SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 16 de agosto de 2015

LA CALAVERA (II)

SONETO -SIN SINALEFAS- ANTE UNA CALAVERA
 QUE TUVE,  COMO HUÉSPED, VARIOS DÍAS EN MI CASA

 Esto fue vida, terrenal latido;
hoy, sarcástico gesto belicoso.
Por defender su tuétano gozoso,
¿con qué furor habrían embestido

sus frenéticos dientes el tejido
del gusanil ejército viscoso,
si pudieron triunfar del poderoso
demoledor martillo del olvido?

 En mi casa vivió la tan callada,
dándome su lección fatal y cierta
como mejor no pueden los más sabios.

 En tanto que la tuve de prestada
-y porque viva fue su boca muerta-,
le puse flores donde fueron labios.

SAGRARIO TORRES


 Este soneto de Sagrario Torres apareció por vez primera en su libro Esta espina dorsal estremecida (1973), obra que mereció elogios como el de Gerardo Diego: "Pertenece por ese lado a la raza de Lope, que firmaría entusiasmado no pocos de los sonetos de este libro" (ABC de Sevilla, 16-I-1974). Ya escrito el poema, la autora descubrió que carecía de sinalefas y, sorprendida de la casualidad, emprendió una búsqueda entre miles de sonetos en castellano sin hallar ninguno que careciera por completo de ellas. Y le pareció curioso sugerir esa anomalía desde el propio título. Frente al laconismo de Lope en su soneto "A una calavera", Sagrario rotula su texto con una larga frase de dos incisos; más cercana, por tanto, a la línea de Quevedo quien gustaba de epígrafes como: "Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la muerte."
 Cierta calavera, que ha sobrevivido a los accidentes naturales, deviene lección aprovechable para la autora, quien le muestra su agradecimiento. Tema, como se ve, menos patético que el de Lope e, incluso, con un leve matiz de afectuoso humor hacia el silencioso huésped. Ello se percibe en el verso segundo donde se abriga tan corto sustantivo como gesto (bisílabo) entre dos adjetivos tetrasílabos. Y leídas las tres palabras juntas se contienen resonancias fonéticas muy musicales (-asti, -esto, -oso).
 El comienzo del poema con un demostrativo, en este caso neutro (esto), arrima el soneto a la línea de sus predecesores barrocos. Pero Sagrario Torres se aparta de ellos al no describir ni imaginar el físico de esa persona cuando viva. Probablemente no sabe su nombre, su sexo, su edad, sus cualidades. Tampoco le interesan. Que vivió y murió se despachan en dos versos. Lo importantes es que, tras vivir ha logrado sobrevivir. En otro soneto del mismo libro, la poetisa comienza: "Soy importante sólo porque vivo". Esta calavera, como un yelmo de hueso, ha salido victoriosa en la pugna contra sus enemigos: los gusanos y el olvido. De ahí el léxico tan cargado de connotaciones guerreras: belicoso, defender, furor, embestido, ejército, triunfar... La supervivencia se enfatiza mediante el inusual número de palabras esdrújulas, cuatro en sólo ocho versos: sarcástico, tuétano, frenético, ejército con abundancias de sonidos en -eo de las tres últimas. El lector es llevado, casi sin respiro, a través de la meditación de la autora en forma de larguísima oración interrogativa y encabalgada. Una pregunta sin otra respuesta que el silencio, justo cuando el soneto frena ante ese salto que supone pasar al segundo apartado: los dos tercetos. En el aire sólo queda la burlona sonrisa de la tan callada. Es fácil imaginar a la escritora mirando frente a frente a su anónima invitada, devanándose los sesos (nunca mejor dicho), como un Hamlet de hoy, para obtener la sucinta respuesta del silencio.
 Los tercetos comienzan ambos con la preposición en pero con diferente uso sintáctico circunstancial: lugar, el primero, temporal el segundo. Si nos fijamos, en los dos cuartetos la calavera parecía presente (esto fue vida... hoy...) pero en los tercetos se contempla como en pasado (hospedaje, lección, premio... con verbos indefinidos vió, tuve, puse, de aspecto verbal cerrado, acabado.
 Los tercetos, a su vez, tienen unidad y correspondencia uno del otro: el segundo es consecuencia del primero. La anónima profesora, la calavera, se ha ganado el regalo -tierno y coqueto-, de unas flores donde fueron labios.
 Sagrario Torres ha elaborado un texto en plena sintonía con la tradición, tanto en su tema, la certeza y universalidad de la muerte, como en varios detalles de su forma: mención de los gusanos, asociación labios-flores..., pero dando a su poema un toque personal, afectuoso, delicado, femenino. El ser humano puede aprender a morir -ars moriendi-, si descifra que sus antepasados suponen una sucesión de lecciones heredadas:
       "Muchos murieron porque yo tuviera
      en veintiséis peldaños -y almenada-
      esta  espina dorsal estremecida".

