SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

jueves, 23 de diciembre de 2021

LA NAVIDAD DEL PAYASO

 


Una vez acabada la función, los aplausos cesaron, el público vaciaba el enorme graderío bajo la carpa del circo, los técnicos de luz y sonido, así como los empleados, recogían enseres, instrumentos, máquinas y apagaban los focos innecesarios. Y él se retiró a su caravana para despojarse del maquillaje y el traje de su actuación. Se quitó el chambergo estrafalario, los zapatones, los calcetines de colores, los pantalones, la camiseta de rayas verdes estridentes y frente al espejo, se quitó el sombrero adornado con una llamativa flor de papel. Después se deshizo de la peluca pelirroja de pelos largos y lacios, de la nariz esférica roja y fue borrando de su cara esa sonrisa de oreja a oreja que hacía feliz a los niños y a los adultos. 



La función se había adelantado dos horas para que el público volviera a casa con tiempo sobrado de cenar y cantar villancicos. También los artistas cambiarían sus mallas y vestidos de lentejuelas, sus uniformes de casacas, por otros más cotidianos y se irían a celebrar la Nochebuena a un restaurante o a bailar después. Se pasaba algodones con líquidos desmaquilladores, mirando su cara en el espejo rodeado de luces. Mientras se duchaba pudo escuchar las risas de los trapecistas rusos que marchaban a ingerir sus buenas dosis de vodka. Él pasaría la Nochebuena solo. Sus familiares estaban ya muertos o lejanos en el espacio y en el afecto. Hacía poco más de media hora, estaba rodeado de gente que reía y aplaudía con sus gestos en la pista. Pero ahora se encontraba solo, absolutamente solo, con su doble ante el espejo. Desfilaban por su memoria las gentes que habían sucumbido a la epidemia en el último año fatal, las personas que se quedaron sin trabajo o no podían comprar lo más necesario por la escandalosa subida de precios. Y le entró una enorme tristeza. 

 


Desde el día primero de diciembre ponía sobre su mesilla de noche la figura de un Niño Jesús recostado en una cuna formada de palotes, con una piernecita algo levantada, sobre un colchón de paja artificial que él amortiguaba con un paño blanco de algodón. En esa soledad que inundaba todo su habitáculo, tomó la imagen y se acostó cubierto por el edredón. Tenía al Niño en sus brazos como si fuera un bebé. Y pensó que también Jesús estuvo rodeado toda su vida de gente que le aplaudía, le reverenciaba, le admiraba aquellos prodigios. Pero a la hora de la verdad lo dejaron solo. Tan solo como él mismo. Y eso le consoló hasta que el sueño cerró sus ojos.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

EL LADO POLICÍACO DE PARDO BAZÁN

Al cumplirse el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, impresionan su trayectoria vital y su producción literaria: precursora de los derechos de las mujeres que defendió en sus obras (La Tribuna es su obra más famosa), en sus artículos y en conferencias, abogando por una instrucción adecuada de ellas. Incluso ella misma, mujer libre y separada de su marido, aristócrata, cultísima, viajera incansable por Europa, amante de varias celebridades (Pérez Galdós, Lázaro Galdiano, Blasco Ibáñez, Narcís Oller…). Primera mujer socia del Ateneo de Madrid.  Primera mujer catedrática de literatura en la Universidad de Madrid. Pero tres veces presentó su candidatura a un sillón de la Real Academia y otras tres veces la negaron, como San Pedro. Su popularidad le granjeó en ocasiones enemistades entre los escritores de su tiempo, que veían invadido un sector tradicionalmente reservado a los hombres por una mujer más competente que muchos de ellos. Autora de varias novelas, innumerables artículos de prensa y más de quinientos cuentos. En su memoria, exposiciones, conferencias, reediciones de sus textos y estrenos teatrales han enriquecido la agenda cultural de la capital durante los últimos meses. 



   Para celebrar el centenario de su muerte, en 1921, Juan Carlos Pérez de la Fuente ha llevado a la escena uno de sus relatos, La gota de sangre, novela breve que Ignacio García May ha convertido en pieza teatral. El texto refleja muy bien ese Madrid cosmopolita, cuya alta burguesía comienza a construir sus palacetes más allá de la puerta de Alcalá, hacia el barrio de Salamanca. Madrid es centro empresarial y financiero de toda España, a cuyos bancos envían sus ingresos las azucareras del litoral mediterráneo. (En Motril tenía esa industria la propia marquesa de Esquilache).  

                                            

   Es, también, el Madrid de los teatros, especialmente aquellos que daban funciones de “teatro por horas”, donde se representaban breves operetas, parodias, sainetes cómicos, a veces de tono picante (“sicalíptico” se decía entonces). Esta obra de Pardo Bazán retrata muy bien esos ambientes que su adaptador y director de escena han sabido enfatizar, introduciendo en ella un breve cuplé sacado de otro cuento: La dentadura. Ese mismo año de La gota de sangre (1911) debuta en Madrid, en el Teatro Romea, Tórtola Valencia, la bailarina andaluza que ya era aclamada en toda Europa, así como la cupletista Fornarina, de temprana muerte. Si bien es justo reconocer que sería “La Goya” la cupletista que convertiría el cuplé de “género ínfimo” en “género picante”. Precisamente, en ese mismo 1911 al debutar en el Teatro Trianon Palace, de la capital, estrenó Ven y ven, un cuplé inolvidable. 




