas” de Río de Janeiro no es lo mismo que andar por despachos oficiales, por poner un caso. Y esa estética (o falta de ella) era el indicio de algo peor aún: el espacio vacío, del que hablaré en otro momento.
jueves, 16 de abril de 2009
MATRIMONIOS MIXTOS
Acabo de leer la estadística del Instituto de Política Familiar, según la cual, durante 2007 15.395 españoles(as) contrajeron matrimonio con algún foráneo. Concretamente, 2.193 se casaron con brasileñas y 1.593 con colombianas. Por su parte, 10.659 españolas se casaron con un extranjero, de las cuales, 1.364 bodas las realizaron con varones marroquíes. Es decir, el 12,8 %. Y mientras los matrimonios entre ciudadanos españoles han descendido un 10%, la inyección de matrimonios internacionales mantiene el número total de enlaces en España. La estadística no dice, porque no es su cometido, que el fracaso de dichos matrimonios está encabezado por el de mujer española con varón árabe y/o musulmán. Esto no es racismo, que detesto. Es pura matemática. Entre hombre de educación musulmana y mujer de educación europea (sean o no creyentes los cónyuges), suelen darse demasiadas diferencias de ideas sobre el matrimonio, la familia, el papel de la mujer, la educación de los hijos, la relación con el entorno, etc. De estos matrimonios, sólo conozco uno que todavía perdura y son felices: Mustafa y Ana. Otros varios han terminado como el rosario de la aurora, incluso con secuestro de hijos llevándolos el padre a su tierra. Hasta hace bien poco, todo marroquí residente fuera de su país y casado con extranjera, conservaba todos sus derechos como cabeza de familia frente a ella. Y en caso de conflicto, llevaba las de ganar. Posiblemente, con la nueva Ley de Familia del reino alauita, las cosas hayan comenzado a cambiar allí. De momento, en España siguen teniendo fortuna los varones marroquíes a la hora de encontrar pareja. Muchas españolas opinan que el marroquí es un hombre encantador. Y yo estoy de acuerdo en el sentido más literal del término. El magrebí sabe explotar sus artes seductoras mucho mejor que el español. Pero dejemos la explicación de dicho "encantamiento" para otro día. Laila saida (=buenas noches).
miércoles, 15 de abril de 2009
EL HERALDO
Según los técnicos de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, que han realizado un estudio, el jardín que tenemos a la puerta es el que más variedad botánica posee en el barrio. Contamos hasta con un pino canario. Es una suerte contemplar tan diversa vegetación desde mi ventana. Sin embargo, el altísimo abeto del centro, que ya contaba cuarenta años, tuvieron que cortarlo los bomberos por la mitad porque amenazaba desplomarse durante los huracanes del invierno pasado. Y el pobre quedó tan feo que mandamos arrancarlo. Lo hemos sustituido por un olivo de doscientos años, regalo de unos amigos, que por otra parte va más acorde con la arquitectura medio andaluza del edificio. Yo le tengo un cariño especial a un acebo verde y amarillo, que pasa desapercibido entre los demás árboles y arbustos. Vino de las sierras de Cuenca y el pobre ahí sobrevive como un valiente. Pero el que me anuncia cada año el regreso de la primavera, de la resurrección, es el almendro que hay plantado un poco más abajo. El almendro es un árbol vanguardista. Mientras todos están todavía tiritando por el invierno o sobrecogidos por las lluvias, en cuanto sale el sol unos cuantos días, echa sus blancuras a relucir, como si quisiera llamar la atención de todos, distinguirse de la masa verde. Si el ciprés nos resulta familiar como custodio de la muerte, el almendro es, para mí, el heraldo de la vida.
lunes, 13 de abril de 2009
TRAMA (AUN) INVISIBLE
Leo en el periódico que la policía dejó escapar al principal fugitivo del 11-M, Daoud Ouhnane, a pesar del seguimiento que llevaba tiempo sobre sus espaldas. Otra chapuza policial más en un sumario que resulta altamente sospechoso para ese cuerpo. Cada vez que me topo con una noticia sobre aquella masacre, me entran ganas de vomitar. Es cierto que, con los pocos mimbres que había, el juicio y sus condenas parece que se ajustaron a derecho. Pero los días y semanas posteriores al 11 de marzo están tan llenos de silencios, huecos, extravíos, contradicciones, casualidades y lagunas, que los interrogantes durarán bastante tiempo. Y algún día, si no toda la verdad, sabremos mucho más. Eso me produce un inevitable escalofrío.
