Derecho y esbelto como un mástil, austero como un claustro
románico, disciplinado como un guardia civil (su padre lo había sido), puntual
como un reloj suizo, discreto como un
cartujo, ordenado al milímetro en sus asuntos personales, en sus
costumbres y en su trabajo, hasta la exasperación de los demás, cabal como la
palabra de un hidalgo… son algunos de los rasgos que definían a Emilio Cuesta
Alonso, al que tuve como Secretario durante bastantes años en el Colegio Mayor
Elías Ahúja. Ya estaba operado de laringotomía y, gracias a su tesón, se podía
conversar perfectamente con él sin apenas notarle esa deficiencia. Las camisas
blancas hechas a medida, siempre anudadas con corbata, no solo le ocultaban su
fallo sino que le daban ese porte distinguido y correcto. Parecía un lord
inglés (aunque su cultura era de lengua francesa). Sin necesidad de reloj, uno
podía saber la hora exacta del día sabiendo lo que él hiciera. Si salía de
mañana con el coche, eran las 9.30, para ir al archivo provincial del que era
responsable. Si se le veía paseando por el jardín leyendo el ABC del día
anterior (“los periódicos hay que leerlos un día después”, solía decir), eran
las cinco en punto de la tarde. Si la cena era a las 21.30, solía pasar dos
minutos antes por mi despacho para invitarme a ir al comedor. Por sus limitaciones de laringe y por su carácter discreto, Emilio era un
observador muy sagaz. Su talante le ganó simpatías entre colegiales, decanos y subdirectores,
también colegiales. Recuerdo muchas anécdotas suyas, muchas, con esa gracia
humorística que imprimen a sus dichos las personas muy serias. Podría mencionar opiniones, sentencias, episodios suyos aunque será mejor guardar todo eso en el
recuerdo, ya que los mejores afectan a otras personas y a él no le gustaría.
Era obediente a los superiores, riguroso consigo mismo pero tolerante y
comprensivo con los demás, especialmente con la vida privada ajena y con las
debilidades humanas. Una cualidad poco frecuente entre frailes y monjas, donde
la murmuración y la maledicencia encuentran cobijo en almas mediocres.
Se conformaba con poco, en la comida, en su habitación y
hasta en sus creencias. Comentando con él algunas novedades religiosas o
litúrgicas, solía decirme: “Con el catecismo Astete yo tengo bastante”.
Pasó años difíciles a consecuencia de su gusto por el
alcohol (tal vez un método de evasión), pero no era un alcohólico al uso pues
se guardaba muy bien de consumirlo en los periodos lectivos para no dar mal
ejemplo a los universitarios. Algunos veranos se ponía al volante del coche (le
encantaba conducir) y se iba a las playas de Huelva, a respirar la brisa marina
y comer pescaditos. En sus últimos años ya no bebía ni gota de vino, quizá
alarmado por su estado de salud. El cáncer de laringe se le reprodujo. Le salió
otro en la garganta y, fatalmente, otro en el páncreas. Se conformaba con poco.
Prácticamente no podía tragar ningún alimento y, a duras penas, solo líquidos y
papillas. Su altura de 180 cm. quedó en 50 kilos de peso. Como yo ya no estoy
en el Colegio Mayor, seguía muy de cerca su evolución y fui a visitarlo hace
pocos días. Caminaba a pasitos apoyado en un bastón y apenas se le entendía lo
poco que hablaba. Quedé tan impresionado de su deterioro que no quise volver
para conservar su imagen lo mejor posible. Cuando su estado empeoró, lo
trasladaron desde el hospital a la sección de paliativos de los
Hermanos de San Juan de Dios. A pesar de esas estupendas instalaciones y cuidados, él
pidió ser llevado a la Residencia de mayores de Salamanca, pues “nunca he
vivido en una comunidad que no sea de agustinos”, dijo. Lo cual indica su perfecto
razonamiento y que era conocedor de sus últimos días en este mundo. Ha
fallecido a última hora de la tarde del sábado 14 de marzo, en Salamanca. Día
de la semana y hora en que, a veces, él, Abel, Pedro y yo íbamos a tomar unas
gambas (que tanto le gustaban) a un bar próximo. En vez de cerveza, él pedía un
albariño.
Emilio había vivido la infancia sin el afecto de una
madre, pues la suya murió dejando diez hijos en manos del viudo guardia civil,
quien se esmeró en darles una educación y
unos principios cristianos. Varios hermanos suyos le han precedido en su
marcha, todos ellos víctimas de la misma enfermedad tumoral.
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