“Sucedió que por
aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase
todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de
Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también
José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que
se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con
María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que mientras ellos estaban allí,
se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito,
le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el
alojamiento.” (Lucas, 2, 1-8)
La secuencia de lugares mencionados resulta sugerente. El relato empieza hablando de "el mundo entero", luego de Siria, después de Galilea y Nazaret, de Judea y Belén y, finalmente, de la posada y del pesebre. Así, con movimiento de cámara de video, la narración se fija progresivamente en un único punto: desde las lejanas fronteras del universo hasta el pesebre de Belén.
La intención es fácil de entender. Porque entre los nombres de lugares, los hay relacionados con personas. César Augusto y "el mundo entero"...; Cirino y Siria; Belén y David. Finalmente, Jesús y el pesebre. Por lo tanto, el autor hace desfilar sucesivamente ante nosotros a las diversas autoridades reconocidas por los hombres, con la indicación del campo de su poder, hasta conducirnos a aquel que posee la verdadera autoridad, el único verdadero poder: no ya César, reinando sobre toda la tierra, ni Cirino, gobernador de Siria, ni siquiera David en su ciudad de Belén, sino Jesús en su pesebre, aquel a quien hay que llamar Mesías-Señor.
En los evangelios de Mateo y de Lucas se mencionan los dos
viajes de Jesús, uno poco antes de nacer (el del parto de María en Belén
por el viaje de ella embarazada con su esposo, que acabamos de leer) y el de la
escapada a Egipto huyendo de la persecución de Herodes, en Mateo. La familia de
Jesús cumple una obligación: la de empadronarse. Aunque eso lleve consigo la
incomodidad de un albergue paupérrimo. Pronto, esa familia tendrá que huir
perseguida por los poderes del gobierno para salvar su vida, por motivos
políticos. Serán refugiados. La fidelidad al propio destino trae consecuencias
negativas y hasta peligrosas. El designio de Dios se cumple en el
nacimiento de un hombre. Pero de un hombre muy pobre, un niño que tendrá que
ser exiliado en otro país nada más nacer. Parece que Dios escribe con
renglones más torcidos de lo que imaginaban quienes esperaron un mesías
caudillo, coronado de oro y vestido de terciopelo. Ninguno de los dos autores
pretende escribir una crónica, una biografía de Jesús. Escriben catequesis para
presentar a Jesús como el Mesías de la estirpe de David, oriunda de Belén, o bien perseguido por Herodes como lo fue
Moisés por el faraón, apareciendo Jesús de este modo como el Mesías que guiará
a su pueblo a la salvación, a una nueva tierra prometida desde su propio
desvalimiento. Por tanto, no podemos leer el evangelio como si fuera la
biografía del Cid Campeador. La intención pedagógica del evangelio precisa leerse a la luz de la fe, a la luz de los
acontecimientos de nuestra propia vida. Y a la luz de la fe se nos muestra al
Mesías como alguien indefenso y fugitivo ante el poder. Este niño nos suscita
benevolencia y compasión. Desde el primer momento, Jesús hace visible la
proximidad de la presencia de Dios. Y esto, en el Año Santo del Jubileo de la
Misericordia, es un reto tal como el Papa ha señalado repetidamente. La raíz
del olvido de la misericordia está en la omnipresencia del propio egoísmo, un
cáncer que expande sus metástasis cuando nos olvidamos del mensaje de Jesús. Y
el egoísmo conduce al miedo al otro, a levantar fronteras: administrativas, económicas,
familiares, laborales, raciales, religiosas, sexuales. Alambradas de pinchos
para seguir enquistados en nuestro propio yo.
Celebremos, pues, una Navidad sin aduanas de egoísmo: que las
familias distanciadas se acerquen, que los pobres reciban nuestro apoyo y
nuestra ayuda, que los marginados sean aceptados como hermanos nuestros, que
ningún refugiado se vea atrapado en las fronteras, que ni un cadáver más flote
en ese cementerio del mar. La celebración de la Misericordia necesita la
gasolina del Amor, del perdón, de la reconciliación. Destruyamos los muros de
nuestros miedos y nuestros egoísmos comenzando por nuestro particular entorno.
El Mesías está más cerca de nosotros de lo que parece, tras los alambres de
nuestra autodefensa. Os deseo a todos una Navidad plena de amor sin fronteras.
Precioso el articulo. Nos da mucho que pensar..Gracias Jose Maria!
ResponderEliminarPrecioso el articulo. Nos da mucho que pensar..Gracias Jose Maria!
ResponderEliminarGracias amigo por recordarnos de forma magistral el verdadero sentido de la navidad.
ResponderEliminarGracias amigo por recordarnos de forma magistral el verdadero sentido de la navidad.
ResponderEliminarMuy actual y muy bien escrito.
ResponderEliminarFeliz Navidad!!!
Querido José María: A ver cuándo conviertes todos estos textos en un libro.
ResponderEliminarTe deseamos lo mejor.
Un fuerte abrazo.
Preciso y precioso, José María. Qué gusto da leer algo tan bien "amueblado".
ResponderEliminar¿Sabes que utilicé esa misma cita en una felicitación navideña del INE (responsable del Padrón)?