El 11 de marzo de 2004, millones de españoles vivimos la pesadilla. El número de muertos y de heridos aumentaba sin cesar. Confusión por la autoría, angustia por saber si algún pariente, amigo o conocido había perecido en los trenes de la muerte o se hallaba grave en alguno de los hospitales. El mundo entero quedó horrorizado con la noticia que abrió telediarios de los cinco continentes.
Tres mujeres comparten dos coincidencias; el nombre (Ana el de las tres) y la relación con una de las víctimas. Ángel, que así se llama, es hijo de Doña Ana, que vive en una residencia de ancianos navegando en sus recuerdos tanto del marido como del hijo. Ana, la esposa, en la sala de espera de un hospital esperando un anuncio temible. Y la tercera es la amante de Ángel, desesperada porque él no responde sus llamadas al móvil. Tres personas con un doble vínculo en común: el nombre y el hombre. La amante sabe que Ángel se resiste al divorcio, especialmente por la pequeña Violeta nacida en su matrimonio. La esposa sospecha con fundamento que su marido la engaña aunque él se resista a confesarlo. La madre viuda evoca al marido al que podía soportar gracias a las queridas que él disfrutaba. Parece que la historia se ha repetido en el hijo.
Tres espacios: residencia, hospital, apartamento, donde cada Ana vive su angustia apasionada de amante, otra su dolor de esposa tal vez viuda, la tercera abrigada en la chaqueta de la memoria y sus corazonadas. La amante está sola con un móvil ineficaz por su silencio. La madre comparte confidencias con su enfermera. La esposa se siente menos sola junto a una mujer árabe que espera noticias sobre el estado de su hijo adolescente, también viajero en el tren. El terrorismo no distingue sexos, razas ni religiones. El amor y la muerte, tampoco.
Un día de 1985, José López Rubio me dijo: "He visto una obra de teatro de una chica joven que llegará lejos como autora. Me ha encantado. Busca Invierno de luna alegre, de Paloma Pedrero." Así fue cómo me inicié en sus textos. Después he disfrutado de lecturas y representaciones de sus obras que gozan ya de numerosas ediciones, traducciones y han sido representadas dentro y fuera de España, lo cual convierte a Paloma en la más sólida y laboriosa de nuestras autoras dramáticas. De todas ellas, mis preferidas son las piezas breves, algunas de ellas magistrales. Y sobre todas, La llamada de Lauren, un prodigio de evolución de los personajes en escasísimo tiempo. Precisamente, la construcción del personaje (especialmente el femenino) me parece el rasgo más sobresaliente de todo su teatro.
Cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente programó Ana el 11 de marzo, me comentó: "Ya es hora de que Paloma Pedrero se vea representada en el Teatro Español. Es de justicia". Su estreno precisamente en esta misma fecha del 11 de marzo le ha añadido un valor suplementario, que el público vivió emocionado, aplaudiendo más aún al final de la obra cuando el reparto levantó hacia el cielo sus ramos de flores. Ana Peinado como enfermera, Laura Toledo como madre marroquí, Marta Larralde como amante, Blanca Rivera como esposa y María José Alfonso como madre del Ángel ausente desarrollan sus personajes con profesionalidad. Y todavía más aún en el caso de María José Alfonso que bordó su papel con la veteranía conocida. La dirección corrió a cargo de la propia Paloma Pedrero y de Pilar Rodríguez.
En el programa de mano, la autora expresa sobre sus "anas" que "las tres representan a todas las mujeres del mundo, víctimas casi siempre de la violencia demente en la que seguimos sumidos". Yo añadiría, de ese "mundo" en forma de globo terráqueo que al final ellas sostienen con sus manos. Donde exista una sola persona (hombre, mujer, niño o adulto) víctima de violencia doméstica, de terrorismo, de sexismo, de racismo... allí estamos reflejados. Todos somos Ana.
Cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente programó Ana el 11 de marzo, me comentó: "Ya es hora de que Paloma Pedrero se vea representada en el Teatro Español. Es de justicia". Su estreno precisamente en esta misma fecha del 11 de marzo le ha añadido un valor suplementario, que el público vivió emocionado, aplaudiendo más aún al final de la obra cuando el reparto levantó hacia el cielo sus ramos de flores. Ana Peinado como enfermera, Laura Toledo como madre marroquí, Marta Larralde como amante, Blanca Rivera como esposa y María José Alfonso como madre del Ángel ausente desarrollan sus personajes con profesionalidad. Y todavía más aún en el caso de María José Alfonso que bordó su papel con la veteranía conocida. La dirección corrió a cargo de la propia Paloma Pedrero y de Pilar Rodríguez.
En el programa de mano, la autora expresa sobre sus "anas" que "las tres representan a todas las mujeres del mundo, víctimas casi siempre de la violencia demente en la que seguimos sumidos". Yo añadiría, de ese "mundo" en forma de globo terráqueo que al final ellas sostienen con sus manos. Donde exista una sola persona (hombre, mujer, niño o adulto) víctima de violencia doméstica, de terrorismo, de sexismo, de racismo... allí estamos reflejados. Todos somos Ana.
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