SAMARKANDA

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Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

viernes, 23 de septiembre de 2016

"INCENDIOS", DE WAJDI MOUAWAD

Wajdi Mouawad es escritor, director y actor de teatro canadiense nacido en una familia libanesa cristiano-maronita. Actualmente dirige el Teatro de la Colina en París. Su obra Incendios ha sido traducida y representada en varios países y sus dos estrenos en Madrid, el primero bajo la batuta de su propio autor (Teatro Español, 2008) y el segundo a las órdenes de Mario Gas, con tan rotundo éxito, que se agotaron las entradas en un sanntiamén y me vi con dificultades para poder verla pocos días antes de retirarla del Teatro de La Abadía.
   Incendios es un puñetazo en la boca del estómago, un calambrazo en el corazón, un aldabonazo en la conciencia de cualquier bien nacido ante el conflicto que se representa: la historia de una refugiada más y un ser humano del que llegamos a quedar prendidos. La historia de la persona, con sus traumas insalvables y la de una descendencia que sufrirá, con efecto retardado, consecuencias heredadas sin quererlo. Unos nudos que habrán de ir desatando para comprender quiénes son y por qué. A ver esta tragedia del siglo XXI, que nos trae a la memoria las de Sófocles por más de un motivo, yo obligaría a todos los "grandes" de la tierra: gobernantes, políticos, magnantes y mangantes del planeta.

   A la muerte de Nawal, el notario lee el testamento a sus dos hijos gemelos, Simón (boxeador aficionado) y Jeanne (profesora de matemáticas), donde les urge a buscar a su padre y a su hermano, cuya identidad del primero ignoraban y existencia del segundo desconocían. La muchacha, acompañada del notario y albacea Hermile Lebel, marcha al oriente europeo para cumplir el mandato aunque ni ella ni su hermano amaran y trataran a esa madre que guardó silencio sepulcral sin apenas comunicación con ellos. Como únicas pistas, una chaqueta con el número 72, un cuaderno rojo y dos sobres que habrán de entregar a los buscados. La obra consiste en la escenificación, a veces simultánea y con saltos temporales, de los diferentes momentos de la vida de Nawal: desde su juventud (cuando instada por su abuela aprendió a leer) hasta los episodios más tremendos en la búsqueda de su amor de juventud, Wahab, acompañada de su amiga Sawda, la muchacha que se empeña en seguirla con tal de aprender a leer, a cambio de enseñarla a cantar, como tabla de salvación ante el mundo horrendo en el que ellas viven. "Qué mundo es este en el que los objetos tienen más posibilidades de sobrevivir que nosotros mismos", comenta Sawda. Durante las tres horas que dura el espectáculo van sucediendo las escenas en un caleidoscopio: las corresponientes a Nawal y a las de sus dos hijos herederos. Poco a poco, Jeanne irá descubriendo la trágica historia de su madre, al mismo tiempo que el espectador. Un descubrimiento que deviene en "catarsis" para los hijos y para el público en el sentido clásico de la palabra. Al final, todos comprendemos la frase: "La infancia es un cuchillo clavado en la garganta. No se lo arranca uno fácilmente, sólo las palabras tienen el poder de arrancarlo", emblemática de la búsqueda que representa la obra pero también de la salvación.

   La sala de La Abadía, abarrotada, seguía con atención y silencio absoluto el espectáculo hasta que al final, ante la estampa del grupo aguantando bajo un plástico el chaparrón de la Historia, un público sobrecogido se puso en pie como un solo hombre, prorrumpiendo en incesantes aplausos y "bravos". A la obra, a los actores, al equipo.
   Incendios ha sido dirigida por Mario Gas en un espectáculo austero de escenografía, sostenido por proyecciones sobre un muro de puerta practicable, un mobiliario mínimo y unos efectos sonoros, todos ellos muy eficaces. El desarrollo del "tempo" en la primera parte y la solución de alguna escena no me convencieron. Pero en general, la dirección me pareció correcta. Del reparto, en mi opinión las mujeres destacan más que los hombres, salvando la excepción de Ramón Barea, magnífico, sólido y poliédrico actor en todos los papeles que interpreta dentro de la obra. Ellas están perfectas: Carlota Olcina, Laia Marull, Lucía Barrado. Y, por encima de todos, una Nuria Espert memorable en sus monólogos, que me recordó a la gran actriz que puede ser, como lo fue en otras interpretaciones, de las cuales destaco La violación de Lucrecia, el desgarrador poema de Shakespeare interpretado por ella sola en la escena, y que pude ver en Matadero.
   No dudo en considerar a Incendios una obra maestra de la tragedia contemporánea, cuyo texto haré por leer y cuya función reconcilia a uno con la cartelera. Los millones de refugiados que sobrevivieron físicamente a las guerras, de algún modo, todos ellos están contenidos aquí, mutilados físicos y tullidos psíquicos que nos interrogan. Sólo pensar en la tragedia de cada uno de los que siguieron vivos con sus mochilas de violencias, sufrimientos y pérdidas padecidos, pone el pelo de punta y el corazón en un puño.

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