   También es el momento de un tímido desarrollo en España de la psiquiatría y del psicoanálisis. En 1904 se había fundado el manicomio de Navarra, la atención clínica a los enfermos mentales era a título individual por parte de los médicos, siguiendo la escuela de Ramón y Cajal, que había obtenido el Premio Nobel en 1906.  Así lo vemos en la consulta de Selva, el protagonista, ante el doctor que le atiende. Y así lo podemos ver reflejado en ese el suelo escénico, a modo de laberinto mental, social y policial.

  Igualmente, es el Madrid canalla del misterio, el pecado, la lujuria y la noche, que tanto reflejó en sus novelas el autor dandy del momento, Antonio de Hoyos y Vinent, amigo y protegido de doña Emilia, quien poco después publicaría su extraña novela corta El crimen del fauno. Es el Madrid de los crímenes y los juicios consecuentes (el de la calle Fuencarral pocos años antes y pocos meses después, José Canalejas, presidente del gobierno, moría asesinado en la Puerta del Sol), que llegaban a las páginas de sucesos y eran seguidos con furor por el pueblo llano. 



   Todo este largo preámbulo sirve para destacar el acierto de elegir La gota de sangre, en el centenario de su autora, desvinculándola de los marcos gallego y naturalista de sus grandes novelas, suficientemente plasmadas en cine, televisión y teatro, para mostrar una imagen nueva de una escritora que abarcó todos los campos y registros, de una lectora infatigable que seguía las últimas novedades de novelas policíacas. 



   El argumento nos traslada al Madrid de principios del siglo XX, donde Ignacio Selva, lector de novelas policíacas (como un don Quijote moderno), se convierte en detective forzoso al tener que probar su propia inocencia tras haber sido acusado de asesinato. Y este es un rasgo novedoso: que el sospechoso del crimen se convierta en investigador con la aquiescencia de los estamentos oficiales. Así, a través de sus investigaciones y desventuras se genera una crítica a la sociedad burguesa y ociosa del Madrid de aquella época. 



   Pérez de la Fuente gusta de rodearse siempre del que considera mejor equipo posible para cada función. Muchos meses previos de estudio de las obras, de la vida y obra de doña Emilia. Muchas horas para crear una escenografía (que firma él mismo) austera pero compleja en los muchos símbolos que ofrece. Nada es fruto del azar o de una estética vacía: desde el suelo pintado de laberinto hasta los gatos luminosos que coronan esa Puerta de Alcalá esquemática, sustituyendo los yelmos de la puerta real, pues el monumento de Sabatini no es solo un símbolo de Madrid sino que ha sido escenario de todo pelaje; desde atentados anarquistas, hasta ver pasar al moribundo Eduardo Dato o el féretro de Galdós nueve años después. Desde el público que acudía a ver corridas de toros en el entonces vecino ruedo hasta ver, durante la última república, los retratos de los líderes de la URSS ocupando sus arcos. 



   En ese nivel de exigencia, encargó la versión teatral a quien le merece total confianza, el autor Ignacio García May, que viene de hacerle la versión del Torquemada galdosiano. En el programa de la obra, éste ha escrito:

“La gota de sangre, de Emilia Pardo Bazán, es, según todos los especialistas, el primer relato policial moderno de la literatura española. Doña Emilia, siempre atenta a las innovaciones culturales de su época, no podía dejar de interesarse por el explosivo fenómeno de Sherlock Holmes, quien a la sazón gozaba ya de fama internacional. Sucede que a ella no le gusta Holmes, y por tanto construye su relato a la contra.

En su intento de darle la vuelta a las convenciones establecidas por Conan Doyle, la Pardo Bazán lanza a su detective, de forma sorprendentemente innovadora, por caminos entonces inexplorados y que a la larga se concretarán y popularizarán en esa variación de lo policiaco que es lo Noir.

Para quien no sea aficionado al género: la historia policial clásica se plantea como un problema, o casi como un juego, que debe resolverse a base de deducciones sucesivas, y donde la identidad del criminal permanece escondida hasta el final del relato; la novela negra, en cambio, se preocupa poco de esconder la identidad del culpable y mucho de explorar la atmósfera emocional del relato, su contexto social y el perfil psicológico de los personajes. Lo impresionante de La gota de sangre es que predice todas estas claves décadas antes de que se pusieran de moda.

Selva, el detective de esta historia, no es un profesional como Holmes, sino tan solo un señorito apático al borde de la depresión a quien su médico receta “un tratamiento perturbador”: salir a la calle y reencontrarse con la emoción. El encuentro con el crimen supone para él una inyección de adrenalina, una manera de escapar del aburrimiento vital en el que se ha instalado. 



