SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 30 de junio de 2013

REVELACIONES PORTUGUESAS (y III)


Uno de los descubrimientos poéticos fue Sofía de Mello Breyner, aristócrata y católica, que evolucionó desde sus simpatías monárquicas hasta oponerse a la dictadura salazarista y optó por la Revolución de los claveles. Elegida diputada a la Asamblea Constituyente por el Partido Socialista, fue la primera mujer que obtuvo el más importante premio de la literatura lusa: el Camoens (1999) y, en España, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2003). Desde una cosmovisión humanista cristiana, su poesía se muestra comprometida con las realidades sociales de su tiempo. Su mirada gira hacia el mar, ámbito del mundo clásico y la búsqueda de la justicia por encima del mundo en que vivimos. Su estilo es austero: "en un poema es preciso que cada palabra sea necesaria. Las palabras no pueden ser decorativas, no pueden servir sólo para ganar tiempo hasta el final del endecasílabo, las palabras tienen que estar ahí porque son absolutamente indispensables."


ANTINOO

Bajo el peso nocturno del cabello
O bajo la luna diurna de tu hombro
Busqué el orden intacto del mundo
La palabra no escuchada

Largamente bajo el fuego o bajo el vidrio
Busqué en tu rostro


La revelación de dioses que no conozco. 



ESCUCHO 

Escucho sin saber si estoy oyendo
El resonar de las planicies del vacío
O la conciencia atenta
Que en los confines del universo
¡Me mira y me descifra

Sólo sé que camino como quien
Es mirado amado y conocido
y por eso en cada gesto pongo
Gravedad y riesgo.


Pero la auténtica revelación poética la tuve cuando Arturo puso en mis manos una antología poética de Fernando Pessoa, del cual no había escuchado ni el nombre hasta ese día. Comencé a leer, impactado y sin descanso, aquellos versos en portugués:


AUTOPSICOGRAFÍA

 El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino


Que se llama corazón.


Pessoa tuvo una vida bastante gris, la tópica de un funcionario. Sin embargo, no sólo se convirtió en el buque insignia de las vanguardias portuguesas, sino en algo mucho más importante: en uno de los más grandes escritores de la literatura universal del siglo XX. Varias veces escondió su nombre detrás de heterónimos (Alvaro de Campos, Ricardo Reis,  Alberto Caeiros), fenómeno también frecuente en otros poetas del país. Y entre sus numerosos traductores al castellano, figuran Octavio Paz y Angel Crespo.



SI MUERO PRONTO    

Si muero pronto,
Sin poder publicar ningún libro,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letras de molde,
Ruego, si se afligen a causa de esto,
Que no se aflijan.
Si ocurre, era lo justo.

Aunque nadie imprima mis versos,
Si fueron bellos, tendrán hermosura.
Y si son bellos, serán publicados:
Las raíces viven soterradas
Pero las flores al aire libre y a la vista.
Así tiene que ser y nadie ha de impedirlo.
Si muero pronto, oigan esto:
No fui sino un niño que jugaba.
Fui idólatra como el sol y el agua,
 Una religión que sólo los hombres ignoran.
Fui feliz porque no pedía nada
Ni nada busqué.
Y no encontré nada
Salvo que la palabra explicación no explica nada.

Mi deseo fue estar al sol o bajo la lluvia.
Al sol cuando había sol,
Cuando llovía bajo la lluvia
(Y nunca de otro modo),
Sentir calor y frío y viento
Y no ir más lejos.

Quise una vez, pensé que me amarían.
No me quisieron.
La única razón del desamor:
Así tenía que ser.

Me consolé en el sol y en la lluvia.

Me senté otra vez a la puerta de mi casa.
El campo, al fin de cuentas, no es tan verde
Para los que son amados como para los que no lo son:
Sentir es distraerse.



La mayor parte de sus obras se publicó una vez fallecido. Pessoa no es un autor: es toda una literatura. Considero su Libro del desasosiego el más completo "corpus poético" que conozco.
Cuando Arturo concluyó que mi viaje poético por los autores de su país ya estaba suficientemente ilustrado, puso en mis manos una antología de poesía brasileña, donde descubrí a nuevos nombres del nuevo mundo, entre los que recuerdo a Carlos Drumnond de Andrade y a Cecilia Meireles. Esta última, forma una santa trinidad femenina, en mi opinión, junto a Gabriela Mistral y a Juana de Ibarbourou. Tiempo después de aquel viaje escuché un bello poema de Ceciclia Meireles, en la voz de Amalia Rodrigues:



Puse mi sueño en un navío,

y el navío sobre el mar;
abrí el mar con las dos manos
y lo hice naufragar.

Tengo las manos mojadas

de azul y olas entreabiertas.
El color fluye entre mis dedos
tiñendo las arenas desiertas.

El viento vino de lejos,

la noche se curvó de frío.
Bajo el agua va muriendo
mi sueño en su navío.

Lloraré sólo lo necesario

para hacerla mar crecer;
el navío se irá al fondo,
con mi sueño a desaparecer.

Luego será todo perfecto:

playa lisa, aguas calmadas.
Mis ojos secos como piedras,
y mis dos manos destrozadas.


