SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

jueves, 29 de abril de 2010

NOCHE MÁGICA


La Fiesta de Clausura de Curso en un Colegio Mayor suele ser el momento más solemne del año académico porque en su acto protocolario se imponen las becas, esas bandas en forma de uve sobre el pecho que cuelgan por la espalda desde los hombros. También se entregan distintivos simbólicos a quienes terminan sus carreras, o se premia a quienes han destacado por su participación en la vida colegial o han ganado diferentes concursos. Es el día de recibir y agasajar a los padres de quienes nos confiaron hace años a sus hijos para que les acompañáramos en su devenir universitario lejos de casa. El 24 de abril vivimos una noche mágica en el Colegio Mayor Elías Ahúja. La víspera, un grupo de universitarios terminó de preparar todo en el escenario, el teatro, el Colegio, para que resultara impecable la organización, el protocolo, el ritmo y el tiempo. Hace cuatro años decidimos cambiar la “pesada” conferencia por un breve espectáculo que resultara adecuado por su elegancia y originalidad. Para este año se eligió un poema escrito en 1939, en Cuba, por José López Rubio. Se titula Son triste, y cuenta en estilo entre popular y surrealista el suicidio de una muchacha negra que decide quemarse “a lo bonzo” porque nadie la miraba. Es una elegía no exenta de humor, escepticismo y humanidad profundos. Poema carioca con ritmo de salsa, lleno de ternura. Para interpretarlo, asumió la dirección nada menos que Juan Carlos Pérez de la Fuente, quien seleccionó a 14 jóvenes universitarios, absolutamente inexpertos en teatro y en recitación. Tras muchas horas de ensayo, logró que el conjunto pudiera armonizar voces, movimientos, gestos en una exhibición dramatizada a juego con un vestuario, unas luces y una escenografía muy originales y eficaces. Entraban en fila desde el patio de butacas, se comenzaba con la canción “El manisero”, se seguía en el escenario jugando con los papeles del texto. Unas veces era diálogo de solista con coro. Otras, todos conjuntados en sus cuerpos o musitando a boca cerrada una canción. Daba gusto ver a esos muchachos haciendo gestos de picardía, con cierto aire canalla pero siempre dentro de gran elegancia y ritmo. Los expertos en teatro (entre ellos el Director General del INAEM, el famoso figurinista Javier Artiñano, el autor Pedro Víllora, actores, profesores…), los propios padres de los muchachos, los mismos compañeros, no podían explicarse esa perfecta mecánica sin ningún apuntador o batuta. La juventud no es sólo la que se embriaga sin ton ni son. Cuando los jóvenes encuentran una brújula, una orientación, son capaces de sorprendernos leyendo o interpretando cosas que nosotros mismos, con larga experiencia, difícilmente haríamos. Fue una noche mágica e irrepetible. El teatro es así: comienza y acaba. Ninguna función (en este caso era la única función) es idéntica a la del día anterior. El teatro nace y muere cada vez que se interpreta. Como una ola del mar, nace, se eleva, y rompe en la playa.

1 comentario:

  1. Causa permanente sorpresa comprobar cómo la pluma artística del escritor transforma acontecimientos cotidianos en sucesos cargados de cierta suerte de magia que encandila, como la de la noche que aquí se describe. Pero, en este caso, la última frase del artículo, turgente de vis poética, contiene fertilísima simiente para desarrollar un verdadero tratado, un ensayo extenso sobre el teatro y sus valores.
    Me parece a mí que es el actor, su personalidad, el que representa esa "ola del mar que nace, se eleva, y rompe en la playa". Porque, libre de las cortapisas que anidan en su idiosincrasia, como consecuencia de ese "contrato social" que ya nos describiera Rousseau, rompe en la playa escénica expandiendo todo el potencial temperamental que sus envases genéticos contienen, moldeado, a golpe de experiencia, por su particular devenir vital.
    Por eso, y porque es construcción, es arte, es liberación, es íntima expresión, es verdad sin afeites ni atavíos que la disfracen, es... ¡Viva el teatro!

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