SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

martes, 26 de abril de 2022

VILLENA LIBERA AL CAUTIVO GRANADINO

 Quiso la malaventura que Pedro Soto de Rojas (1584-1658) naciera en un siglo repleto de planetas literarios (Cervantes, Góngora, Lope, Quevedo, Tirso de Molina…), que, en vez de permitirle brillar como uno de ellos, quedara relegado casi al papel de satélite.  Esta novela biográfica ilumina adecuadamente una figura importante en su época y en el marco de una ciudad que ha sido incontables veces inspiración de artistas. El cautivo de su paraíso (2019), firmado por el escritor Fernando de Villena, vino a abrir de par en par dos jardines: el de la vida de Soto de Rojas y el de la propia ciudad de Granada. Naturalmente, una y otra seguirán siendo paraísos cerrados para muchos, pues la literatura ha sido desterrada de los programas bachilleres y no todos los excelentes poetas granadinos actuales cuentan con la difusión debida. La ciudad de Granada, a pesar del turismo invasor, seguirá siendo eso: un jardín abierto para pocos. 



   La fría y escueta nota biográfica de Wikipedia, sin embargo, aporta dos datos ilustrativos: el interés de la Generación del 27 por Soto de Rojas y los varios trabajos fundamentales de Antonio Gallego Morell, personalidad a cuya memoria está dedicado este libro.

   La obra está escrita en primera persona, con expresa mención al primer pícaro de nuestras letras pues algo tienen en común los dos personajes: el desengaño y el aviso a navegantes, desde el primer párrafo, que se cierra así: “[…] me propongo dar cuenta de todos mis descaminos para que quien lea estas planas no venga a padecer tropiezos semejantes a los míos”. La palabra “desengaño” aparecerá en bastantes páginas y situaciones, por diferentes motivos, como un recordatorio, además de subtitular así el capítulo segundo. También es el sentimiento que impregna toda la obra poética de don Pedro.

   Nacido y educado en familia granadina de cierto abolengo, aunque de recursos limitados, se graduó en Cánones, vivió un amor juvenil y sin futuro con Catalina (la Fénix inspiradora de sus primeras rimas), pues ella contrajo matrimonio con quien él consideraba su mejor amigo. Nueva decepción, que a la larga le llevará a buscar consuelo en la religión, en el apartamiento del mundo y a desconfiar en adelante de “femeniles pechos”, pues “así le sigue al ser mujer mudanza;/ no hay firmeza en mujer, no hay cosa estable”, se desahoga en uno de sus sonetos.



   Participó en Sevilla en las fiestas en honor de la beatificación de San Ignacio de Loyola, donde conoció a Luis de Góngora, al que ya admiraba como el “Píndaro español” y quien le informa de que el camino de la fama poética pasa necesariamente por la Corte. Y a Madrid llega con la esperanza de lograr algún puesto que le sostenga y algo de la fama que pretende. Pero con mal pie comienza su estancia en aquella Babilonia, siendo víctima de un robo. Poco apoco irá conociendo los lugares más importantes o más frecuentados: el mentidero de las gradas de San Felipe el Real, la colación de San Miguel, lols alrededores de Palacio… y abriendo los ojos gracias al encuentro providencial con el jurisconsulto y paisano Francisco Bermúdez de Pedraza, buen conocedor de Madrid, de la política y sus engaños: “no conviene fiar de los ministros porque todos son fáciles en prometer lo que luego no han de cumplir”. Así, irá pasando de un aristócrata a otro, de un escritor al de más allá, hasta llegar a la famosa Academia o tertulia literaria en casa del conde de Saldaña. 



   Allí se encuentra con Góngora, conoce a Lope de Vega, Bartolomé Leonardo de Argensola, Miguel de Cervantes, Luis Vélez de Guevara (con quien vivirá un enfrentamiento que pudo acabar en duelo si no hubiera sido aplacado por Cervantes), etc. Pero en esos salones, los poetas se pelean por obtener favor de alguno de los próceres, y “entre jícaras de chocolate y galletas, entre vasos de vino y encurtidos […] lo que regía casi todas las conversaciones eran los negocios de corte, las solicitudes de prebendas, la lisonja y la maledicencia”. Don Pedro se estrena con una disertación sobe Poética, que es celebrada por muchos de los presentes. Corren por Madrid unas copias, escritas por Góngora, con el título de Soledades. La opinión literaria se divide entre defensores y detractores, de modo que “la poesía castellana se vino a convertir en un divertido palenque”. Entre los primeros, se encuentra nuestro Soto de Rojas. Entre los segundos, el ácido y temido Francisco de Quevedo. Asiste a las funciones teatrales en los corrales de comedias, que describe con todo detalle. Acude a misa diaria, no solo por devoción, sino por ser los templos lugares donde concertar citas y lograr prebendas. Una corrosiva y sustanciosa descripción se hace en la página 60. Quien desee conocer con más amplitud la vida de la Corte, especialmente la mala vida, que no deje de acudir a las obras de José Deleito y Piñuela, un armario lleno de sorpresas. 



