SAMARKANDA

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Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

sábado, 19 de noviembre de 2011

MARÍA JESÚS VALDÉS EN EL ALBA



Conocí a María Jesús Valdés mediada la década de los años noventa, a través de Juan Carlos Pérez de la Fuente, durante algún ensayo que no logro recordar. Aunque yo nunca la había visto en escena, pues ella estaba retirada desde su matrimonio con Vicente Gil, el médico personal de Franco, no ignoraba encontrarme ante la que había sido primerísima figura del teatro español. Me llamó mucho la atención aquella mujer más bien menuda, con aire tímido, coqueta dentro de la educación más exquisita, prudente, con una mirada llena de ternura. Había regresado a los escenarios, convencida por el productor Juanjo Seoane, para interpretar el papel de la “dama” (la muerte) en La dama del alba, de Alejandro Casona, bajo la dirección del jovencito Juan Carlos Pérez de la Fuente, reposición que yo no alcancé a ver. Volvía con el miedo de no estar en condiciones, de haber sido olvidada. Pero aquello se le pasó pues, la noche del estreno, su primera salida al escenario fue recibida con una ovación. Tiempo después me contaría lo agradecida que estaba a Seoane y cuánto quería a esa especie de “hijo” en que se convertiría Juan Carlos. Lo adoraba, sencillamente. Ahora que ha muerto, algunos pretenden ponerse medallas de haber sido quienes consiguieron su vuelta. Yo conozco bien la verdad verdadera, incluso algunas opiniones personales de María Jesús sobre ciertos nombres conocidos que se jactan de su amistad. Ella admiró profundamente a dos directores teatrales: a José Luis Alonso y a Juan Carlos Pérez de la Fuente. Así, con todas las letras.
Por aquellos primeros años noventa, además de dirigir el Colegio Mayor Elías Ahúja, yo era coordinador de la Muestra de Teatro de los Colegios Mayores. Y, en 1992, organicé un cursillo para estudiantes (uno o dos de cada Colegio), aficionados a dirigir obras, con el fin de que mejoraran sus conocimientos, y que impartió Juan Carlos, con la colaboración de Rosario Calleja, su brazo derecho como persona, como actriz y, más tarde, como jefa de producción (yo opino que también es su brazo izquierdo). Recuerdo que se tomó como base de trabajo Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, de Lorca. Para la clausura y entrega de diplomas, Juan Carlos acudió acompañado de María Jesús Valdés y de María Kosty. Ellas dos trabajaban en La viuda es sueño, de Tono, con otras actrices, como Pilar Bardem (buena actriz secundaria que, entonces, aún no iba de “madre de…”, ni “militante de…”). La foto que ilustra este texto es, justamente a aquella entrega de diplomas. Poco después, fallecía la madre de María Kosty y acudimos varios amigos leales (más bien pocos) a la capilla del cementerio de la Almudena, donde se rezó un responso. Para ir hasta la sepultura, María Jesús subió a mi coche. Pero nos perdimos por los vericuetos de tumbas y cipreses y, tras dar vueltas y vueltas infructuosas, nos volvimos desconsolados al centro. La dejé en su casa de la calle Raimundo Fernández Villaverde y yo seguí hasta la Ciudad Universitaria. En ese trayecto, le conté que su casa estaba edificada sobre unos antiguos chalets, y en uno de ellos (edificado por el arquitecto Fisac), convertido en pequeña residencia de veintitantos estudiantes, yo había pasado mis años más jóvenes. Allí interpreté un papel en Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre.
Con el nombramiento de Juan Carlos como Director del Centro Dramático Nacional, la colaboración con María Jesús se volvió constante, de modo indirecto (por ejemplo, él mismo encargó a Calixto Bieito que dirigiera a la actriz como protagonista de un espléndido montaje de La casa de Bernarda Alba) o de forma directa (La visita de la vieja dama, de Dürrenmatt, Muerte de un viajante, de Miller, Carta de amor, monólogo de Arrabal), todas ellas grandes éxitos, pues a la batuta de Juan Carlos se unía la versatilidad, la clase, la profesionalidad, la categoría de una actriz que se adaptaba a cada papel pero dándole un estilo personalísimo. La recuerdo, también, en obras dirigidas por otros, como El cerco de Leningrado, de Sanchís Sinisterra, un dúo inolvidable con Nuria Espert.
En todos esos años, nunca me faltó su felicitación navideña, escrita con elegante caligrafía. Y vienen a mi mente algunas anécdotas esporádicas. Una mañana en que tomábamos un café en el bar del Colegio Mayor, le señalé discretamente a un colegial al otro lado de la barra, que pocos días antes había perdido a su madre. Ni corta ni perezosa fue hasta él, le dio un par de besos y le dedicó un cariñoso rato de consuelo. Uno de mis colaboradores en el equipo directivo, un palentino alto, delgado, de cabellos blancos, puntualísimo en sus horarios, que paseaba por el jardín de entrada leyendo el periódico siempre a la misma hora, para María Jesús era “alemán”. Estaba convencida de ello. No pocas veces comentó lo educados y cariñosos que eran los colegiales del Colegio Mayor Elías Ahúja. Y se le ocurrió traer a un nieto como residente, idea que Juan Carlos le quitó de la cabeza, pues viviendo el chico en Madrid, era absolutamente innecesario pagar un internado. Del paso de esta gran dama por el Colegio Mayor queda constancia en una foto dedicada por ella en el vestíbulo del teatro, junto a otras figuras de la escena. Espero que la conserven como oro en paño.
Otro día estaba yo en EL CORTE INGLÉS del Paseo de la Castellana, en la sección de perfumería probando el spray de un perfume bastante caro. Una mano tocó mi hombro. Me volví. Era ella. Nos dimos un par de besos. Tomó el frasco probador en su mano y le dijo a la dependienta: “Señorita, un frasco grande para el señor”. Yo me resistí inútilmente. Se empeñó y me lo regaló (desde entonces utilizo ese perfume y siempre me acuerdo de ella). Como iba al supermercado, la acompañé empujando el carrito de compra que luego le enviarían a su casa. Agarrada a mi brazo fue contándome confidencias de la profesión teatral, de la familia Franco y cómo se portaron con su marido, especialmente el marqués de Villaverde. Despidieron al doctor que había adorado y dedicado muchos días a Franco, regalándole un televisor en blanco y negro. Pero ella lo contaba sin rencor alguno. Con la misma naturalidad con que podía
recitar un poema de García Lorca.
Tras el rotundo éxito que Juan Carlos y ella alcanzaron con el monólogo de Arrabal, al primero se le ocurrió que podría encargarle otro monólogo, esta vez de una duración algo mayor. Se trataba de Oscar o la felicidad de existir, de Eric-Emmanuel Schmitt, el mismo autor de El señor Ibrahim o las flores del Corán. Yo no veía muy claro el proyecto, entre otras razones porque su duración era bastante más que la obrita de Arrabal y por María Jesús pasaban, como es lógico, los años. Efectivamente, tras los primeros ensayos en el escenario del Elías Ahúja, hubo que desistir (la obra sería estrenada por Ana Diosdado).
Ya no volví a verla. Me llegaban noticias sobre su estado de salud. Se iba apagando como una candela. Se iba llevando su luz a otros mundos, donde, con ella habrá llegado el alba. Y estará enseñando a los ángeles a recitar el GLORIA IN EXCELSIS DEO para la próxima Navidad.

