SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

martes, 30 de abril de 2013

MARIPOSAS EN LA CABEZA

  Me alegró encontrar a Felisa en el centro comercial después de más de veinte años sin verla. Besos de saludo y frases propias del momento. Le pregunté por su niño.
- Ja ja ja... el niño tiene ya veintisiete años cumplidos y mide uno ochenta, me respondió toda orgullosa mientras abría su carterita y me mostraba a su Julián empuñando unos guantes de boxeo en lo que parecía un gimnasio. Realmente, el bebé de entonces se había convertido en un mocetón.
- ¿Es boxeador?
- No, no, esto es por afición nada más. El ahora trabaja en la Real Academia.
- Ah, no sabía que tu chico es filólogo.
- ¡Qué va! Está pintando unas puertas. Y tal como está el trabajo, no es poco. Con una empresa y con un contrato temporal, ya ves. Pero gracias a Dios, tiene perspectivas de mejorar.
- Pues sí, a ver si lo hacen fijo y prospera en la empresa.
- No creo. Ahora no hacen fijo a nadie. Pero ha conocido en el gimnasio a un presentador de telediarios de una cadena, y se han hecho muy amigos. Se está portando muy bien con él. Se preocupa de comprarle ropa y para su cumpleaños le regaló un reloj de esos caros. Algunas veces se van de viaje juntos. La Semana Santa la pasaron en Marruecos. Y le ha prometido que lo va a colocar en la cadena. Vamos, como un hermano.
- Ya me imagino, ya.
- Yo le digo que aproveche, porque con la planta que tiene mi Julián, a lo mejor llega a hacerse "famoso".
Y agarrando de nuevo sus bolsas del supermercado, que había depositado en el suelo, se alejó hacia las escaleras mecánicas.
Esta palabra me recordó una tarde en que yo iba desde Plaza de Castilla en autobús hasta la Glorieta de Embajadores, final de trayecto. Me acomodé suficientemente solo para leer. A las pocas estaciones subieron dos orondas matronas amigas entre ellas, se sentaron frente a mí y conversaban sin parar en ese tono de voz que ahora consiste en que todo el mundo (sea vagón de metro o en autobús) se entere de lo que se habla. Yo intentaba seguir leyendo. Empeño inútil. El autobús se detuvo en la plaza de Gregorio Marañón y la amiga más cultivada le señaló un edificio a su amiga comentando: "En esa casa vivió Marañón".
- Y ese, ¿quién era?
- Mujer, un médico muy importante.
- Ah, bueno. Con ese nombre pensé que era un torero. O un famoso.
A partir de entonces comprendí que ser famoso no tiene nada que ver con la ciencia, ni con tocar el arpa en una cátedra del conservatorio, ni ser excavador en Atapuerca. Pero no teniendo idea clara, pregunté a una antigua alumna que trabaja en una empresa de producción de programas para la tele. Me dio una larga explicación con la que comprendí que es un aprendizaje complicado hasta llegar al triunfo. Todo consiste en una intensa preparación del cuerpo, sesiones diarias de gimnasio y nocturnas de discoteca, verdaderas oficinas de empleo. Se requieren destrezas inimaginables y pasar por pruebas arriesgadas, como casarse o liarse con alguien ya perteneciente al "famoseo". Después, separarse de forma lo más escandalosa posible para vender exclusivas y así, sucesivamente. Cuantos más fotógrafos persigan a uno o una, tanto mejor.  Naturalmente, se pasa muchas veces por los juzgados de la plaza de Castilla: o bien por un divorcio o por una demanda, así que no viene mal conocer un poquito de leyes. Es fundamental tener un asesor o representante, para diferentes actuaciones (que hoy día llaman "bolos", me parece). Naturalmente, la cotización va subiendo (lo que se dice un "caché") y en menos que canta un gallo, se ha amasado una fortunita. Incluso a propios parientes y vecinos les surge cierta "pedrea" si acceden a responder a periodistas y fotógrafos, con lo cual se contribuye a la elevación del nivel familiar y del propio barrio. Que no es poco.
Creo que la Universidad Complutense debería plantearse un Curso de Verano sobre el tema, con Belén Esteban de coordinadora y conferenciantes a la medida. Y si me apuran, crear una nueva titulación al efecto, con su Facultad, sus cursos, créditos, titulaciones, especialidades y todo lo demás. A lo mejor así se libraba del declive de alumnos y de ingresos que soporta. "Gaudeamus igitur".

viernes, 26 de abril de 2013

SALUD ANTE TODO

 La abadesa mitrada me había hecho llamar para pedirme consejo, y allí estaba yo, en la penumbra del locutorio dispuesto a escucharla:
- Como sabes- me dijo-, Sor Tránsito de la Madre de Dios ha estado muy pachucha. Salió del hospital de Madrid tan débil que, por su avanzada edad y los cuidados que precisaba, no podíamos atenderla aquí con los medios adecuados. Así que recurrimos a tu amiga, la baronesa, y ella nos condujo a  Dª ... (aquí mencionó el nombre de una señora muy conocida por su belleza, su filantropía y su fortuna), quien hace años montó una residencia para monjas ancianas que están en la misma situación que Sor Tránsito. Una residencia gratuita para nosotras y perfectamente equipada.
- ¿Y cuál es el problema?
- Pues que está curada y no quiere salir ni a tiros de la residencia.
- ¿Y eso? ¿se ha hecho a las comodidades?
- ¡Nooo!, afrmó la superiora. Es que en la sala de estar tienen un televisor de plasma con pantalla grande y está siguiendo un serial. Y dice que está en vilo para ver el final y que mientras no acabe la serie, que no deja la residencia ni muerta. ¡¡A sus ochenta y seis años!! Y para mayor inri, Dª.... me dice que la deje en paz si está contenta y que esperemos a que acabe la dichosa serie.
- Pues no es mala idea. Total, la serie acabará un día.
- El problema -añadió la abadesa-, es que, efectivamente, parece que va a acabar. Pero ya han anunciado la segunda parte. Y así, nos puede llegar el apocalipsis, porque Sor Tránsito ha descubierto Internet y se pasa las horas muertas viendo videos en YouTube en la sala de estar de aquella casa. El último día que la visité en su habitación, observé que la foto de Juan Pablo II que tenía en un marquito sobre la mesilla, la había cambiado por una de David Bisbal. Le pregunté la causa del cambio y me dijo: "Al Papa ya lo tenemos en el monasterio en fotos por todas partes y pronto estará en los altares. Pero si usted viera, Reverenda Madre, cómo canta David Bisbal el avemaría..... Ave María, pronto serás mía.... qué arte, qué arteeee". Y me quedé de piedra.
Aquí emitió un suspiro de compunción, rebulléndose en el sillón castellano.
- ¡Ay, Señor, qué cruz me ha caído encima. Ya solo falta que se enteren otras hermanas de aquí, que tienen su misma edad poco más o menos, y se arme una revolución pidiendo la televisión en la clausura.
- Bueno, en los conventos de frailes, el fútbol televisado se ha convertido en el tema principal (prácticamente único) de las conversaciones. Cambiando circunstancias, una dependencia similar a la de Sor Tránsito.
La monja soltó una carcajada:
- No compares, hombre. El fútbol es un deporte que subyuga a todos los hombres, sean frailes o no, con tele o sin tele. Y no creo que los monjes de clausura tengan televisores.
- Sí, madre. El problema no es ese espectáculo (yo no lo llamaría deporte) del fútbol televisado, que arrastra millones de personas y de euros en los cinco continentes, sino la televisión en sí. Este medio ha acabado con las conversaciones de familia mientras comen o cenan. Yo he vivido almuerzos como invitado en domicilios donde los miembros de la familia no me hacían ni caso en la mesa, mirando todos como bobos a la pantalla. Y en los conventos masculinos, la televisión es tan imprescindible como la capilla. O más. Deje tranquila a Sor Tránsito. Después de más de sesenta años de vida de clausura ejemplar, de privaciones voluntarias, que pase sus últimos tiempos con algo que la ilusiona, no va a significar nada en su salvación eterna. Y las demás monjas, que recen por ella y den gracias a Dios por seguir sanas en su vida monástica. Tampoco estaría de más que ustedes tuvieran un televisor en la clausura para ver programas culturales o religiosos, que los hay.
La Madre abadesa se puso en pie, lo cual significaba que mi visita había concluido. Salí solo, caminando por el claustro mientras escuchaba la campana llamando a Vísperas. Fuera del recinto monacal, el sol dorado del atardecer castellano era como una sonrisa, un guiño de complicidad por parte de Dios.

miércoles, 24 de abril de 2013

CARTA SECRETA PARA MAS

Muy Honorable Don Arturo Mas
Presidente de la Generalidad de Cataluña
Palacio de San Jaime
Barcelona
 
Excelentísimo Señor:
 
