SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 5 de junio de 2022

UNA PAELLA PARA CHARLIE CHAPLIN

 

La incorporación del sonido sincronizado con la imagen, cuyo primer estreno reconocido fue la película El cantor de jazz (Nueva York, 1927), significó un terremoto en la industria cinematográfica mundial. No era un milagro sino el final de muchos intentos que se venían realizando tanto en Europa como en América desde finales del siglo XIX. En 1923 se había estrenado, en Nueva York, Concha Piquer, una película con la cantante española recitando y cantando en español y en portugués. (Hora sería de resaltar el papel de los españoles en todo ese mundo creativo, como fue el protagonismo de los hermanos Elisa y Eduardo Cansino, bailarines españoles, tía y padre de la que luego sería estrella mundial Rita Hayworth, en el primer corto sonoro de la historia (Fiesta, 1927). 



Concha Piquer, en el documental de su nombre 1923

   A nivel artístico, las empresas productoras se encontraban con una papeleta, aparte de resolver problemas técnicos: ya no bastaba que los actores fueran guapos ni que hicieran aspavientos. Ya no eran necesarios los rótulos de sus frases a pie de la escena con el texto en diversos idiomas para tantos países. Ni siquiera se necesitaba el pianista que acompañara la proyección en la sala. ¿Cómo sonarían las voces de los idolatrados Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Fatty Arbuckle, (quien se hundió él solito a consecuencia de un escándalo), de la pareja Laurel y Hardy, Douglas Fairbanks, Rodolfo Valentino, Ramón Novarro, de las hermosas Greta Garbo, Mabel Normand, Bebe Daniels, Pola Negri, Gloria Swanson, Marion Davies, Mary Pickford y todo un larguísimo etcétera?


De izquierda a derecha: Eduardo Ugarte, Stan Lauesl, Oliver Hardy, José López Rubio y Edgar Neville (1930)

   Muchas estrellas se apagaron del firmamento porque su voz no correspondía a su físico, su forma de actuar tampoco se adaptaba a la nueva contención gestual. Otras, sobrevivieron a las exigencias del cine sonoro. Habrá que recordar Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses, 1950), donde Billy Wilder reflejaría como nadie el declive de una estrella, Gloria Swanson haciendo de sí misma. Posteriormente realizó Fedora (1978), intento frustrado de volver al mismo asunto.

   Pero con el cine sonoro, surgía otro problema: ¿cómo mantener el mercado mundial de habla no inglesa si las voces que se escuchaban en las películas eran en inglés? En ese mercado, figuraba el hispano en primerísimo lugar, ya que se trataba de conservar a millones de espectadores. Algunas productoras de Hollywood (entre ellas, United Artist, Metro Goldwyn Mayer y Fox), idearon una solución: volver a rodar ciertas películas habladas en inglés, una vez traducidos y adaptados los guiones a otros idiomas, aprovechando los decorados y el vestuario, pero con actores contratados de otros países. Y la delantera la tomaron los mexicanos, enchufados por el bello Ramón Novarro. De este modo se podían ver películas ambientadas en Andalucía, en las que los personajes hablaban con el mismo acento de “Cantinflas”.

 

Montaje fotográfico donde Edgar Neville finge sostener a Douglas Fairbanks sobre sus hombros.


   Hasta que llegó el madrileño Edgar Neville, se metió a todo el mundo en un bolsillo y pronto consiguió contratos para sus amigos. Así llegaron, tirando unos de otros como cerezas, López Rubio, Eduardo Ugarte, Antonio de Lara y Jardiel Poncela. No obstante, algunos intérpretes españoles ya se habían abierto camino en la Meca del Cine: Antonio Moreno, María Alba, José Crespo, entre otros.


En primer término, José López Rubio como guionista en la versión española de Mary Dugan (1930), su primera colaboración en MGM.

   Las copias filmadas en lenguas vernáculas se convirtieron, a la larga, en un grave inconveniente por la cantidad de departamentos, los contratos de traductores y guionistas, generosamente pagados, se multiplicaron hasta hacer insostenible la situación y los estudios fueron cerrando los departamentos extranjeros.

   De la bibliografía sobre este asunto, yo destacaría dos títulos: Cita en Hollywood (Bilbao 1990), de Juan B. Heinink y Robert G. Dickinson, estudio y catálogo de los españoles allí, y el ameno ¡Nos vamos a Hollywood!, de Jesús García de Dueñas (Madrid 1993), listado alfabético con sabrosos comentarios.




   Pero temo haberme ido por los cerros de Hollywood. Y vuelvo al tema que nos ocupa.

