SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

sábado, 2 de enero de 2021

LOS DOS ACTORES ESPANTALEÓN: EL PADRE

 Allá por los años 60 del pasado siglo, José López Rubio comenzó  a preparar una enciclopedia del teatro español, que abarcaría a toda suerte de profesionales de la escena, incluso apuntadores. Con ese motivo yo conocí al autor. Y varios amigos suyos comenzamos la tarea de buscar datos individuales en libros y catálogos (La Barrera, Paz y Meliá, obras de Deleito y Piñuela, entre otros). Por su parte, López Rubio pidió a algunos actores amigos, la redacción de su biografía. Algunos de ellos respondieron, como fue el caso de Juan Espantaleón, quien elaboró la de su padre y la de él mismo. Descartada la posibilidad de la enciclopedia, guardé los dos testimonios, que ahora pienso editar en mi blog para que esa información no se pierda. Y comienzo por el texto sobre Juan Espantaleón Perea, es decir, el padre, sin quitar ni poner nada, incluso respetando alguna inexactitd.

Célebre actor cómico que adquirió innegable compromiso con la Historia del Teatro en el siglo pasado, y que en el presente aún perdura en el recuerdo de algunos aficionados, que tuvieron la suerte de alcanzarle en su meritísima labor. Nació en Úbeda, provincia de Jaén, el día 5 de octubre de 1845, hijo de Francisco Espantaleón y de Mariquita Encarnación Perea, modestísimos menestrales, que para vivir tenían que afinar el ingenio en diversas actividades, para mantenerse y mantener a sus tres hijos, Juan Bautista, el mayor; Aniceta y Juanetico, el pequeño, al que para diferenciarlo de su hermano primogénito, fue bautizado con el nombre de Juan Nepomuceno Plácido del Rosario, en la Parroquia de San Pablo.


   Entre las muchas actividades del padre, honradísimo y pobrísimo, como es natural en nuestra patria, figuraba la construcción de guitarras, tallista, marmolista y tantas cosas más para ganar el mísero pedazo de pan. Uno de esos hombres que lo realizan todo tan habilidosamente, sin maestros que les enseñasen, pero con una gran intuición artística. En el salón de Sesiones del Ayuntamiento de Úbeda figuraba un gran retrato al óleo de Isabel II firmado por él, y en una iglesia de la villa, un San Cristobalón. También en la talla fue notable pues con un simple cortaplumas, hizo un Crucifijo –entre lo que yo he conocido en casa de su hija Aniceta-, que era primoroso y de gran belleza.

   Discurrió la infancia de nuestro biografiado con la asistencia a colegios de primera enseñanza, y ayudando a su padre como aprendiz en sus múltiples oficios, hasta que la muerte vino a entristecer aquel modesto hogar con la desaparición del cabeza de familia y tuvieron todos que afrontar, cada uno por su cuenta, la disminución de ingresos que apareció en aquella casa que, aunque de su propiedad, más algunas tierrecillas, no resolvía el problema del pan nuestro de cada día. El mayorcito entró de aprendiz en una sastrería y luego, más tarde, fue a Jaén de oficial para aprender el corte en la misma sastrería de la que luego fue dueño. Aniceta ayudaba a su madre y, en ausencia de ésta, que era reclamada por algunos conocimientos en festividades y días de extraordinario en la mesa, pues era famosa por su buen condimentar en la cocina, cuidaba del pequeño Juan Nepomuceno, aún demasiado niño para poder aportar su óbolo al bien general. Luego, al ausentarse su hermano, ocupó su puesto de aprendiz en la sastrería y empezó, al mismo tiempo que las primeras letras, el aprendizaje del oficio. No padecieron miseria, pero sí restricciones. Las tierras, pequeñas, daban lo suficiente para que los olivos dieran el aceite del año, la casita era de ellos, cuatro o cinco gallinas, algún huevo un día sí y otro no. Y luego las manos de Mariquita Encarnación, que hacía milagros con las limitadas viandas que suministraban el yantar diario. Juan Bautista se aplicaba en Jaén al oficio, en el que demostraba grandes disposiciones, y Juan Nepomuceno alternaba la escuela con el aprendizaje y algunas funciones de aficionados que representaban comedias, en las que nuestro mozalbete, fresco, rollizo, gordinflón y de cara sonrosada, interpretaba algunos papeles de mujer, porque las chicas del pueblo no querían trabajar en las comedias. Únicamente había una, Dominga Torres, una chicuela de gran desparpajo y genio que al cabo de los años –de muchos años- fue la suegra de Juan Espantaleón, nuestro incipiente cómico. En estos años transcurridos, Juan Bautista, ya cortador de sastre y de ambición ilimitada, llamó a Jaén a su hermano menor, para que ocupara su puesto en la sastrería, y él marchó a Madrid, contratado como cortador de la primitiva firma Peñalver, de gran fama en el comercio de la sastrería.

