SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

lunes, 17 de octubre de 2011

RELACIÓN ESOTÉRICA CON PÉREZ-REVERTE

Desde hoy, comienza a preocuparme la lectura de los artículos de Pérez-Reverte en su sección "Patente de corso", de XL SEMANAL. Me ha sucedido varias veces que, leído uno el domingo, a los pocos días me sucede exactamente lo mismo. Referiré sólo los dos últimos. En una de sus colaboraciones, fustigaba esos nuevos "servicios" de hostelería, modernísimos lavabos, donde mientras haces tus necesidades, una luz encendida automáticamente tocando un pulsador de la entrada, se te apaga en plena "faena", resultando muy difícil alcanzar de nuevo el puñetero botón, para terminar tus necesidades con cierto decoro. Pues bien: a los dos días fui a la Puerta del Sol a comprar varias cosas y entré a tomar un café en cierta cafetería de reconocido prestigio. Mientras me lo servían fui al urinario, que estaba vacío, toqué la llave mágica de la entrada y, cuando estaba en plena micción, se apagó la luz. Me vi negro para culminar la peripecia y salir de allí airosamente, sin mancharme o chocarme contra alguna de las paredes. Por azar (¿sería realmente el azar?), encontré al brillante escritor en la puerta de EL CORTE INGLÉS, junto a la Puerta del Sol y se lo comenté. Los dos nos reimos a gusto. El domingo pasado, él echaba sapos y culebras en lo que le había parecido muy sencillo de llevar a cabo: aparcar su coche en la puerta de una floristería y entrar para el encargo de unas flores que serían servidas ese mismo día a una amiga residente en otra ciudad importante. Algo aparentemente muy simple, que todos hemos hecho alguna vez, gracias a esas redes de floristería. Había dejado el coche aparcado en forma indebida por tratarse de dos minutos en día festivo y calle sin apenas tránsito. Relataba Pérez-Reverte la "odisea" de la dependienta con el ordenador averiguando si esas flores concretas existían o no en la ciudad de destino. Y lo que parecía un encargo de un instante se prolongó bastante más y Don Arturo, que salió echando "humo" de la tienda, encontró una multa en el parabrisas de su coche. Bien. Esta lectura la hice ayer, domingo. Y hoy yo tenía que sacar un billete de AVE. En vez de ir a la estación de Chamartín, como yo había programado, se me aconsejó hacerlo en EL CORTE INGLÉS de LA VAGUADA, centro comercial junto a mi casa. La agencia de viajes de dicho centro tenía tres filas de pensionistas del INSERSO, dispuestos a solicitar excursiones y viajes. En mi fila, un viejecito insistía en saber si el hotel de Ibiza ofrecía menú para celíacos; en la de al lado, una señora muy mayor refunfuñaba que si el hotel asignado en Benidorm no tenía "karaoke", prefería viajar a La Manga del Mar Menor, pues el hotel de esta playa sí lo tenía, por haberlo disfrutado en una ocasión anterior. Pasaron más de treinta minutos hasta que me llegó el turno. La empleada, muy amablemente me pidió todos los datos del billete de ida y vuelta en AVE. Pero el ordenador no le hacía ni caso a la joven, que tecleaba cada vez más nerviosa inútilmente. "Renfe está colgada", me decía con desconsuelo. Sus mandíbulas mascaban chicle al ritmo que sus dedos (de uñas pintadas con un rojo próximo al negro) tecleaban con desesperación. Se cambió varias veces de ordenador. Nada. Al fin, Renfe se dignó "descolgarse" y apareció en pantalla. Una vez obtenido el billete, le di mi tarjeta de banco. Nuevos nervios de la dependienta. "Nuestro sistema de cobro no responde". Total, que tras quince minutos, estábamos como al principio y sugerí irme a un cajero, sacar yo el dinero y volver allí a pagar en efectivo, como así tuve que hacer. Una gestión de cinco minutos se había convertido en más de cuarenta y cinco minutos entre unas cosas y otras. Mejor me hubiera ido si me hubiese desplazado a la estación de Chamartín, leyendo tranquilamente en el metro. Y me pregunto: "¿cuál será la próxima aventura que leeré al autor de Alatriste antes de que me suceda a mí?" "¿deberé seguir leyéndolo y dejar que actúe solo el destino?" "¿es el azar o es don Arturo que, como un mago, me ha lanzado un sortilegio?". No lo sé, pero parece cosa de encantamiento. Y, como dijo un anciano de mi pueblo, de los que se sientan al sol de los bancos de la plaza sin salir de casa con el INSERSO, "más vale creer, que ir a averiguar".