SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

sábado, 5 de marzo de 2011

A LOS PIES DE ALFONSO VÁZQUEZ


Algunos autores de comedias, guionistas de cine y televisión opinan que hacer llorar es más fácil que hacer reir. Quizá por ello, en las series televisivas cómicas se ha impuesto la intermitencia de unas risas enlatadas que ayuden al espectador a reir. Si la risa es difícil de obtener, la sonrisa (por paradójico que parezca) es todavía más difícil. La risa es provocada por el chiste, la burla, la parodia y viene del vientre (a veces, del bajo vientre). Y no digamos la risa del español, que se dispara muchas veces ante la desgracia ajena. La sonrisa es provocada por el humor. Y el humor no nace en el corazón ni en el estómago, sino en el cerebro. Cuando Miguel Mihura afirmaba que el humor es la pluma que adorna el sombrero, decía verdad. El sombrero es la realidad. La pluma, en él, le otorga esa "desviación", ese toque de diversidad que nos sitúa en que algo es posible pero inverosímil, "al filo de lo imposible" como López Rubio tituló una serie televisiva firmada por él. No recuerdo si era Edgar Neville quien aseguraba que el humor parte de la base de que "las cosas sucedan de otra manera". Jardiel Poncela, enciclopedia del humor, aunque el suyo sea descoyuntado por absurdo, a veces se fijó en personajes históricos para colocarlos en situaciones insólitas. De novelas mucho más recientes, me acuden a la memoria dos narraciones del humor sutil al que me refiero: la novela Pantaleón y las visitadoras (1973), de Mario Vargas Llosa, y El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), de Eduardo Mendoza, esta última un cruce de novela histórica, policíaca, hagiografía y parodia de todas ellas. Pues bien: en esa línea se desenvuelve la novela Viena a sus pies, del malagueño Alfonso Vázquez, que ha merecido justamente el PREMIO BOMBÍN DE NOVELA CORTA DE HUMOR, concedido por unanimidad de un prestigioso jurado.

Estamos acostumbrados a imaginar al emperador Francisco José de Austria como alguien imponente, casado con Elisabeth, la Sissi que el cine nos dio almibarada en el cuerpo de Romy Schneider, figuras desdichadas de la Historia (el suicidio de su hijo y heredero, el asesinato de la emperatriz, las tensiones con Hungría), la proximidad del primo Luis II de Baviera (otro rey de fatal destino), etc. etc. Pero nos cuesta pensar que aquel emperador sufriera unos callos "dignos de la Exposición Universal de París". O que el autor nos zarandee con la alusión a María Vetsera como la "pelandusca" que se ligó al heredero. Los nombres propios de aquella corte evocan grandes palacios, músicos de peso en Europa (Wagner, Mahler, Verdi...) o valses románticos (Strauss). Por ello, la narración de Alfonso Vázquez da una vuelta de tuerca y se fija en la misteriosa muerte, entre homicidio casual y asesinato bien planificado, del doctor Carl Joseph Oltman, podólogo de Su Majestad Imperial y, por ende, un largo etcétera de cortesanos, altos militares, quizá prelados y alguna abadesa.
Desde el 16 de junio de 1904 fecha de la muerte del ilustre podólogo, atropellado por un Rolls Royce que circula a la vertiginosa velocidad de treinta kilómetros por hora, en la céntrica avenida Ringsrtasse de Viena, Antón Kraus, discípulo del difunto, emprende una investigación en la que irá atando cabos, desvelando trapos más o menos sucios, que captan la atención y la sonrisa sostenida del lector. Alfonso Vázquez sabe dosificar los ingredientes, describir ciudad, campo, personajes, situaciones, de modo que tiene al lector en vilo hasta la última página. El buen conocimiento del terreno (de la Historia, de la ciudad, de los ambientes) no impide la licencia de alguna inexactitud histórica (raro es que un Rolls estuviera suficientemente comercializado en 1904, año de la creación de la marca, para que el músico Mahler ya hubiera adquirido uno). O que, en vez de "Majestad", como manda un protocolo imperial, se use el tratamiento de "Excelencia". Con dominio, pues, del territorio narrativo y del lenjuaje, Alfonso Vázquez va levantando alfombras en el pasado del difunto y en el de los demás personajes, llevándolos y trayéndolos, como una especie de "danza de la muerte" o racimo de cerezas humanas para solaz del lector. Tuve la fortuna de descubrir las dotes literarias de Alfonso Vázquez tempranamente, cuando, siendo un joven recién terminada su carrera, me envió el relato de un huracán en las playas del Caribe, que le pilló en plenas vacaciones. Años después me envió su libro Teoría del majarón malagueño (2007), que yo recomiendo a todos los andaluces, y me convenció de que llegaría muy lejos. Pues bien: ya ha llegado. Esta es la novela para regalar y quedar bien con todo el mundo (yo se la he regalado a mi podóloga). No acabo de escribir este comentario y me llega la noticia de una nueva obra en la misma editorial. Me quito el sombrero. O, mejor, me quito el zapato.