   Su investigación transcurre más por los caminos del instinto que por los de la lógica deductiva. El relato entero tiene algo de pesadilla, como presagiando los cuentos, muy posteriores, de William Irish o las películas que Fritz Lang hizo en EE.UU.: calles vacías y oscuras, sueños premonitorios, un héroe inocente sospechoso de un crimen que no ha cometido y obligado a investigarlo por sí mismo. Al mismo tiempo el humor permea toda la aventura, como si la autora quisiera recordarnos que nada de cuanto sucede debe tomarse demasiado en serio: estamos cerca de Chesterton, pero también de Jardiel. La protagonista femenina, que tiene un nombre como de personaje de María Félix (¡Chulita Ferna!) es una auténtica femme fatale. Y si bien esto hoy puede atraer las iras de los inquisidores de la “cultura de la cancelación”, lo cierto es que el rasgo es muy audaz por parte de doña Emilia: en aquella época los personajes femeninos de estos relatos tendían a ser más bien pasivos, damiselas en peligro a las que rescatar”. 


   Yo añadiría que a la escritora Pardo Bazán no le gusta Sherlock Holmes, como tampoco le habría agradado el Hércules Poirot de Agatha Christie. Demasiado perfectos. Para ella, la resolución de un crimen no es la de un puzzle, sino un laberinto de vericuetos y pasiones reflejado en el suelo del escenario. En cambio, a doña Emilia le hubieran encantado las novelas y relatos de Patricia Highsmith.

   Los dos únicos intérpretes son Gary Piquer (Ignacio Selva) y Roser Pujol (Chulita Ferna / El doctor / El sereno y el juez / La cupletista / Andrés Ariza)). El primero, en una interpretación del hombre lleno de dudas y arrastrado por el destino con un toque quijotesco. La segunda, magistral en un ejercicio continuo de cambio de papeles y vestuario, con una versatilidad agotadora. Como ayudante de dirección, el nombre de Beatriz Argüello garantiza la eficacia. Como diseño de iluminación, el nombre solvente de José Manuel Guerra. Y así todos los demás. La producción ejecutiva es de PÉREZ DE LA FUENTE PRODUCCIONES, representada por Rosario Calleja, mano derecha y todoterreno del propio Juan Carlos. 



   Como muestra del mimo con que se ha llevado a cabo el montaje, basta apuntar algunos detalles: las sillas son auténticas, de la marca Thonet, nada menos. La pistola es una réplica exacta, para coleccionistas, de la famosa pistola Browning 1911. El estoque, también real, sigue la legislación vigente en cuanto a su uso. 

   Con estos antecedentes, era previsible que el público acudiría a ver el espectáculo. Pero había sido programada para sala más pequeña de los Teatros del Canal, de las tres con que cuenta el edificio, para solo quince funciones, una producción propia de la Comunidad de Madrid. Incomprensible. Lógicamente, las entradas quedaron prácticamente agotadas desde el mismo día del estreno. Un mal cálculo de programación y de sala a mi juicio.

   A pesar de dejar escrito en su testamento que quería ser enterrada en su pazo de La Coruña, sus restos reposan en la cripta de la basílica de la Concepción de Madrid.  Por cierto: con errata en la fecha pues murió en mayo y no en marzo según figura en la lápida. Ni muerta se libra doña Emilia de las sombras del rincón. 




martes, 21 de septiembre de 2021

EL LADO OSCURO DE HOLLYWOOD

 

                                                          Para Mari Ángeles, mi hada en Ginebra.

                                                Para Andrés, mi embajador en Hollywood

Los títulos de crédito aparecen impresos sobre imágenes de unos jóvenes trepando por el bastidor o parte trasera del inmenso rótulo sobre la colina Mount Lie, del archifamoso distrito de Los Ángeles, imágenes del tema central: el fatigoso intento de alcanzar la fama  en el cine. No vemos el rótulo de frente, sino su armazón, la parte oculta al público. Esa ascensión es idéntica a la que, el 16 de septiembre de 1932, realizó Peg Entwistle, una joven actriz británica que se suicidó lanzándose desde lo alto de la letra H apenas un mes antes de que se estrenara la primera película en la que había obtenido un pequeño papel.



Aunque José López Rubio era muy discreto y jamás comentaba intimidades o hechos morbosos de sus amigos y conocidos, sí me describió varias veces el ambiente que encontró a su llegada allí en 1930 hasta 1940, año en que volvió definitivamente a España. Los estudios eran una ciudad de cartón piedra, no solo por los muchos decorados que parecían reales sino por numerosas vidas, cuya fachada no se correspondía, después, con el comportamiento privado.