Ante todo, discúlpeme por dirigirme a V. E. en castellano y no en la bellísima lengua catalana, pues, aunque la estudié en la Facultad como optativa, no llego a dominarla y, por ello, elijo la lengua de Cervantes. Espero que en el Palacio donde mora V. E. haya traductores suficientes para verter mi carta a su honorable lengua.
En segundo lugar, me tiene en un "sin vivir" lo de la independencia de su patria ofendida y humillada. Porque si se consigue no siendo usted presidente, se quedará con un palmo de narices y se llevará las glorias otro. Pero si se logra siendo usted aún gobernante (y aquí tiene que esforzarse mucho), tengo la fórmula secreta para que no le priven a usted de los loores pertinentes y duraderos. Vamos a ello: Una vez conseguida la independencia, corra a declararse Conde de Barcelona y de todos sus territorios históricos y adyacentes, que no le resultará difícil en plena ebriedad del triunfo. Si tiene usted un hijo en edad adolescente (que no me extrañaría nada), miel sobre hojuelas: declárelo heredero. Pero no se le ocurra, como al ex-honorable Pujol, enriquecer a su prole sin más ni más, que luego todo se sabe. No. Una vez proclamado  heredero (que el chaval estará en la ESO, imagino), pida la mano de la infanta Leonor de España. Su Majestad el Rey aceptará encantado porque bastantes sinsabores tiene ya con su familia, con la "amiga entrañable" (que Dios confunda) y con su propia salud. Y cáselo con la infantita cuanto antes. Cuanto antes, pero a ser posible en el Pilar, no en la catedral de Barcelona, pues mire usted como está acabando la boda de la Infanta Cristina y da mal fario ese templo. Tampoco en Madrid, que la Almudena es un horror, con unas vidrieras espantosas. El Pilar está en territorio neutral y de paso les hace un guiño a los aragoneses, que son muy suyos, como usted bien sabe. Con esta boda principesca, usted se ahorraría unos cuantos miles de euros: por una parte los de salir y volver a entrar en la Unión Europea. Y por otro, el banquete de bodas, porque las firmas de cava catalán pagarían el menú y el cava con auténtica munificencia. Y ese ahorro es para tenerlo en cuenta desde el punto de vista de la idiosincrasia catalana, que todo lo tiene previsto.
Pero esto no se lo cuente a nadie, ni a ningún otro presidente autonómico. Menos aún al lehendakari vasco, no sea que éste descubra la forma de reinstaurar el reino de Navarra y le tome a usted la delantera, colocando a su nene.
Hágame caso, hombre. No confíe nada de nada en eternizar a su prole al frente de la Generalidad pues mire usted cómo van acabando las repúblicas árabes y no árabes cuyos presidentes colocaron a sus hijos como candidatos votables y votados. Un tsunami social se los lleva por delante y vienen islamistas por todas partes. Por cierto, mucho cuidado con algunos musulmanes que andan libremente por la Rambla de su digna capital, no sea que por huir de España se encuentre usted con el proyecto de UMMA o comunidad de creyentes del Islam, que es a lo que aspiran bastantes seguidores de Mahoma. Y eso sí que sería salir de Herodes y entrar en Pilatos.
Y nada más. Si necesita más consejos, llámeme, nómbreme asesor (uno más o menos pasará desapercibido) y acudo raudo en el AVE o póngame un piso en la Diagonal. Me encanta Barcelona, el Liceo, Gaudí y la butifarra. Será un placer ser útil a su proyecto. Encomiéndeme a la Virgen de Montserrat, que yo lo haré por usted a la Almudena.
Su seguro servidor.

jueves, 18 de abril de 2013

VAMOS AL CINE

 Me gustan las películas americanas. Lo tienen todo controlado. Cuando el protagonista tiene urgencia de trasladarse a otro lugar de la ciudad, siempre aparece oportuno el taxi amarillo que circulaba casualmente libre en plena hora punta. Y después se baja precipitadamente de él, dejándole al taxista un billete sin esperar la vuelta. Pero si el protagonista se desplaza en su coche, siempre encuentra donde aparcar. Así da gusto. En cambio, llama la atención que millonarios riquísimos, propietarios de mansiones casi tan grandes como la Casa Blanca, puedan ser asesinados por la noche con suma facilidad, porque viven más solos que la una. No solo los millonarios, sino todos los detectives de gabardina, estudiantes de diseño, guapas secretarias o modestos taxistas. Claro, casi todos  tienen un pasado.
Si dos personajes están en una habitación hablando de un tema muy serio y uno de ellos se va, abre la puerta, sale, y antes de cerrar detrás de sí, suelta una frase lapidaria que deja al otro estupefacto. Y yo me quedo con el puñado de palomitas en la mano sin llegar a la boca.
Especialmente me gustan las películas policíacas, de juicios, de investigación criminal. Últimamente, en las películas de tribunales, el juez (que antes era siempre varón y con cara de malas pulgas), ahora es una mujer, negra, gorda, seria pero con cara de ama de casa, de saberse el Código Penal de pe a pa y curada de espanto. Y pone firmes al abogado y al fiscal por menos de nada. Claro que el último grito en crímenes es esas películas y series donde los policías son científicos que te enseñan las tripas y el cerebro de las víctimas en una "morgue" con la misma naturalidad que en una mercería te exhiben un muestrario de botones. Y, claro, si estás recién comido o cenado, se te pone la digestión en la boca. Automáticamente, las palomitas comienzan a saberme a cartílagos humanos. Prefiero las escenas de entierros. Siempre hay un pastor que tras poner por las nubes al difunto, el ataúd baja con mucha parsimonia mientras un corro de señoras con sombreros y pamelas negros llora desconsoladamente y echan una flor en la fosa. Antes del entierro se han puesto las botas a canapés y bebidas en la casa del finado, seguramente para resistir tantas emociones. 
Los policías americanos son muy educados. Cuando van a una casa y les franquean la puerta, entran y se presentan: "el comisario fulanito, la suboficial menganita y el agente perenganito". Parece que más a que a preguntar van a pedir la mano de alguien. Y siempre les ofrecen un té, por ejemplo. Claro que cuando los policías van a detener a alguien llegan seis o siete coches aullando sirenas a todo meter, con  mucha fanfarria de uniformes, rifles, unos tíos como armarios que si no les abren la puerta ya mismo la tiran de una patada y entran caminando despatarrados, apuntando con pistolas que dirigen en varias direcciones. ¡Qué tíos!
¿Por qué cuando atraviesan un río a nado y vestidos o tras un naufragio llegan medio ahogados a una playa empapados hasta los huesos, inmediatamente se les ve con la ropa seca y peinados hasta con laca? ¡Ah! ahí está la magia del cine.
Lo que no soporto es las películas americanas con niño de protagonista. Son unos listillos a los que sus papás les explican, les razonan todo, y luego hacen lo que les da la gana, poniendo en riesgo sus vidas, en jaque a toda la familia, a la policía del condado, al F. B. I. y al Capitolio si hace falta, con sus "inocentes" travesuras. Cuando yo era niño, mi padre me daba unos azotes en el culo. Pero ahora los chavales dan ruedas de prensa.
Y hablando de gente joven, esas películas de adolescentes rubios, pecosos y rubias más pintadas que puertas y que van a unos colegios con césped por todas partes pero donde a los personajes no se les ve estudiar nada. Eso sí, se entrenan a muchas cosas: ballet, esgrima, natación y ponen caras angelicales ante sus padres (rubios y pelirrojos, como ellos), pero no se les ve estudiando trigonometría ni pasando apuntes a limpio, por poner un ejemplo. Claro que para la vida moderna, les viene mejor aprender la anatomía de los demás en sus guateques. Los chicos se pelean como machos cabríos por una hembra y las chicas se atacan (después de cruzarse frases venenosas de serpientes pitones) con idéntica furia. Creo que a eso lo llaman "igualdad de sexos".
A veces, los americanos realizan superproducciones de romanos que subliminalmente se parecen en su estructura al imperio americano. Será que yo soy malpensado.
Últimamente han mejorado mucho las películas de allí. Recuerdo aquellas en Technicolor y Cinemascope donde una protagonista rubia, con cinturita de avispa, perfectamente maquillada y peinada, recibía lánguidamente el beso apasionado del vaquero sin afeitar en pleno desierto de Arizona, mientras se escuchaba de fondo a la orquesta sinfónica de Boston, segundos antes de poner FIN en letras rojas en medio de la pantalla. Poco creíbles. Ahora se puede reproducir digitalmente la antigua Babilonia sin salir de los estudios y ya no se besan al final. El o la protagonista se asoman a una ventana donde se ve Chicago de noche o son abrigados con una manta por un apuesto policía que los ha salvado de una angustiosa carrera por inagotables pasillos y terrazas, perseguidos por un asesino en serie.
Las escenas eróticas son mucho más finas que en el cine español, donde se enseña todo por anverso y reverso, de los protagonistas. No. Allí, de las actrices enseñan casi todo generosamente, pero de ellos casi nada púdicamente. En todo caso, mientras hacen el amor, la sábana se desliza en el cuerpo masculino hasta donde la espalda pierde su casto nombre. Así no se escandalizan ni siquiera los republicanos. Yo creo que las películas de Almodóvar les gustan tanto porque no han comprendido nada de lo que tratan. Tampoco me explico por qué si las versiones originales no contienen tacos, en el doblaje español no paran de decir "el puto coche", la "puta botella" y cosas así.
Aparte, claro, de que los cigarrillos de Humphrey Bogart, Gary Cooper y de muchos otros, han sido sustituidos por el chicle, que, ya se sabe, es más sano.
Y en ese plan.

