SÓCRATES FRENTE A GALILEO
Como en un episodio de la popular serie televisiva El Ministerio del tiempo, han coincidido en Madrid el filósofo griego Sócrates y el científico Galileo Galilei. Ha sucedido gracias al único arte capaz de hacer revivir en cuerpo y alma a los personajes de la antigüedad: el teatro. Febrerillo el loco nos obsequia este regalo. Se puede asistir al conflicto del intelectual con los poderes de su tiempo en dos momentos distintos. Del siglo V a. de C. al XVII de la Edad Moderna, a una distancia de sólo cuatro estaciones (La Latina-Legazpi) de la misma línea 3 del Metro, donde se encuentran dos espacios de titularidad pública que mantienen una alta calidad dramática. Sócrates toma cuerpo y voz gracias a un texto teatral nuevo que firman Mario Gas y Alberto Iglesias (director escénico y actor, ambos de probada solvencia), Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano. Sus funciones se han desarrollado en la Sala Fernando Arrabal de Matadero. Y Galileo Galilei, en la celebérrima obra Vida de Galileo, de Bertolt Brecht, en el Teatro Valle-Inclán. Dos obras que conforman un juego de espejos en paralelo, un contrapunto valioso, casi un díptico unido por las bisagras de la Historia. El filósofo griego dio un vuelco total al pensamiento de su tiempo: el objeto de reflexión en adelante ya no sería el mundo exterior sino el hombre interior. El físico renacentista dio un giro copernicano (nunca mejor dicho), esta vez en la experiencia física: no es el sol quien da vueltas alrededor de la Tierra sino al contrario. Sócrates no escribió ni una línea. Galileo legó a la posteridad al menos diez obras de diferente extensión. Épocas lejanas en el tiempo (la Grecia clásica y el Renacimiento italiano) pero coincidentes en el esplendor de sus culturas. Grecia "democrática" según el concepto del término entonces. Italia de pensamiento único en cuestiones de fe (aunque admirasen a los griegos). En el fondo, ni los dioses ni Dios podían ser discutidos. El poder político y el poder religioso aplastaban al crítico, especialmente cuando el peso moral de la religión ha castigado las espaldas de los hombres. Uno se mantuvo firme hasta el final (Sócrates). El otro claudicó, aparentemente, de sus investigaciones (Galileo). No es fácil juzgar hoy día quién acertó más, de los dos, ante los tribunales. Sócrates pasó a ser el símbolo de la victoria al aceptar que la democracia, en la que él creía, precisaba acatar la sentencia de su propia muerte. Posiblemente, también Galileo acertó al ganar tiempo para seguir y salvaguardar sus estudios. No podemos juzgar a ninguno a tan larga distancia temporal. Pero los dos son símbolos del choque que se produce entre el individuo y los poderes contemporáneos cuando se quiere difundir y sostener la coherencia, la ética personal. Ambos juicios carecieron de un miembro del jurado (como en Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose), que los convenciera para cambiar su veredicto. Sucedió en los dos personajes del pasado y sigue aconteciendo en nuestros días, cuando "democracia" y "conocimiento" parecen etiquetas adhesivas, mantras reiterados, palabras vacías de puro desgastadas.
El filósofo griego aparece muy bien reflejado en la obra de Mario Gas y Alberto Iglesias (por cierto, ya editada) con el conformismo de quien cree no saber nada pero sí la habilidad de plantear preguntas. El método "mayéutico", aprendido de su madre, de profesión comadrona según se cuenta, ayuda a dar a luz al interlocutor no sin incomodidad por parte de este. La coherencia del filósofo, el desprendimiento de bienes temporales, el afecto por los demás, el sentido de una justicia justa... son tan naturales como el nacimiento de un bebé. Suenan ecos de los diálogos de Platón, actitudes brechtianas pero también, al menos para mí, momentos shakespeareanos.
En espacio austero, casi vacío, la mirada se va al pequeño graderío del fondo. Un vestuario simple en tonos blanco y beige, una iluminación equilibrada, acompañan a un reparto bien conjuntado, con José Mª Pou enorme actor (no sólo en lo físico) dando vida y matices a cada frase de Sócrates y una Amparo Pamplona que alegra ver como Jantipa muy versátil y convincente. Sería deseable que este espectáculo siga recogiendo los aplausos que comenzó a recibir en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, han agotado entradas en Matadero de Madrid y merece continuar provocándolos.
Allá por 2013, José Mª Pou saltó a la prensa cuando interrumpió la escena cumbre de una obra que interpretaba en el Teatro Calderón de Valladolid, al escuchar por enésima vez los teléfonos móviles de espectadores desconsiderados que no los habían apagado, a pesar de la advertencia escuchada antes de la función. Yo aplaudí ese valiente proceder y nada me saca más de quicio que escuchar un móvil en un teatro. Falta de educación y de respeto a todos los presentes. Durante los primeros minutos de Sócrates, el actor se dirigió al público de la sala para rogar que se abstuviera de móvil, de ruidos, de toses, porque eso descentra a los actores. Yo pensé que era una improvisación. Pero después Mario Gas y Pou me confirmaron que está a propósito en el texto y aparece en la edición. Buena idea. Se olvidaron añadir el ruidito del papel envolvente de los caramelos.
Karavansar, lugar de acogida y reposo.Y de buen conocedor de teatro. Vi Sócrates en Mérida. Volveré a verlo en Madrid
ResponderEliminarUwuvuewewe unwfuefuefue openupen osas
ResponderEliminarAz resumen pofa
ResponderEliminarQue en el trabajo de filosofia son máximo 1 cara
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