   Y allí, en Jaén, alternaba su oficio con representaciones teatrales en el Ateneo Jienense, bajo la dirección de don Joaquín Ruiz Jiménez, revelándose en sus pocos años como un estupendo actor y mereciendo el honor de ser señalado como tal en “Pretéritos y Presentes”, periodiquito que se ocupaba de las inquietudes artísticas de la sociedad de Jaén, entre los que destacaban Manuel Córdoba, Ramón de la Higuera, Julián Herrador, Emilio Ruiz, con las señoritas María Jiménez, Eduardo Plá, Pilar Lechuga y Luisa de Miguel Bonilla.

   Así continuó, entre la aguja y Talía, hasta que su hermano lo llamó a Madrid, para participar en sus trabajos. Tomó la Galera acelerada, total, seis o siete días de viaje desde Jaén a la Corte en aquel carromato donde al llegar la noche se acampaba en medio del campo, para descansar las doce horas de trabajos forzados que significaba el viaje en aquella carreta con asientos de durísima tabla, donde se padecía el tormento de no saber de qué forma sentarse al cabo de cada jornada… Y llegó a Madrid en la mañana de lo que había de ser célebre y luctuosa Noche de San Daniel. 



   Su curiosidad lo llevó al centro de Madrid, y por conocer la Puerta del Sol se encontró de hoz y coz metido entre los estudiantes en la terrible silba que organizaron, con algún que otro cascotazo a la fuerza pública, hasta que se abrieron las puertas de Gobernación, y salió el escuadrón que estaba acuartelado en el patio, y atacaron a los estudiantes a sablazos, corriéndolos por todas las calles adyacentes sin compasión. El forastero corrió por la calle de Carretas, perseguido por un guardia-centauro, y pudo ganar un portal en el momento en que el portero cerraba la puerta, deslizándose por debajo del brazo, mientras el guardia clavaba su sable en la madera del portón. Allí permaneció toda la noche, sentado en un escalón de la escalera, mantenido por un pedazo de pan, con algo de la cena del portero, hasta que a la mañana siguiente, bien entrado el día, salió a la calle después de la primera aventura matritense, en busca de su domicilio, donde la intranquilidad y el desasosiego de su hermano, que lo creía perdido en las calles y en los sucesos de la noche anterior, estaba a punto de llevarle a la desesperación por la responsabilidad de haber dejado a su joven hermano expuesto a los peligros de la Villa y Corte.

   Todo se solucionó, pronto el joven ubetense se familiarizó con la calle, y en las horas libres que le dejaba su oficio de sastre a destajo, trabajando en su domicilio y cobrando sus treinta reales fuertes por una levita, prenda obligada en todo ciudadano, cosida a mano totalmente, los dedicaba a satisfacer sus aficiones teatrales, concurriendo a los espectáculos que sus modestos medios económicos le permitían. Siempre, como es natural, bajo la inspección de su hermano, escarmentado del episodio del primer día de su llegada. En un periódico leyó que se pedían meritorios para el Teatro de Novedades, sede del género melodramático, que dirigía don Vicente Yáñez, y allí se presentó solicitando una plaza, con el que luego fue también famoso actor don Donato Giménez. Fueron admitidos y sacrificando unas horas a su descanso, asistió puntualmente a todas las representaciones, que entonces, en todos los teatros. eran exclusivamente por la noche, y así alternaba su desmesurada afición con lo que le deba de comer. 



   Una noche que el mocete presenciaba la representación de “Lucrecia Borgia” entre bastidores, bien porque hubiese poca gente o porque el actor encargado del galán quisiera abreviar su estancia en el local, como no le quedaba otra intervención que un grito entre cajas, que indicaba el momento de ser apuñalado por los sicarios de la protagonista, le dijo al segundo apunte:

   -Tú da el grito por mí, que yo me voy a vestir para irme a la calle.

   Y efectivamente, al llegar el momento, le dijo a nuestro héroe que, con los ojos como platos presenciaba lo que pasaba en escena desde una caja:

   -Tú da un grito fuerte.

