SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

lunes, 16 de enero de 2012

MISION CUMPLIDA



El entierro terminó cuando pusiste un ramo de azucenas blancas sobre la tumba. Salíamos del cementerio, te agarraste de mi brazo y escuché que musitabas, para ti misma: “misión cumplida”. Habías atendido y cuidado hasta el fin a tu tía Dolores desde el momento en que no podía valerse soltera y sola en Alhambra. Ya tenías experiencia en cuidar ancianos: la tía Lola de tu marido, a Carmen, tu suegra (que te adoraba), a tu propia madre. Y, años después, sentías como un honroso e inevitable deber cumplir esa misión con tu marido: “Es ahora cuando él más me necesita”, dijiste recientemente. Pero yo temía que ibas a durar menos que él. Estabas demasiado quebrantada, sin reservas, sin fuerzas. Y aguantaste hasta pasada la Navidad para que esas fechas junto a tu marido, tus hijos, tus nietos, quedaran como un recuerdo bonito.
Eras la mujer de las contradicciones. Presumías de ser “libre e independiente”, pero tu sentido del deber te traicionaba, tu solidaridad te arrastraba impulsiva, te llevaba a vivir pendiente de los demás: en atender a tus padres, a tus hermanos, a tu propia familia, llegando siempre la primera en la ayuda. No importaba si, con equilibrios, tenías que hacer malabarismos o saltar por los aires como una trapecista sin red. Te advertíamos inútilmente de que, en la pista del circo, justo debajo de ti, no había arena, sino un foso de cocodrilos con alguna serpiente pitón. Tu respuesta habitual en esos casos era: “Bueno, ¿y qué?”. La generosidad te urgía al desprendimiento. Cuando yo te regalaba algo, siempre pensaba: “a ver cuánto tiempo dura en su poder sin que se lo dé a otra persona". No porque no valoraras un obsequio, sino porque en el mismo momento de recibirlo ya estabas pensando en alguien que lo necesitaría más. Pero como dijo aquel futbolista búlgaro, “la generosidad lleva a la perdición”.
Hubieras querido ser un personaje de novela de aventuras, pero acataste el destino de ser actriz de comedia de salón. Una primera actriz, desde luego, aunque no en una obra romántica. No estabas hecha para el melodrama, y menos aún para la tragedia. Odiabas el sainete de patio de vecindad. Te “escapabas” de la película, como el personaje de Woody Allen, para regresar finalmente al celuloide. Eras, por usar un título pirandelliano, “un personaje en busca de autor”. Resultaba desconcertante escucharte que no necesitabas cariño cuando eras, afectivamente, la persona más necesitada de él.
Allá por el mes de junio pregunté si tus hijos de América vendrían como todos los veranos. Y me respondiste que no, que en Navidad. Y añadiste en una especie de suspiro: “qué lejos veo la Navidad”. Estabas arañando días y meses al tiempo para llegar a diciembre. Y te saliste con la tuya, para bailar en Nochebuena el “Volare”, de Domenico Modugno,
con tu marido. Misión cumplida. Ahora ya no necesitas el trapecio. Ni tampoco la red. Ahora puedes volar todo el tiempo del mundo, simultáneamente, al lado de todos. Eres como una mariposa invisible. Un hada sin cuento de hadas. Puedes ir y venir, sin que nos demos cuenta, en esa ola anónima del mar que tanto te gustaba. Que yo me quedo escuchando aquella canción de otros tiempos, de tus tiempos, en la voz de Jorge Sepúlveda: "Mirando al mar, soñé/ que estabas junto a mí/ mirando al mar/ yo no sé qué sentí/ que acordándome de ti, lloré./ La dicha que perdí/ yo sé que ha de tornar/ y sé que ha de volver a mí/ cuando yo esté mirando al mar".