SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

lunes, 23 de noviembre de 2020

LAS MUJERES DE LÓPEZ RUBIO

MUJERES INSÓLITAS

Este es el título de una serie escrita por el autor en los años 70. López Rubio se hallaba voluntaria y prácticamente retirado de su creación teatral (los tiempos pedían dramas sociales, de asuntos reivindicativos, en los últimos años de la dictadura), y se refugió en la Historia, comprando numerosos libros y revistas, españoles y extranjeros, normalmente biografías de personajes. Recuerdo ver en su casa montones de las revistas History, Miroir de l’Histoire e Historia y Vida, en la cual publicaría algunos trabajos por entonces. La Historia siempre fue su afición favorita al margen del teatro, que era su profesión, aunque nunca quiso escribir dramas históricos. En 1935, la Fox Film Corporation había rodado, en español, la película Rosa de Francia, dirigida por Gordon Wiles, con dirección escénica y guión de López Rubio, sobre la obra del mismo título de Eduardo Marquina. Después y ya en España, había rodado la película Eugenia de Montijo (1944), cuyo guión y dirección fueron obra suya, tras documentarse en numerosa bibliografía española y francesa. Fue una superproducción en aquellos tiempos difíciles. 


   En TVE ya se había emitido su serie Al filo de lo imposible, y se acordaron varios guiones.

   La idea era que el personaje contara su vida al espectador desde un punto de vista alejado de la realidad vivida en su tiempo, con distancia y sin amarguras. Una “teatralización” de aquellas vidas. Un juego lleno de guiños al espectador inteligente, un “teatrito” de lo inverosímil, un rodaje televisado. Para ello, se le ocurrió que una actriz (a ser posible la misma) acudiera al camerino, se vistiera y maquillara mientras explicaba a los espectadores el personaje que iba a interpretar, con la ayuda de un colaborador, “Pepe”, siempre el mismo, que actuaba como tramoyista, y ocasional interlocutor, personaje encargado de mantener al espectador en el siglo XX a pesar de miriñaques, golas, cornucopias, almenas… 


   Pero mucho mejor lo describe el propio autor en una presentación que dejó escrita:

   “Esta serie de mujeres fuera de serie, de vidas de muy rara y diversa índole que presento en TVE, es una tentativa de narrar la Historia sin cartón ni trampa, y a mi manera.

   No es la Historia tomada a broma. Entiéndase bien, de entrada. Hubiera sido demasiado fácil. Es la Historia aproximada a nosotros, desentrañada en el enfoque y en el lenguaje, evitada la rigidez de sus estatuas. Llevo a una rápida forma dramática el resultado de un detenido manoseo de memorias, biografías, referencias directas, epistolarios, procesos… En fin, todo lo que he podido hallar sobre mis personajes, seguidos, nunca mejor dicho, al pie de la letra. Relato unos hechos auténticos.  Los interpreto, después, haciéndolos más íntimos y más cercanos. No he inventado el género, pero sí he tratado de alejarlo del teatro y del cine, pretendiendo una calidad televisiva que no estoy seguro de haber logrado. Ya dijo aquel Guillermo Shakespeare que “si el hacer fuese como el querer hacer, las ermitas serían iglesias y las iglesias catedrales”.

   Si en algún momento me voy por los cerros de la fantasía literaria, recurro a los poetas, a los dramaturgos, a los novelistas, con mención de los trozos de sus obras que manejo. La figura de cada episodio de esta serie cuenta ella misma su vida, a veces a siglos de distancia, de vuelta del bien y del mal, sin odios, sin nostalgias, sin rencores, con absoluta sinceridad, y pasa luego a vivir aquello que le tocó vivir, para suerte o desgracia.

   Interviene en toda la serie un elemento constante, que viene a ser una especie de nexo para darle unidad y que reúne las características de ese atrezzista que aparece en el teatro chino y del metesillas o sacamuertos de la antigua escena. No sé bien si esta intervención, encarnada en un hombre vestido al día (que interviene desde nuestro siglo en los sucesos de otras edades, que dispone los elementos para evocar la Historia y, a veces, interviene en ella, si es preciso, y aunque no sea preciso) va a servir de acercamiento a la distanciación. Me creo en el deber de anunciar su anormal presencia, para evitar sorpresas demasiado bruscas.