   Y efectivamente, cogido de improviso y sin saber por qué lo hacía, lanzó un chillido tan prolongado y lastimero, tan agudo y gorgoteante, que más que grito fue un aullido. El público, el poco público que había, rompió a reír primero y, luego, un soberano “meneo”, y el actor que ya estaba en bragas, cogió la espada y se lanzó por el corredor persiguiendo al desgraciado que, por obedecer, había desatado las iras del respetable.

   Este fue el debut de Juan N. Espantaleón en Madrid, a los 17 años.

   Continuó trabajando en sus dos oficios e hizo la temporada completa y la siguiente en el Teatro Novedades empezando la cuesta espinosa de la profesión teatral como debe cursarse: desde los papeles más modestos, aprendiendo la mecánica escénica y poquito a poco alcanzando desde meritorio a racionista y luego a segundo galán joven.

   Al año siguiente alcanzó la inmensa dicha de ser contratado en una compañía de provincias, con seis reales de sueldo –cuando se cobraban- y obligación de vestirse. Esta comprendía tener el equipaje de época, una trusa pobre con calzado; un chambergo negro completo; y del día un traje negro, una levita y un traje de frac. Claro que para Espantaleón esto significaba poco, la levita y el frac se los hizo su hermano. Los trajes de época se los hizo él ¡y a vivir la vida de cómico! Una noche en Burgos, siendo Nochebuena, no se cenó porque no había con qué, y resignadamente se metió en la cama devorando su amargura, quizá pensando en la cocina de su casa, donde Mariquita Encarnación, su madre, y Aniceta, su hermana, comerían un pavipollo bien relleno, con pasas, castañas y manzanas, y su gran fuente de gachas, con sus coscurros de pan frito, cubierta de miel y anises de colores, y una gran lumbrarada en el hogar de la cocina.

   A las dos llegó un compañero, un poco alegre de vino y de juventud, que al encontrárselo acostado y con los ojos llenos de lágrimas, se empeñó en levantarlo y que se visitera, para celebrar la Nochebuena, y que quieras que no se lo llevó a la calle. Entraron en una taberna, entre cantos, panderos, almireces y gritos, y pidió vino.

   -Mira –le dijo-, no te ofendas no molestes, prefiero un pedazo de pan y una rebanada de queso.

   - Pero, ¿es que no has comido?

   - No, no he probado bocado desde ayer… como no nos han pagado…

   Así fue la cena de Nochebuena de 1863.

   En los dos años después transcurridos, en que se fue afianzando en el teatro y mejorando, como es natural, de colocación en las compañías, la hermana, para la que también habían pasado los años, quería casarse y la madre escribió a Juan Bautista, ya maestro cortador en Madrid y a Juanetico, si querían ceder para Aniceta la parte de la modesta hacienda heredada del padre, para costearle el ajuar de boda y atender a los gastos que se avecinaban. A los dos hermanos les faltó tiempo para ceder la parte que les correspondía en su favor; pero al año siguiente llegaron las quintas, y había que volver a Úbeda, renunciando de momento a las glorias de la Farándula.

   Sorteó sacando un número bajo y, por lo tanto, tenía que ir al ejército. Como esto significaba el fracaso de todas sus ilusiones y no cabía la redención a metálico por no estar autorizada por aquella época, había que buscar un sustituto, pero esto significaba un gasto enorme, y ya no tenía el recurso de vender su patrimonio para pagar los ocho mil reales que se exigían por la sustitución. Los amigos le aconsejaron que hiciera el amor a una viuda que le doblaba la edad, pero que en Úbeda tenía fama de rica y que estaba muy encandilada con el elemento joven, y como él lo era y bastante guapo, podía casi tener la certeza de ser admitido y pagar lo que necesitase para encontrar el que en lugar de él fuese a cargar con el chopo. Y así ocurrió, se arreglaron los futuros novios, se planteó la cuestión metálica, encontraron al hombre que se comprometía a hacer el servicio militar… por segunda vez, ya que el fulano era soldado cumplido, pero quería diez mil reales.

   Se prepararon los esponsales y se casaron, un muchacho de veinte años y una mujer de más de cuarenta. Se entregó el dinero al sustituto, se verificó el alistamiento y al año desertó el tal, y buscaron al inocente, que perdió el dinero, la libertad y fue incorporado al regimiento de Artillería de Plaza, de guarnición en Zaragoza. El único bien para él fue el separarse de aquella pobre mujer, con la que no podía convivir y que posteriormente y hasta su muerte, fue atendida por él con lo que le permitían sus ingresos.

