Se dice así, en algunos pueblos de Andalucía, de un disparate casi pecaminoso, algo mal hecho según una norma moral no escrita. Como no tengo el síndrome del fútbol (esa varita mágica que sirve para anestesiar sociedades, para tener entretenido al personal y para que algunos se forren con el supuesto deporte), puedo decir que a mí no me ha llamado la atención el contrato astronómico de Cristiano Ronaldo en el Real Madrid. La mayoría de los equipos famosos son empresas de ganar dinero y supongo yo que el dicho equipo habrá echado sus cuentas para rentabilizar a ese muchacho que dicen que es un héroe planetario en el césped, un dios del Olimpo al que no se le resiste ninguna mujer que se precie (o sea, que tenga un precio) y al que más de cuatro admiradores quisieran conocer más de cerca. A mí me parece, por su aspecto y por su forma de hablar, un simple macarra de gimnasio. O sea, que desde el punto de vista deportivo, a mí, plin: pan y circo. No obstante, me sorprende que en esta España al borde del abismo económico y con una deuda pagadera por nuestros nietos, contadas voces se alcen clamando al cielo y no existan leyes con límites para estas zarandajas. Si un ciudadano normal quiere un crédito, le van a decir que no. Pero si lo pide el Real Madrid, le dan el oro y el moro. Y, además, al macizo lusitano le ponen unas ventajas económicas ante Hacienda que ya las quisiera para sí cualquier padre de familia. Y si echamos cuentas sobre las viviendas sociales que se podrían construir con esa galaxia de millones, más vale que nos tomemos una taza de tila. El Real Madrid ha optado por hacer un club en plan Hollywood, lleno de estrellas, en vez de organizar un equipo en plan Guardiola, que sería lo lógico. Pues va a ser que no. Viva la orgía de euros para el show bussines del fútbol, muera la cultura y la enseñanza de calidad y que se fastidien los que no viajan en coche oficial, como ha dicho un alcalde andaluz en un ataque de sinceridad.
En Madrid somos tan chulos que, hasta la posible celebración de la Olimpiada generando la absoluta quiebra del Ayuntamiento (ya entrampado hasta las cejas de Gallardón), el personal está anhelante de recibir esa masa de músculos que es Cristiano y la concesión del evento planetario de la Olimpíada (que diría la inefable Leire Pajín). El personal está a punto del frenesí. Sufrimos calles con pavimentos como en Dakar, una educación por los suelos y unos juzgados de pena, pero todo el mundo se relame de gusto pensando en el nuevo Real Madrid o en la Olimpiada sin caer en la cuenta de que todos esos lujos los vamos a pagar entre todos.
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