No soporto a esos músicos que invaden los vagones del Metro interpretando músicas de salsa o boleros a todo volumen que salen de unos aparatos rodantes a modo de karaoke. Impiden al viajero pensar, leer o conversar si viaja en compañía. Sin embargo, siento una admiración llena de ternura por esos músicos que, en las galerías del mismo Metro o en las calles, tocan sus instrumentos sin molestar, a veces con su violín desgastado o su acordeón superviviente de países y lenguas lejanas. Me da igual si interpretan las CZARDAS de Monti con su modesto instrumento de cuerda, una melodía parisina con su nostálgico acordeón, o un jazz de poca monta al saxo. A todos ellos suelo dejarles monedas lo más generosa que permita mi maltrecha economía. Echo de menos en las calles de Madrid, los famosos organillos que, a veces, se pueden escuchar en verbenas veraniegas del Madrid castizo. El ayuntamiento debería fomentar la música callejera de organilleros en el centro como una atracción turística más, sin duda, atractiva. No deberíamos dejar morir al chotis, un ritmo tan chulapón y pinturero. En ocasiones, me quedo con la curiosidad de saber qué hay detrás de esos maduros intérpretes (bastantes de ellos muy buenos), con rasgos de la Europa del Este. De qué filarmónica habrán descendido hasta los sótanos metropolitanos de Madrid. Pero la interrogación se me queda siempre en el aire por timidez, por no molestarles y, cómo no, para no herirles en su dignidad. Detrás de cada instrumento musical, existe una persona con su propio pentagrama. Quizás ese violín o ese acordeón sean su confidente, su paño de lágrimas, la sola compañía en una soledad sonora.
Magnífico una vez más Josemaría, yo también les dejo alguna moneda, de acuerdo en todo contigo, al igual que el magnifico reflejo de nuestra sociedad que haces en "Termitas".
ResponderEliminarPero hay una cosa que no me creo, lo de tu timidez.
Recuperate pronto de tu constipado pero no dejes nunca de escribir.
Un abrazo:
Javier V.