SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

jueves, 24 de noviembre de 2022

LA POESÍA DE MIGUEL CARLOS VIDAL

 Desde que Jorge Manrique introdujera el concepto del tiempo (“gran destructor” lo llamará siglos después Marguerite Yourcenar) puede afirmarse sin exagerar que, de una u otra forma, ha estado tan presente en la poesía española como el tema de la muerte o el del amor. “Tempus fugit”, dijo el clásico, y de ello se derivan actitudes diversas, desde el “carpe diem” hasta la visión más fúnebre del paso de los años:

   “Ayer se fue; mañana no ha llegado;

hoy se está yendo sin parar un punto:

soy un fue, y un será, y un es cansado.

 

   En el hoy y mañana y ayer, junto

pañales y mortaja, y he quedado

presentes sucesiones de difunto.”

   Esto leemos en el célebre soneto de Quevedo.

   Y habremos de llegar hasta Antonio Machado para que nos defina la poesía como “palabra esencial en el tiempo”.

   En abril de 2020, la Librería Follas Novas, de Santiago de Compostela, publicó Poesía (1956-2018), de Miguel Carlos Vidal, gran patriarca de la lírica gallega. Ya con el libro en las manos, advertimos la ausencia de prólogo, epílogo, notas en las solapas de la portada pues a un poemario le basta con su contenido. Salvo uno de los poemas, todos ellos ocupan una sola página impar. Son como fotografías de un álbum cuyo dorso aparece en blanco. Un libro verdaderamente minimalista, humilde, como la flor del tojo que adorna la portada. 



   Una primera lectura rápida nos descubre la presencia constante del tiempo, expresada en una inmensa variedad de sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios (“¿o todavía ahora no es después?”). Sin embargo, este conjunto de poemas no nos revela a un Vidal senequista que busca una coartada moral en el devenir de su existencia. Tampoco una lamentación o un consuelo. Para ello, el poeta tiene que descubrirse a sí mismo. (Yo invito al lector a una trampa: ir a la página 145, la última del libro. Allí, agazapada en una nota a pie de página, está la frase clave sobre el “muy largo e inocente intento de encontrarme a mí mismo”). Y es esa búsqueda del yo lo que caracteriza sus poemas. Unos poemas que son fotografías, estampas, una anagnórisis aplicada a sí mismo, a través de los espacios, los objetos, los días. No es una poesía fácil porque el autor ofrece diferentes perspectivas, comentarios y señales que es preciso desmontar. Todo ello con cautela porque el poeta, desde sus paréntesis, sus pausas, sus saltos, sus omisiones, nos vigila y sonríe con benevolencia. 

   Yo resumiría la impresión que me causa este libro tergiversando la frase de Antonio Machado con otro sentido. Miguel Carlos Vidal nos apunta que el “tiempo es poesía esencial en la palabra.


   Nota: La fotografía que ilustra este comentario corresponde a la cena del día 4 de diciembre de 2021, fecha de la boda de su hija Carla. Fue una conversación que me deslumbró, descubriéndome  a un pensador más que a un poeta, un hombre con más de noventa años y una cabeza lucidísima a la hora de opinar sobre toda la literatura española. Fue una velada inolvidable. Gracias, maestro.

lunes, 14 de noviembre de 2022

UN CUADERNO PARA NAVEGAR POR LOS MITOS



He tenido la suerte de leer este libro en el lugar más apropiado: Sicilia. La mayor isla del Mediterráneo, a la cual los griegos llamaron Magna Grecia -no sin razón-, está bien provista de ruinas (acrópolis, templos, teatros), que evocan aquella cultura milenaria. Y si no bastara con todo ello, también los museos y palacios del lugar brindan lienzos, esculturas y tapices con motivos mitológicos. 



   En cuanto a los textos, el libro lo componen cuatro poemas largos: “La reina Eisa Dido”, “El sueño de Alejandro”, “Pigmalión y Galatea” y “Ulises”, precedidos de un poema introductorio, “Audentes fortuna iuvat”, formado por cinco poemas breves con los temas del valor, la constancia, la fama, la posteridad como asuntos que el poeta expone dirigidos a un “tú” impersonal, válido para el lector o para sí mismo. Se trata de un frontispicio, a manera de introito y aviso a navegantes. 