Recuerdo que, al comenzar las primeras detenciones, uno de los atrapados (Jamal Zougam) no daba la imagen de un islamista, sino de un latin lover o arabe lover, típico magrebí integrado en las costumbres de Occidente. Un islamista no bebe alcohol, no va de discotecas y, menos aún, utiliza un bañador minúsculo en la playa. Al poco de llegar a la presidencia el señor Rodríguez Zapatero, de nombrar su equipo y rellenar todos los altos cargos gubernamentales, me chocó que quien había sido Director General del CNI (o sea, el máximo responsable del espionaje en nuestro país), fuera cesado e inmediatamente nombrado embajador de España ante el Vaticano, cancillería deseada por todo el cuerpo diplomático, dado el poco trabajo que tiene y el magnífico palacio romano que disfruta. Es algo así como un premio. Que un cargo nombrado por Aznar fuera premiado por Zapatero era completamente inusual. (Hoy día es el embajador del Reino de España ante Washington, pues el gobierno “retiró” a su famoso alcalde de La Coruña elevándolo a la misma embajada vaticana). En mis años mozos me empaché de novelas de crímenes. Y un principio elemental era averiguar a quién beneficiaba un asesinato para esclarecer la autoría. Pido a Dios que ilumine a los investigadores que todavía rastrean. Y encuentren, si no todas la piezas del “puzzle” (cosa imposible por demás), sí las suficientes. Se lo debemos a las víctimas muertas y a las vivas, supervivientes y familiares, de aquel horror.
viernes, 10 de abril de 2009
VIERNES SANTO: EL CAUTIVO
No recuerdo ninguna religión en la que su líder, su fundador, haya tenido un final biográfico más catastrófico que Jesús Nazareno. Es la perfecta imagen del antihéroe de religiones, mitos y leyendas. Perseguido por el poder político que lo tenía por un peligroso revolucionario. Detestado por el poder religioso como un riesgo para “las buenas costumbres” de su tiempo, abandonado de todos sus compañeros, sus amigos, vendido al mejor postor por treinta monedas de plata, acusado por los tribunales, condenado a morir en muerte afrentosa como los ladrones de su tiempo, maltratado a extremos que hoy mismo resultan de una brutal crueldad, parece imposible que llegara vivo hasta la cruz y allí ser traspasado por clavos, espinas, lanza y alzado para vergüenza de todos, salvo para su llorosa madre y unos contados incondicionales.
Pero allí, colgado del madero, entre inmensos sufrimientos físicos y morales, estaba abriendo las puertas a quienes, durante los siglos venideros sintieran sobre sus cabezas el abuso, la miseria, la prisión injusta, la enfermedad incurable, el atropello, el robo y el asesinato. En adelante, ningún sufriente quedará solo jamás con su dolor. Ese hombre cautivo, atado de manos y coronado de espinas, llegará hasta el último confín del mundo y de la Historia, moviendo a otros a ser cirineos del prójimo, acompañando a muchos con su cruz. No sabían Caifás, Anás, Poncio Pilato la que se les venía encima con aquel hombre lleno de sangre propia y saliva ajena. Sus pobres nombres han pasado tristemente a la memoria colectiva gracias al Nazareno. Realmente era un hombre muy peligroso, un revolucionario implacable cuyo nombre, después de más de veinte siglos no sólo no ha sido olvidado sino aclamado, bendecido hasta el último rincón del planeta. Pero también, cada ser humano - víctima injusta de un semejante de su propia naturaleza-, se ha convertido en otro “Nazareno”. Y así, los “cristos” no sólo han llenado en madera, en piedra, en pinturas, todo el globo terráqueo, sino de cadáveres los cementerios. Y nos vuelve de nuevo la pregunta: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?”.Todo esto se me ocurre mientras veo procesionar al Divino Cautivo, la imagen de Benlliure que desfila por las calles de Madrid la tarde del Viernes Santo. Un cortejo sencillo, elegante, silencioso, de nazarenos y capirotes blancos y rojos sangre, un grupo de damas con mantilla, unos músicos que interpretan marchas. Y allá en lo alto del trono, como una celda de penal ambulante, alto torreón de flores y faroles, Jesús erguido y solo, con las manos atadas, serenamente, resignadamente, mayestáticamente, dispuesto a aceptar su destino.