Otro día, con toda humildad, Arturo comenzó a regalarme libros suyos, todos dedicados. Dos de sus obras: As muralhas da Sortelha / A sacra pastoricia, fueron editadas en un solo volumen, unidas por su contracubierta y, por tanto, al revés. Dos títulos complementarios: uno, donde se evoca un pasado histórico y glorioso. El otro, la visión trascendente de una vivencia junto a pastores de la montaña. Su libro Salmos & Oraçoes, que había sido publicado en francés como La Torche (=La antorcha), y prologado por el hispanista francés Jean Cassou, venía a ser el breviario existencial, religioso, casi místico del poeta. Me entretuve en traducirlo al español y por alguna carpeta mía debe de andar aún el mecanoscrito.
Con la ausencia de luz eléctrica en aquel caserón, las veladas nocturnas eran casi inexistentes. Nos retirábamos pronto. Por eso, yo pasaba en la cama, sin conciliar el sueño, bastante rato. No me importaba escuchar el ladrido de un perro en la finca, el chillido de algún murciélago, el aullido lejano de un lobo por los montes cercanos. Una noche me desperté y pude escuchar unos ayes o quejidos muy tenues pero ciertamente próximos, que venían de la habitación contigua a la mía. Me extrañó porque, teóricamente, nadie vivía en ella. O al menos, Arturo no me la había nombrado cuando me indicó que, dos puertas más allá estaba la habitación de Diamantina y, tras volver la esquina, estaba la suya propia. Cuando me levanté por la mañana, aprovechando que los dos estaban fuera de la casa, intenté inútilmente abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. No dije nada y aguardé a la noche siguiente, pero ya sin pegar ojo. Efectivamente, a un tiempo que yo calculé en una hora, volví a escuchar lo mismo. Como si un ser humano, pero no un niño, ¿quizá una mujer? se quejara procurando no ser escuchado. Me entró un miedo pavoroso. Y el miedo es ingobernable, ilógico, incontrolable, especialmente de noche. Me levanté y cerré con llave mi puerta, no fuese que la abuela de Arturo (muerta treinta años atrás) hubiera cambiado la mata de dalias, donde su nieto decía verla, por mi habitación. Decidí que el tiempo de volver a España había llegado o que llegase cuanto antes. Pero, ¿cómo hacerlo sin parecer descortés o asustado?
Una mañana, al bajar al desayuno en el jardín, encontré el ambiente de la casa algo alborotado. Las empleadas domésticas limpiaban alfombras, ventanales, muebles, dirigidas por una Diamantina absolutamente nerviosa. Arturo iba de un lado para otro, también inquieto, ordenando rematar mejor el brillo de un dorado o dónde colocar jarrones con flores. "Mi madre viene mañana a almorzar", me dijo. Desconozco cómo llegó el aviso (¿por paloma mensajera?), pero llegó. Por indicación de Arturo, me vestí de traje y corbata, como él. Y efectivamente, a media mañana del día siguiente se detuvo un automóvil negro hasta abrirse los portones. Entró majestuosamente, se detuvo, bajó un chófer negro y uniformado, y abrió la puerta trasera quitándose la gorra. Doña Mariana, así se llamaba la matriarca, descendió erguida, miró en torno, dio un par de besos a su hijo y, en nuestra presentación, me tendió su mano enguantada, que yo estreché haciendo una leve inclinación de cabeza. Doña Mariana vestía un traje de chaqueta de seda negro y lucía sobre el cabello plateado recogido en moño, un tocado  de gasa muy discreto. Componía una figura anticuada bajando de un coche anticuado pero el conjunto resultaba de una enorme dignidad. Todo, salvo el joven y exótico conductor, resultaba como de la posguerra española. Era una mujer culta, hablaba español (aparte de otros idiomas) con cierta soltura. Me preguntó muchas cosas sobre El Escorial, que ella había visitado. Aunque no gesticulaba ni su rostro expresaba interés o sorpresas, pronto descubrí que yo le causaba una muy buena impresión. Y entonces se me encendió la luz. Dejé caer que yo debería regresar a España en uno o dos días, pues se acercaba el cumpleaños de mi madre y quería acompañarla. Mi mentira piadosa causó un efecto excelente en doña Mariana, quien apoyó mi idea. Incluso sugirió que podría adelantar ese regreso para que, tras dejarla en su casa ese mismo día, el conductor me llevara hasta Salamanca y allí yo pudiera tomar el tren. Acepté de inmediato, ante el desconsuelo de mi anfitrión y mientras su madre reposaba en un sofá del despacho tras el almuerzo, hice rápidamente mi maleta que Castro Faztudo (original apellido el del mecánico) la bajó y la introdujo en el coche. Arturo me preparó una bolsa de libros, incluyendo unos bellísimos dibujos a tinta, realizados por él y que estarán en alguna de mis muchas carpetas  conservadas en el pueblo.
Me despedí de Arturo, de Diamantina, de las empleadas, que me decían adiós en la puerta con leves inclinaciones de cabeza y partimos en aquel automóvil, un Ford antiguo, tapizado por dentro en cuero granate un tanto deteriorado. A unos treinta kilómetros llegamos a casa de doña Mariana, donde ella bajó y al despedirnos, me dijo: "que Castro le lleve a Salamanca o al Escorial, si gusta. Le doy dos o tres días de permiso. Y usted, vuelva cuando quiera." De nuevo en carretera, Castro y yo decidimos quedarnos en Salamanca un par de días y que él conociera esa espléndida ciudad.
Al cabo de un par de años, Arturo y Diamantina se trasladaron a la calle Brieva, de Ávila, donde fui a visitarlos. Él dibujaba miniaturas maravillosas, que expuso en una sala de la ciudad. Me explicó que había legado la finca del Paço a su hijo Federico, quien inmediatamente instaló la luz eléctrica. Arturo y yo discutíamos mucho sobre política y religión. Me decía, riéndose: "Te veo de un progresismo descabellado". Sobre la Unión Europea, ya me confesó entonces: "Portugal y España se ufanan de pertenecer a un reino de taifas que, algún día, será un cadáver enterrado por China". Y yo me reía mucho.


sábado, 15 de junio de 2013

REVELACIONES PORTUGUESAS (II)



Llegamos a la heredad de Arturo, a unos tres kilómetros de Paço de Sousa, en un taxi. Era poco antes del mediodía y nos esperaban con el almuerzo preparado. Desconozco cómo mi amigo les avisó porque en este lugar tan apartado no había teléfono. Se accedía a la finca por un camino lateral desde una carretera secundaria, hasta un enorme portón. El taxi nos dejó allí mismo. En un rincón de la entrada al primer patio, se veía un antiguo landó, recuerdo de una época pretérita, y que sería nuestro cercano testigo de los desayunos al aire libre cada mañana. El caserón formaba un ángulo recto en cuyo vértice se levantaba un enorme torreón de piedra con almenas. Los dos lados del ángulo, construidos muy posteriormente y enjalbegados en blanco impoluto, lo formaban dos pabellones. Uno, el principal, daba a los salones de la planta baja, incluidos el despacho y la biblioteca de Arturo. El otro era donde se ubicaban la cocina y la vivienda de los sirvientes y "finqueiros", hombres y mujeres vestidos con trajes de faenas agrícolas y ellas, de negro con pañuelo a la cabeza, con los que nunca hablé. Subimos las escaleras de la entrada como si nos rindieran honores los grandes tiestos de hortensias que adornaban los extremos de cada escalón. Allí mismo me contó Arturo que cierta anciana aristocrática, amiga de su madre, le visitó una vez. Y cuando se preparaban a bajar la escalera, ella comentaba lo bonito del paisaje con frases muy poéticas. Nadie sabe cómo resbaló y cayó rodando escaleras abajo, arrastrando varios tiestos.
La gobernanta dio instrucciones para que se ocuparan de nuestras maletas. Se trataba de una mujer en torno a los cincuenta años y un rostro enigmático, de color cobrizo, peinada con moño. Inmediatamente me recordó al famoso "Toro Sentado", el líder de los indios siux. Pero la expresión de su cara cobraba una leve dulzura dosificada que se hacía más visible cuando hablaba al "patrón", tal como ella llamaba a Arturo. Diamantina, ese era su nombre, lo idolatraba, quizá lo amaba platónicamente en silencio. Nos sirvieron el almuerzo en el comedor, una amplia habitación que, según calculé, ocupaba todo el piso bajo del torreón. Cuatro columnas de piedra parecían hacer guardia a la mesa toda de granito, apta para seis cubiertos, y  cuyo tablero se cubría con una losa de mármol negro brillante. Nos sentamos a comer, él en un extremo y yo en el otro, como si lo hiciéramos sobre un catafalco. A mi derecha y a mi izquierda podía ver dos armaduras antiguas, rogando al cielo que dentro no encerraran los esqueletos de ningún antepasado del barón de Ansede. No había nadie más de la familia de Arturo en la casa. Sus dos hijos estudiaban lejos, tal vez en Porto o en Coimbra. Tampoco recuerdo si su esposa había fallecido o estaban divorciados. Sus padres, los marqueses de Lambert, vivían en la región, en una casa enorme de piedra tapizada por hiedra, según la foto que me enseñó.
Pronto me comentó mi anfitrión que no había querido instalar corriente eléctrica. Sin teléfono y sin electricidad, me comencé a imaginar por la noche con candelabros, quinqués, y palmatorias. Todo un logro de ambientación. Mientras no tuviéramos que recurrir a las antorchas...
Tras una breve siesta, tomamos el té en el despacho-biblioteca de Arturo y, seguidamente, salimos a dar un paseo por la finca. El camino nos llevaba hacia una ermita rodeados de toda clase de árboles y plantas. Arturo se detuvo ante una gran mata de dalias.
- Aquí me encuentro muchas veces con mi abuela, me comentó.
- ¡Ah!, ¿es que ella vive también aquí?
- No, no. Ella murió hace treinta años.
Lo dijo con tanta naturalidad, y me quedé tan sorprendido, que ya no me atreví a preguntar nada más. Por lo visto, lo que a mí me parecía insólito, para él era lo más natural del mundo.
Al atardecer, Arturo bajó a la zona del servicio para rezar el rosario con los "finqueiros".
La calma, el silencio, la tranquilidad de aquel espacio hubieran llevado indefectiblemente al aburrimiento si no fuera porque la conversación y la biblioteca de Arturo eran variadas e inagotables. Me refirió sus viajes a Formosa, en Asia, y su asistencia a bienales poéticas en Bélgica. Me iba mostrando libros de poetas portugueses, muchos de ellos dedicados, seleccionando los más interesantes para que les echara un vistazo. Yo aproveché durante aquellos días para leerlos y, así, descubrí textos de una grande e inesperada belleza, nombres hasta entonces desconocidos por mí: Eugenio de Andrade, también traductor de García Lorca al portugués ("Ser joven no es fácil. Algunos me buscan para que les dé certezas, y yo no tengo ninguna ni siquiera para uso personal. Por eso no dejo de decirles que la única cosa en que estoy interesado es en perturbarlos. La poesía es subversión, y esta pasa por el cuerpo, naturalmente"):