jueves, 4 de abril de 2013

MARIONETAS EN LA CUERDA

Cuando yo era niño, en aquellos televisores en blanco y negro, salía un anuncio de brandy protagonizado por una modelo bellísima: Elena Duque. Encarnaba la elegancia, el erotismo discreto, unos ojos preciosos..., era, sin duda, la número uno. Todavía pueden encontrarse sus imágenes de entonces gracias a Google. Después pasó por varios géneros del arte: canción, revista musical, cine, desfiles... hasta que súbitamente desapareció. Alguien me dijo que voluntariamente, agotada por la sobreexposición. No lo sé. Años más tarde pude ver en los escenarios la obra Usted también podrá disfrutar de ella, de Ana Diosdado, protagonizada por mi amiga María José Goyanes. Una obra que versaba sobre cierta modelo devorada por la popularidad de un anuncio y todo lo que eso llevó consigo hasta su vida privada. Hace pocos años le comenté a la autora que, precisamente esa obra suya, me parecía una de las más actuales de toda su producción.
Los "reallity show" televisivos y sus tertulias complementarias tienen el precedente más inmediato en la prensa de papel. El Caso, allá en los tiempos del franquismo ofrecía la España real en contraste con la España oficial de la dictadura que nos proyectaba el cine en el NO-DO, y si Franco permitió ese periódico fue porque mientras el público vivía pendiente del crimen o secuestro correspondiente, se distraía de pensar en política. Una maniobra que dio su fruto. 
No hemos cambiado tanto como parece. Se ha disparado el número de cadenas a la caza y captura del espectador, al precio que sea. La importación de programas que pretenden emitir la vida cotidiana de los conocidos y de los no conocidos como materia de espectáculo público, ha significado un seísmo: se ha multiplicado el número de aspirantes a "famosos" (una titulación que se imparte en los platós, a base de cursos intensivos por despachos y pasillos), sin más bagaje que cuerpos de mármol tallado y cerebros de yeso en polvo, pero con ambiciones desmedidas, la proliferación de periodistas, fotógrafos, gacetilleros, tertulianos a la medida de esos programas basura. ¿Cuál es la cuerda floja? el morbo una vez más, aureolando a los propios protagonistas a los que llamamos "famosos". Van ganando dinero en proporción inversa a la conservación de su vida y estabilidad privadas. Se airean secretos de alcoba, de cocina, se abren de par en par los armarios, los baúles, se exhiben en videos todas las intimidades delanteras y traseras. Incluso se generan nuevos "famosillos" adosados a ellos por lazos familiares o de vecindad. Las parejas acaban rompiéndose, los hijos salen desmandados y ellos o ellas terminan de mala manera: al psicólogo, al psiquíatra, al juzgado, a la clínica de desintoxicación... una vez que se ha pasado por otras bodas y divorcios convenientementemente cobrados en forma de exclusivas. Ansiaban convertirse en personajes y han acabado en marionetas pero no en la cuerda del amor, como cantaba Shandie Shaw cuando ganó el Festival de Eurovisión (1967) con Puppet on a string, sino en las manos invisibles e inmisericordes de cúpulas empresariales que los abandonarán en una cuneta cuando dejen de ser carne picada apetecible para la charcutería nacional.

lunes, 1 de abril de 2013

CENIZA

La muerte iguala a todos. No sólo a los muertos, sino también a los familiares vivos del difunto. Da igual si se disputa un trono o una mecedora. Las medievales Danzas de la muerte ponían ante el público que todos somos mortales y perecederos. Pero después, el teatro ha representado lo que sucede en este mundo tras la muerte de los seres queridos, especialmente en el entorno familiar. En el teatro español contemporáneo poseemos títulos recientes: La otra orilla, de José López Rubio, Cinco horas con Mario, adaptación de la novela de Miguel Delibes, Hay que deshacer la casa, de Sebastián Junyent, por citar algunos títulos señeros y diferentes entre sí. A la lista tenemos que añadir ahora Ceniza, la obra de José Pascual Abellán, que, tras recorrer varias ciudades, ha recalado en el Teatro Fernán-Gómez de la Plaza de Colón de Madrid.
Padre e hijo vuelven del tanatorio donde ha sido incinerado el cadáver de la esposa y madre respectivamente. Hace años que uno y otro no se han encontrado y, ante la urna con las cenizas de la difunta, van desgranando sus rencillas, sus frustraciones y debilidades. Ya no es tiempo de ficciones. El maquillaje de las apariencias se va diluyendo poco a poco. Y el texto se va deslizando en su drama con alguna réplica de humor (incluso de humor negro), hasta ese final casi abierto donde una puerta iluminada combina a la perfección con la firma de unos papeles. Cada cual, a lo suyo.
Los dos intérpretes defienden esa esgrima verbal como pueden (el texto es complicado por la versatilidad de los cambios emotivos), aunque si he de reconocer algo es la superioridad del joven Antonio Campos sobre la veteranía de Guillermo Montesinos. Por decirlo de una forma simple, ese padre no le "pega" a ese hijo. No ya en la diferencia de altura física (Campos parece un jugador de baloncesto y Montesinos es bajito), sino en que el primero interpreta naturalmente desde la sencillez o complejidad de cada frase y el segundo, en ocasiones, grita o sobreactúa sin necesidad, como pendiente de la reación del público. Antonio Campos es capaz de despetar en el espectador la sospecha, la ternura, la simpatía, la complicidad o el temor. Guillermo Montesinos no consigue esa versatilidad de reacciones aunque quiera. Son dos estilos interpretativos muy diferentes.
En todo caso, la obra merece ser vista pues plantea un problema muy común en las familias, está bien escrita y, en Madrid, con la ventaja de un teatro muy bien comunicado (el Fernán Gómez en la plaza de Colón) a un precio asequible. En cuanto al autor, José Pascual Abellán, tendremos que seguirle la pista en sucesivos estrenos. Todo el equipo es de Albacete. Una productora que merece nuestro apoyo por arriesgar en un arte que el propio gobierno español maltrata triplicando el IVA de la asfixia. Pero esto es harina de otro costal.

sábado, 30 de marzo de 2013

SEMANA SANTA INCOMPLETA

En la mayor parte de las ciudades, las procesiones de Semana Santa concluyen con la del Santo Entierro. Después de ella, volverán a sus altares las imágenes de Vírgenes Dolorosas, de Jesús Nazareno, Crucificados y Cristos yacentes. Los tronos, palios, mantos, túnicas... regresan a sus armarios, hasta el año próximo. Por eso, la Semana Santa, así contemplada, refiere en las calles de modo iconográfico la historia de un fracaso. Un rebelde que paga con su vida un mensaje de salvación. No hay más horizonte. Por mucha imaginación que le pongamos, por todas las saetas, lágrimas conmovedoras y penitencias que añadamos, no tiene vuelta de hoja. Y, sin embargo, religiosamente, evangélicamente, no es así. Sin la Resurrección, la Semana Santa no tiene sentido. Nos pasa como a los discípulos que, desde Getsemaní hasta el Calvario, lloran, se esconden, temen, se conmueven por su Maestro. Será a partir del tercer día cuando comiencen a comprender, cuando el Resucitado dé un giro de ciento ochenta grados a todo lo que creyeron y entonces, ellos mismos estén dispuestos a predicar y dar testimonio con sus propias vidas.
Por ello, bastantes cofradías se han creado ya y sacan sus imágenes el Domingo de Resurrección, con o sin la compañía de imágenes de la Virgen vestida con un manto blanco o azul. Porque Jesús, ya sin sangre ni escupitajos, sin corona de espinas, sin clavos, sin vendajes y sudarios de muerto, debe manifestarse ante los fieles desnudo, en su plenitud hermosa, inocente, liberada, exultante de vida de quien ha triunfado sobre la muerte y el pecado. Como un héroe olímpico de aquellos que sublimaban los griegos en sus estatuas. "¿Dónde está, muerte, tu victoria?", pregunta San Pablo a los Corintios en su primera carta. Jesús ha vencido en combate a la muerte perpetua,  a la que todos estábamos condenados. Jesús ha resucitado ¡Aleluya!.

