SAMARKANDA

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Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

jueves, 28 de enero de 2021

HISTORIA DE UNA MONJA

                                                                                                  A la memoria de Paquita

 

 

Ingresó muy joven en un convento, con apenas 18 años. Veinte años después, llegó a la conclusión de que la vida religiosa no era su camino, y dejó la congregación, en un tiempo en que la mujer que tomaba esa determinación era considerada como apóstata (incluso dentro de su círculo familiar, sus amistades y hasta su propia orden). Estudió la carrera de solfeo y piano. Después obtuvo la licenciatura en Bellas Artes. Con cuarenta y tantos años se sacó las oposiciones para Instituto. Pintaba cuadros y expuso por toda España. Era adorada por todos sus antiguos alumnos. El covid 19 la ha arrebatado a este mundo y se la ha llevado a otro, donde podrá interpretar como solista el CONCIERTO EMPERADOR, de Beethoven, con una orquesta de ángeles, para Jesús de Nazaret y todos los santos, que la escucharán embobados. Y hasta se atreva a pintar una versión celeste de LAS MENINAS.

 



   Este suceso me trae a la memoria aquella película que se titulaba “HISTORIA DE UNA MONJA” (1959), dirigida por Otto Zinneman, y bellamente interpretada por Audrey Hepburn. La vi hace muchos años y la he vuelto a ver en reposiciones de televisión. Por una suerte de azares, entre ellas la intransigencia de la superiora Madre Emmanuel, Gabrielle (o Sor Luc, según el nombre que tomó al profesar los votos), decide seguir su conciencia y abandonar la vida religiosa. Las imágenes finales de ella saliendo del convento en plena soledad y abandono son de por sí elocuentes.

 


   Son bastantes hombres y mujeres los que he conocido antes y después de “dejar los hábitos” como antiguamente se decía. Y he visto de todo: los que salían con una mano detrás y otra delante y los que he visto salir bien apoyados en lo económico y en lo personal. En los años posteriores al Concilio Vaticano II ha predominado el segundo caso: las congregaciones religiosas, especialmente masculinas, han procurado buscar un trabajo a quien ha sido uno de los suyos hasta el momento de abandonar. Pero también vi, años antes, a superiores que desdeñaban a un joven seminarista por tener criterio propio o porque no andaba alrededor suyo ganándose su confianza (a veces, ganándola a base contar chismes de los demás), hasta convencerlo de que la vida religiosa no era para él. Igualmente he conocido a alguna abadesa muy experta en eso de la “acepción de personas” y que, espero, tendrá su merecido en la otra vida. La casuística me daría para varios relatos.

 


   Mal que bien, todos los hombres y mujeres que se salieron de una institución religiosa se abrieron camino en la vida laical. Dios apoya a los valientes. Muchos han conservado relación amistosa con su antigua congregación. Alguno habrá que no solo perdiera la vocación sino también la fe.

   Las mujeres han sido la parte más débil de este espectro. No es el caso de valorar si fue errada o no su decisión de ingresar en un convento. Pero sí de constatar que muchas de ellas carecían de una formación académica que les abriera las puertas a un mundo laboral adecuado a su edad y a sus conocimientos, muchas veces escasos, para dejar los hábitos. Maestras, profesoras, enfermeras han sido las profesiones más recurrentes para estas mujeres que volvían a la sociedad seglar en una edad madura. 


   Vivimos en un mundo en el que los jóvenes (chicos y chicas), pueden gozar de una formación académica básica. Una generación que, acabado el bachillerato o emprendidos unos estudios universitarios, puede plantearse si está llamada a la vida religiosa. Aunque tal como estamos viendo las estadísticas, parece una opción con escasísimos seguidores. Y habrá que plantearse por qué, lejos de apriorismos y deducciones simplistas.

   De momento, mi oración y mi recuerdo por todas las “paquitas” que he conocido y que ya han encontrado la “Lux Perpetua”.

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