"Ahora vivo más cerca del sol, los amigos
no saben el camino: es bueno
ser así de nadie
en las altas ramas, hermano
del canto exento de algún ave
de paso, reflejo de un reflejo,
contemporáneo
de cualquier mirada desprevenida,
solamente este ir y venir con las mareas,
ardor hecho de olvido,
polvo dulce a la flor de la espuma,
eso apenas."

Miguel Torga cuya vida (sirviente, seminarista, médico, escritor) es tan variada como su propia obra (novelista, articulista y poeta), sufrió persecución y cárcel por parte del régimen de Salazar, a causa de su obra La creación del mundo (1939), donde refería un viaje por la España guerra-civilista. En sus Diarios desfilan casi todas las personalidades políticas, religiosas, literarias del siglo XX. Era un admirador incondicional de Unamuno. Un iberista moderado: "Soy un portugués hispánico. Nací en una aldea trasmontana, pero respiro todo el aire peninsular... Celoso de mi patria cívica, de su independencia, de su historia, de su singularidad cultural, me gusta, sin embargo, sentirme gallego, castellano, andaluz, catalán, vasco".  Arturo me obsequió su libro Bichos, que aún conservo en algún lugar de mi dispersa biblioteca. José Regio, cuya lírica me cautivó por su lucha entre contrarios, su equilibrio desequilibrado entre Dios y el Diablo, entre los demás y él mismo. Fue un poeta en la estela de Pessoa pero no un seguidor. Su voz suena única en ese segundo modernismo portugués que tanto aportó:

—«¿Dónde hay una doctrina

que pueda poner de acuerdo
toda mi propia grandeza
con toda mi desgracia?

¿Qué Dios humano me dirá esa parábola divina?

¿Quién me hará ese milagro?
¿Quién me abrirá esa puerta?

¡Sea quien fuere,
(Dios o Satán, poco importa)
quiero llamarle mi señor,
abrazarme a sus pies como un esclavo!»

Pero en vano
lanzo al silencio mi pregón,
lo arrojo a la multitud que pasa:

—«¿Dónde hay una doctrina
que pueda poner de acuerdo
toda mi propia grandeza
con toda mi desgracia?»

Mario de Sá-Carneiro, el gran amigo de Fernando Pessoa (su introductor en los círculos literarios), quien a pesar de suicidarse a los veintiséis años en París, dejó una obra interesantísima como narrador, poeta y corresponsal de su mentor.

Y más y más nombres: José Regio, Guerra Junqueiro y tantos otros que ahora no me vuelven a la memoria. Poco a poco me iba acostumbrando  a leer en una lengua, que ni siquiera ahora domino, a unos escritores, hermanos y paralelos de la literatura gallega, y primos del resto de los peninsulares. Con razón, a la poesía portuguesa del siglo XX se la considera, con razón, el Siglo de Oro portugués. Un catálogo aún más numeroso que nuestros poetas del 27, pero lamentablemente poco conocido aún (salvo excepciones) en nuestro país.





lunes, 10 de junio de 2013

REVELACIONES PORTUGUESAS (I)


Nos conocimos por azar en la Real Biblioteca del Escorial. A primera vista me pareció un tipo bastante cursi y relamido en su forma de hablar, de vestir y hasta en su nombre: Arthur Lambert da Fonseca, barón de Ansede y, como su nombre indica, portugués por los cuatro costados. Yo era un joven aficionado a escribir y él ya había publicado varios libros, según fui descubriendo, de poesía y de relatos fantásticos. Me invitó a ir a su casa en tierras lusitanas y acepté encantado: Salamanca, Oporto, Amarante... En esta pintoresca y pequeña ciudad, bañada por el río Támega, nos detuvimos un par de días, alojados en el caserón de la familia de Joaquim Pereira Teixeira de Vasconcelos (1877-1952), poeta más conocido por su seudónimo literario Teixeira de Pascoais o, simplemente, por "Pascoais". En la casa aún vivían una hermana anciana y dos sobrinas maduras que tributaban a la memoria del escritor un culto reverencial.  Una de éstas, María Manuel, decía ser lejana descendiente del infante español don Juan Manuel, conocido por sus escritos, sus amplias posesiones y su mal genio. No sé si será verdad, dada la tendencia de los portugueses a las genealogías enredadas como hiedras y hasta inventadas como códices medievales, pero siempre rimbombantes. Mi primera sorpresa fue cuando la hermana (creo recordar que se llamaba Amelia) me llevó a mi habitación y, al mostrarme la cama con baldaquino, musitó: "Es la habitación que ocupaba don Miguel cuando nos visitaba". Don Miguel no era otro que Unamuno. Y me corrió un escalofrío pensando que su espíritu se me podía aparecer en plena noche reclamando su lecho. El espejo ovalado y enorme, pero torcido, colgado en la pared, me produjo una sensación inquietante. Cenamos en la terraza cubierta con una pérgola trenzada de enredaderas, dama de noche y jazmines, que daba al jardín, atendidos por una doncella con guantes algo deteriorados y nos acariciaba las piernas con sus roces un perro cojo con tres patas. Tras la cena, tomamos el té en un salón contiguo con cortinajes de terciopelo granate que parecían ir a desplomarse sobre nuestras cabezas de un momento a otro. La misma camarera nos sirvió la infusión destilada en una tetera extrañísima con aspecto de samovar ruso. Todo en aquella casa parecía como de otra época, incluso la conversación, que versaba sobre los males que había traído la revolución de los claveles hacía ya diez años. No era preciso ser un lince para deducir que aquellas personas pertenecían a una especie de aristocracia rural venida a menos y que seguían viviendo en otro tiempo. Parece ser que, hoy día, la casa está mejor conservada que cuando yo la visité. Así podemos ver en la foto que ilustra este apunte. Al día siguiente, acudió un amigo de la familia: el conde Taroca. Se trataba de un hombre bien parecido, de mediana edad, que se ayudaba en su notoria cojera con dos muletas. Hablaba un español perfecto y me contó, entre otras muchas cosas, que era primo de Cayetana de Alba. Se ofreció a darme una vuelta en su coche por los alrededores, invitación que no pude declinar y me senté a su lado en aquel automóvil blanco, de marca SAAB,  con todos los mandos en el volante, dispuesto al riesgo. Y el riesgo nos llevó por carreteras de sierras entre pinos y curvas, encomendándome a todos los santos en mi fuero interno. De dicha peripecia sin mayores incidentes, "Çeca" (diminutivo de José María, su nombre), me llevó a visitar la finca y mansión de un amigo suyo cosechero de vino. Fue la primera vez que vi las vides suspendidas en alto y recuerdo los ojos más verdes que he visto en mi vida. Sería de tanto contemplar viñas y uvas. De allí, mi amable conductor me condujo de nuevo a la ciudad, para recorrer el Museo de Amadeo de Souza Cardoso, pintor vanguardista nativo de allí, muerto a los treinta años de edad, que dejó una valorada obra vanguardista. Sin esa prematura muerte, habría sido el Picasso portugués. El museo, instalado en un antiguo convento de dominicos, me lo enseñó su propio director. Y al término de la visita me obsequió con una medalla de bronce, grande y pesada, conmemorativa del pintor y que aún conservo. Al almuerzo nos acompañó la poetisa Maria Eulalia de Macedo ("Lalinha" la llamaban), quien muy amablemente me regaló un libro suyo dedicado. Supe después que murió nonagenaria hace pocos años. Se había relacionado con los grandes autores lusitanos y conoció personalmente -¡cómo no!-, a "don Miguel", al cual mencionaban como si fuera a aparecer de un momento a otro. En uno de nuestros ratos a solas en aquel jardín de la familia, Arturo me comentó que otra sobrina del poeta, experta en la obra de su tío, fue invitada a dar una conferencia en la Sociedad Geográfica de Lisboa sobre él, y la buena señora se quedó dormida mientras leía sus folios. El público,  en un gesto delicado y conmovedor, fue abandonando la sala de puntillas y en silencio para no despertarla, dejándola a la atención de un bedel. A mí, a esas alturas, todo me parecía como de película de Visconti rodada por Almodóvar.
Antes de abandonar Amarante, Arturo, Maria Manuel y yo fuimos en coche a la finca de la familia Vasconcelos, que además de ser extensa, tenía una enorme mansión blanca con doble escalinata de piedra, material que igualmente enmarcaba puertas, ventanas y adornos sobre el tejado. El poeta "Pascoaes" pasaba aquí largas temporadas, atendido por un joven matrimonio de caseros. En un enorme salón-cocina con chimenea observé un hueco en el suelo, del tamaño de una persona. María Manuel me aclaró:
- Aquí se bañaba mi tío.
Y salió un momento del salón.
Al ver mi cara de perplejidad, Arturo me comentó por lo bajo:
-"Pascoaes" tenía una relación, diríamos que polivalente, con el matrimonio de caseros.
No pregunté en qué consistía exactamente esa polivalencia. María Manuel volvió con una caja de latón bastante grande y de donde yo pensaba que sacaría magdalenas, mantecados, rosquillas o cualquier cochura casera, me fue mostrando un buen número de cartas manuscritas e inéditas, cada una en su sobre, dirigidas a su tío por Unamuno, Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Joan Maragall, así como de muchos escritores portugueses. Aquello era un tesoro que, según he visto después buscando en las redes, los investigadores han ido publicando.
Y al día siguiente, después de los protocolarios agradecimientos y cortesías, Arturo y yo partimos en un taxi hacia su casa, en las cercanías de Paço de Sousa.

