El Diccionario de la Real Academia recoge numerosas
acepciones de la palabra “red”. Invito al curioso lector a echar un vistazo a
todas ellas y ejercer su imaginación. Únicamente voy a reproducir la primera de
ellas:
“Aparejo hecho con hilos, cuerdas o alambres trabados en forma de mallas, y convenientemente dispuesto para pescar, cazar, cercar, sujetar, etc.”
Las redes sociales cumplen una labor social de contacto entre
amigos y conocidos, a la vez que difunden publicidad de empresas, productos,
lugares, en forma de publicidad. Yo solo tengo una: Facebook. Y me sobra. A
través de ella sigo las publicaciones de escritores y editoriales, información
sobre estrenos de teatro o de cine, noticias de amigos, conocidos, vecinos,
etc., que en el período de pandemia me está sirviendo para mantener a distancia
nuestras vidas sin perder por eso de saber sus experiencias.
Es cierto que, a veces, mis propios contactos o los
comentarios sobre alguna noticia, rayan el insulto, el racismo, la violencia,
la mala educación. Eso me molesta sobremanera. No hablo de la crítica política
tan necesaria en un país libre y democrático.
Pero también es verdad que, desde un tiempo a esta parte, la propia red Facebook tiene sus censores, quienes deciden por un criterio que desconozco, lo que es bueno o malo, moral o inmoral. Y si no son censores humanos, son motores rastreando palabras y expresiones que no quieren que se integren en los algoritmos. Varios amigos míos han visto bloqueada por días o para siempre sus cuentas, por haber publicado algo que Facebook consideraba dañino.
Y la experiencia me ha llegado a mí. El 15 de agosto de 2021 publiqué
en un grupo sobre el racismo que todavía existe una cierta xenofobia en
Estados Unidos hacia lo que es latino. Pues bien, inmediatamente me llegó el
pantallazo del Gran Hermano, comunicándome que mi comentario había sido anulado
“por incitación al odio” y bloqueando mi cuenta durante 24 horas. La aplicación
me permitía presentar una alegación o defensa. Seguí los pasos y no hubo forma
de hacerles llegar mi queja. “En este momento no podemos atender su envío.
Inténtelo más tarde”. Así lo hice varias veces. Y al final sin conseguirlo, el
comunicado de Facebook era que, con motivo de la covid-19, estaban escasos de
personal. Me quedé estupefacto.
Es difícil creer que el virus haya causado falta de personal
a una red que se mueve planetariamente y sus técnicos pueden trabajar desde sus
casas ya estén en Tokyo, en Finlandia o en Carolina del Sur. Yo sospecho que
quien anuló mi comentario (ya sea humano o un robot), no entendió mi comentario
que, justamente, condenaba el racismo contra los hispanos. Yo no puedo ofender
al pueblo de Estados Unidos porque tengo una sobrina allí, casada con un
norteamericano, ciudadano ejemplar donde los haya y ella trabaja
con hispanos. Que todavía existe racismo lo puedo afirmar de España, siendo yo
español por los cuatro costados, sin que ello suponga ninguna incitación a
ningún odio.
Y finalmente, una decisión también unilateral pero en este caso por mi parte. Facebook me ha bloqueado por 24 horas. Una vez cumplidas, yo bloquearé a la red por 48 horas.
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