 Así lo afirma en otro soneto del mismo libro, una torre con nombre de sagrario.

lunes, 10 de agosto de 2015

LA CALAVERA (I)

A UNA CALAVERA

 Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que, mirándola, detuvo.

 Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

 Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.

 ¡Oh, hermosura mortal, cometa al viento!
Donde tan alta presunción vivía
desprecian los gusanos alimento.

                      LOPE DE VEGA

Entre los más de 1.500 sonetos que firmó Lope, se encuentra este en su obra Rimas sacras (1614). Han ocurrido luctuosos momentos en la vida del Fénix de los Ingenios. Durante julio del año anterior murió de tercianas su amadísimo hijo Carlos Félix y dos meses más tarde fallecía de sobreparto su segunda esposa, la abnegada Juana Guardo. El poeta sufre crisis de misticismo, decide ordenarse sacerdote y así acontece meses antes de editar las Rimas. El libro refleja dolor y pesimismo. El tema del soneto es una reflexión al recordar la belleza física y moral de una joven ante lo que hoy es su mísera calavera. El desengaño frente a la caducidad de la belleza, del poder, del dinero, de la vida, fue uno de los tópicos preferidos de artistas y escritores barrocos, tras la exultante invitación al goce corporal del Renacimiento. De nada sirve la hermosura cuando llega la guadaña igualadora de la muerte: toda belleza por grande que sea, se transformará "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada", según el célebre verso de Góngora.
  La estructura externa del soneto es completamente clásica en muchos aspectos formales. Uno de ellos es la distribución temática en dos partes: cuartetos y tercetos. Belleza física en los primeros y armonía espiritual en los segundos. El último terceto explica y recoge el tema.
  Desde el título, casi una concisa dedicatoria, el lector queda centrado en el objeto, no por lo que es ahora (calavera) sino por lo que fue (cabeza), reducida a sobrecogedores huesos. Brutal contraste entre el ayer y el hoy.
 Lope arranca el poema con el demostrativo esta, modo de apertura que los autores españoles del Siglo de Oro adoptaron de los clásicos latinos: ("Hoc quodcumque vides..."), y de los italianos ("Questa ch'a l'asta in mano..."), que llegaría a usarse por nuestros poetas del XVI ("Esta desnuda playa...), incluso a abusarse retorciéndolo con hipérbaton en los del XVII ("Estas que me dictó rimas sonoras...", Góngora).
 La lectura de los cuartetos deja en el ánimo una sensación de grave estatismo por su léxico verbal: tener, estar preso, detener, estar, imprimir, entretener..., efecto opuesto al que dan palabras dinámicas de los tercetos, como movimiento y cometa al viento. También una bella oposición, entre los ojos fascinados de los admiradores y los ojos de la joven en vida, causantes del hechizo.
La descripción de los rasgos del rostro femenino era laboratorio donde fabricar ingeniosísimas metáforas. Aquí, Lope evita esa tentación por la seriedad del asunto y recurre a algo tan manido como llamar rosa a la boca y esmeraldas a los ojos. En cambio, de los cabellos -que se prestaban al oro o al azabache-, ni una palabra. ¿Por qué ese aparente descuido? Sencillamente, porque al poeta lo que más le impresiona de la calavera son sus HUECOS: carencias de la boca, de las órbitas oculares, del cráneo que albergó cerebro tan equilibrado. La mención de esos vacíos sigue un orden ascendente: boca-ojos-cráneo; una jerarquización minuciosa donde cada órgano, cada potencia, es aislado, señalado por el adverbio aquí (cuatro veces en principio de verso).
Aparecen tres signos arcaicos: el apócope destos, usual entonces; quien en singular para un antecedente plural (carne y cabellos), pues aún no se había implantado el plural quienes. Según la psicología del XVI, estimativa era la facultad del alma que juzga el aprecio de las cosas. Hoy equivaldría al "sentido común".
 El último terceto comienza con un epifonema de gran valor expresivo, pues hermosura es recurrente con arquitectura (v. 2) y centro a su vez de otras simetrías colindantes respecto a los dos primeros versos: mortal=estos huesos, cometa al viento=cabeza. Aunque en los autores barrocos era lugar común el viento (=tiempo) como devastador de lo hermoso, se usaba más la flor como metáfora de la belleza efímera. De ahí lo plástico y original de cometa.
 Los dos versos últimos son un logro feliz: desprecian, gusanos, aposento. Si, cuando viva la arquitectura de esta muchacha hospedó en sus cavidades boca, ojos y cerebro espléndidos, hoy los gusanos no quieren hospedarse allí. De lo más valioso y eminente (alta presunción) a lo más rastrero y subterráneo (morada de orugas). Un cierre tan macabro se justifica teniendo presente que esa muchacha, a la que todo lo bueno le sobraba, era centro de atracción. Los admiradores bullían en su torno. Hoy, que hasta los gusanos la rehuyen, está sola. Como el título anunció: una calavera. Sin más.