Elegido lugar para convertirse en Meca del Cine (como se le llegó a llamar), por sus muchas horas de sol que permitían iluminar los rodajes con más tiempo de luz natural, también Hollywood fue el destino ansiosamente buscado por miles y miles de jóvenes deseosos de entrar en esa “glamourosa” profesión del cine. Chicos y chicas guapísimos acudieron desde todos los Estados de la Unión (también del extranjero), con la pretensión de convertirse en actores, guionistas, técnicos, tal vez directores. Mientras llegaba el golpe de suerte para comenzar apareciendo como “extra”, como figurante, en algún rodaje, esas bellezas juveniles se colocaban como camareros de restaurantes y bares, empleados de gasolineras, taxistas… con poco dinero en el bolsillo y muchas horas de gimnasio. 



Con la llegada del cine sonoro, importantes estrellas vieron arrinconadas sus carreras porque su voz carecía de las condiciones mínimas. Ya no bastaba ser guapo o guapa según los nuevos cánones: había que tener una voz y una pronunciación adecuadas. Se va imponiendo un estilo interpretativo más naturalista, abandonando los gestos ampulosos y declamatorios excesivos del cine mudo. Por tanto, muchos actores y actrices pasaron al olvido, sobreviviendo en una existencia más o menos digna, aunque otros, los más ricos y previsores, siguieron con un ritmo de vida similar, casi siempre en sus lujosas mansiones y gastando la fortuna acumulada antes. Estas estrellas derribadas de sus pedestales llevaban muy mal el olvido del público, que ya aplaudía a nombres, rostros y cuerpos deslumbrantes más jóvenes. Cientos de películas han tratado este período. Baste nombrar el mítico título de Sunset Boulevard (1950, donde Billy Wilder dirigió a Gloria Swanson interpretándose a sí misma. Igualmente, miles de libros han retratado este período en obras generales y biografías individuales. 



La fama tenía un precio: llevar una vida pública impoluta. A ser posible, conservando la soltería. El matrimonio, salvo cuando era por amor verdadero, también servía para tapar dobles vidas, conductas sexuales escondidas en un baúl dentro de un armario bajo siete llaves. Cualquier hecho delictivo (y la prostitución lo era para los dos sexos), por pequeño que fuera, podía manchar o hundir una carrera, como le sucedió a Fatty Arbuckle, actor cómico del cine mudo, internacionalmente conocido en los primeros veinte años del siglo XX (ganaba un millón de dólares al año), mentor de Charles Chaplin y descubridor de Buster Keaton y Bob Hope. Se vio implicado en la muerte de una chica que había acudido con varias amigas a la habitación de un hotel, contratadas por el actor y dos amigos suyos. Tras dos juicios nulos, fue declarado no culpable pero su carrera quedó destruida.

Por recomendar un solo libro, mencionaré la amena novela histórica Un reparto de asesinos, de Stanley D. Kirkpatrick, en la que el director King Vidor, ya alejado de los estudios de cine, se dedicó a investigar un turbio episodio del Hollywood de antaño: el asesinato, en 1922, del realizador William Desmond Taylor, que causó un gran escándalo en su día y quedó sin resolver. La pesquisa de Vidor, inicialmente encaminada a un proyecto fílmico, fue archivada por el cineasta, precisamente porque le llevó a la virtual resolución del caso, que implicaba a personas aún vivas entonces. Basándose en el material que Vidor archivó, Kirkpatrick reconstruye esta increíble investigación, que nos depara una fascinante peripecia detectivesca y un atisbo de una sociedad turbulenta y corrupta, en la que la droga, la homosexualidad y el crimen constituyen el sustrato oculto de la deslumbrante edad dorada del cine mudo. 



La segregación racial fue formalmente prohibida en Estados Unidos hacia la mitad del siglo XX y pasó algún tiempo en que las personas de ascendencia asiática o africana (es decir, de piel negra), fueran aceptadas en las mismas condiciones que americanos de origen europeo, o sea, blancos, si no era como sirvientes en las mansiones. En el Hollywood de los poderosos, se podía admirar y aplaudir a un artista de color si tocaba un instrumento (Louis Armstrong es el prototipo), pero el caso de Josephine Baker, bailarina, cantante y actriz, la primera vedette negra internacionalmente aplaudida, es una excepción. Sin olvidar que, siendo americana, su fama comenzó en Francia. Los actores de color, por muy buenos que fueran, podían aspirar como máximo a papeles muy secundarios. Casi los mismos que los oficios desarrollados en la vida real.

La miniserie norteamericana HOLLYWOOD (2020), que se ambienta en los años 40, se compone de siete episodios y ahora puede verse en la plataforma Netflix. Cada uno de los personajes ofrece una visión subjetiva de lo que hay detrás del sonoro y magnético nombre de Hollywood. Un camino personal de ascenso a la fama, muy bien representado desde los títulos de crédito repetidos en todos los episodios: escalada hacia la cumbre de las letras gigantes, superando pruebas injustas y prejuicios sobre la sexualidad o el racismo. En la serie, los personajes ficticios conviven con personajes reales de esos años.