martes, 26 de marzo de 2013

SOLEDAD SONORA

No soporto a esos músicos que invaden los vagones del Metro interpretando músicas de salsa o boleros a todo volumen que salen de unos aparatos rodantes a modo de karaoke. Impiden al viajero pensar, leer o conversar si viaja en compañía. Sin embargo, siento una admiración llena de ternura por esos músicos que, en las galerías del mismo Metro o en las calles, tocan sus instrumentos sin molestar, a veces con su violín desgastado o su acordeón superviviente de países y lenguas lejanas. Me da igual si interpretan las CZARDAS de Monti con su modesto instrumento de cuerda, una melodía parisina con su nostálgico acordeón, o un jazz de poca monta al saxo. A todos ellos suelo dejarles monedas lo más generosa que permita mi maltrecha economía. Echo de menos en las calles de Madrid, los famosos organillos que, a veces, se pueden escuchar en verbenas veraniegas del Madrid castizo. El ayuntamiento debería fomentar la música callejera de organilleros en el centro como una atracción turística más, sin duda, atractiva. No deberíamos dejar morir al chotis, un ritmo tan chulapón y pinturero. En ocasiones, me quedo con la curiosidad de saber qué hay detrás de esos maduros intérpretes (bastantes de ellos muy buenos), con rasgos de la Europa del Este. De qué filarmónica habrán descendido hasta los sótanos metropolitanos de Madrid. Pero la interrogación se me queda siempre en el aire por timidez, por no molestarles y, cómo no, para no herirles en su dignidad. Detrás de cada instrumento musical, existe una persona con su propio pentagrama. Quizás ese violín o ese acordeón sean su confidente, su paño de lágrimas, la sola compañía en una soledad sonora.

jueves, 21 de marzo de 2013

TERMITAS


Según ciertas crónicas, hubo un tiempo en que una ardilla podía cruzar la Península Ibérica sin necesidad de tocar suelo, saltando de árbol en árbol. Una hipérbole que me permito lanzar es que, hoy día, nadie puede atravesar España, desde Cadaqués hasta las marismas del Guadalquivir sin dejar de oler basura moral por todos los territorios. Políticos, sindicalistas, empresarios, banqueros, gobernantes de casi todos los partidos y niveles en esta red compleja, innecesaria e inexplicable que se ha convertido el Estado… llenan de estiércol los tribunales donde no todos los jueces están libres de sospecha. En mayor o menor medida, desde algún miembro de la Familia Real hasta el último y humilde Guardia Civil, la sospecha se ha extendido como epidemia por todas partes. Evasiones de capital, “tapabocas” en forma de billetes, sobres bajo cuerda. Bolsas negras llenas de dinero tan negro como sus conciencias, procesos judiciales que se alargan hasta su inmediata caducidad, como los yogures. Sentencias, testimonios, perjurios, indultos como ejercicios de prestidigitación… Y, mientras tanto, las cifras del paro, las familias deshauciadas, los ancianos, niños y urgencias faltos de rápida asistencia… El informe anual de CARITAS pone los pelos de punta. Los pobres (cada día más) son más pobres. Los ricos (cada día menos) son más ricos.
A los ciudadanos nos convencieron de que podíamos vivir, por un módico alquiler, en una enorme casa llamada España, donde todo era bucólicamente perfecto. Con apretar unos botones del cajero automático, con echar unas firmitas en un papel de la entidad bancaria te salía el dinero para un piso, un crucero de verano, un cursillo en Irlanda para los niños, unos teléfonos móviles de última generación, un televisor de plasma, incluso para una segunda vivienda en la playa o en la montaña,... un subsidio de dinerito público para completar el trabajo privado “en negro”. Lo que a nadie dijeron es que bajo los suelos de maderas finas de la “casa España”, cubiertos de mullidas alfombras clásicas y moquetas de diseño, trabajaban unas voraces termitas en la oscuridad, que se iban comiendo la madera. Unos suelos de nogal, terebinto, ébano, boj, cedro, naranjo,… Los ciudadanos residentes de la casa, todos ellos “españolitos” de a pie, no podían escuchar el ruido de las termitas porque atronadores equipos de música y enormes pantallas de televisión ofrecían bailes incesantes, imágenes de ligas y campeonatos sin cesar, programas de “realismo sucio” donde se vendían intimidades, cuerpos y almas sin descanso.
Poco a poco los suelos comenzaron a crujir. Las primeras inquietudes de los residentes fueron rápidamente soslayadas por los medios informativos: “esto es cosa de cuatro días, de cuatro gotas de agua, todo está seguro”. Pero las tarimas siguieron crujiendo y ya nadie se creyó el cuento. La mansión se hundía. Los dueños de la casa echaron la culpa a los usufructuarios y éstos a la gestoría del contrato, que, a su vez, señaló a la agencia de alquiler. Estos reaccionaron a tiempo acusando a la compañía de seguros, que había desaparecido del mapa. El caso es que los inquilinos se hundieron en un socavón inmenso, como un volcán al revés, que engullía muebles, televisores, documentos y, finalmente, a ellos mismos. En una playa lejana del Caribe, donde los bancos saben guardar los secretos de las cuentas bancarias, unos miles de golfos y golfas pasaban sus días de esplendor en la hierba. También las erupciones del Vesubio pillaron de sorpresa, plácidamente dormidos, a los habitantes de Pompeya.

lunes, 18 de marzo de 2013

PAPA FRANCISCO

Una vez más, la elección del nuevo Papa me pilló de sorpresa. Una sorpresa muy agradable al tratarse del primer no europeo de la Historia, de habla hispana y jesuita, por más señas. Los primeros gestos del nuevo Pontífice han sido acogidos con entusiasmo: su gesto afable, su humildad, sus espontáneos abandonos del protocolo, etc. han creado una imagen de persona asequible, decidida, cariñosa... una personalidad muy diferente a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, aunque en ciertos gestos me recuerda al efímero Juan Pablo I. Cada papa aporta su "carisma", su sello personal, como suele decirse.
No obstante, yo espero de él mucho más que una cruz pectoral de hierro, en vez de oro, sobre su pecho. Espero un retorno al Concilio Vaticano II en muchos temas que han sido "sepultados", como potenciar de nuevo las Conferencias Episcopales, unos nombramientos episcopales más selectos y menos "sumisos", un abrir ventanas a la investigación teológica y bíblica, y un auténtico diálogo con el mundo de hoy. Revisar temas como el uso de la píldora, la adecuación de la liturgia a un mundo en cambios rapidísimos, etc. En cuanto a la mujer, abrir espacios para su real colaboración. Por hacer una propuesta, no creo que fuera un disparate que accediera al diaconado, por lo menos. La Iglesia jerárquica no debería hablar de libertad a muchos regímenes políticos, cuando dentro de ella no existe ninguna libertad de opinión, sin que te venga rápidamente un emisario del señor obispo.
En cuanto a los gestos del Papa Francisco, pronto tendrá que asumir que algunos de ellos no sólo ponen en peligro su vida (los Papas últimos han sufrido atentados) sin necesidad, sino que el gesto de ver al Papa un día sí y otro también por las calles de Roma o por las del Vaticano, trivializaría su figura, un desgaste de imagen que tampoco sería muy positivo. Le guste o no, es el Papa de todos los católicos del mundo (no el arzobispo de Buenos Aires) y, por si fuera poco, un Jefe de Estado.
Dejemos, por tanto, un tiempo prudencial para que se informe de asuntos graves y urgentes, como parece ser el estado de la Curia y qué cambios realiza. Y, si fuese necesario, que convocara un Concilio. Porque tengo para mí que los cambios que necesita el Vaticano no los puede hacer él solo ni siquiera con la ayuda de un puñado de buenos colaboradores.
De momento, le deseo larga vida y fortaleza al Papa Francisco.

lunes, 18 de febrero de 2013

PICARESCA

El gitano ha aparcado su furgoneta en la calle sin poner tarjeta de estacionamiento y está bajando las cajas de su puesto ilegal de frutas junto a la entrada del metro. Al lado de la furgoneta se detiene un coche de la policía municipal. "Se te va a caer el pelo con las dos multas", pienso para mis adentros. Se baja del coche uno de los dos policías. Abre el maletero. El gitano introduce dos cajas de kiwis en él. El policía lo cierra, se monta de nuevo en el vehículo, que arranca y se va. Me quedo perplejo. Más abajo, otro gitano vende en su kiosco flores desde hace tiempo. Tiene aparcada su furgoneta, también sin ficha de aparcar. La vigilante municipal sube por la acera y llega hasta el vendedor, que le regala dos rosas. La vigilante ni se molesta en comprobar que esa furgoneta carece de tarjeta de aparcamiento. Y es la misma celosa trabajadora que acude presurosa a multar coches particulares que no la tienen. La inclinación a ser corrompidos va desde el político más encopetado hasta el anónimo ciudadano.
Voy a escribir una maldad, pero me viene rondando la cabeza: yo creo que, de algún modo, robo y corrupción están relacionados con el catolicismo, donde la moral (o "moralina"), se fijó secularmente en el sexo, dejando a un lado la ética en la administración pública o en los negocios privados. En cambio, en los países protestantes, la ética en el trabajo ha sido fortísima. Y la prueba está en que los países donde se mantiene una honradez pública en política y negocios son mayoritariamente protestantes.
Sin tener que remontarnos a sesudos estudios sobre la relación entre el protestantismo y el capitalismo, en su vertiente de ética de los negocios y del comercio (comenzando por Max Weber), sí podemos recordar cómo el catolicismo (especialmente mediterráneo), se fijó más en los aspectos litúrgicos, rituales (la práctica de la Misa dominical, la confesión periódica y las devociones), así como en una moralidad de sexto y noveno mandamientos. Solía decirse de un buen hombre que era "de Comunión diaria" o de "la Adoración nocturna" o de una cofradía. Pero si era empresario, pocos valoraban su justicia o injusticia social. Incluso en la confesión, se acusaban de no ir a Misa o de ser infiel a su mujer, pero rara vez, por no decir ninguna, de estar pagando sueldo(s) mísero(s) a sus empleados. Si a ello añadimos la vertiente "picaresca" del carácter español, que produjo todo un ciclo de narrativa y de tipos populares, nos explicaremos bastante bien el panorama de hoy.
Hace unos años, subía yo por una acera hacia la entrada de la Alhambra de Granada. Por la paralela descendían un ciego y un niño que mendigaban. El chavalillo cruzó para pedirme algo. Le di una moneda de un euro. La guardó en su bolsillo y volvió hasta el ciego, que le interrogó mientras seguían bajando. El muchacho respondió: "No m'ha dao ná". Puro LAZARILLO DE TORMES redivivo, pensé yo.