   El autor ha elegido a cuatro personajes que ejercen fascinación sobre él, cuatro figuras a caballo entre el mito, la leyenda y la historia, cuyas fronteras se confunden.

   Si un personaje resulta atractivo, es el de la princesa fenicia Elisa (más conocida como Dido), quien huye de su país, navega por el Mediterráneo, vive notables peripecias en diferentes puertos y países, y llega a fundar nada menos que una ciudad y un reino en la actual Túnez: Cartago. Mujer decidida, emprendedora, valiente, astuta. Según nuestro autor, no debemos dar crédito a historiadores y poetas romanos que le atribuyen, interesadamente, un romance con Eneas. Hasta aquí, la hermosa leyenda de Dido. 





   En el segundo poema pasamos del mito a la historia, pero también con la fundación de una ciudad: Alejandría de Egipto, creada en el siglo IV a. C., por parte de Alejandro Magno. Una ciudad que llegó a tener la más alta torre que iluminara a los barcos, alzada en la isla de Faros (y de la cual tomó su nombre), sino también por su famosa biblioteca, que alumbró la sabiduría de Europa, hasta que fue quemada por fanáticos. Si bien la vida de Alejandro está suficientemente divulgada en biografías, novelas, películas, etc., está bien traído aquí porque introduce el tema del sueño de tanto valor mítico (que no escapa al autor del prólogo), pero también por la secreta admiración de Basilio (escritor, editor y bibliófilo) hacia el rey macedonio. Por algo, su hijo mayor se llama Alejandro. 



   La búsqueda de la belleza ideal está representada en la leyenda de Pigmalión, quien toma el níveo marfil y esculpe la estatua de la mujer físicamente perfecta. Insatisfecho porque se trata de una obra inanimada, consigue de Afrodita que le insufle vida. Pigmalión se ha convertido de mito en héroe que ha sobrevivido como símbolo del amor que todo lo puede. Galatea es la obra de Pigmalión. Es su creador y su pedagogo, en línea de lo que escribió Pedro Salinas: “Quiero sacar de ti/ tu mejor tú”. La figura del mecenas y protector generoso la hemos visto, después, inspirando el Pigmalión, de Bernard Shaw o la película Candilejas, de Charles Chaplin.

   ¿Quién no se ha sentido fascinado por la figura de Ulises, el protagonista de la Odisea, uno de los escasos supervivientes de la guerra de Troya? El viaje de su regreso a Ítaca, la patria que abandonó veinte años antes, tan lleno de peripecias increíbles, ha llenado páginas de libros, pinturas, películas, canciones y hasta series de televisión. Héroe astuto, brillante, versátil, no podía faltar en este libro. La evocación de su figura termina con el hermoso texto “Contera” donde diseña la figura de Ulises (Odiseo) y como él representa “la vida como una aventura total […] con la única certeza de que solo somos la dulce verdad de un engaño”. 



   Este libro de Basilio Rodríguez se coloca en la poesía épica, más que en la lírica, pues sus versos son narrativos. Mientras lo leía en la playa de Mondello, frente a ese Mediterráneo tan azul como transitado por héroes, aventureros y villanos, me vino a la memoria las pocas veces que alcancé en mi infancia a ver cómo llegaba un forastero a la plaza del pueblo, desplegaba un cartelón de hule con viñetas impresas y él iba recitando la historia de amores trágicos, niños abandonados, crímenes horrendos. Eran los descendientes del bululú clásico y el precedente del actual cuentacuentos. Basilio Rodríguez se coloca en esa tesitura pedagógica y nos cuenta esas leyendas subrayando cada página con una imagen del tema, como si nos las indicara con un puntero. Son más de setenta ilustraciones que lo convierten en un libro muy visual: desde mosaicos romanos a pintores del XVIII y del XIX o imágenes del cine. No será exagerado afirmar que el libro está editado con un gusto y un cuidado exquisitos. 



   Finalmente, quiero referirme a los dos textos que abren y cierran Cuaderno Mediterráneo: uno es el prólogo del hispanista tunecino (catedrático y escritor) Ridha Mami, quien conoce a la perfección nuestra literatura. Es una pieza documentada que apunta a aspectos esenciales del libro, como es la importancia de los sueños y el frecuente suicidio del héroe mítico. El epílogo de Nery Santos Gómez, también escritora, destila cariño y conocimiento de la materia y del autor. Felicidades a ambos por ofrecer un marco tan adecuado al libro.