El reparto está compuesto por:

David Corenswet como Jack Castello, guapo joven veterano de guerra, casado con Henrietta. Es un chico que apenas logra ser contratado como extra y que se gana la vida en una gasolinera no vendiendo gasolina sino su propio cuerpo. Gracias a ello se irá abriendo camino en el cine pero naufragando en su matrimonio. Jack Castello fue el nombre artístico que tomó el actor español Jesús Movellán Varela quien, primero, trabajó en México y en Hollywood como mecánico de coches hasta lograr un puesto en el cine. No consta que su fama la alcanzara por compartir intimidades con poderosos. Su interpretación me pareció fría, tal vez demasiado académica. 



Darren Criss como Raymond Ainsley, da vida al papel de un joven director de cine que está persiguiendo el sueño de dirigir su primera película buscando ser reconocido por su talento y así poner en alto sus raíces.

Laura Harrier como Camille Washington, la actriz de color que luchará contra los estereotipos de los papeles que recibían las mujeres afroamericanas para convertirse en una estrella. Y conseguirá protagonizar la película Meg, dirigida por Ainsley, que es su pareja. Ambos son personajes ficticios. Ella da a su papel todo el encanto de su mirada y su sonrisa.

 


Joe Mantello como Richard "Dick" Samuels es un alto ejecutivo en Ace Studios y el responsable por dar luz verde a proyectos. Dick tiene un secreto que lo ha consumido durante toda su vida. Este personaje, creación imaginaria del guionista, es interpretado por Joe Mantello de una forma convincente.

Algo tiene de verídico el papel de Ernest ("Ernie") West, encarnado por Dylan McDermott. Existió Scotty Bowers, quien tenía un negocio similar al de Ernie, un burdel de chicos, disfrazado de gasolinera.

Jake Picking, en su papel de Rock Hudson, está muy lejos de la apostura y la elegancia del mítico actor, quien medía 1,90, poseía un cuerpo atlético, guapo, distinguido y que encandilaba a hombres y mujeres. Piking, a su lado, es un cachas inexpresivo con aire de paleto simplón. En este personaje tiene la serie uno de sus fallos, tratándose de Hudson, actor cuya vida fue discreta en su homosexualidad, aunque corrían muchos rumores sobre esto. Para acallar tales cotilleos, su agente hizo que Hudson se casara con su secretaria, matrimonio que duró dos años. Su homosexualidad se hizo pública al contraer el SIDA y fallecer como su consecuencia. Fue una noticia bomba. Es inimaginable que conviviera con un novio (de color, además), y sobre todo, que lo llevara tomado de la mano a una gala de los Oscar. 



Jeremy Pope, como Archie Coleman, da vida a otro personaje ficticio: el muchacho de color, guapo, cariñoso, joven escritor que está decidido a triunfar en Hollywood y sabe a lo que se tiene que enfrentar siendo afroamericano y gay. Dejará de prostituirse en la gasolinera al enamorarse de Rock Hudson y será el autor del guión de la película objeto de la serie. Su interpretación es convincente, con muchos matices expresivos.




Holland Taylor es Ellen Kincaid, personaje ficticio: es una ejecutiva del estudio de cine, conocida por tomar riesgos con actores jóvenes. Es fácil tomarle cariño.

Samara Weaving, como la rubia Claire Woodes, hija del propietario de los estudios, logrará demostrar que vale para interpretar películas. Su vestuario está inspirado en el de Marilyn Monroe. No es un personaje histórico.



En cambio, sí existió Henry Willson, despiadado agente artístico que lanzó a muchos actores masculinos, tras encuentros íntimos con ellos. Fue quien descubrió a Rock Hudson. Lo encarna Jim Parsons, dándole toda la dureza, astucia y frialdad que tenía el verdadero personaje.

Uno de mis personajes preferidos fue Avis Amberg: ex actriz, esposa de Ace Amberg, dueño de Ace Studios, donde se desarrolla la mayor parte de la serie. Ella tendrá que tomar grandes decisiones para cambiar el rumbo del cine cuando las circunstancias familiares la ponen al frente de ellos. Y esas decisiones serán las opuestas a las que tomaba su marido pero que ella, valientemente decide cambiar. El futuro le dará la razón. Su dureza aparente esconde un corazón lleno de ternura y generosidad. Este personaje es interpretado por Patti LuPone. Sus diálogos, sus respuestas, no tienen desperdicio. 



Real como la vida misma es el personaje de Anna Mae Wong, estadounidense, hija y nieta de chinos, nacida en una humilde familia del barrio chino de Los Ángeles. Poco a poco ascendió hasta protagonizar la primera película de la Historia en Technicolor, la primera actriz asiática en conseguirlo. Sin embargo, por su origen racial fue relegada después a papeles secundarios. Considerada como una de las mujeres mejor vestidas del cine, fue famosa por su belleza y por tener, para muchos críticos, las manos más bonitas de la pantalla. Le da vida en la serie la actriz Michelle Krusiec.



La primera mujer negra en ganar un Oscar fue la actriz Hattie McDaniel por su inolvidable interpretación de la gruesa y entrañable Mamie de Lo que el viento se llevó. Queen Latifah encarna a este personaje real. En justicia, habrá que matizar una escena de la serie: Hattie McDaniel sí fue invitada a los Oscar. No pudo sentarse en la misma mesa que el resto del reparto, pero presenció la ceremonia desde la misma sala y subió al escenario a recoger su estatuilla. 