miércoles, 23 de enero de 2013

EL HOMBRE PARADOJA

Posiblemente haya sido el hombre más pintoresco que he conocido en mi vida. Muchos recordarán sus frases, fruto de metáforas, hipérboles, comparaciones que han divertido a alumnos y conocidos. Su imaginación para crearlas (aunque respondiendo a clichés repetidos) lo hubieran convertido en un importante poeta satírico, en autor celebrado de epigramas, si se hubiera dedicado a ello. Pero era imposible mantenerlo atado a un sillón escribiendo. Era fugaz como una estrella que huye de la constelación. Incluso sus muchísimos viajes consistían en un trotar de ciudad en ciudad, de monumento en monumento, resumiendo al final todo ello en un garabato gráfico. Se escapaba cuando la conversación se deslizaba hacia terrenos que no le interesaba tratar: su propia personalidad, su carácter, sus excesos, sus complejos. Tuve la suerte de conocer a la familia y el ambiente en que nació y se crió. Me contó muchas cosas de sus antepasados, pero ninguna de sí mismo. Por desgracia, fui testigo de alguna anécdota suya un tanto incómoda. La descripción más fácil sería definirlo "como una cabra". Otros, más científicos, optarían por esa expresión tan de moda: bipolaridad. Pero no. Es todo más sencillo. Para Freud hubiera sido un caso bastante fácil.
Había nacido en el seno de una familia de burguesía adinerada. El hijo menor de varios hermanos. Tal vez el "ojo derecho de su madre", a la que idolatraba sin reconocerlo. Su vida transcurrió queriendo "ser diferente" a sus hermanos, incluso superior a ellos, hasta que el intento evidenciaba la imposibilidad,  un juego que se le disparó, lo alejó de su familia (un alejamiento buscado por él una vez que no lograba ocupar el puesto ambicionado)  y lo convirtió a él mismo en víctima de su propio papel, en prisionero de su carcasa, en máscara sin carnaval. Su vida fue una lucha violenta interior entre lo que era y lo que quería ser. Y pretendió resolver el dilema creando ese personaje célebre que lo acompañó desde su juventud. En caminar por la existencia arrastrando la pesada carga de su verdadero "yo", como la tortuga soporta a su caparazón. Se evadía de sí mismo por todos los medios posibles, saltando de lado a lado entre dos abismos. Varias veces estuvo a punto de precipitarse en el vacío, logrando sobrevivir cada vez más maltrecho. Y para no ser objeto de observación, disparaba a diestro y siniestro una artillería verbal, a veces hiriente y sarcástica, a veces ingeniosísima, sobre los demás. Todo valía para alejar el foco de atención cuando amenazaba iluminar los entresijos de él mismo.
Cuando llegó el momento de la verdad (enfrentarse a un cáncer en estado muy avanzado), sorprendió a todos los que le rodeaban con una gran serenidad. Era como el actor veterano, el payaso enfermo que, una vez en el camerino y mirándose por fin en un espejo, decide que ha llegado el momento definitivo de quitarse el maquillaje, la máscara, y abandonar para siempre el escenario. Al comentarle yo lo tranquilo con que veía llegar su previsible futuro inmediato, me dijo: "Es una cuestión de dignidad. Sólo pido no sufrir en los últimos momentos". Ahora sólo me resta su recuerdo eligiendo los capítulos positivos entre tanto borrón y cuentas nuevas. Ahora habrá comprendido que dilapidó parte de su vida intentando ser "el otro", ignorante de que Dios lo aceptaba como él era: el hombre paradoja.

lunes, 21 de enero de 2013

BAJAR LOS HUMOS

Cuando comento en mi entorno que he bajado el número de cigarrillos diarios, desde veinte (de Marlboro normal) a diez o menos (de Marlboro corto), casi siempre escucho la misma respuesta: "Así no se deja de fumar. O se suprime del todo o con ese sistema no conseguirás nada".  Dan por supuesto que yo pretendo dejar el tabaco, lo cual no es cierto. Yo no quiero dejar de fumar, únicamente deseo mantener un consumo diario sostenible desde el punto de vista económico y, sobre todo, de la salud. Ya me daría yo con un canto en los dientes si logro dejarlo en tres o cuatro cigarrillos diarios. Como mi método, hasta ahora, me va dando buenos resultados, voy a explicarlo aquí por si alguna persona más se anima.
Lo primero de todo es no obsesionarse con el asunto ni pensar demasiado en ello. Yo aconsejo retirar la cajetilla, el mechero y el cenicero de las habitaciones donde se trabaja, se vive o se duerme. "Ojos que no ven, síndrome que te evitas". Yo tengo una minúscula terraza cerrada en mi habitáculo y he evitado que huela a tabaco en él. Aparte de que salir a fumar a esa terraza, con un poco de ella abierta para echar el humo fuera, con el frío que hace, no me anima demasiado a interrumpir lo que esté haciendo.
El segundo paso, muy importante, es organizar el consumo diario de cigarrillos, portando cada mañana en la cajetilla o en la pitillera el número fijo de ellos para la jornada. Y esa cantidad, mantenerla durante el tiempo necesario, sean semanas o meses, hasta que el cuerpo se habitúe. O sea, no fumar "sin ton ni son". Después ir bajando lentamente el número de cigarrillos diarios sin cambiar la cantidad de cada mañana en la cajetilla. Por ejemplo, cuando yo estaba introduciendo quince de ellos cada mañana en una pitillera o en un paquete controlador, ya habia alcanzado la cantidad de trece o de doce consumidos cada día. Eso anima bastante para el descenso del consumo. De este modo, al ir a acostarme, podía comprobar con cierto gozo que caminaba en la buena dirección.
En definitiva, se trata de acostumbrar el cuerpo a un rito cada vez de menor presencia en la vida cotidiana. Ir fijándolo, por ejemplo, a los momentos de sobremesa o de un café. El cuerpo acaba por acostumbrarse a todo. Y si alguna vez se sienten ganas de fumar, ocuparse en otra cosa, retrasarlo lo más posible. El síndrome desaparecerá en unos minutos.
También ayuda evitar los cafés o bebidas excitantes. Antes tomaba seis o siete al día. Ahora no pasan de dos y otra innovación: en mi cafetera pongo media ración de café molido normal y la otra media de descafeinado. Eso, sí: ambos de muy buena calidad.
En los momentos en que escribo esto, me encuentro en las semanas de los doce cigarrillos que coloco cada mañana en la pitillera. Puedo reconocer que sin gran esfuerzo he alcanzado la cantidad de nueve o diez fumados al cabo del día. Mi alegría por las noches, al ir a acostarme, es grande. He llegado a la mitad del camino. Y ahora, con el permiso de ustedes, voy a echarme el pitillo último, el que hoy hace número nueve del día. Que ustedes pasen una buena noche.