Pero allí, colgado del madero, entre inmensos sufrimientos físicos y morales, estaba abriendo las puertas a quienes, durante los siglos venideros sintieran sobre sus cabezas el abuso, la miseria, la prisión injusta, la enfermedad incurable, el atropello, el robo y el asesinato. En adelante, ningún sufriente quedará solo jamás con su dolor. Ese hombre cautivo, atado de manos y coronado de espinas, llegará hasta el último confín del mundo y de la Historia, moviendo a otros a ser cirineos del prójimo, acompañando a muchos con su cruz. No sabían Caifás, Anás, Poncio Pilato la que se les venía encima con aquel hombre lleno de sangre propia y saliva ajena. Sus pobres nombres han pasado tristemente a la memoria colectiva gracias al Nazareno. Realmente era un hombre muy peligroso, un revolucionario implacable cuyo nombre, después de más de veinte siglos no sólo no ha sido olvidado sino aclamado, bendecido hasta el último rincón del planeta. Pero también, cada ser humano - víctima injusta de un semejante de su propia naturaleza-, se ha convertido en otro “Nazareno”. Y así, los “cristos” no sólo han llenado en madera, en piedra, en pinturas, todo el globo terráqueo, sino de cadáveres los cementerios. Y nos vuelve de nuevo la pregunta: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?”.Todo esto se me ocurre mientras veo procesionar al Divino Cautivo, la imagen de Benlliure que desfila por las calles de Madrid la tarde del Viernes Santo. Un cortejo sencillo, elegante, silencioso, de nazarenos y capirotes blancos y rojos sangre, un grupo de damas con mantilla, unos músicos que interpretan marchas. Y allá en lo alto del trono, como una celda de penal ambulante, alto torreón de flores y faroles, Jesús erguido y solo, con las manos atadas, serenamente, resignadamente, mayestáticamente, dispuesto a aceptar su destino.
MI GENTE (III): VÍCTOR
Si Víctor decide un día que debes ser amigo suyo, ya puedes echarte a temblar, a correr o a aceptar con resignación su amistad. Porque todo lo que Víctor decide lo hace decididamente. Te llenará de atenciones, te llevará a su casa, te traerá por ciudades, te enseñará rincones de playa o de montaña, te bajarás de un coche para subir en una moto y al rato estarás sentado junto a él en un todo terreno enorme, tan enorme como él mismo. Te hará comer y beber de todo. Y más vale que no digas que algo de su casa te gusta, porque te lo regalará inmediatamente. Víctor es así. O lo matas o lo aceptas. También puedes poner tierra por medio, pero ahora con los móviles, igual te llama desde Tenerife que desde Finisterre. Y también puede presentarse, de pronto, en la puerta de tu casa con Victoria, con esos perrazos negros que dan miedo o con un amigo vietnamita. ¿Quién puede adivinar por dónde va a salir? Es dentista, pero ni se te ocurra comentar nada de un diente tuyo, porque es capaz de hacerte ir a San Sebastián para instalarte una colección de implantes. Y todo eso, en un pis pas. En una ocasión yo pasaba dos días con él en San Sebastián y comenzó a lloviznar, y como no llevaba gabardina en mi equipaje, me agarró del brazo, me introdujo en una tienda y a los cinco minutos yo salía vestido con una de ellas, que me acababa de comprar. Si le dices que aceptas sus insistentes invitaciones a pasar un puente de descanso en su casa, piénsatelo dos veces, porque nada más llegar allí te meterá en el coche para comer sardinas en Santurce, judiones en el valle de Arán y bacalao en Fuenterrabía, sin olvidar las consabidas tapas y cervezas, algún croissant en Donosti, bombones en Irún, y así sucesivamente. Y si le explicas algún asunto mientras te mira con cara de atención, tampoco te fíes: está proyectando llevarte a ver la costa de Biarritz, una iglesia de Loyola, parando un momento para comprar algo en Eroski y una clínica en San Sebastián. Y da gracias, porque si en vez de un “puente” de tres días dispusieras de una semana, acabarías viajando desde Burdeos hasta Oviedo, volviendo a su casa, en Hendaya, justo para hacer la maleta de regreso a Madrid. La que fue su primera pareja, acertadamente, definía vivir con Víctor como un constante “troteo”.
Claro que Víctor tiene a quién parecerse: a sus propios padres. Los dos andaluces, los dos muy trabajadores, los dos maravillosos y enamorados entre sí, los dos muy viajeros. Tanto, que la casa de Madrid, cuando yo los conocí, era el prototipo de la “estética de la acumulación”, o sea, una abigarrada colección de objetos comprados en diferentes países y dejados en las habitaciones: una Santa Cena entre un enorme tibor oriental y una máquina de fotos japonesa, mientras sobre la pared colgaba un cuadro de pájaros venezolanos junto a una cerámica portuguesa. Los padres casi nunca estaban allí: o iban o venían. Por eso, una mañana en que compartí tranquilamente un desayuno con Mercedes, la madre, en la cocina del piso de Marbella, se me hacía raro. Como el matrimonio tenía diez hijos (uno de ellos, Víctor) la sucesión de visitas o huéspedes, de tíos, primos, sobrinos, amigos, que comían o pernoctaban era incalculable. Durante aquel desayuno, Mercedes me comentó que no sabía cuántas personas habían dormido en la casa: unas dieciocho o veinte. Naturalmente, las bodas, en esa familia, constituían una explosión de invitados, hasta el punto de tomar un hotel completo para algunas de ellas. Y lo llenaban. Porque en la familia de Víctor existía (y supongo que existe aún) una idea de parentesco o amistad casi "a la italiana". Un almuerzo dominical puede congregar a veinticinco personas fácilmente.