Otros actores encarnan a figuras reales del cine: George Cukor y sus exclusivas fiestas con mozos asequibles (la escena de la serie se rodó en una piscina en el mes de noviembre, con un frío espantoso); Eleanor Roosevelt, esposa del presidente, apoyando el proyecto de la película en conflicto; Noel Coward, célebre escritor inglés, también homosexual; Vivien Leigh, toda una estrella, Robert Montgomery, Rosalind Rusell, Susan Hayward, etc.

La crítica recibió con reticencias la serie, aunque alcanzara algunos premios y galardones. Tal vez por lo escabroso del desarrollo en estos tiempos neo-puritanos. Es cierto que el ambiente es superficial, que el guión y las interpretaciones contienen altibajos pero se salva en conjunto por su espléndida ambientación llena de elegancia y refinamiento. Es una mezcla fascinante de historias basadas en personajes reales y ficción, una mirada escabrosa a los prejuicios raciales, la corrupción económica y el comercio sexual de la industria cinematográfica. La serie hace pasar ratos entretenidos.

lunes, 16 de agosto de 2021

ATRAPADOS EN LA RED

El Diccionario de la Real Academia recoge numerosas acepciones de la palabra “red”. Invito al curioso lector a echar un vistazo a todas ellas y ejercer su imaginación. Únicamente voy a reproducir la primera de ellas:

   “Aparejo hecho con hilos, cuerdas o alambres trabados en forma de mallas, y convenientemente dispuesto para pescar, cazar, cercar, sujetar, etc.


   Las redes sociales cumplen una labor social de contacto entre amigos y conocidos, a la vez que difunden publicidad de empresas, productos, lugares, en forma de publicidad. Yo solo tengo una: Facebook. Y me sobra. A través de ella sigo las publicaciones de escritores y editoriales, información sobre estrenos de teatro o de cine, noticias de amigos, conocidos, vecinos, etc., que en el período de pandemia me está sirviendo para mantener a distancia nuestras vidas sin perder por eso de saber sus experiencias.

   Es cierto que, a veces, mis propios contactos o los comentarios sobre alguna noticia, rayan el insulto, el racismo, la violencia, la mala educación. Eso me molesta sobremanera. No hablo de la crítica política tan necesaria en un país libre y democrático.

   Pero también es verdad que, desde un tiempo a esta parte, la propia red Facebook tiene sus censores, quienes deciden por un criterio que desconozco, lo que es bueno o malo, moral o inmoral. Y si no son censores humanos, son motores rastreando palabras y expresiones que no quieren que se integren en los algoritmos. Varios amigos míos han visto bloqueada por días o para siempre sus cuentas, por haber publicado algo que Facebook consideraba dañino.

 


   Y la experiencia me ha llegado a mí. El 15 de agosto de 2021 publiqué en un grupo sobre el racismo que todavía existe una cierta xenofobia en Estados Unidos hacia lo que es latino. Pues bien, inmediatamente me llegó el pantallazo del Gran Hermano, comunicándome que mi comentario había sido anulado “por incitación al odio” y bloqueando mi cuenta durante 24 horas. La aplicación me permitía presentar una alegación o defensa. Seguí los pasos y no hubo forma de hacerles llegar mi queja. “En este momento no podemos atender su envío. Inténtelo más tarde”. Así lo hice varias veces. Y al final sin conseguirlo, el comunicado de Facebook era que, con motivo de la covid-19, estaban escasos de personal. Me quedé estupefacto.

   Es difícil creer que el virus haya causado falta de personal a una red que se mueve planetariamente y sus técnicos pueden trabajar desde sus casas ya estén en Tokyo, en Finlandia o en Carolina del Sur. Yo sospecho que quien anuló mi comentario (ya sea humano o un robot), no entendió mi comentario que, justamente, condenaba el racismo contra los hispanos. Yo no puedo ofender al pueblo de Estados Unidos porque tengo una sobrina allí, casada con un norteamericano, ciudadano ejemplar donde los haya y ella trabaja con hispanos. Que todavía existe racismo lo puedo afirmar de España, siendo yo español por los cuatro costados, sin que ello suponga ninguna incitación a ningún odio.


   Pero sí quiero recordar a Facebook que yo soy su cliente, no su empleado. Y como yo, muchos millones de personas en el mundo, y de abandonar esta web, Facebook se iría al carajo. También le quiero recordar a esta empresa la cantidad de post, anuncios y animaciones de chicos y chicas casi desnudos que se ven por estos mundos virtuales de su empresa. Pero, claro, sean particulares o firmas, habrán pagado una cuota. No soy un besugo sino un ser libre, al menos de momento. 