martes, 28 de mayo de 2013

MÉDICOS CON FUTURO

Aconsejo a los actuales o futuros estudiantes de Medicina que escojan bien sus especialidades, teniendo en cuenta las dolencias que se ven venir en el horizonte. Una de las que parecen tener un futuro más prometedor es la de otorrinolaringólogo. Me explico: los jóvenes de hoy disfrutan en sus oídos de una generosa cantidad de decibelios en sus oídos. No sólo en discotecas, bares y automóviles (algunos de ellos parecen discotecas rodantes), sino en auriculares y equipos de música de sus casas. A veces, en el metro, yo escucho la música que un chaval soporta en sus orejeras desde el otro extremo del vagón. Llevan en sus rostros la misma expresión que Moisés cuando recibió las tablas de la Ley en el monte Sinaí: puro éxtasis. Pues bien, esta generación que comienza a vivir, ya tiene los tímpanos tan duros como las murallas de Lugo. ¡Con la cantidad de vida que tienen por delante, al haberse dilatado la edad media del español! Y la consecuencia natural es que hablan a voces, pues no se oyen los unos a los otros. Los chicos, con unos vozarrones roncos y desgarrados como relinchos. Las chicas, con timbres gritones y nasales, de gatas paridas, tampoco hablan: chillan. Pero unos y otros con un abuso de cuerdas vocales que indican unos aparatos fonadores de urgente tratamiento. Como, además, nuestras chicas y chicos de hoy gustan de no ir abrigados en invierno luciendo camisetas ceñidas para mostrar la abundancia de senos y pectorales, con minifaldas muy subidas y pantalones muy bajados (o sea, medio en cueros), el azote de resfriados los flagela sin cesar. Si a eso se añade el uso de alcohol, tabaco y otras hierbas, en botellones por plazoletas en pleno frío invernal, no doy un euro por la duración de sus laringes. Por tanto, los "otorrinos" del futuro tienen la clientela asegurada. Gargantas y oídos precisarán sus tratamientos.
¿Y qué me dicen de los hígados? Esos órganos andan vapuleados a base de ingerir alcohol. Pero no de alcohol de calidad, sino del que se compra en "tetrabrik" en las tiendas de chinos de todos los barrios, abiertos a cualquier día y hora, con unos precios tan bajos como los impuestos que, al parecer pagan esos ciudadanos, mientras los comercios españoles (todavía cerrados en muchas ciudades los domingos, sábados, festivos...) no paran de poner el cartel de "se vende" o "se traspasa". A lo que íbamos: esos muchachos, antes de beber sin límite buscando la felicidad del fin de semana, se han atiborrado de macizas hamburguesas de varios pisos o de pizzas de oferta, tamaño familiar por 3 euros. Colesterol a tope, garantizado.
La geriatría ha venido ofertando salidas hasta hace bien poco. No creo que los castigados cuerpos de los jóvenes y adolescentes lleguen a durar tanto como sus padres y sus abuelos. Por tanto, no aconsejo esa especialidad. Sobre todo si vamos camino de eso que llaman "muerte digna" y que puede llegar a convertirse en una elegante y conmovedora eutanasia el año menos pensado. En cambio, los estudiantes de medicina no deberían desdeñar la traumatología. La cantidad de accidentes de coches y de motos, en estado sobrio o ebrio, que están pronosticados por estos vaticinios míos, seguramente facilitarán trabajo a muchos jóvenes doctores.
Es cierto que no pocos estudiantes cursan fisioterapia pretendiendo especializarse en el campo deportivo. El mercado estará muy pronto saturado, especialmente si con la duradera crisis que padecemos comienzan a cerrar sus estadios algunos equipos.
A la especialidad médica que sí le veo mucho futuro es a la psiquiatría. No hace falta decir por qué.