Basilio Rodríguez, que ha cruzado este Mediterráneo “del uno al otro confín”, como el pirata de su paisano extremeño José de Espronceda,  se convierte en rapsoda  y pone a disposición del lector una mitología visual que le hará ir corriendo a buscar en las fuentes de esos mitos. 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

LA FAMA

 Uno de los títulos musicales más recordados de la televisión y del cine para la juventud de los 80 es Fama. Primero fue película, dirigida por Alan Parker, ganadora de cuatro premios Oscar, tres BAFTA, tres Globos de Oro y un Grammy. Su mundial éxito animó a continuar el tema con una serie del mismo título y numerosos conciertos de sus intérpretes en todos los continentes. La versión última del producto fue el musical estrenado en Broadway en los años noventa. 



   Aparte de sus méritos artísticos, técnicos y musicales, esta obra mostraba el camino de la fama por parte de un grupo de jóvenes que aspiraban a ser artistas formándose duramente en la Escuela de Arte de Nueva York: danza, canto, literatura, interpretación. Pero, también, Fama mostraba sus orígenes familiares, sus sacrificios, sus ilusiones y sus frustraciones. La fama ansiada llegaría, si llegaba, como resultado de un trabajo continuado, de una entrega sin condiciones para un futuro incierto. 



   La Fama, como consecuencia de la celebridad ha sido conocida desde los tiempos más remotos. Incluso tiene su propia deidad en las mitologías griega y romana. La diosa Feme era la encargada de propagar los hechos o los rumores de los humanos, sin importar si eran ciertos o no, si eran positivos o negativos. Se la representaba con alas y una trompeta anunciadora. Los dioses la temían pues parece que el Olimpo también estaba lleno de cotilleos.

   Naturalmente, la fama podía ser buena o mala, dependiendo de la opinión de los demás, ya que en esta última se apoya esa corona de laurel o de espinas que puede llegar a ceñir una persona por sus éxitos o por sus delitos.



   Con la aparición del cine, de la música en discos, de las cadenas de televisión y, recientemente, con las redes sociales la consecución de la fama ha pasado de ser una consecuencia a ser un fin. No pocos jóvenes de hoy en día, con el efímero patrimonio de su belleza física o sus lazos familiares o sus encuentros eróticos con una celebridad (torero, cantante, futbolista…), buscan una fama inmediata, ya sea en la música, el cine, la televisión o las pasarelas. Una fama que les dé dinero, obviamente. Y entran en un remolino del que les costará salir si es que, al cabo de muy pocos años, la vida no los ha destrozado y sustituido por otros nuevos cuerpos más jóvenes y osados. No importan los trapos sucios de familia o de parejas que se puedan airear. Lo importante será aparecer en los platós, en los eventos de la noche haciendo posados y sintiéndose felices en el fondo de que los persigan fotógrafos y reporteros.



   Hasta aquí todo normal si consideramos que cada cual puede hacer con su vida y con su cuerpo lo que le parezca. El problema surge cuando en los medios vemos que triunfan jóvenes sin preparación que, de la noche a la mañana, alcanzan notoriedad por lo anteriormente dicho. Y la comparación o el contraste nos viene de inmediato con los cientos y miles de jóvenes que estudian para ser abogados, economistas, jueces, médicos, arquitectos… con un futuro cada día más tenebroso. Ahí tenemos investigadores jóvenes y no tan jóvenes (auténtico cimiento de una sociedad desarrollada) que perciben becas magras y utilizan instrumentos y medios insuficientes. El desconsuelo no puede ser mayor. 



   La sociedad tiene que reaccionar si no queremos una juventud de pasarela que no tiene nada que decir y menos aún que aportar. Tenemos la obligación de apoyar a nuestros jóvenes científicos, artistas, trabajadores cualificados para que la auténtica fama -aunque sea la local-, sea la consecución de unas vidas fructíferas en sus proyectos.

   Tenemos que volver al concepto más clásico de la fama, aquel que significaba el delta de una vida donde se acumulan realidades positivas. Y la imagen del río nos trae el recuerdo de las Coplas de Jorge Manrique, quien tras enumerar los triunfos de su padre como persona y como militar, termina su largo poema con los versos: “nos dejó harto consuelo/su memoria”.