Me interesó inmediatamente la película La conjura del Escorial (2008), de Antonio del Real por muchas razones: haber vivido años en ese Real Sitio, haber leído bastante sobre aquel suceso y sus protagonistas y, en fin, lamentar que España no tenga (al contrario que Inglaterra) un “corpus” digno de películas y series televisivas a la altura de nuestra Historia y nuestra Literatura. La proyección me permitió un gozo visual por los rincones de esa gran obra arquitectónica y otros lugares espléndidos, por algunas escenas muy hermosas (como al principio, en la Misa), unos intérpretes bastante buenos y un vestuario fastuoso de Javier Artiñano. Sin embargo, la “historia” que nos cuenta la película contiene personajes, escenas y falsedades innecesarias desde el punto de vista argumental y cinematográfico. Está claro que la Historia se puede manipular para hacer más creíble un episodio, siempre y cuando sirvan a un fin acorde con el tema. Pero desde el ángulo cinematográfico, toda la película es un despilfarro de actores, de asunto, de espacios, de vestuario, que llega a aburrir y a mí, concretamente, a exasperar. Aquella conspiración donde el poder, el crimen de Estado y el Eros, ofrecen materia suficiente para un “thriller” tan del gusto actual, queda deslavazado y oscurecido por no sé qué intenciones. Parece que Antonio del Real, director de la obra, quería lucir a su hija Blanca Jara como actriz, para lo cual creó un personaje importante en la trama pero inexistente en la historia y endeble, solo justificable por el amor paterno. Por lo demás, algunos historiadores apuntan a la posible bisexualidad de Antonio Pérez, que igual hacía a damas que a pajes, lo cual hubiera proporcionado escenas eróticas variadas tan del gusto del espectador de hoy. Pues no. Los tres guionistas se inventan a un fraile agustino de la Inquisición, que sodomiza a un negro sin venir a cuento. Y en venganza, el negro le corta el cuello, claro. Nada mejor que reunir en un estúpido episodio inexistente e inconsistente, el ingrediente anticlerical, la sodomía y el racismo. La película, rodada en El Escorial (donde se conserva el despacho de Felipe II), exhibe patios, claustros y alrededores, donde el monarca habla de secretos de Estado con gran desparpajo, cuando podría hacerlo con todo sigilo en su despacho verdadero, como haría el “Monarca Prudente” (que por algo se le llama así). Del mismo modo, don Juan de Austria, a la sazón al mando de Flandes en nombre de su hermanastro el Rey, envía a su secretario Juan de Escobedo con palabras muy delicadas que, en vez de confiárselas en un despacho, se las expresa en el mismísimo muelle a punto de embarcar, como si fueran recuerdos para los amigos a pique de que las escuchen los cargadores y algún espía avisado. Una pena de película desaprovechada en un episodio histórico que ya lo quisieran para sí los guionistas y directores británicos, franceses, italianos o americanos, cuando se centra justamente en el origen de la “leyenda negra” española. Lástima de euros que invertí comprando la entrada al cine.
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