martes, 30 de abril de 2013

MARIPOSAS EN LA CABEZA

  Me alegró encontrar a Felisa en el centro comercial después de más de veinte años sin verla. Besos de saludo y frases propias del momento. Le pregunté por su niño.
- Ja ja ja... el niño tiene ya veintisiete años cumplidos y mide uno ochenta, me respondió toda orgullosa mientras abría su carterita y me mostraba a su Julián empuñando unos guantes de boxeo en lo que parecía un gimnasio. Realmente, el bebé de entonces se había convertido en un mocetón.
- ¿Es boxeador?
- No, no, esto es por afición nada más. El ahora trabaja en la Real Academia.
- Ah, no sabía que tu chico es filólogo.
- ¡Qué va! Está pintando unas puertas. Y tal como está el trabajo, no es poco. Con una empresa y con un contrato temporal, ya ves. Pero gracias a Dios, tiene perspectivas de mejorar.
- Pues sí, a ver si lo hacen fijo y prospera en la empresa.
- No creo. Ahora no hacen fijo a nadie. Pero ha conocido en el gimnasio a un presentador de telediarios de una cadena, y se han hecho muy amigos. Se está portando muy bien con él. Se preocupa de comprarle ropa y para su cumpleaños le regaló un reloj de esos caros. Algunas veces se van de viaje juntos. La Semana Santa la pasaron en Marruecos. Y le ha prometido que lo va a colocar en la cadena. Vamos, como un hermano.
- Ya me imagino, ya.
- Yo le digo que aproveche, porque con la planta que tiene mi Julián, a lo mejor llega a hacerse "famoso".
Y agarrando de nuevo sus bolsas del supermercado, que había depositado en el suelo, se alejó hacia las escaleras mecánicas.
Esta palabra me recordó una tarde en que yo iba desde Plaza de Castilla en autobús hasta la Glorieta de Embajadores, final de trayecto. Me acomodé suficientemente solo para leer. A las pocas estaciones subieron dos orondas matronas amigas entre ellas, se sentaron frente a mí y conversaban sin parar en ese tono de voz que ahora consiste en que todo el mundo (sea vagón de metro o en autobús) se entere de lo que se habla. Yo intentaba seguir leyendo. Empeño inútil. El autobús se detuvo en la plaza de Gregorio Marañón y la amiga más cultivada le señaló un edificio a su amiga comentando: "En esa casa vivió Marañón".
- Y ese, ¿quién era?
- Mujer, un médico muy importante.
- Ah, bueno. Con ese nombre pensé que era un torero. O un famoso.
A partir de entonces comprendí que ser famoso no tiene nada que ver con la ciencia, ni con tocar el arpa en una cátedra del conservatorio, ni ser excavador en Atapuerca. Pero no teniendo idea clara, pregunté a una antigua alumna que trabaja en una empresa de producción de programas para la tele. Me dio una larga explicación con la que comprendí que es un aprendizaje complicado hasta llegar al triunfo. Todo consiste en una intensa preparación del cuerpo, sesiones diarias de gimnasio y nocturnas de discoteca, verdaderas oficinas de empleo. Se requieren destrezas inimaginables y pasar por pruebas arriesgadas, como casarse o liarse con alguien ya perteneciente al "famoseo". Después, separarse de forma lo más escandalosa posible para vender exclusivas y así, sucesivamente. Cuantos más fotógrafos persigan a uno o una, tanto mejor.  Naturalmente, se pasa muchas veces por los juzgados de la plaza de Castilla: o bien por un divorcio o por una demanda, así que no viene mal conocer un poquito de leyes. Es fundamental tener un asesor o representante, para diferentes actuaciones (que hoy día llaman "bolos", me parece). Naturalmente, la cotización va subiendo (lo que se dice un "caché") y en menos que canta un gallo, se ha amasado una fortunita. Incluso a propios parientes y vecinos les surge cierta "pedrea" si acceden a responder a periodistas y fotógrafos, con lo cual se contribuye a la elevación del nivel familiar y del propio barrio. Que no es poco.
Creo que la Universidad Complutense debería plantearse un Curso de Verano sobre el tema, con Belén Esteban de coordinadora y conferenciantes a la medida. Y si me apuran, crear una nueva titulación al efecto, con su Facultad, sus cursos, créditos, titulaciones, especialidades y todo lo demás. A lo mejor así se libraba del declive de alumnos y de ingresos que soporta. "Gaudeamus igitur".

viernes, 26 de abril de 2013

SALUD ANTE TODO

 La abadesa mitrada me había hecho llamar para pedirme consejo, y allí estaba yo, en la penumbra del locutorio dispuesto a escucharla:
- Como sabes- me dijo-, Sor Tránsito de la Madre de Dios ha estado muy pachucha. Salió del hospital de Madrid tan débil que, por su avanzada edad y los cuidados que precisaba, no podíamos atenderla aquí con los medios adecuados. Así que recurrimos a tu amiga, la baronesa, y ella nos condujo a  Dª ... (aquí mencionó el nombre de una señora muy conocida por su belleza, su filantropía y su fortuna), quien hace años montó una residencia para monjas ancianas que están en la misma situación que Sor Tránsito. Una residencia gratuita para nosotras y perfectamente equipada.
- ¿Y cuál es el problema?
- Pues que está curada y no quiere salir ni a tiros de la residencia.
- ¿Y eso? ¿se ha hecho a las comodidades?
- ¡Nooo!, afrmó la superiora. Es que en la sala de estar tienen un televisor de plasma con pantalla grande y está siguiendo un serial. Y dice que está en vilo para ver el final y que mientras no acabe la serie, que no deja la residencia ni muerta. ¡¡A sus ochenta y seis años!! Y para mayor inri, Dª.... me dice que la deje en paz si está contenta y que esperemos a que acabe la dichosa serie.
- Pues no es mala idea. Total, la serie acabará un día.
- El problema -añadió la abadesa-, es que, efectivamente, parece que va a acabar. Pero ya han anunciado la segunda parte. Y así, nos puede llegar el apocalipsis, porque Sor Tránsito ha descubierto Internet y se pasa las horas muertas viendo videos en YouTube en la sala de estar de aquella casa. El último día que la visité en su habitación, observé que la foto de Juan Pablo II que tenía en un marquito sobre la mesilla, la había cambiado por una de David Bisbal. Le pregunté la causa del cambio y me dijo: "Al Papa ya lo tenemos en el monasterio en fotos por todas partes y pronto estará en los altares. Pero si usted viera, Reverenda Madre, cómo canta David Bisbal el avemaría..... Ave María, pronto serás mía.... qué arte, qué arteeee". Y me quedé de piedra.
Aquí emitió un suspiro de compunción, rebulléndose en el sillón castellano.
- ¡Ay, Señor, qué cruz me ha caído encima. Ya solo falta que se enteren otras hermanas de aquí, que tienen su misma edad poco más o menos, y se arme una revolución pidiendo la televisión en la clausura.
- Bueno, en los conventos de frailes, el fútbol televisado se ha convertido en el tema principal (prácticamente único) de las conversaciones. Cambiando circunstancias, una dependencia similar a la de Sor Tránsito.
La monja soltó una carcajada:
- No compares, hombre. El fútbol es un deporte que subyuga a todos los hombres, sean frailes o no, con tele o sin tele. Y no creo que los monjes de clausura tengan televisores.
- Sí, madre. El problema no es ese espectáculo (yo no lo llamaría deporte) del fútbol televisado, que arrastra millones de personas y de euros en los cinco continentes, sino la televisión en sí. Este medio ha acabado con las conversaciones de familia mientras comen o cenan. Yo he vivido almuerzos como invitado en domicilios donde los miembros de la familia no me hacían ni caso en la mesa, mirando todos como bobos a la pantalla. Y en los conventos masculinos, la televisión es tan imprescindible como la capilla. O más. Deje tranquila a Sor Tránsito. Después de más de sesenta años de vida de clausura ejemplar, de privaciones voluntarias, que pase sus últimos tiempos con algo que la ilusiona, no va a significar nada en su salvación eterna. Y las demás monjas, que recen por ella y den gracias a Dios por seguir sanas en su vida monástica. Tampoco estaría de más que ustedes tuvieran un televisor en la clausura para ver programas culturales o religiosos, que los hay.
La Madre abadesa se puso en pie, lo cual significaba que mi visita había concluido. Salí solo, caminando por el claustro mientras escuchaba la campana llamando a Vísperas. Fuera del recinto monacal, el sol dorado del atardecer castellano era como una sonrisa, un guiño de complicidad por parte de Dios.

miércoles, 24 de abril de 2013

CARTA SECRETA PARA MAS

Muy Honorable Don Arturo Mas
Presidente de la Generalidad de Cataluña
Palacio de San Jaime
Barcelona
 
Excelentísimo Señor:
 