jueves, 6 de diciembre de 2012

RÉGIMEN

Según mis últimos análisis, tengo un poquito elevados el colesterol, el ácido úrico y las transaminasas. No en cantidades preocupantes, pero sí el médico me ha puesto un régimen de comidas y unas pastillas. Observando las tres dietas ("tres eran, tres, las hijas de Elena, y ninguna era buena"), resulta que puedo comer poquísimas cosas, salvo verduras, pescados y frutas. O que no debo tomar ciertas cosas como carnes rojas, cerdo, huevos, mariscos, vinos tintos de crianza, bollería industial etc. Mirar en Internet esto de mis tres dietas es una locura: en cada web dicen una cosa. Es como el cuidado de mis orquídeas. En unos se dice lo que hay que regar y cómo pero no coinciden unos autores con otros. Pues igual sucede con el colesterol "malo", el ácido úrico y las transaminasas. En lo que sí se pone todo el mundo de acuerdo es en hacer ejercicio, en dar caminatas. Así que hice acopio de ropa deportiva suficiente y a caminar se ha dicho (cuando puedo) arriba y abajo de la avenida de la Ilustración, o por el vecino Parque Norte, o por la Dehesa de la Villa, trasladándome hasta allí en mi viejo R-5 color melocotón, pues aunque tiene muchos años y pocos kilómetros (está muy bien conservado, como el dueño), conviene hacer kilómetros por su colesterol. O sea, su batería.
Son muchas las personas que caminan o corren, especialmente los fines de semana. Por la avenida de la Ilustración hacen su "ejercicio" personas mayores, algunas muy mayores, unas solas o acompañadas por empleados y empleadas de rasgos iberoamericanos. Otras, en cambio, son parejas de matrimonios que viven apoyados el uno en el otro, recordándome a mis padres. Un grupo de jubilados que juegan a la petanca. En cambio, por la Dehesa de la Villa abundan más bien jóvenes corredores con mallas ceñidas, auriculares, zapatillas de marca. Algunos días se cruza conmigo la jubilada recepcionista con su enorme perro que la comprende como nadie. O el ex-ministro de corta duración, que lleva a su lado al joven amigo y, según dicen, igualmente joven amante. El político se conserva muy bien. Le favorece el cese. O el amante, vaya usted a saber. El grupo de cinco amas de casa, de mediana edad, camina rápidamente intercambiando formas de cocinar, de planchar, y hasta de eludir a la gruñona suegra. La Dehesa de la Villa es un lujo vegetal y humano, siempre interesante y diverso según las horas, según los soles.
Hace frío pero el cuerpo siente calor. Las fuerzas se han renovado y hasta tomar una pastilla se vuelve gratificante.

domingo, 18 de noviembre de 2012

MI GENTE (VII) SERGIO

Todavía lo recuerdo cuando era un adolescente y ocupaba una plaza en mis clases de Literatura. Su pupitre coincidía en diagonal con mi mesa en una esquina del aula. El en un extremo y yo en otro. Me acostumbré a ver sólo su medio rostro vertical porque, dada su timidez, se escondía detrás del compañero que ocupaba el pupitre delante de él. Por eso, cuando quería verlo, y hacerle vencer esa timidez característica, lo sacaba a la pizarra y allí, de pie, le preguntaba el tema o el comentario encargado. Después, nos fuimos del Colegio. El a otro lugar y yo a otro cargo. Pero el azar (siempre mejor que una cita), nos llevó a encontrarnos algunas veces. Él, camino de su gimnasio y yo, camino de cualquier gestión en la Ciudad Universitaria. No cambiaba su aspecto. No cambiaba su carácter. No cambiaba su sonrisa. Nuevamente la vida nos ha acercado. Seguimos siendo los mismos. No exterioriza sus emociones, pero yo las percibo. Yo exteriorizo emociones pero no todas. Su compañía es cómoda como un sillón anatómico. Su silencio es cómplice como el colega que comparte secretos no enunciados. Sus ausencias no lo son, porque "está ahí", escondido ahora en los pliegues virtuales de Internet, sin perder ni ripio de lo que digo o escribo. Sus diálogos precisan una gramática. Su gestos necesitan otro diccionario.
Una de las muchas cualidades de Sergio es su dualismo, que él hace compatible sin esfuerzo alguno. Es capaz del perdón sin olvidar. Es posible que no pierda la sonrisa escondiendo un cabreo soberano. Es probable que parezca indiferente cuando está enormemente interesado. Es verosímil que sea amante y amado a la vez. Es factible que sea sin parecer y que esté fingiendo no estar. Vive en relación con el deporte y el cultivo del cuerpo aunque tiene sed de ampliar sus sentimientos y su espíritu (por eso se mantiene joven). Sabe combinar ser marido y amante, padre y amigo, amante y amigo, empresario y empleado, patrón y marinero. Mira una obra de teatro con el mismo interés que unas zapatillas deportivas. Goza y sufre a la vez sin demostrarlo. Tiene algo de flauta estrechísima y de acordeón que se abre. Y todo eso lo consigue porque vive la existencia sobre dos ruedas. De bicicleta, claro.

miércoles, 31 de octubre de 2012

FLORES (MARCHITAS) PARA ANTONIO MACHADO

En 1912 se publicó el libro más emblemático de Antonio Machado: Campos de Castilla. Aunque no me considero un admirador incondicional de su poesía, yo esperaba noticias de este primer centenario durante todo el año pasado. Pero un clamoroso silencio, salvo contadísimas menciones, ha pesado sobre el autor y sobre su libro. Y ahora, en vísperas llegar la primavera a los campos sorianos, me viene a la memoria el cementerio de Collioure donde yacen los restos de ese sevillano cantor de Castilla. Murió el 22 de febrero de 1939, tres días antes que su anciana madre, quien le había acompañado en aquel "último viaje" del destierro: "Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar". Esto había escrito premonitoriamente treinta años atrás. Se fue al exilio, como tantos miles de compatriotas desde los tiempos de los Reyes Católicos. Ninguna nación del mundo ha expulsado tantas veces, como España, a sus hijos "diferentes": moriscos, judíos, erasmistas, ilustrados, heterodoxos, afrancesados, liberales, demócratas, emigrantes... España no ha sido "mater et magistra", sino madrastra. "La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,/ madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes." No hay que echar la culpa solamente al dictador de turno. Está, también, en un pueblo inculto, insolidario entre sí, autodestructivo. Un hilo fratricida ha cosido los retales de la historia hispana. Es España "un trozo de planeta/ por donde cruza errante la sombra de Caín."
Durante cuarenta años, Antonio Machado fue convertido en bandera política y social de un sector "culto" de la izquierda española. El famoso disco de Joan Manuel Serrat contribuyó a divulgar algunos de sus poemas, que han pasado ya al acervo popular. Llegó la democracia, con sus elecciones, sus dos cámaras, la Constitución de 1978, la alternancia de los diferentes partidos tanto en el ámbito estatal como en el autonómico, dilatándose en el tiempo hasta constituirse (en algunos casos) casi en regímenes imbatibles, la entrada en la OTAN (justamente por parte de quienes poco antes se oponían a ello), el ingreso en la Unión Europea, la cultura del bienestar, incluso del "pelotazo"... y, paralelamente, pero en sentido inverso, el progresivo olvido de Antonio Machado, especialmente por parte de quienes se consideraban "los suyos". Y, no obstante, en Juan de Mairena dice cosas políticamente incorrectas como: "Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín [...] que un hombre público que queda mal en público, es mucho peor que una mujer pública que queda mal en privado."
Pero que no cunda el pánico. Los jóvenes de ahora, convertidos en ágrafos de humanidades, letras y arte, es decir, de raíces, difícilmente van a acceder a párrafos como los que les dedicó don Antonio: "Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino, en último término, el desdeño de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes Vosotros debeis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretender hacerla sin vosotros y, naturalmente, sin vosotros."
El español de hoy tiene escasas inquietudes porque fue convenientemente anestesiado y venera a los nuevos "dioses" que le ofrecen la televisión, el fútbol, los medios digitales. Pero toda anestesia tiene un final. Y el español comienza a despertarse, indignado, con razón.
Yo, que nunca he sido un ferviente lector de los poemas de Antonio Machado, hoy quiero mirar a ese "olmo viejo" al que "algunas hojas verdes le han salido." Invito a leer sus poemas, algunos de ellos de impresionante actualidad. Siempre que haya un lector de su obra, nunca serán marchitas las flores sobre su tumba.

miércoles, 17 de octubre de 2012

EL SHOW DE KAFKA

El cambio climático, del que ahora tanto se escribe, no es otra cosa que una "respuesta" de la Naturaleza a la agresión que recibe del ser humano. La incomprensión del hombre hacia el reino animal del que procede y forma parte, en muchas ocasiones, materializan esa agresión. El animal se convierte, así, no sólo en servidor sino en víctima del capricho humano. Una mascota, un animal "domesticado", enjaulado, transgrede la libertad de ese ser que nació libre. Y es de libertad de lo que habla el Informe para una academia (1917), texto escrito por Kafka, seguramente inspirado en el monográfico "La mentalidad de los simios", de Wolfgang Köhler, que había aparecido en ese mismo año. Un simio capturado en su entorno natural es enjaulado con destino, tal vez, a la exhibición en un zoológico, un circo o en un music-hall. El simio capta que, si quiere recuperar la libertad no tiene otro camino que imitar al hombre. No "domesticado", sino convertido en un ser humano. Y él mismo expone las vicisitudes, sufrimientos, humillaciones que vive ante un docto público que aplaude ese proceso de "humanización", quizá sin ser consciente del espectáculo de verse reflejado en él. La Academia asiste impávida, aplaudiendo, al proceso de cinco años que le cuenta este simio, y hasta puede reir, por ver cómo lo imita o, tal vez, cómo pervive el simio en la raza humana. Es un espejo que devuelve una "historia", como lo haría un "boomerang".
Este texto de Kafka ha sido llevado en diversas ocasiones al escenario en España. Al tomarlo en sus manos, Juan Carlos Pérez de la Fuente da otra "vuelta de tuerca": lo interpretará una mujer y lo titula El show de Kafka, en versión libre del autor Ignacio García May. Y encomienda el papel a Luisa Martín en un dificilísimo monólogo, que precisaba eso, una actriz extraordinaria como ella. Los movimientos, los gestos (miradas, gruñidos, modos de caminar y desenvolverse, la ingesta de una botella de agua mineral sin pausa), el vestuario  sobrio y evocador... todo ello se convierte en un espectáculo digno de correr a verlo en el Teatro Amaya, de Madrid, donde se acaba de estrenar. Una escenografía muy simple, pero eficacísima, una luz, un sonido, unas proyecciones que subrayan el texto recitado sin restarle a este ningún protagonismo. Se acierta de lleno en incorporar en algunas funciones (como así ha sucedido en la noche del estreno oficial) a la Escolanía del Real Monasterio del Escorial. Las voces y la presencia de los niños cantores dan un empaque ceremonial acertadísimo hasta el mismo final de la obra. Es la primera vez (hecho histórico) en que esta escolanía actúa en un teatro comercial para colaborar en una obra de la literatura contemporánea. Mi felicitación más sincera y cariñosa al equipo artístico y técnico que nadie, interesado en el buen teatro, debe perderse.

