SONETO -SIN SINALEFAS- ANTE UNA CALAVERA
QUE TUVE, COMO HUÉSPED, VARIOS DÍAS EN MI CASA
Esto fue vida, terrenal latido;
hoy, sarcástico gesto belicoso.
Por defender su tuétano gozoso,
¿con qué furor habrían embestido
sus frenéticos dientes el tejido
del gusanil ejército viscoso,
si pudieron triunfar del poderoso
demoledor martillo del olvido?
En mi casa vivió la tan callada,
dándome su lección fatal y cierta
como mejor no pueden los más sabios.
En tanto que la tuve de prestada
-y porque viva fue su boca muerta-,
le puse flores donde fueron labios.
SAGRARIO TORRES
Este soneto de Sagrario Torres apareció por vez primera en su libro Esta espina dorsal estremecida (1973), obra que mereció elogios como el de Gerardo Diego: "Pertenece por ese lado a la raza de Lope, que firmaría entusiasmado no pocos de los sonetos de este libro" (ABC de Sevilla, 16-I-1974). Ya escrito el poema, la autora descubrió que carecía de sinalefas y, sorprendida de la casualidad, emprendió una búsqueda entre miles de sonetos en castellano sin hallar ninguno que careciera por completo de ellas. Y le pareció curioso sugerir esa anomalía desde el propio título. Frente al laconismo de Lope en su soneto "A una calavera", Sagrario rotula su texto con una larga frase de dos incisos; más cercana, por tanto, a la línea de Quevedo quien gustaba de epígrafes como: "Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la muerte."
Cierta calavera, que ha sobrevivido a los accidentes naturales, deviene lección aprovechable para la autora, quien le muestra su agradecimiento. Tema, como se ve, menos patético que el de Lope e, incluso, con un leve matiz de afectuoso humor hacia el silencioso huésped. Ello se percibe en el verso segundo donde se abriga tan corto sustantivo como gesto (bisílabo) entre dos adjetivos tetrasílabos. Y leídas las tres palabras juntas se contienen resonancias fonéticas muy musicales (-asti, -esto, -oso).
El comienzo del poema con un demostrativo, en este caso neutro (esto), arrima el soneto a la línea de sus predecesores barrocos. Pero Sagrario Torres se aparta de ellos al no describir ni imaginar el físico de esa persona cuando viva. Probablemente no sabe su nombre, su sexo, su edad, sus cualidades. Tampoco le interesan. Que vivió y murió se despachan en dos versos. Lo importantes es que, tras vivir ha logrado sobrevivir. En otro soneto del mismo libro, la poetisa comienza: "Soy importante sólo porque vivo". Esta calavera, como un yelmo de hueso, ha salido victoriosa en la pugna contra sus enemigos: los gusanos y el olvido. De ahí el léxico tan cargado de connotaciones guerreras: belicoso, defender, furor, embestido, ejército, triunfar... La supervivencia se enfatiza mediante el inusual número de palabras esdrújulas, cuatro en sólo ocho versos: sarcástico, tuétano, frenético, ejército con abundancias de sonidos en -eo de las tres últimas. El lector es llevado, casi sin respiro, a través de la meditación de la autora en forma de larguísima oración interrogativa y encabalgada. Una pregunta sin otra respuesta que el silencio, justo cuando el soneto frena ante ese salto que supone pasar al segundo apartado: los dos tercetos. En el aire sólo queda la burlona sonrisa de la tan callada. Es fácil imaginar a la escritora mirando frente a frente a su anónima invitada, devanándose los sesos (nunca mejor dicho), como un Hamlet de hoy, para obtener la sucinta respuesta del silencio.
Los tercetos comienzan ambos con la preposición en pero con diferente uso sintáctico circunstancial: lugar, el primero, temporal el segundo. Si nos fijamos, en los dos cuartetos la calavera parecía presente (esto fue vida... hoy...) pero en los tercetos se contempla como en pasado (hospedaje, lección, premio... con verbos indefinidos vió, tuve, puse, de aspecto verbal cerrado, acabado.
Los tercetos, a su vez, tienen unidad y correspondencia uno del otro: el segundo es consecuencia del primero. La anónima profesora, la calavera, se ha ganado el regalo -tierno y coqueto-, de unas flores donde fueron labios.
Sagrario Torres ha elaborado un texto en plena sintonía con la tradición, tanto en su tema, la certeza y universalidad de la muerte, como en varios detalles de su forma: mención de los gusanos, asociación labios-flores..., pero dando a su poema un toque personal, afectuoso, delicado, femenino. El ser humano puede aprender a morir -ars moriendi-, si descifra que sus antepasados suponen una sucesión de lecciones heredadas:
"Muchos murieron porque yo tuviera
en veintiséis peldaños -y almenada-
esta espina dorsal estremecida".
Así lo afirma en otro soneto del mismo libro, una torre con nombre de sagrario.
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