   Alfonso Vázquez ya había demostrado su agudo sentido del humor en Teoría del majarón malagueño (2007), su imaginación al crear un país africano (Livingstone nunca llegó a Donga (2011) y su talento para usar a personajes históricos como muñecos de guiñol. Inolvidables su Crimen on the rocks (2014) y El fantasma de Azaña se aparece en chaqué (2019) deliciosas narraciones ambientadas en San Roque, peñón ficticio que España tiene en Gran Bretaña, contrapunto paródico de nuestro Gibraltar.


Alfonso Vázquez y un servidor de ustedes en la Feria del Libro (2022), el día en que firmó ejemplares de esta novela


   En Una paella para Charlie Chaplin (2022), toma como asunto al grupo de autores que fueron contratados a Hollywood para trasladar películas americanas de éxito a versiones españolas: Edgar Neville, José López Rubio, Enrique Jardiel Poncela, Antonio de Lara (“Tono”) y Luis Buñuel. Miguel Mihura no llegó a ir por estar aquejado de una dolencia en la cadera, pero sí aparece como personaje madrileño en la novela, y Eduardo Ugarte, que no es mencionado en el libro. Otros muchos personajes encontramos en la novela (Charles Chaplin, Albert Einstein, Louis B. Mayer, los hermanos Marx, el “Gordo y el Flaco”, Alfred Hitchcock, Greta Garbo, Clark Gable, Marlene Dietrich, Buster Keaton, Cary Grant…) hasta componer un elenco de más de cincuenta personajes. Me permito añadir al título de la novela una anécdota poco conocida pero que referí en otras publicaciones: Antonio de Lara (“Tono”) cocinó una tarta para Chaplin como obsequio para su cumpleaños. En la parte superior elaboró una caricatura tan exacta de “Charlot” que Chaplin lo animó a que dibujara el cartel de Luces de la ciudad, su película recién acabada. Pero Tono, con su habitual indolencia, no llegó a hacerla. Se habría hecho millonario.



   La novela se estructura en cuarenta escenas de diversa longitud, en forma de secuencias cinematográficas. O más bien, de álbum de fotos en blanco y negro, con todo el contraste y el “glamour” de aquellos tiempos, con situaciones reales o inventadas pero verosímiles, con diálogos y peripecias hilarantes.

   Así, las alusiones a la Ley Seca, la creación del logotipo del león de la Metro Goldwyn Mayer, la proclamación de la república española, la introducción del cuplé La violetera, del maestro Padilla, en la película Luces de la ciudad, de Chaplin, las reuniones en San Simeón, la megamansión propiedad del multimillonario William Hearst, donde se mezclaban “el gótico, el románico y el renacimiento europeo en un inculto y millonario caos”.



Uno de los salones de la mansión San Simeón, propiedad de William Hearst.

   Alfonso Vázquez ya ha adquirido suficientes recursos estilísticos para usarlos con soltura, a veces poéticos (“vestido de encaje que las olas dejaban en la arena”), comparaciones históricas y artísticas (“un camarero de inmaculado negro Habsburgo”, “levantó el índice como un pantocrátor”, “tumbonas que no habrían desentonado en el senado romano”, “los estudios de la Paramount, hortera reproducción de un palacio del Quatrocentto”,  “una tortilla de patatas con cebolla del tamaño del disco solar azteca”, “Mayer separó en dos sus cejas con la misma eficacia que Moisés las aguas”… ). Con sutileza, el autor coloca a algunos personajes en situaciones que serán desarrolladas, después, en películas firmadas por ellos. Es el caso de Alfred Hitchcock y cuya explicación se cumple en la página 272.



   La novela, no lo olvidemos, es de humor. Por tanto, la hipérbole y la caricatura están muy presentes en metáforas y comparaciones, muchas de ellas con animales. El duque de Alba tiene “perfil equino”, “Neville sonrió como Alía Babá ante la cueva”, “la nariz arponera de Jardiel”, “Joan Crawford, sensual actriz con ojos de vaca”, “Hitchcock acompañó el pésame con una mueca de muñeca pepona”, Groucho “parecía un afinador de pianos”, “los ojos de quelonio de Luis Buñuel”, Hearst pone “ojos de ciervo sumiso”, etc. Pero el humor de Vázquez no es corrosivo, como el esperpento de Valle-Inclán, sino en la línea del humor que cultivaron Jardiel, Antonio de Lara y Mihura en “el otro grupo del 27” y, más tarde, La Codorniz, Mingote y Álvaro de laiglesia.

   Si se despoja el libro de la deliciosa cubierta dibujada por José Mª Gallego, la portada y la contraportada lucen fotos de varios protagonistas.





   Una buena novela es la que comienza atrapando al lector y termina dejándole buen sabor de boca por un cierre cierre cumplido. El último renglón y medio de Una paella para Charlie Chaplin cumple las dos condiciones pero su final no puede ser más brillante, como el de un soneto. Chapeau!

 

                                        José Mª Torrijos

Gracias por la dedicatoria impresa, Alfonso. Me siento como un personaje más de la novela.