Dicho todo esto, se comprende mejor que Víctor sea un resultado normal de las leyes de la herencia.
Víctor es un amigo inolvidable, entre otras razones porque él no permite que lo olvides. Cuando menos te esperas, es capaz de llamarte al móvil para decirte cosas como: “estoy en el Parador de Toledo, ¿por qué no te vienes a comer?, son sólo cuarenta minutos de coche”, o “estoy en Barcelona y me acuerdo mucho de ti, en el AVE son poco más de dos horas”, o “me he encontrado entre mis papeles un recordatorio de tu Primera Comunión y he pensado en llamarte” o, simplemente, “hola, ¿qué fue de tu amiga Natalia? Hace tiempo que no me hablas de ella”, pero es un truco: en realidad lo que quiere decirte es que vayas a pasar unos días a su magnífica casa en Hendaya. Y no se te ocurra responderle que te dan miedo esos perrazos negros que tiene porque lo resuelve de inmediato: “por eso no te preocupes, porque los llevo a un caserío y no los vas a ver”. O que el “puente” son pocos días y no merece la pena conducir tanto, porque “te puedes comprar por Internet un billete de avión, el aeropuerto de Fuenterrabía está a quince minutos de casa e iré a esperarte hasta el mismísimo pie del avión”. No es problema. Con él, nada es un problema.
En este mundo tan insolidario y egoísta son necesarias personas como Víctor, que abren el gigantesco paraguas del corazón para acogerte sin preguntas. Aunque sea para llevarte a todo trapo de un sitio para otro.
Claro que Víctor tiene a quién parecerse: a sus propios padres. Los dos andaluces, los dos muy trabajadores, los dos maravillosos y enamorados entre sí, los dos muy viajeros. Tanto, que la casa de Madrid, cuando yo los conocí, era el prototipo de la “estética de la acumulación”, o sea, una abigarrada colección de objetos comprados en diferentes países y dejados en las habitaciones: una Santa Cena entre un enorme tibor oriental y una máquina de fotos japonesa, mientras sobre la pared colgaba un cuadro de pájaros venezolanos junto a una cerámica portuguesa. Los padres casi nunca estaban allí: o iban o venían. Por eso, una mañana en que compartí tranquilamente un desayuno con Mercedes, la madre, en la cocina del piso de Marbella, se me hacía raro. Como el matrimonio tenía diez hijos (uno de ellos, Víctor) la sucesión de visitas o huéspedes, de tíos, primos, sobrinos, amigos, que comían o pernoctaban era incalculable. Durante aquel desayuno, Mercedes me comentó que no sabía cuántas personas habían dormido en la casa: unas dieciocho o veinte. Naturalmente, las bodas, en esa familia, constituían una explosión de invitados, hasta el punto de tomar un hotel completo para algunas de ellas. Y lo llenaban. Porque en la familia de Víctor existía (y supongo que existe aún) una idea de parentesco o amistad casi "a la italiana". Un almuerzo dominical puede congregar a veinticinco personas fácilmente.
Dicho todo esto, se comprende mejor que Víctor sea un resultado normal de las leyes de la herencia.
Víctor es un amigo inolvidable, entre otras razones porque él no permite que lo olvides. Cuando menos te esperas, es capaz de llamarte al móvil para decirte cosas como: “estoy en el Parador de Toledo, ¿por qué no te vienes a comer?, son sólo cuarenta minutos de coche”, o “estoy en Barcelona y me acuerdo mucho de ti, en el AVE son poco más de dos horas”, o “me he encontrado entre mis papeles un recordatorio de tu Primera Comunión y he pensado en llamarte” o, simplemente, “hola, ¿qué fue de tu amiga Natalia? Hace tiempo que no me hablas de ella”, pero es un truco: en realidad lo que quiere decirte es que vayas a pasar unos días a su magnífica casa en Hendaya. Y no se te ocurra responderle que te dan miedo esos perrazos negros que tiene porque lo resuelve de inmediato: “por eso no te preocupes, porque los llevo a un caserío y no los vas a ver”. O que el “puente” son pocos días y no merece la pena conducir tanto, porque “te puedes comprar por Internet un billete de avión, el aeropuerto de Fuenterrabía está a quince minutos de casa e iré a esperarte hasta el mismísimo pie del avión”. No es problema. Con él, nada es un problema.
En este mundo tan insolidario y egoísta son necesarias personas como Víctor, que abren el gigantesco paraguas del corazón para acogerte sin preguntas. Aunque sea para llevarte a todo trapo de un sitio para otro.
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