Volver, al cabo de veinte años al punto de partida, en este caso al barrio donde uno vivió durante otros dieciséis, acarrea numerosas sensaciones: el reencuentro con amigos, compañeros, vecinos, locales, tiendas, paisaje urbano… pero, también, la constatación de aquello que escribió Machado en un verso: “el tiempo lame, y roe, y pule, y muerde”. Y es que el tiempo nos muestra, de sopetón, a no pocos antiguos alumnos del Colegio Valdeluz o a parroquianos de Santa María de la Esperanza, que uno dejó saliendo de la adolescencia y ahora se los encuentra convertidos en maduros papás de otros jóvenes, también estudiantes en el mismo centro o asistentes a los oficios religiosos del templo.
Esencialmente, no ha cambiado mucho el barrio (farmacias, bares, peluquerías, centros educativos, bancos…), aunque se echan en falta algunas tiendas, que han sido sustituidas por otras, y poder aparcar cómodamente en Fermín Caballero ya parece una postal de la nostalgia. Sin embargo, ciertas novedades apuntan al progreso: un centro de salud, más jardines o mejor cuidados en urbanizaciones, más y mejores instalaciones en el Colegio Valdeluz, un aumento en líneas y servicios de autobuses urbanos, un centro de día para mayores, más árboles en la avenida de la Ilustración, sin ninguna librería pero sí un teatro colindante… aunque lo más importante es el elemento personal, si con ello señalamos a los habitantes. Han ido marchando a “la otra orilla” abuelos, padres, hermanos de conocidos. O simplemente viven y se cambiaron de barrio al casarse. Y otros más jóvenes, en menor número, vienen ocupando su puesto, especialmente en forma bulliciosa de noches de fin de semana. La puerta del metro de Herrera Oria, justo al lado de la entrada parroquial, sigue siendo un punto de reunión, aunque luego, más tarde, a altas horas de la noche, en competencia con sirenas de ambulancias, se escuchen voces y gritos, viernes y sábados, de los “cofrades” de algún botellón cercano. Efectivamente, hay menos niños, como resultado de una política (en mayúsculas y minúsculas) que no favorece el aumento de familia. VALDELUZ ha aumentado sus posibilidades educativas y parroquiales (además de su volumen edificado) y es, según constato, una “marca” dentro y fuera del barrio. Cuando uno escuchaba lejos del barrio o de la ciudad o de España ese nombre, no podía menos que sentir una enorme satisfacción.
J. B. Priestley escribió aquella memorable obra teatral Time and the Conways (El tiempo y los Conways), más conocida en España con el título de La herida del tiempo, donde hacía el juego malabar de que el segundo acto sucediera veinte años después que el primero. Y el tercer acto retomaba la acción tal como había quedado al final de la primera parte. Con ello, el espectador veía el futuro que les esperaba a los personajes, mucho antes de que ellos mismos siquiera lo adivinaran. Yo no tuve esa sensación a mi regreso. El tiempo, en el barrio, ha evolucionado en espiral ascendente, no como un tornado, sino como viento suave y pentecostal que purifica y trasciende hacia una meta altísima.
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