lunes, 27 de agosto de 2012

CABARET CANALLA


Cuando yo era niño tuve ocasión de ver películas y actuaciones de variedades en el Cine-Teatro San Miguel de mi pueblo, pues mi familia tenía acceso gratuito no sólo por el puesto de mi padre (al frente de la comarca eléctrica), sino por amistad con el propietario. Por tanto, en el local cubierto de invierno y en el local al aire libre de verano (al que teníamos acceso también desde una terraza de mi casa), pude ver cientos de películas y muchísimos espectáculos de teatro. Cantaores flamencos, bailarinas de jotas, cantantes de boleros, folklóricas, volatineros, prestidigitadores llenan todavía las pupilas de mi infancia. Coristas con pocas ropas y muchas plumas en la cabeza, chotis madrileños, cuplés de letras  picantes y vestiditos sugerentes, pasodobles con castañuelas, estudiantinas portuguesas, aún pueblan las pupilas de mi infancia. Al término del espectáculo, toda la compañía interpretaba una especie de "fin de fiesta" en apoteosis donde la supervedette salía triunfante, enjoyada de bisutería a tope y alicatada de lentejuelas, sonriente y coronada de unas plumas más altas que ella misma. Con motivo de un viaje a Madrid, acompañé a mi padre, enamorado seguidor de Celia Gámez, a un café en la Puerta del Sol ("Bar Flor" creo que se llamaba), con mesas de mármol y un pequeño escenario donde unas señoras vestidas de negro interpretaban piezas de un repertorio conocido para ambientar el local. Luego, el cine resucitó muchos de aquellos números musicales (Sara Montiel, Maruja Díaz, Lilian de Celis...) y la revista después de la Gámez, decayó lentamente dejando atrás una estela de brillos diferentes (Tania Doris, Norma Duval, Lina Morgan, Esperanza Roy...) y nombres míticos como el Teatro chino de Manolita Chen. Hoy día triunfa un tipo de teatro musical clónico de los grandes espectáculos americanos. La Gran Vía se ha convertido en una sucursal de Broadway. Muchos años después, pude ver la comedia ORQUESTA DE SEÑORITAS, de Jean Anouilh, interpretada por los COMEDIANTES DE SANTELMO (1974). Me impresionó enormemente aquel conjunto de desventuradas mujeres (interpretadas por hombres vestidos con trajes negros de mujer) que formando parte de una pequeña orquesta en el restaurante de un balneario, entre pieza y pieza, se referían confidencias, se intercambiaban recetas de cocina, se peleaban, se detestaban... ante el público que lo era a la vez de un comedor y de un teatro convencional. El juego entre ficción y realidad que tanto agradaba al propio Anouilh y a Pirandello. José López Rubio, que me había hablado mucho del autor francés, me introdujo en la lectura de algunas de sus obras, varias de las cuales he visto representar. Su habilidad para pasar de la comedia a la tragedia, o de la risa a la ironía más corrosiva, las considero como una de sus mejores virtudes. Jean Anouilh no es demasiado conocido de nuestro público en España, aunque varios de sus títulos se han representado con éxito: Antígona, La alondra, Los peces rojos, Beckett o el honor de Dios, esta última llevada al cine, con aplauso de público y crítica en España cuando fue estrenada. Claro que contaba con dos intérpretes de excepción: Peter O'Toole y Richard Burton en los papeles principales. Un día lejano ya, comenté con Juan Carlos Pérez de la Fuente la oportunidad de reponer Orquesta de señoritas y me dijo que la tenía en mente. Según me fue comentando el proyecto, yo temblaba cada vez más. No sólo porque reiteraba su deseo de que los papeles femeninos de la obra fuesen interpretados por varones, sino porque comprobaba que iba dando vueltas de tuerca al montaje al tiempo que preparaba concienzudamente (como hace siempre) hasta el más mínimo detalle de la versión y de la escenografía a base de libros, catálogos, ilustraciones de la época. Iba a llevar a las "señoritas" desde el plácido restaurante del balneario al cabaret canalla de los años cuarenta de la posguerra española, en ese ejercicio de travestismo fantástico y burlesco que es esencial a la obra de Anouilh, según críticos solventes (Jacques Monférier, Jacques Brenner...). Componer un reparto adecuado fue tarea muy difícil. Actores que querían figurar en el reparto no podían por otros compromisos, actores que no se arriesgaban a hacer de mujeres precisando desenvolverse perfectamente sobre tacones, soportando corsés y altos tocados de plumas, necesitando aprender a tricotar, actores que nada comprendieron de la maqueta artística por timidez inconfesada, actores (como el malogrado Paco Valladares, que falleció cuando había aceptado...). Organizar una escenografía con material reciclable para reproducir telones y estalactitas luminosas (80.000 botellas de plástico de agua mineral), que Juan Carlos me mostró experimentando en las ventanas de su casa), un riesgo añadido. Seleccionar las piezas musicales ya era el colmo y, por si fuera poco, que con la voz humana se simularan los instrumentos musicales. Llegué a pensar que se había vuelto loco y que el proyecto caminaba a un suicidio artístico. La camisa no me llegaba al cuerpo en los varios ensayos que contemplé. Pero la noche del estreno en Santander, me quedé petrificado en la butaca. Juan Carlos y su compañía habían logrado la perfección. Eran "mujeres" interpretadas por hombres, no una exhibición de mariconeo fácil. Eran seres humanos en una posguerra española (gran acierto situar la acción en nuestros años cuarenta), en una suerte de "cabaret Chicote" madrileño: cuplés, pasodobles, melodías todas llenas de picardía, cantadas por esas mujeres subidas en tacones inverosímiles, alternando sus miserias, frustraciones, soledades y desengaños amorosos con rivalidades artísticas, recetas de cocina o manualidades caseras. En aquellos lejanos tiempos, los camerinos de los teatros resultaban oscuros, exiguos, "cutres" como se dice ahora. Todo el boato y el esplendor se dejaba para el escenario. Una dialéctica del contraste. En esta comedia, lo que pasa en camerinos y lo que pasa en escena, quedan fundidos en un mismo plano. "Real como la vida misma". Ante el espectador, un hombre y unas cuantas compañeras, van a desnudar sus almas más que sus cuerpos. Cada una de ellas es una artista frustrada que soñó con actuar sobre escenarios con orquestas sinfónicas y a su vez, cada una aspiró un día a ser simple mujer de su casa, esposa de un hombre pero, al fin, todas, condenadas a sobrevivir en una soltería o en una promiscuidad no deseada, de amante en amante. Es la lucha por la vida, usando el título barojiano, lo que ha llevado a esas mujeres a las candilejas, bajo la mirada inquisitorial de un empresario invisible y la batuta inmisericorde de una Doña Hortensia (insuperable Juan Ribó) que no les deja respiro hasta el límite mismo. Víctor Ullate Roche interpreta a una desgarrada y desengañada Susana Delicias. Emilio Gavira, bajísimo de estatura y altísimo en interpretación de una Hermenegilda inolvidable, Juan Carlos Naya posiblemente en el mejor papel de su carrera artística, borda su Pamela. Luis Perezagua en una espléndida Patricia entre lo doméstico y lo cruel, Zorión Eguileor, navegando equilibrios físicos y mentales entre tanta histérica suelta, como Leo, Francisco Rojas encarna en El pianista su doble condición de músico y de actor, en el único papel masculino de la obra.
Juan Carlos Pérez de la Fuente arrima la escenografía al mismo vestíbulo de la calle: piernas y lentejuelas, "pasen y vean", ofreciendo un espectáculo con idénticos entusiamo, calidad e imaginación con que se arriesgó en Pelo de tormenta, de Nieva, al inicio de su gestión en el Centro Dramatico Nacional. Pero ahora con mucho más mérito al realizarlo desde la empresa privada en estos tiempos también de crisis política y económica, con un horizonte de color morado y una guillotina de impuestos al teatro a cargo de un partido que prometía el oro y el moro y se quedó en moneda de cobre y polvos de purpurina. Y es que el teatro de la vida no se diferencia demasiado de la vida del teatro.
 