Ante todo, discúlpeme por dirigirme a V. E. en castellano y no en la bellísima lengua catalana, pues, aunque la estudié en la Facultad como optativa, no llego a dominarla y, por ello, elijo la lengua de Cervantes. Espero que en el Palacio donde mora V. E. haya traductores suficientes para verter mi carta a su honorable lengua.
En segundo lugar, me tiene en un "sin vivir" lo de la independencia de su patria ofendida y humillada. Porque si se consigue no siendo usted presidente, se quedará con un palmo de narices y se llevará las glorias otro. Pero si se logra siendo usted aún gobernante (y aquí tiene que esforzarse mucho), tengo la fórmula secreta para que no le priven a usted de los loores pertinentes y duraderos. Vamos a ello: Una vez conseguida la independencia, corra a declararse Conde de Barcelona y de todos sus territorios históricos y adyacentes, que no le resultará difícil en plena ebriedad del triunfo. Si tiene usted un hijo en edad adolescente (que no me extrañaría nada), miel sobre hojuelas: declárelo heredero. Pero no se le ocurra, como al ex-honorable Pujol, enriquecer a su prole sin más ni más, que luego todo se sabe. No. Una vez proclamado  heredero (que el chaval estará en la ESO, imagino), pida la mano de la infanta Leonor de España. Su Majestad el Rey aceptará encantado porque bastantes sinsabores tiene ya con su familia, con la "amiga entrañable" (que Dios confunda) y con su propia salud. Y cáselo con la infantita cuanto antes. Cuanto antes, pero a ser posible en el Pilar, no en la catedral de Barcelona, pues mire usted como está acabando la boda de la Infanta Cristina y da mal fario ese templo. Tampoco en Madrid, que la Almudena es un horror, con unas vidrieras espantosas. El Pilar está en territorio neutral y de paso les hace un guiño a los aragoneses, que son muy suyos, como usted bien sabe. Con esta boda principesca, usted se ahorraría unos cuantos miles de euros: por una parte los de salir y volver a entrar en la Unión Europea. Y por otro, el banquete de bodas, porque las firmas de cava catalán pagarían el menú y el cava con auténtica munificencia. Y ese ahorro es para tenerlo en cuenta desde el punto de vista de la idiosincrasia catalana, que todo lo tiene previsto.
Pero esto no se lo cuente a nadie, ni a ningún otro presidente autonómico. Menos aún al lehendakari vasco, no sea que éste descubra la forma de reinstaurar el reino de Navarra y le tome a usted la delantera, colocando a su nene.
Hágame caso, hombre. No confíe nada de nada en eternizar a su prole al frente de la Generalidad pues mire usted cómo van acabando las repúblicas árabes y no árabes cuyos presidentes colocaron a sus hijos como candidatos votables y votados. Un tsunami social se los lleva por delante y vienen islamistas por todas partes. Por cierto, mucho cuidado con algunos musulmanes que andan libremente por la Rambla de su digna capital, no sea que por huir de España se encuentre usted con el proyecto de UMMA o comunidad de creyentes del Islam, que es a lo que aspiran bastantes seguidores de Mahoma. Y eso sí que sería salir de Herodes y entrar en Pilatos.
Y nada más. Si necesita más consejos, llámeme, nómbreme asesor (uno más o menos pasará desapercibido) y acudo raudo en el AVE o póngame un piso en la Diagonal. Me encanta Barcelona, el Liceo, Gaudí y la butifarra. Será un placer ser útil a su proyecto. Encomiéndeme a la Virgen de Montserrat, que yo lo haré por usted a la Almudena.
Su seguro servidor.

jueves, 18 de abril de 2013

VAMOS AL CINE

 Me gustan las películas americanas. Lo tienen todo controlado. Cuando el protagonista tiene urgencia de trasladarse a otro lugar de la ciudad, siempre aparece oportuno el taxi amarillo que circulaba casualmente libre en plena hora punta. Y después se baja precipitadamente de él, dejándole al taxista un billete sin esperar la vuelta. Pero si el protagonista se desplaza en su coche, siempre encuentra donde aparcar. Así da gusto. En cambio, llama la atención que millonarios riquísimos, propietarios de mansiones casi tan grandes como la Casa Blanca, puedan ser asesinados por la noche con suma facilidad, porque viven más solos que la una. No solo los millonarios, sino todos los detectives de gabardina, estudiantes de diseño, guapas secretarias o modestos taxistas. Claro, casi todos  tienen un pasado.
Si dos personajes están en una habitación hablando de un tema muy serio y uno de ellos se va, abre la puerta, sale, y antes de cerrar detrás de sí, suelta una frase lapidaria que deja al otro estupefacto. Y yo me quedo con el puñado de palomitas en la mano sin llegar a la boca.
Especialmente me gustan las películas policíacas, de juicios, de investigación criminal. Últimamente, en las películas de tribunales, el juez (que antes era siempre varón y con cara de malas pulgas), ahora es una mujer, negra, gorda, seria pero con cara de ama de casa, de saberse el Código Penal de pe a pa y curada de espanto. Y pone firmes al abogado y al fiscal por menos de nada. Claro que el último grito en crímenes es esas películas y series donde los policías son científicos que te enseñan las tripas y el cerebro de las víctimas en una "morgue" con la misma naturalidad que en una mercería te exhiben un muestrario de botones. Y, claro, si estás recién comido o cenado, se te pone la digestión en la boca. Automáticamente, las palomitas comienzan a saberme a cartílagos humanos. Prefiero las escenas de entierros. Siempre hay un pastor que tras poner por las nubes al difunto, el ataúd baja con mucha parsimonia mientras un corro de señoras con sombreros y pamelas negros llora desconsoladamente y echan una flor en la fosa. Antes del entierro se han puesto las botas a canapés y bebidas en la casa del finado, seguramente para resistir tantas emociones. 
Los policías americanos son muy educados. Cuando van a una casa y les franquean la puerta, entran y se presentan: "el comisario fulanito, la suboficial menganita y el agente perenganito". Parece que más a que a preguntar van a pedir la mano de alguien. Y siempre les ofrecen un té, por ejemplo. Claro que cuando los policías van a detener a alguien llegan seis o siete coches aullando sirenas a todo meter, con  mucha fanfarria de uniformes, rifles, unos tíos como armarios que si no les abren la puerta ya mismo la tiran de una patada y entran caminando despatarrados, apuntando con pistolas que dirigen en varias direcciones. ¡Qué tíos!
¿Por qué cuando atraviesan un río a nado y vestidos o tras un naufragio llegan medio ahogados a una playa empapados hasta los huesos, inmediatamente se les ve con la ropa seca y peinados hasta con laca? ¡Ah! ahí está la magia del cine.
Lo que no soporto es las películas americanas con niño de protagonista. Son unos listillos a los que sus papás les explican, les razonan todo, y luego hacen lo que les da la gana, poniendo en riesgo sus vidas, en jaque a toda la familia, a la policía del condado, al F. B. I. y al Capitolio si hace falta, con sus "inocentes" travesuras. Cuando yo era niño, mi padre me daba unos azotes en el culo. Pero ahora los chavales dan ruedas de prensa.
Y hablando de gente joven, esas películas de adolescentes rubios, pecosos y rubias más pintadas que puertas y que van a unos colegios con césped por todas partes pero donde a los personajes no se les ve estudiar nada. Eso sí, se entrenan a muchas cosas: ballet, esgrima, natación y ponen caras angelicales ante sus padres (rubios y pelirrojos, como ellos), pero no se les ve estudiando trigonometría ni pasando apuntes a limpio, por poner un ejemplo. Claro que para la vida moderna, les viene mejor aprender la anatomía de los demás en sus guateques. Los chicos se pelean como machos cabríos por una hembra y las chicas se atacan (después de cruzarse frases venenosas de serpientes pitones) con idéntica furia. Creo que a eso lo llaman "igualdad de sexos".
A veces, los americanos realizan superproducciones de romanos que subliminalmente se parecen en su estructura al imperio americano. Será que yo soy malpensado.
Últimamente han mejorado mucho las películas de allí. Recuerdo aquellas en Technicolor y Cinemascope donde una protagonista rubia, con cinturita de avispa, perfectamente maquillada y peinada, recibía lánguidamente el beso apasionado del vaquero sin afeitar en pleno desierto de Arizona, mientras se escuchaba de fondo a la orquesta sinfónica de Boston, segundos antes de poner FIN en letras rojas en medio de la pantalla. Poco creíbles. Ahora se puede reproducir digitalmente la antigua Babilonia sin salir de los estudios y ya no se besan al final. El o la protagonista se asoman a una ventana donde se ve Chicago de noche o son abrigados con una manta por un apuesto policía que los ha salvado de una angustiosa carrera por inagotables pasillos y terrazas, perseguidos por un asesino en serie.
Las escenas eróticas son mucho más finas que en el cine español, donde se enseña todo por anverso y reverso, de los protagonistas. No. Allí, de las actrices enseñan casi todo generosamente, pero de ellos casi nada púdicamente. En todo caso, mientras hacen el amor, la sábana se desliza en el cuerpo masculino hasta donde la espalda pierde su casto nombre. Así no se escandalizan ni siquiera los republicanos. Yo creo que las películas de Almodóvar les gustan tanto porque no han comprendido nada de lo que tratan. Tampoco me explico por qué si las versiones originales no contienen tacos, en el doblaje español no paran de decir "el puto coche", la "puta botella" y cosas así.
Aparte, claro, de que los cigarrillos de Humphrey Bogart, Gary Cooper y de muchos otros, han sido sustituidos por el chicle, que, ya se sabe, es más sano.
Y en ese plan.