   Y finalmente, una decisión también unilateral pero en este caso por mi parte. Facebook me ha bloqueado por 24 horas. Una vez cumplidas, yo bloquearé a la red por 48 horas. 

miércoles, 23 de junio de 2021

EXPOSICIÓN TRILOGÍA MARROQUÍ (1950-2020)

 Desde el 31 de marzo de 2021 hasta el 27 de septiembre se puede visitar esta exposición en el Museo Reina Sofía, de Madrid. Se trata de una iniciativa del propio museo español, del Ministerio de Cultura y Deporte del Gobierno de España y Fundación Nacional de Museos del Reino de Marruecos. Ha contado con la colaboración de: Mathaf: Arab Museum of Modern Art de Qatar Museums y Qatar Foundation. Sus comisarios son  Manuel Borja-Villel y Abdellah Karroum. Con el apoyo de: Fundación Almayuda.

   Se trata de un diálogo visual que abarca la producción artística en tres momentos históricos del país vecino, desde la independencia hasta el presente: la transición de la independencia (1950-1969), los denominados “años de plomo” (1970-1999) y la actualidad (2000-2020). Se centra principalmente en tres núcleos urbanos: Tetuán, Casablanca y Tánger-Azilah. 

 



   Tras cuarenta años de protectorado francés y español, el primer periodo abarca una fase extremadamente agitada, que se extiende desde los años de la independencia hasta 1969, durante la cual el campo artístico se articula en torno a los debates suscitados por la aparición de la corriente nacionalista y la necesidad de construir un discurso identitario. Estos dos aspectos constituirán el trasfondo conceptual de la modernidad artística marroquí durante las décadas de 1960 y 1970. El planteamiento de estos artistas consistía en cuestionar el academicismo artístico tradicional transmitido a través de la enseñanza del arte en Marruecos.

 


 

 

   Después de estudiar y formarse en las principales capitales artísticas del mundo, principalmente en París y Madrid, la primera generación de artistas marroquíes se impregnó de los debates teóricos entonces en boga a escala internacional. Posteriormente adoptaron la abstracción como modo de expresión adecuado para dar cabida a sus reivindicaciones nacionales y a sus ansias identitarias. 



   De este modo, muchos artistas que habían iniciado su andadura en las escuelas de arte locales consumaron una ruptura radical con el acervo académico adquirido durante su formación en Marruecos para proseguir sus estudios en Europa, principalmente en París y Madrid (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), Italia y Estados Unidos. Amrani, por ejemplo, durante sus estudios en España, pasaba horas en el Museo del Prado donde estudió las obras de Goya y de Velázquez y acabó desarrollando una expresividad que debe mucho a la influencia del pintor aragonés, como se observa en Protesta (1969) Tras su regreso a Marruecos, artistas como Mohamed Melehi, Mohamed Chabâa junto a Farid Belkahia, Mohamed Hamidi, Mohamed Ataallah y Mustapha Hafid transformaron profundamente la educación artística marroquí en la Escuela de Bellas Artes de Casablanca, que poco después impulsó la apertura a la modernidad con proyectos que combinaban la artesanía con formas artísticas innovadoras. 



   Al mismo tiempo, la ciudad de Tánger se convirtió en un centro cosmopolita y un lugar de encuentro para la generación beat. De la relación de Mohamed Choukri con ese entorno surgió uno de los relatos autobiográficos más descarnados de las letras marroquíes: El pan desnudo (traducido al inglés (1973), por Paul Bowles y al francés por Tahar Ben Jelloun (1980). y prohibido en Marruecos hasta el año 2000. 

 


    En la misma época, la revista Souffles, dirigida por el poeta Abdellatif Laâbi, abrió el debate sobre la historia y las nuevas realidades sociales. Esta publicación, que nació como reacción a la represión armada de la revuelta estudiantil de 1965, muy pronto pasó a ser una caja de resonancia del discurso crítico y la acción política. 



   En la segunda etapa, años de grandes conflictos internos, surge una constelación de publicaciones alternativas, festivales y bienales a menudo independientes. La voz de la disidencia, especialmente activa en la literatura, la poesía y el teatro, se difunde mediante la revista Souffles hasta su prohibición en 1972 y, a partir de entonces, en Intégral y Lamalif

 




 

    Durante este periodo aparece también un arte no académico, no intelectualizado, cuyos representantes son hombres y mujeres autodidactas vinculados a una dinámica artística viva, como es el caso de Chaïbia Talal y Fatima Hassan. 



   A finales de la década de 1980, una nueva corriente contemporánea empieza a asentarse en el panorama artístico marroquí con nuevos planteamientos artísticos. Esta dinámica cristalizará durante los años noventa con artistas como Mohamed El Baz, Mounir Fatmi e Yto Barrada, entre otros. En los años ochenta, las artes marroquíes empezaron a respirar los aires renovados de prácticas vanguardistas como la instalación artística y el uso de materiales modestos y objetos encontrados. En este apartado se puede ver Mi vida (1984-2021), una obra autobiográfica de Mohamed Larbi, pescador, artista y ciudadano de Tetuán. Sus obras contienen mundos en miniatura que abordan cuestiones relativas a su vida personal, la cosmología y diversas preocupaciones sociales. 

