SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

lunes, 14 de noviembre de 2022

UN CUADERNO PARA NAVEGAR POR LOS MITOS



He tenido la suerte de leer este libro en el lugar más apropiado: Sicilia. La mayor isla del Mediterráneo, a la cual los griegos llamaron Magna Grecia -no sin razón-, está bien provista de ruinas (acrópolis, templos, teatros), que evocan aquella cultura milenaria. Y si no bastara con todo ello, también los museos y palacios del lugar brindan lienzos, esculturas y tapices con motivos mitológicos. 



   En cuanto a los textos, el libro lo componen cuatro poemas largos: “La reina Eisa Dido”, “El sueño de Alejandro”, “Pigmalión y Galatea” y “Ulises”, precedidos de un poema introductorio, “Audentes fortuna iuvat”, formado por cinco poemas breves con los temas del valor, la constancia, la fama, la posteridad como asuntos que el poeta expone dirigidos a un “tú” impersonal, válido para el lector o para sí mismo. Se trata de un frontispicio, a manera de introito y aviso a navegantes. 



   El autor ha elegido a cuatro personajes que ejercen fascinación sobre él, cuatro figuras a caballo entre el mito, la leyenda y la historia, cuyas fronteras se confunden.

   Si un personaje resulta atractivo, es el de la princesa fenicia Elisa (más conocida como Dido), quien huye de su país, navega por el Mediterráneo, vive notables peripecias en diferentes puertos y países, y llega a fundar nada menos que una ciudad y un reino en la actual Túnez: Cartago. Mujer decidida, emprendedora, valiente, astuta. Según nuestro autor, no debemos dar crédito a historiadores y poetas romanos que le atribuyen, interesadamente, un romance con Eneas. Hasta aquí, la hermosa leyenda de Dido. 





   En el segundo poema pasamos del mito a la historia, pero también con la fundación de una ciudad: Alejandría de Egipto, creada en el siglo IV a. C., por parte de Alejandro Magno. Una ciudad que llegó a tener la más alta torre que iluminara a los barcos, alzada en la isla de Faros (y de la cual tomó su nombre), sino también por su famosa biblioteca, que alumbró la sabiduría de Europa, hasta que fue quemada por fanáticos. Si bien la vida de Alejandro está suficientemente divulgada en biografías, novelas, películas, etc., está bien traído aquí porque introduce el tema del sueño de tanto valor mítico (que no escapa al autor del prólogo), pero también por la secreta admiración de Basilio (escritor, editor y bibliófilo) hacia el rey macedonio. Por algo, su hijo mayor se llama Alejandro. 



   La búsqueda de la belleza ideal está representada en la leyenda de Pigmalión, quien toma el níveo marfil y esculpe la estatua de la mujer físicamente perfecta. Insatisfecho porque se trata de una obra inanimada, consigue de Afrodita que le insufle vida. Pigmalión se ha convertido de mito en héroe que ha sobrevivido como símbolo del amor que todo lo puede. Galatea es la obra de Pigmalión. Es su creador y su pedagogo, en línea de lo que escribió Pedro Salinas: “Quiero sacar de ti/ tu mejor tú”. La figura del mecenas y protector generoso la hemos visto, después, inspirando el Pigmalión, de Bernard Shaw o la película Candilejas, de Charles Chaplin.

   ¿Quién no se ha sentido fascinado por la figura de Ulises, el protagonista de la Odisea, uno de los escasos supervivientes de la guerra de Troya? El viaje de su regreso a Ítaca, la patria que abandonó veinte años antes, tan lleno de peripecias increíbles, ha llenado páginas de libros, pinturas, películas, canciones y hasta series de televisión. Héroe astuto, brillante, versátil, no podía faltar en este libro. La evocación de su figura termina con el hermoso texto “Contera” donde diseña la figura de Ulises (Odiseo) y como él representa “la vida como una aventura total […] con la única certeza de que solo somos la dulce verdad de un engaño”. 



   Este libro de Basilio Rodríguez se coloca en la poesía épica, más que en la lírica, pues sus versos son narrativos. Mientras lo leía en la playa de Mondello, frente a ese Mediterráneo tan azul como transitado por héroes, aventureros y villanos, me vino a la memoria las pocas veces que alcancé en mi infancia a ver cómo llegaba un forastero a la plaza del pueblo, desplegaba un cartelón de hule con viñetas impresas y él iba recitando la historia de amores trágicos, niños abandonados, crímenes horrendos. Eran los descendientes del bululú clásico y el precedente del actual cuentacuentos. Basilio Rodríguez se coloca en esa tesitura pedagógica y nos cuenta esas leyendas subrayando cada página con una imagen del tema, como si nos las indicara con un puntero. Son más de setenta ilustraciones que lo convierten en un libro muy visual: desde mosaicos romanos a pintores del XVIII y del XIX o imágenes del cine. No será exagerado afirmar que el libro está editado con un gusto y un cuidado exquisitos. 



   Finalmente, quiero referirme a los dos textos que abren y cierran Cuaderno Mediterráneo: uno es el prólogo del hispanista tunecino (catedrático y escritor) Ridha Mami, quien conoce a la perfección nuestra literatura. Es una pieza documentada que apunta a aspectos esenciales del libro, como es la importancia de los sueños y el frecuente suicidio del héroe mítico. El epílogo de Nery Santos Gómez, también escritora, destila cariño y conocimiento de la materia y del autor. Felicidades a ambos por ofrecer un marco tan adecuado al libro.

Basilio Rodríguez, que ha cruzado este Mediterráneo “del uno al otro confín”, como el pirata de su paisano extremeño José de Espronceda,  se convierte en rapsoda  y pone a disposición del lector una mitología visual que le hará ir corriendo a buscar en las fuentes de esos mitos. 

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