 

miércoles, 4 de abril de 2012

ANTONIO MINGOTE QUE ESTÁS EN LOS CIELOS


No recuerdo cuándo y dónde conocí personalmente a Antonio Mingote. Seguramente fue a través de nuestro común amigo José López Rubio. Este habitaba, en sus últimos años, un pequeño apartamento atestado de libros desordenadamante repartidos por estanterías y por el propio suelo del salón. Para ir de un lado a otro era preciso sortear montañas de volúmenes, de revistas y diarios atrasados, de cartas olvidadas sin responder. Uno de los montoncitos era el compuesto por seis o siete libros de dibujos comprados en el Este europeo cuando aún existía el bloque comunista. López Rubio me repetía: "El día que yo falte, estos libros se los das a Antonio Mingote". Hasta que una tarde le dije: "¿Y por qué no se los das en vida?". La idea le gustó, los tomé y me presenté en el piso del dibujante, muy próximo al Retiro. Agradeció mucho el inesperado obsequio de su amigo (quien años más tarde sería impulsor de la candidatura de Mingote a su ingreso en la Real Academia) y, desde entonces, siempre que lo encontré, me mostró mucho afecto. Entonces yo vivía en el Colegio Valdeluz y resultó que la papelería frente al edificio, donde yo venía comprando cuanto necesitaba, era propiedad de Tino, el hermano de Isabel Vigliola, la esposa de Mingote, su inseparable compañera. Y a través de él mantuvimos un contacto indirecto. Pero a mí no me gusta molestar, y más cuando algún conocido es suficientemente famoso. Por tanto, sólo recurrí a él cuando en los primeros años noventa, organicé el ciclo HOMENAJE AL HUMOR ESPAÑOL DEL SIGLO XX (conferencias, exposición, teatro, cine...), en el Colegio Mayor Elías Ahuja, y le ofrecí la presidencia de honor. Aceptó encantado. Le impuse la Beca del Colegio Mayor y le regalé, en nombre de los colegiales, lo que su mujer me había sugerido: un atril de madera antigua, para leer, que busqué por todo el Rastro. Nos regaló un enorme dibujo dedicado que reproduce la CREACIÓN DEL HOMBRE, de Miguel Ángel, en la cual el hombre desnudo está sustituido por un payaso. Es la CREACIÓN DEL HUMOR. Y estampó en él una cariñosa dedicatoria. Hoy adorna las paredes de la sala de conferencias de aquel Colegio Mayor, así como (en otro lugar) se luce su autocaricatura dedicada. Pocos años después, le pedí permiso para reproducir un dibujo suyo como felicitación navideña del Colegio Mayor y me lo concedió inmediatamente, comentando: "haz lo que te dé la gana". He asistido a algunos actos culturales sobre su obra, tengo varios libros dedicados por él y, sobre todo ello, el recuerdo de una persona sencilla, humilde, entrañable, encantadora. Como artista, le debo la carcajada matinal diaria al encontrarme con su viñeta en ABC. Siempre me preguntaba cómo un nonagenario era capaz de esa imaginación, esa mirada a la realidad, esa ternura y, en definitiva, esa cualidad "poética". No puedo glosar en pocas palabras su obra porque, además, otros lo han descrito mejor que yo en los diarios con motivo de su muerte. Pero sí quiero apuntar dos cosas que a él le hicieron mucha gracia cuando se lo comenté: una es que me fascinaban los personajes anónimos, secundarios, figurantes casi siempre al fondo de sus viñetas porque tenían vidas propias, y otra es que el humor de Mingote es el eslabón más directo con el de Cervantes. Esto último le hacía ruborizarse pero es una enorme verdad. Quien lea, por ejemplo, HISTORIA DE LA GENTE, uno de esos libros que deberían ser de obligada lectura en las escuelas, o se detenga a lo largo de una antología de sus dibujos, está preparado para reirse y comprender mejor DON QUIJOTE DE LA MANCHA. Tengo muchos dibujos suyos grabados en mi memoria. Aquél que representaba a Velázquez apoyado en un enorme caballete de un salón vacío, pensando: "Desde luego hay días en que no se le ocurre a uno nada". Y por la puerta del fondo entran los personajes retratados en LAS MENINAS. Es el minuto anterior a la la pintura del lienzo más universal. Ese dibujo debería ser colocado en el Museo del Prado junto al cuadro velazqueño. Otra viñeta es aquella que representa a dos damas del siglo XVI cruzando la plaza Mayor de Madrid. La una le dice a la otra: "Pues, hija, he oído decir que en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...". Y Cervantes, que cruza detrás de ellas, piensa: "¡Qué idea!". Y, por elegir una tercera, aquella que refleja la sensibilidad de Mingote a la vez que su ingenio: un grupo de desvalidos pide limosna, vestidos ellos con harapos, en la boca de una estación de Metro. En el rótulo se lee el nombre de la estación: "PROSPERIDAD". La realidad, la paradoja, el azar, juntos y revueltos.
Hace ya bastantes años, la editorial Prensa Española publicó dos volúmenes antológicos, uno de Miguel Mihura y otro de "Tono". El prólogo y el epílogo de cada uno fueron encargados a dos supervivientes de esa magnífica generación: José López Rubio y Antonio Mingote, quienes los escribieron en forma cruzada y epistolar. En el de "Tono", otra bellísima persona para quienes lo conocieron en vida, Mingote dice sobre su calidad humana: "no sé si nos lo merecíamos". Pues eso mismo pienso yo: no sé si nos merecíamos a alguien como Antonio Mingote. Su involuntario magisterio queda ahí, para mostrarnos cómo ser mejores españoles, para enseñarnos a ser mejores personas.

domingo, 18 de marzo de 2012

EL PESO DE LA PÚRPURA


El señor cardenal ordenó que llamaran inmediatamente a su vicario en aquella zona desde la cual había recibido dos cartas anónimas. Cuando lo tuvo al teléfono le ordenó que llamara la atención al párroco de Nuestra Señora de la Buena Guía y le prohibiera que se impartiera la absolución colectiva, sin confesión personal de los pecados, al comienzo de la Misa. Y, también, que se diera al pueblo la Eucaristía bajo las dos especies de pan y vino. Afortunadamente, no era una conducta habitual, sino dos ocasiones, según las cartas de esas almas piadosas sin firma. El vicario conocía sobradamente la trayectoria del párroco, un hombre de mediana edad, serio, piadoso, entregado a sus feligreses. Su parroquia destacaba por la cantidad de cursos, conferencias, acciones solidarias, atención del clero a todos los feligreses, incluso visitas a impedidos, enfermos y ancianos en sus domicilios. No es una parroquia de grandes ingresos pero tienen bien organizado el trabajo. El templo se halla en un extremo de su demarcación, limitando con un barrio y otra parroquia de alto nivel donde viven muchos miembros de un instituto seglar muy conocido, cuyos miembros están obligados a confesarse con los propios curas de su organización. Pero cuando esos laicos tienen pecados de los llamados "gordos", acuden a escondidas a Nuestra Señora para aliviar sus conciencias. El vicario sospecha que esas denuncias anónimas puedan haber nacido en el barrio lindante. Sin embargo, cuando expuso al cardenal la buena labor del párroco acusado (sin que sirviera de nada), se abstuvo de expresarle su sospecha, dadas las buenas relaciones del purpurado con esa clase de institutos.
El vicario, que es un buen hombre, tiene la esperanza (como otros muchos) de ser promovido al episcopado si el señor cardenal lo apoya, como hace con otros sacerdotes creando una tendencia de prelados adictos a su persona. El vicario no se tiene por una lumbrera, pero ni más ni menos que otros ahora en sedes episcopales. Y mientras viaja en metro para encontrarse con el párroco, recuerda sus tiempos de estudiante de teología en el seminario, cuando el ahora cardenal era su profesor de Derecho Canónico. Un hombre, doctorado en Alemania, con aureola de progresista. ¡Cómo le ha cambiado la mitra! Por otra parte, recuerda lo cuestionado entonces por otros profesores suyos: "¿tiene valor o no lo tiene el acto penitencial de la Misa? ¿perdona o no perdona los pecados, como se dice en la liturgia? si se repasan los evangelios, no se encuentra en ningún momento a Jesús perdonando los pecados con una confesión auricular previa de nadie y la lectura de la última cena del Señor muestra cómo Él mismo repartió el pan y el vino, encomendando que repitieran el gesto en memoria suya". Cómo han cambiado las cosas durante veinte siglos, acumulando ritos, complicando las cosas, volviendo la teología un laberinto de dogmas, doctrinas, tendencias, documentos, hasta asfixiar lo esencial. El señor vicario se hace cruces. Pero en esta mañana, mientras el tren metropolitano viaja por el laberinto subterráneo, no tiene que plantearse cuestiones, sino obedecer un mandato que le ha encomendado la púrpura cardenalicia.