jueves, 4 de abril de 2013

MARIONETAS EN LA CUERDA

Cuando yo era niño, en aquellos televisores en blanco y negro, salía un anuncio de brandy protagonizado por una modelo bellísima: Elena Duque. Encarnaba la elegancia, el erotismo discreto, unos ojos preciosos..., era, sin duda, la número uno. Todavía pueden encontrarse sus imágenes de entonces gracias a Google. Después pasó por varios géneros del arte: canción, revista musical, cine, desfiles... hasta que súbitamente desapareció. Alguien me dijo que voluntariamente, agotada por la sobreexposición. No lo sé. Años más tarde pude ver en los escenarios la obra Usted también podrá disfrutar de ella, de Ana Diosdado, protagonizada por mi amiga María José Goyanes. Una obra que versaba sobre cierta modelo devorada por la popularidad de un anuncio y todo lo que eso llevó consigo hasta su vida privada. Hace pocos años le comenté a la autora que, precisamente esa obra suya, me parecía una de las más actuales de toda su producción.
Los "reallity show" televisivos y sus tertulias complementarias tienen el precedente más inmediato en la prensa de papel. El Caso, allá en los tiempos del franquismo ofrecía la España real en contraste con la España oficial de la dictadura que nos proyectaba el cine en el NO-DO, y si Franco permitió ese periódico fue porque mientras el público vivía pendiente del crimen o secuestro correspondiente, se distraía de pensar en política. Una maniobra que dio su fruto. 
No hemos cambiado tanto como parece. Se ha disparado el número de cadenas a la caza y captura del espectador, al precio que sea. La importación de programas que pretenden emitir la vida cotidiana de los conocidos y de los no conocidos como materia de espectáculo público, ha significado un seísmo: se ha multiplicado el número de aspirantes a "famosos" (una titulación que se imparte en los platós, a base de cursos intensivos por despachos y pasillos), sin más bagaje que cuerpos de mármol tallado y cerebros de yeso en polvo, pero con ambiciones desmedidas, la proliferación de periodistas, fotógrafos, gacetilleros, tertulianos a la medida de esos programas basura. ¿Cuál es la cuerda floja? el morbo una vez más, aureolando a los propios protagonistas a los que llamamos "famosos". Van ganando dinero en proporción inversa a la conservación de su vida y estabilidad privadas. Se airean secretos de alcoba, de cocina, se abren de par en par los armarios, los baúles, se exhiben en videos todas las intimidades delanteras y traseras. Incluso se generan nuevos "famosillos" adosados a ellos por lazos familiares o de vecindad. Las parejas acaban rompiéndose, los hijos salen desmandados y ellos o ellas terminan de mala manera: al psicólogo, al psiquíatra, al juzgado, a la clínica de desintoxicación... una vez que se ha pasado por otras bodas y divorcios convenientementemente cobrados en forma de exclusivas. Ansiaban convertirse en personajes y han acabado en marionetas pero no en la cuerda del amor, como cantaba Shandie Shaw cuando ganó el Festival de Eurovisión (1967) con Puppet on a string, sino en las manos invisibles e inmisericordes de cúpulas empresariales que los abandonarán en una cuneta cuando dejen de ser carne picada apetecible para la charcutería nacional.

lunes, 1 de abril de 2013

CENIZA

La muerte iguala a todos. No sólo a los muertos, sino también a los familiares vivos del difunto. Da igual si se disputa un trono o una mecedora. Las medievales Danzas de la muerte ponían ante el público que todos somos mortales y perecederos. Pero después, el teatro ha representado lo que sucede en este mundo tras la muerte de los seres queridos, especialmente en el entorno familiar. En el teatro español contemporáneo poseemos títulos recientes: La otra orilla, de José López Rubio, Cinco horas con Mario, adaptación de la novela de Miguel Delibes, Hay que deshacer la casa, de Sebastián Junyent, por citar algunos títulos señeros y diferentes entre sí. A la lista tenemos que añadir ahora Ceniza, la obra de José Pascual Abellán, que, tras recorrer varias ciudades, ha recalado en el Teatro Fernán-Gómez de la Plaza de Colón de Madrid.
Padre e hijo vuelven del tanatorio donde ha sido incinerado el cadáver de la esposa y madre respectivamente. Hace años que uno y otro no se han encontrado y, ante la urna con las cenizas de la difunta, van desgranando sus rencillas, sus frustraciones y debilidades. Ya no es tiempo de ficciones. El maquillaje de las apariencias se va diluyendo poco a poco. Y el texto se va deslizando en su drama con alguna réplica de humor (incluso de humor negro), hasta ese final casi abierto donde una puerta iluminada combina a la perfección con la firma de unos papeles. Cada cual, a lo suyo.
Los dos intérpretes defienden esa esgrima verbal como pueden (el texto es complicado por la versatilidad de los cambios emotivos), aunque si he de reconocer algo es la superioridad del joven Antonio Campos sobre la veteranía de Guillermo Montesinos. Por decirlo de una forma simple, ese padre no le "pega" a ese hijo. No ya en la diferencia de altura física (Campos parece un jugador de baloncesto y Montesinos es bajito), sino en que el primero interpreta naturalmente desde la sencillez o complejidad de cada frase y el segundo, en ocasiones, grita o sobreactúa sin necesidad, como pendiente de la reación del público. Antonio Campos es capaz de despetar en el espectador la sospecha, la ternura, la simpatía, la complicidad o el temor. Guillermo Montesinos no consigue esa versatilidad de reacciones aunque quiera. Son dos estilos interpretativos muy diferentes.
En todo caso, la obra merece ser vista pues plantea un problema muy común en las familias, está bien escrita y, en Madrid, con la ventaja de un teatro muy bien comunicado (el Fernán Gómez en la plaza de Colón) a un precio asequible. En cuanto al autor, José Pascual Abellán, tendremos que seguirle la pista en sucesivos estrenos. Todo el equipo es de Albacete. Una productora que merece nuestro apoyo por arriesgar en un arte que el propio gobierno español maltrata triplicando el IVA de la asfixia. Pero esto es harina de otro costal.

