Para los vecinos del barrio, Jesús era un niño como los otros. Siendo bebé, su madre le mecía en brazos cantándole una canción de cuna: “Duerme tú, mi bien/ duerme tú, mi bien/ que mientras tu duermes/ yo te arrullaré. / Ángeles y hombres/ ángeles y hombres/ alegres cantad. / Gloria en las alturas/ y en la tierra paz”. Según crecía, escuchaba embobado a José contándole historias de Israel. La que más le gustaba era la del niño Moisés, salvado de las aguas del Nilo por la hija del faraón.
En cuanto a lo demás, el mayor de los hijos de José y de María era un chaval travieso, juguetón, que gustaba las cosas propias de su edad: saltar a la pídola con su primo Santiago, subirse a la higuera de la casa, robar peras del huerto de Efraín, comer dátiles, moras y arándanos silvestres, cortar amapolas o lirios del campo para llevar un ramillete a su madre… Jesús era un niño inquieto y curioso. Uno de sus entretenimientos preferidos era el de jugar a ser panadero. En un viejo cajón del taller de su padre, había creado un simulacro de horno en el que cocía panecillos que elaboraba con barro. Después, los regalaba a sus amigos, que protestaban pues no quería cobrarles. Y eso no era jugar a las tiendas. Pero lo que más le gustaba eran los rebaños de ovejas. Algunas tardes, salía a las afueras de Nazaret para ver regresar al pastor Jonás, amigo de su padre, y se echaba sobre los hombros algún corderillo que veía cansado en su rebaño.
Pero, al mismo tiempo, Jesús era un niño con ganas de aprender. La curiosidad le venía desde su nacimiento. Aún no hablaba, y cuando su madre lo tenía sobre las rodillas, señalaba a las cosas para que le dijera su nombre. Poco después de la circuncisión, su padre lo comenzó a llevar los sábados a la sinagoga, donde escuchaba atentamente al rabino la lectura de la Torá y sus explicaciones en arameo. Un niño inquieto y curioso. En un viaje con sus padres a Jerusalén, ellos salieron del Templo tras las ofrendas, y cuando salía de vuelta la caravana observaron que el chico había desaparecido, que nadie había visto a Jesús. Volvieron a la ciudad sagrada, a toda prisa, angustiados, y lo hallaron en el Templo escuchando a los doctores de la Ley de Moisés.
Un día, en Nazaret se anunció que las autoridades romanas habían juzgado y condenado a un hombre por haber conspirado contra Roma. La ejecución del reo, en forma de crucifixión, se llevaría a cabo en las afueras del pueblo. Acudió mucha gente: hombres, mujeres, ancianos, gentes de toda edad. José llevó a Jesús. Cuando el niño vio al hombre desnudo, tendido sobre la cruz y gritando de dolor a causa de los martillazos, no lo pudo soportar y volvió corriendo y llorando a su casa. Más tarde, María reprendió a su marido por llevarlo a ver algo tan vergonzante y cruel. Tanto como la tortura, le estremeció ver el cuerpo del reo cubierto de sangre.
El propio Jesús, una mañana sangró por la nariz y se asustó
mucho. Pero Ana, su abuela materna, le limpió la herida, se la vendó, le dio un
tamarindo con azúcar como golosina y le dijo que no se asustara: la sangre
derramada es signo de vida Y él tendría una vida intensa y fértil, como su
propia sangre.
Hermoso relato. Enhorabuena, Chema.
ResponderEliminarHermoso. Un abrazo navideño
ResponderEliminarBonito cuento de Navidad. Una premonición constante de los hechos de Su vida. Un abrazo y Feliz Navidad.
ResponderEliminarPrecioso tío Pepe, se da la coincidencia que ese villancico lo cantamos en nuestro coro rociero. Feliz Navidad.
ResponderEliminarPrecioso relato Josemaria, lleno de encanto y sabiduría,, como todo lo que escribes. Enhorabuena
ResponderEliminarTe deseo un maravilloso año 2023.
Muy bonito y cariñoso
ResponderEliminarQué bonito y tierno.
ResponderEliminarAsí debió de ser la infancia de Jesús, llena de amor y seguridad, jugando como cualquier niño.
Nos ha encantado.
Demuestra, una vez más tu sensibilidad y tu capacidad para transmitir sensaciones.
Enhorabuena y feliz año 2023.
Javier Vega
ResponderEliminarMaravilloso, lleno de sensibilidad.
ResponderEliminarFeliz 2023, un fuerte abrazo