4 comentarios:

  1. Querido Josemaría:

    Si tienes ocasión, revisa esos dvd que te hice llegar hace un tiempo bajo el título "Mutis por el Foro". Junto a tus palabras y a las de Juan Carlos, una de las últimas y escasas intervenciones de la Valdés frente a una cámara. La secuencia se rodó en un plató vacío en el que nadie, a excepción de Pérez de la Fuente y el que suscribe, sabía quién era aquella delicadísima señora. Al final de la conversación con ella, volvió a convertirse en la Doña Inés que había interpretado con 17 años dejando a todos los presentes sin aliento y con los ojos cargados de emoción. A título personalísimo, he contado este pasaje entre mis íntimos como lo más cercano que uno ha estado a la transfiguración de un ser humano en ser divino. Gracias por hablarme de ella en su día y ser artífice de es pasaje tan trascendental en mi vida. Nacho

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  2. Père Émile et son journal de la veille pour son promenade dans le jardin!

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  3. Me gusta el teatro desde tempranas edades, pero si no fuera el caso, después de leer este entretenido y didáctico escrito, entraría en el grupo de los adictos.
    No me cabe duda de que ésta, como otras personas que tan maravillosamente describes, tendrán una función importante en ese mundo prometido donde con tanta fe las sitúas.

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  4. Un entrañable homenaje de Jose M Torrijos a una " Gran señora de la escena", así la defines. Como siempre, la palabra justa de mi amigo Torrijos nos envuelve. Hay tanto fondo y tanta forma en todo lo qué escribes! Gracías por compartir.

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