Una vez acabada la función, los aplausos cesaron, el público vaciaba el enorme graderío bajo la carpa del circo, los técnicos de luz y sonido, así como los empleados, recogían enseres, instrumentos, máquinas y apagaban los focos innecesarios. Y él se retiró a su caravana para despojarse del maquillaje y el traje de su actuación. Se quitó el chambergo estrafalario, los zapatones, los calcetines de colores, los pantalones, la camiseta de rayas verdes estridentes y frente al espejo, se quitó el sombrero adornado con una llamativa flor de papel. Después se deshizo de la peluca pelirroja de pelos largos y lacios, de la nariz esférica roja y fue borrando de su cara esa sonrisa de oreja a oreja que hacía feliz a los niños y a los adultos.
La función se había adelantado dos horas para que el público volviera a casa con tiempo sobrado de cenar y cantar villancicos. También los artistas cambiarían sus mallas y vestidos de lentejuelas, sus uniformes de casacas, por otros más cotidianos y se irían a celebrar la Nochebuena a un restaurante o a bailar después. Se pasaba algodones con líquidos desmaquilladores, mirando su cara en el espejo rodeado de luces. Mientras se duchaba pudo escuchar las risas de los trapecistas rusos que marchaban a ingerir sus buenas dosis de vodka. Él pasaría la Nochebuena solo. Sus familiares estaban ya muertos o lejanos en el espacio y en el afecto. Hacía poco más de media hora, estaba rodeado de gente que reía y aplaudía con sus gestos en la pista. Pero ahora se encontraba solo, absolutamente solo, con su doble ante el espejo. Desfilaban por su memoria las gentes que habían sucumbido a la epidemia en el último año fatal, las personas que se quedaron sin trabajo o no podían comprar lo más necesario por la escandalosa subida de precios. Y le entró una enorme tristeza.
Desde el día primero de diciembre ponía sobre su mesilla de noche la figura de un Niño Jesús recostado en una cuna formada de palotes, con una piernecita algo levantada, sobre un colchón de paja artificial que él amortiguaba con un paño blanco de algodón. En esa soledad que inundaba todo su habitáculo, tomó la imagen y se acostó cubierto por el edredón. Tenía al Niño en sus brazos como si fuera un bebé. Y pensó que también Jesús estuvo rodeado toda su vida de gente que le aplaudía, le reverenciaba, le admiraba aquellos prodigios. Pero a la hora de la verdad lo dejaron solo. Tan solo como él mismo. Y eso le consoló hasta que el sueño cerró sus ojos.
Cuantos momentos en nuestras vidas dejamos solo a ese "Pequeño", sin darnos cuenta que Él jamás nos suelta de su mano...Feliz Navidad.
ResponderEliminarHay un refrán que dice "mas vale solo que mal acompañado"
ResponderEliminarMe permito acompañar no de mis ripios a la
SOLEDAD
Qué solo se encontraba en este valle
de lágrimas, de penurias y avatares,
a pesar de que calles y plazas hierven y bullen
de gente con prisas, con idas y venidas.
Pero nadie se acerca a nadie.
Nadie quiere saber nada de nadie.
El olvido y abandono pregonan su victoria.
Quizás sea mejor estar a solas con tu sombra.
Sombra que nunca te abandona.
sombra que nunca te asombra,
que te sigue, que obedece y que te imita.
Es seguro… ya sé: eso es la soledad.
Es seguro… ya sé: es vivir con tu sombra solamente.
Es vivir huido de los demás…
Más… cuantas veces esa soledad,
es mejor que tener cercanas alimañas
que te buscan para arañar en tus entrañas,
sabiendo tus flaquezas, depresiones y ansiedades.
Es seguro… Ya sé: Se llama Soledad
y solo su sombra será la quien te conforte y quien te ampare.
Querido sensei, te respondo por privado a ti estremecedor texto...
ResponderEliminarUn desgarrón de bella tristeza navideña. Feliz Navidad
ResponderEliminarmuy apropiada reflexion, vivimos en tiempos de reencuentro con nuestra naturaleza humana y ello conlleva algo de soledad. A pesar de lo cual, jamas estamos solos.
ResponderEliminartexto muy interesante, Saludos
ResponderEliminar