   No puedo asegurar que estas mujeres insólitas fueran así, exactamente. Pero así es como han llegado hasta mis manos. Perdón. He estado a punto de decir hasta mis brazos.” 


   En esas palabras, apunta a dos conceptos que conviene señalar: el teatro como juego y la intertextualidad. El primero es la clave de todas sus comedias: juego, en el sentido del to play inglés, como representación, y el segundo, en la interpolación de textos ajenos que marcan aún más el juego teatral. 

 


   La serie contó con un buen conjunto de profesionales. La dirección se encargó a Cayetano Luca de Tena, la ambientación a Emilio Burgos (ambos muy familiarizados con las comedias del autor). La interpretación fue encargada a diferentes actrices: Julia Gutiérrez Caba, María del Puy, Carmen de la Maza, Marisa de Leza y Rocío Dúrcal. El resto de personajes los encarnaron: Luis Varela (“Pepe”), Luisa Sala, Gabriel Llopart, Jaime Blanch, Manuel Tejada, José Crespo, Manuel Gallardo, Andrés Mejuto, Mercedes Sampietro, Carlos Ballesteros, Juan Santamaría, José Franco, Jesús Cracio, Julia Trujillo, Álvaro de Luna, etc. 

 


   Las “mujeres insólitas” que enumeró en una lista, eran cincuenta. Los guiones que escribió fueron trece: La reina después de muerta (Inés de Castro), Nuestra Señora de Termidor (Teresa Cabarrús), El ángel atosigador (La marquesa de Brinvilliers), La reina loca de amor (Juana de Castilla), La sierpe del Nilo (Cleopatra), La tumultuosa princesa de Éboli (Doña Ana de Mendoza), La viuda roja (Margarita Steinhell), La segunda señora Tudor (Ana Bolena), Lola Montes (María Dolores Gilbert), La monja alférez (Catalina de Erauso), La bruja de Venecia (Blanca Capello), La dama de las camelias (Alfonsina Plessis), La mujer sin nombre (La marquesa de Douhault), y El collar de la reina (Madame de La Motte). De ellos solo se emitieron cinco y quedaron en carpetas mecanografiados, los restantes. Y siguen inéditos. 

 


    En mi opinión, la dirección y la ambientación no acertaron con la selección de los capítulos emitidos en primer lugar. Comenzar por los personajes más conocidos fue un error. Se rodaron casi como si fuesen obras para “Estudio 1”. Y esos textos exigían una agilidad, un vestuario y unos decorados a su altura. Esas mujeres insólitas pedían, también, un rodaje a su altura, que no tuvieron. 
 


miércoles, 11 de noviembre de 2020

ADIÓS, MUCHACHOS

Una de las peores cosas que le pueden suceder a un Director de Colegio Mayor es que se le muera un colegial, ya sea durante su período de residente en él, ya sea fuera viviendo su vida de profesional. Porque la relación que se establece dentro de un Colegio Mayor va mucho más allá que la de una residencia. Se comparten tantos momentos, buenos y malos, tantas actividades, tantas experiencias, que se forma como una familia. A veces coincidentes, a veces divergentes en opiniones o decisiones.

   Y hoy, de modo abrupto e inesperado, me llega la noticia de que uno de ellos se ha marchado a la otra vida, víctima del maldito virus covid 19.



   Yo tomé posesión como Director del Colegio Mayor Elías Ahuja a finales de septiembre de 1990. Novato e inexperto total. Nadie me enseñó el oficio. Para el 20 de octubre se preparó la fiesta de Apertura de curso. Pero esa mañana, a eso de las 6, me llamó Miguel Ángel Rodil, el subdirector, desde el Hospital Clínico donde acababa de fallecer nuestro joven Mariano Garrido. Aún en pijama busqué en Secretaría sus documentos para llamar a sus padres y comunicarles la triste noticia. Antes de salir rápido para el hospital encargué al más veterano de los colegiales que lo comunicara al resto de ellos y, también, que se suspendía la fiesta a los Colegios Mayores amigos e invitados. Para mayor complicación mía, la tarde del mismo día 20 yo tenía que presidir el enlace matrimonial de mi sobrino José Joaquín. Naturalmente, acabado el oficio religioso me volví al Colegio Mayor. La Misa de apertura de curso fue, más bien, de corpore insepulto, todos hundidos en la tristeza. Al día siguiente nos fuimos en coches y autobús al entierro en Cantalejo (Segovia).