sábado, 30 de marzo de 2013

SEMANA SANTA INCOMPLETA

En la mayor parte de las ciudades, las procesiones de Semana Santa concluyen con la del Santo Entierro. Después de ella, volverán a sus altares las imágenes de Vírgenes Dolorosas, de Jesús Nazareno, Crucificados y Cristos yacentes. Los tronos, palios, mantos, túnicas... regresan a sus armarios, hasta el año próximo. Por eso, la Semana Santa, así contemplada, refiere en las calles de modo iconográfico la historia de un fracaso. Un rebelde que paga con su vida un mensaje de salvación. No hay más horizonte. Por mucha imaginación que le pongamos, por todas las saetas, lágrimas conmovedoras y penitencias que añadamos, no tiene vuelta de hoja. Y, sin embargo, religiosamente, evangélicamente, no es así. Sin la Resurrección, la Semana Santa no tiene sentido. Nos pasa como a los discípulos que, desde Getsemaní hasta el Calvario, lloran, se esconden, temen, se conmueven por su Maestro. Será a partir del tercer día cuando comiencen a comprender, cuando el Resucitado dé un giro de ciento ochenta grados a todo lo que creyeron y entonces, ellos mismos estén dispuestos a predicar y dar testimonio con sus propias vidas.
Por ello, bastantes cofradías se han creado ya y sacan sus imágenes el Domingo de Resurrección, con o sin la compañía de imágenes de la Virgen vestida con un manto blanco o azul. Porque Jesús, ya sin sangre ni escupitajos, sin corona de espinas, sin clavos, sin vendajes y sudarios de muerto, debe manifestarse ante los fieles desnudo, en su plenitud hermosa, inocente, liberada, exultante de vida de quien ha triunfado sobre la muerte y el pecado. Como un héroe olímpico de aquellos que sublimaban los griegos en sus estatuas. "¿Dónde está, muerte, tu victoria?", pregunta San Pablo a los Corintios en su primera carta. Jesús ha vencido en combate a la muerte perpetua,  a la que todos estábamos condenados. Jesús ha resucitado ¡Aleluya!.

martes, 26 de marzo de 2013

SOLEDAD SONORA

No soporto a esos músicos que invaden los vagones del Metro interpretando músicas de salsa o boleros a todo volumen que salen de unos aparatos rodantes a modo de karaoke. Impiden al viajero pensar, leer o conversar si viaja en compañía. Sin embargo, siento una admiración llena de ternura por esos músicos que, en las galerías del mismo Metro o en las calles, tocan sus instrumentos sin molestar, a veces con su violín desgastado o su acordeón superviviente de países y lenguas lejanas. Me da igual si interpretan las CZARDAS de Monti con su modesto instrumento de cuerda, una melodía parisina con su nostálgico acordeón, o un jazz de poca monta al saxo. A todos ellos suelo dejarles monedas lo más generosa que permita mi maltrecha economía. Echo de menos en las calles de Madrid, los famosos organillos que, a veces, se pueden escuchar en verbenas veraniegas del Madrid castizo. El ayuntamiento debería fomentar la música callejera de organilleros en el centro como una atracción turística más, sin duda, atractiva. No deberíamos dejar morir al chotis, un ritmo tan chulapón y pinturero. En ocasiones, me quedo con la curiosidad de saber qué hay detrás de esos maduros intérpretes (bastantes de ellos muy buenos), con rasgos de la Europa del Este. De qué filarmónica habrán descendido hasta los sótanos metropolitanos de Madrid. Pero la interrogación se me queda siempre en el aire por timidez, por no molestarles y, cómo no, para no herirles en su dignidad. Detrás de cada instrumento musical, existe una persona con su propio pentagrama. Quizás ese violín o ese acordeón sean su confidente, su paño de lágrimas, la sola compañía en una soledad sonora.

jueves, 21 de marzo de 2013

TERMITAS


Según ciertas crónicas, hubo un tiempo en que una ardilla podía cruzar la Península Ibérica sin necesidad de tocar suelo, saltando de árbol en árbol. Una hipérbole que me permito lanzar es que, hoy día, nadie puede atravesar España, desde Cadaqués hasta las marismas del Guadalquivir sin dejar de oler basura moral por todos los territorios. Políticos, sindicalistas, empresarios, banqueros, gobernantes de casi todos los partidos y niveles en esta red compleja, innecesaria e inexplicable que se ha convertido el Estado… llenan de estiércol los tribunales donde no todos los jueces están libres de sospecha. En mayor o menor medida, desde algún miembro de la Familia Real hasta el último y humilde Guardia Civil, la sospecha se ha extendido como epidemia por todas partes. Evasiones de capital, “tapabocas” en forma de billetes, sobres bajo cuerda. Bolsas negras llenas de dinero tan negro como sus conciencias, procesos judiciales que se alargan hasta su inmediata caducidad, como los yogures. Sentencias, testimonios, perjurios, indultos como ejercicios de prestidigitación… Y, mientras tanto, las cifras del paro, las familias deshauciadas, los ancianos, niños y urgencias faltos de rápida asistencia… El informe anual de CARITAS pone los pelos de punta. Los pobres (cada día más) son más pobres. Los ricos (cada día menos) son más ricos.
A los ciudadanos nos convencieron de que podíamos vivir, por un módico alquiler, en una enorme casa llamada España, donde todo era bucólicamente perfecto. Con apretar unos botones del cajero automático, con echar unas firmitas en un papel de la entidad bancaria te salía el dinero para un piso, un crucero de verano, un cursillo en Irlanda para los niños, unos teléfonos móviles de última generación, un televisor de plasma, incluso para una segunda vivienda en la playa o en la montaña,... un subsidio de dinerito público para completar el trabajo privado “en negro”. Lo que a nadie dijeron es que bajo los suelos de maderas finas de la “casa España”, cubiertos de mullidas alfombras clásicas y moquetas de diseño, trabajaban unas voraces termitas en la oscuridad, que se iban comiendo la madera. Unos suelos de nogal, terebinto, ébano, boj, cedro, naranjo,… Los ciudadanos residentes de la casa, todos ellos “españolitos” de a pie, no podían escuchar el ruido de las termitas porque atronadores equipos de música y enormes pantallas de televisión ofrecían bailes incesantes, imágenes de ligas y campeonatos sin cesar, programas de “realismo sucio” donde se vendían intimidades, cuerpos y almas sin descanso.
Poco a poco los suelos comenzaron a crujir. Las primeras inquietudes de los residentes fueron rápidamente soslayadas por los medios informativos: “esto es cosa de cuatro días, de cuatro gotas de agua, todo está seguro”. Pero las tarimas siguieron crujiendo y ya nadie se creyó el cuento. La mansión se hundía. Los dueños de la casa echaron la culpa a los usufructuarios y éstos a la gestoría del contrato, que, a su vez, señaló a la agencia de alquiler. Estos reaccionaron a tiempo acusando a la compañía de seguros, que había desaparecido del mapa. El caso es que los inquilinos se hundieron en un socavón inmenso, como un volcán al revés, que engullía muebles, televisores, documentos y, finalmente, a ellos mismos. En una playa lejana del Caribe, donde los bancos saben guardar los secretos de las cuentas bancarias, unos miles de golfos y golfas pasaban sus días de esplendor en la hierba. También las erupciones del Vesubio pillaron de sorpresa, plácidamente dormidos, a los habitantes de Pompeya.