   Las albricias le llegan a través del duque de Lerma, a la sazón ministro de Su Majestad, en forma de canonjía en la colegiata granadina del Salvador, lo cual le obliga a ser ordenado sacerdote. Así entra a formar parte de un cabildo con el que tuvo sus más y sus menos a causa de unos canónigos que parecen escapados de La Regenta de Clarín. La vida de nuestro poeta es “un ir y venir continuo de los regocijos a las amarguras”, aunque “más al lado del dolor que al del gozo, más a las sombras que a las galas, más al recogimiento que a las fiestas y comedias”. Como abogado de la chancillería también se encuentra con la arrogancia y grosería de algunos oidores.

   La llegada del conde-duque de Olivares al poder gubernamental le trae un nuevo favor: ser nombrado abogado del Santo Oficio y si no llevaba consigo gran aumento del sueldo, sí el del respeto entre todos sus colegas. Y en el capítulo dedicado a la Inquisición refiere algunos casos sorprendentes de cómo se las gastaba el célebre tribunal, así como el inesperado reencuentro con la anciana esclava Nunona, la negra que entretuvo sus años de niñez y le inició en los secretos del sexo. El azar pone en su camino dos encuentros: sabedor que en una casa paredaña a las que ha comprado en el Albaicín se oculta un cofre de plata con gran valor, la adquiere lo encuentra y lo vende a un genovés que vive de eso. Y una noche en que no puede conciliar el sueño por el ruido de la carcoma en la vieja cama de su padre, un hachazo al cabecero le pone en las manos casi treinta ducados de oro.

 


   El capítulo séptimo describe el Carmen de los Mascarones y su maravilloso jardín que nuestro protagonista y narrador construye con los mejores materiales, distribuido en siete “mansiones”: toda suerte de estatuas alusivas al mundo bíblico y a la mitología. Los azulejos, pinturas, adornos, alberca, fuentes, alternan con un inmenso mundo vegetal hasta convertirlo en un jardín botánico. Es decir, un jardín para el disfrute de su propietario y para los escasos amigos que piensa convidar. En este capítulo deslumbrante, el escritor Villena echa por la ventana toda su sabiduría botánica que no es poca. Si Soto de Rojas se reconoce condenado a morir un día, al igual que su casa y su jardín, confía en que sobreviva su última creación: el libro Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos.



   Quiero detener aquí la descripción del contenido para animar a su lectura, llamando la atención sobre el aspecto literario: dentro de un estilo suficientemente claro para el lector medio, Villena reproduce con maestría el léxico clásico de un escritor que narra su autobiografía sin dejar arrinconado del todo el culteranismo que practicó en sus poemas. La riqueza de vocabulario es inagotable. Pocos libros tan bellamente escritos se han publicado recientemente en España. Es el libro firmado por un autor culto que hace hablar a un poeta culto. Y por volver de nuevo al contenido, es una obra que debería ser de lectura obligada a todo granadino que se precie de serlo, sea estudiante, profesor, ama de casa o dependiente de un mercado. Porque el mundo editorial nos tiene amansados con baratijas en forma de prosas y versos intrascendentes y, ante eso, la inmensa minoría ha de rebelarse.



   Y cierro mis opiniones revelando la causa de mi retraso en redactarlas. Lo leí de un tirón nada más recibirlo, fascinado por ese jardín en el que Villena me invitaba a entrar, tan absorto en el placer de la lectura que apenas tomé alguna nota. Y durante mis diez días de confinamiento por covid-19, volví a sus páginas más reposadamente. Los medicamentos, toses y soledad se me hicieron más llevaderos en mi paraíso cerrado para muchos, jardín abierto de libros para pocos.