 


    Composición de Jilali Ghabaoui:


    Las tres hermanas, de Ahmed Cherkaoui:



   En los últimos años de la década de 1990, Marruecos vive su transición democrática, durante la cual se manifiestan algunos signos de apertura en el panorama mediático. La última etapa de la exposición, que abarca de 2000 a 2020, muestra la obra de una generación de jóvenes artistas que rompen con el pasado en el plano formal, técnico, simbólico y político del arte. Esta generación frecuenta espacios alternativos donde los creadores entablan contacto al margen de los circuitos convencionales. En ella hay, además, una importante presencia de mujeres artistas que en sus obras plantean, a menudo, una reflexión crítica en torno a la identidad femenina en el contexto específico de la sociedad marroquí. 








   Cada uno de estos periodos, con sus tendencias formales, sus cuestiones ideológicas y sus accidentes históricos, ha propiciado el surgimiento de gestos significativos para las siguientes generaciones. La exposición TRILOGÍA MARROQUÍ 1950-2020 representa un estudio del patrimonio artístico de Marruecos desde la posindependencia y un análisis de la producción contemporánea. A través de la diversidad de formas de representación se afirma el papel activo del arte, en sus múltiples manifestaciones, con respecto al individuo y a la sociedad, más allá de cualquier idea de centralidad ideológica o moralizante. Lo que el arte nos enseña es la posibilidad de dar sentido, de imaginar la justicia, en busca del progreso cultural, social y humano contemporáneo. Este segmento de la historia de Marruecos puede ayudar a comprender su presente y a reflexionar sobre su futuro. 

 

   La muestra incluye obras de los siguientes artistas y cineastas: Mohamed Abouelouakar, Etel Adnan, Mohamed Afifi, Malika Agueznay, Mustapha Akrim, Ahmed Amrani, Mohamed Ataallah, Yassine Balbzioui, Yto Barrada, Farid Belkahia, Fouad Bellamine, Baghdad Benas, Hicham Benohoud, Ahmed Bouanani, Mustapha Boujemaoui, Mohamed Chabâa, Ahmed Cherkaoui, Mohamed Choukri, Hassan Darsi, Bachir Demnati, Mostafa Derkaoui, Mohamed Drissi, Moulay Ahmed Drissi, André Elbaz, Mohamed El Baz, Khalil El Ghrib, Badr El Hammami, Touhami Ennadre, Safaa Erruas, Ali Essafi, Ymane Fakhir, Mounir Fatmi, Jilali Gharbaoui, Souad Guennoun, Mustapha Hafid, Mohamed Hamidi, Mohssin Harraki, Fatima Hassan, Soukaina Joual, Mohamed Kacimi, Maria Karim, Leila Kilani, Faouzi Laatiris, Miloud Labied, Mohammed Laouli, Randa Maroufi, Najia Mehadji, Mohamed Melehi, Abderrahman Meliani,



Houssein Miloudi, Mohamed Mrabet, Sara Ouhaddou, Rachid Ouettassi, Bernard Plossu, Karim Rafi, Mohamed Larbi Rahhali, Younes Rahmoun, Abbas Saladi, Tayeb Saddiki, Chaïbia Talal, Latifa Toujani. He echado de menos obras, entre otros, del tetuaní Meki Masmoudi, residente en Estrasburgo. No obstante, merece la pena una visita, ya que va incluida en el billete de acceso al museo y gratuita para muchas personas. 

 




 

   La exposición se completa con revistas de arte y pensamiento, numerosas fotografías de dichos artistas y de momentos políticos importantes para el país,  como es el momento de la independencia (vemos varias imágenes del sultán Mohamed V).

 


 

la firma del nuevo Estado de Marruecos por parte del primer ministro marroquí, Sidi Embarek El Bekkai y el ministro español de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo, en el Palacio del Pardo, el 7 de abril de 1956,

 


 o de la Marcha Verde. 






   En salas anexas se proyectann películas y documentales sobre la represión política de los años setenta del pasado siglo, como Beau geste (2009) de la artista Yto Barrada, que a través de fotografías, películas, esculturas e instalaciones explora las circunstancias sociales y políticas, junto a algunos acontecimientos históricos de su ciudad natal, Tánger, y otros lugares de Marruecos, El espectáculo ha terminado (2011) de Karim Rafi.  o Bab Sebta Puerta de Ceuta (2019), de Randa Maroufi, producida en un “garaje” que la artista convirtió en estudio para captar los movimientos coreográficos de las personas que cruzan la frontera de Ceuta. Antes del ocaso (2019), de Ali Essafi, un documental sobre la vida cultural de los años setenta que reúne una importante selección de materiales de archivo -obras de arte, películas, música, voces etc. -para recrear el ámbito de aquellos momentos de la historia de Marruecos. 

 












    En uno de los documentales, dos mujeres hablan de la prisión y torturas de sus maridos. Una de ellas dice: “El Mkhzén (el Palacio y la Corte) es como las abejas cuando aprieta el calor. Si te acercas demasiado o le molestas, te atacará. Pero te dejará en paz si no le buscas las cosquillas.”