   Poco después de salir del Colegio Mayor, en accidente de coche, falleció Carlos Vega, Carlitos, como yo lo llamaba, tan bueno y educado. Delegado del gimnasio. Recuerdo haberlo visitado en la clínica donde lo operaron, creo que de menisco y cómo era un joven siempre humilde, resignado, muy trabajador que merecía un futuro a la medida de su calidad humana pero que interrumpió un desalmado conductor de otro vehículo.


   También en accidente murió José Luis Sanz Payá. Estaba en su tercer año de carrera y fue con sus padres a esquiar a Sierra Nevada durante unos días pues ellos eran directores del Colegio Santo Tomás de Villanueva, en Ciudad-Real, y aprovecharon la “semana blanca” para llevar a un numeroso grupo de niños a Sierra Nevada. José Luis fue con ellos para echarles una mano. Por salvar a un niño en peligro sobre la nieve, él se precipitó al vacío. Fue una conmoción para todos. Fuimos al entierro a Ciudad Real. Los colegiales quedaron abatidos y yo me esforzaba en consolarlos aunque, al quedarme solo en el despacho, no encontraba quien me consolara a mí.


   Daniel Freire, un chico de La Coruña, fue a mi despacho para despedirse al terminar su estancia en el Colegio Mayor y dar las gracias por haber sido admitido a cursar primero de carrera. Ya había terminado los estudios y se fue a casa de una abuela cerca del Retiro, en Madrid. Un día, haciendo deporte, cruzó corriendo la calle Alfonso XIII en ropa deportiva, con los auriculares puestos, y un taxi lo atropelló. Duró poco menos de un día. Celebramos el funeral en el salón de actos (por la cantidad de gente que quería asistr) y yo tuve que hacer esfuerzos para no ponerme a llorar en el altar. Aquella homilía la comencé diciendo: “Una vez más la Comunidad Universitaria del Elías Ahúja se reúne en torno al altar de la Eucaristía por causa de una ausencia imprevista, “un golpe helado”, que dijo el poeta Miguel Hernández en su famosa elegía por el joven Ramón Sijé. El dolor y la tristeza que a todos nos llenan no lo pueden describir unos versos, ni siquiera lo expresan las lágrimas que nos han brotado después de unos días en que la angustia se alternaba con la esperanza. No es fácil asimilar una desaparición tan súbita, tan injusta de tejas abajo, quebrando una fuente de vida, un proyecto vital tan lleno de futuras realidades. Daniel ha cumplido su ciclo vital antes de lo que todos esperábamos. Desde nuestro corazón pequeño y sensible preguntamos a Dios “¿por qué?” y un silencio, un vacío, es lo único que obtenemos. La vida es agonía escribió otro poeta, asesinado en la guerra civil. Hemos vivido años con Daniel. Tenemos fresca aún su voz, su presencia en una habitación, en el deporte, en el bar del Colegio, en este mismo salón de actos. Y no digamos en su casa, con tantas ropas, objetos y recuerdos. Vamos a tener la suerte, por una generosidad que Dios habrá de pagar, de que Daniel permanezca vivo en otros seres, mitigando el dolor ajeno.”



   Más tarde falleció Ignacio Capote, Nacho, de la isla de La Palma, cuando ya le sonreía la vida profesional acabados sus estudios, en plena juventud. Creo que era hijo único, como Daniel Freire, de unos padres bondadosísimos. Esos padres quedaron destrozados.

   Por entonces murió Javier Zurita, en plena juventud y brillantísimo camino profesional, cuando volaba con varias personas en un avión privado desde un país de Oriente a Londres, donde vivía. El avión se precipitó sobre Turquía y fue un “shock” para su familia (casado y padre de niños muy pequeños) y para quienes lo conocíamos. Un deportista nato, un amigo muy generoso con sus amigos.

   Y ahora se nos ha ido Teo. 

Él era el compendio de todas las buenas cualidades que puede tener no solo un colegial, sino una persona. Todos aprendimos mucho con él. En alguna ocasión yo le pedí consejo. Su sola presencia enriquecía al colectivo de colegiales. Por eso, su muerte se ha expandido como una ola de dolor. Y ahora esperemos que, a nuestra llegada donde él está junto a aquellos colegiales que nos han precedido en la llegada a la meta final, intercedan por cada uno de nosotros para obtener plaza en el Colegio Mayor de la Eternidad.