SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

viernes, 2 de abril de 2010

MI GENTE (VI): BLANCA SENDINO



Se me ocurre que quienes trabajan en un escenario, en un estudio de cine o de televisión, representando obras o series, poseen una personalidad piramidal. En la base está la PERSONA, en el centro, el ACTOR, en la cima, el PERSONAJE. Esas tres capas se interrelacionan, se nutren, y a veces, se vampirizan. El personaje de Calígula, por ejemplo, termina con cada función, pero se nutre de las técnicas del actor, quien, tras bajarse el telón o apagarse la cámara, va a su camerino, se desviste y desmaquilla del papel, para volver a ser Fulanito Pérez. Y queda la persona, que aporta su físico, su carácter, a los dos anteriores. Pero la condición de actor, en ocasiones, fagocita a la persona. Y es entonces cuando aparece el “divismo” del actor: creer que es el ombligo del mundo, porque el público, la crítica, los seguidores, quizá se lo han hecho creer así. Naturalmente, existe el caso del personaje que, de un modo glotón, se come al actor y a la persona. Entonces tiene que aparecer el psiquiatra. Fulanito Pérez cree que es Napoleón.
Conocí en persona, muy tardíamente, a Blanca Sendino, con ocasión de los ensayos de El amor es un potro desbocado (1994), la comedia escrita en colaboración por los dos Luises: el español Escobar y el argentino Saslavsky. Pero mis primeras imágenes de su figura eran aquellas películas en blanco y negro de mi infancia, cuando intepretaba criaditas o mujeres de pueblo o ciudad, en papeles secundarios que bordaba. Mi padre la apreciaba mucho y la nombraba “Blanquita Sendino” (cuando la traté en persona, la llamaba así en recuerdo de mi padre y ella se reía mucho). La pude ver en muchas obras emitidas por TVE en el inolvidable espacio “Estudio 1”, también en varias series. Era una mujer redondita de cara, de tipo, de sonrisa, de gesto, de carácter. Blanca Sendino era de una educación y de una amabilidad extraordinarias. Desde que nos conocimos, nunca me faltó su felicitación navideña, primero escrita y, después, telefónica. Cuando se supo que padecía cáncer, Juan Carlos Pérez de la Fuente, Rosario Calleja y yo fuimos una noche a cenar a su casa, en un chalet cercano al Retiro madrileño, donde vivía con su marido, el también actor Eduardo Moreno-Figueroa solos y rodeados de recuerdos. Pasamos una velada estupenda y la hicimos feliz, que era de lo que se trataba. Desgraciadamente, ya no he vuelto a visitarla, aunque tampoco ella olvidó llamarme y dejarme un mensaje en la pasada Navidad, tres meses antes de su muerte.
Blanca Sendino era una estupenda actriz con un largo historial, cuyos hitos quiero recordar: comenzó en el TEU, estrenando Tres sombreros de copa (1952), función de la que conservaba todos los recuerdos. En 1955 protagonizó La Celestina, que le valió el Premio Internacional de Teatro en Eirlangen (Alemania) y, como decía antes, era asidua en los repartos de “Estudio 1”. La pudimos ver en películas como Marcelino pan y vino o La residencia o como ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Teatro Clásico de Almagro (1974). Trabajó con los más grandes: Lola Membrives, Luis Prendes, Isabel Garcés, Manuel Dicenta, Mari Carmen Prendes, Berta Riaza, María Fernanda D’Ocón, Fernando Delgado, Juanjo Menéndez, José Isbert, Concha Velasco, Fernando Guillén, etc. Yo prefiero recordarla en los días de ensayo de El amor es un potro desbocado, repartiendo cariño y ánimo a sus compañeros: Silvia Marsó, Andoni Ferreño, Víctor Valverde, Ana maría Barbany y Mari Carmen Hurtado, la amiga fiel que venía frecuentemente desde Barcelona a acompañarla. Blanca Sendino, “Blanquita”, era pura sonrisa y bondad. Por eso mismo, una “diva” del teatro español, de una edad cercana a ella, la noche reciente en que le entregaban el enésimo premio por interpretarse a sí misma, cuando le dijeron que había fallecido ese mismo día Blanca Sendino, preguntó: “¿Perdón, quién es Blanca Sendino?”. Las dos son dos caras de la misma moneda: Blanca siguió siendo persona y la “diva” se ha convertido en su propio personaje.

2 comentarios:

  1. La pulcritud, serenidad, de José Mª Torrijos se resiste a desvelar la “diva” -lástima-. Por qué esta pulsión, por qué estos versos a cualquier “diva”, en personaje convertida:

    Y cuando mueras,
    cepa estéril
    maltrecho orgullo
    brasa apagada
    bajo la tierra sangrada
    se esfumará

    Leonor Merino

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  2. Alf me habló en los 80. Descubrí que no era un marciano ni un peluche. Era Eduardo Moreno-Figueroa. Primo de mi papá. Cuando conocí después a Blanca, esposa del primo de mi padre, descubrí a alguien luminoso.
    Por muy profesión he conocido y seguiré conociendo a grandes celebrities. Solo se distinguir las únicas de las normales. Es sencillo. Las únicas, buenas e irrepetibles tienen un brillo centelleante y esporádico en los ojos. Verónica Forqué, Raúl Gonzalez Blanco lo tienen. La primera vez que vi esa señal divina fue a mis 11 años y con Blanca Sendino. La luz rebotaba en sus mofletes redonditos y reflejaban un brillo acojedor en sus pupilas. Era la prueba. Era buena persona. Gracias por hacernos mejores a los demás. Un abrazo

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