   Al estallar la guerra civil, fue movilizada la Guardia civil, para proteger las poblaciones del norte de España, y entonces fue trasladado el regimiento de Artillería de plaza desde Zaragoza a Madrid.

   ¡Otra vez en la Corte! A los dos años fue licenciado y otra vez a su antigua y tan amada profesión del teatro.

   Entretanto, su hermano, con los ahorros logrados y su renombre de cortador de primera, volvió a Jaén y tomó la tienda donde realizó sus primeras armas de sastre en un portal de la calle Maestra nº 11. Engrandeció el local y se instaló en él, siendo el sastre preferido de Jaén y toda su provincia donde, si bien se cobraba más que en ninguna otra sastrería, también es verdad que se atendía a los clientes como en ninguna parte.

   Asistían a una tertulia que se formó en la trastienda, lo más destacado en ingenio y gracia de todos los intelectuales de la capital, que le contaban los pelos del rabo al demonio y cuyas bromas eran célebres y temibles. A este parnasillo eran asiduos concurrentes Eduardo Claver, Bernardo López García, Antonio Almendros Aguilera, Manuel Montero Moya, don Antonio Ruiz Nieto, don José Illana, Ruiz Jiménez, Manolito Córdoba y tantos otros guasones dispuestos a tomarle el pelo, desde el Excmo. Sr. Gobernador Civil, al Ilmo. Sr. Obispo de la diócesis. Se fundó el periódico satírico “El Chirri”, pánico de viudas, casadas y solteras, y pesadilla de politicastros desaprensivos y gananciosos.

   Pero volviendo al protagonista de estas cuartillas, al cumplir su misión militar, entró en la compañía de Wenceslao Bueno, ya de actor genérico, y, como de costumbre, aquí me caigo y aquí me levanto en lo que se refería al pago, andaban las cosas un poco atrasadillas, con la agravante de que el primer actor era excesivamente aficionado a los juegos de azar, como si no fuese bastante azar las empresas teatrales. El caso es que cuando se decía por la compañía que había juego en la población donde actuaban, todos sufrían el colapso terrible de tener la casi seguridad del ayuno forzoso. Los hombres del elenco se situaban a las puertas de la casa de juego, esperando la aparición del empresario, y cuando este salía todos miraban su cara con verdadera ansiedad. Generalmente empleaba la misma fórmula:

-        ¡Qué desgraciados sois, hijos míos!

   Ya se sabía que aquella semana no se cobraba. 



   En una de las temporadas primaverales en Madrid, se presentó en el Teatro Español –aunque no sé si ya se llamaba así-, con su compañía. Llegó tarde al espectáculo el crítico y censor don Narciso Serra, y al comentar con el autor teatral don Salvador María Granés, que empezaba a darse a conocer y ocupaba una butaca inmediata a la de don Narciso:

-        ¡Caramba, llego tarde, llego tarde! Oiga, quién es Bueno?

-        Ninguno – contestó rápidamente el maldiciente Granés.

   De aquella compañía pasó a la de don José Mata, de característico.

   Estrenó los teatros Rojas de Toledo, en 1878, con la compañía de don José Mata y “Una suegra como hay mil”, como asimismo el Teatro Romea de Murcia con la misma compañía. Por cierto, y como anécdota, en el concurso que se abrió entre los pintores de más fama para el telón de boca del Teatro Rojas de Toledo, se llevó el premio el Sr. Busatto y para que el boceto no fuese confundido, plantaron el sello del Ayuntamiento en medio del boceto, que era una maravilla, encareciendo mucho al pintor que se atuviese estrictamente al original aprobado. Cuando en la víspera de la inauguración y con el teatro lleno con lo más principal de Toledo, se empezó a subir el telón arrollado, vieron, con estupor y asombro, que en el centro del telón, donde figuraba la efigie del inmortal poeta Rojas, declamando sus versos en el Parnaso de los Dioses, se veía el sello del Ayuntamiento en escala proporcional al tamaño del telón, que decía: “Ayuntamiento de Toledo. Presidencia”. Se armó el alboroto padre y el alcalde, indignado, trepó al escenario increpando al pintor. Y éste tranquilamente le dijo:

-        ¿No quería usía que fuese igual al boceto? Pues ahí está. 



   Todo se resolvió mandando bajar el telón nuevamente y con un cortaplumas descoser el parche postizo que estropeaba el magnífico telón de boca.

   También en Cádiz actuó, la que ya era magnífica formación, aumentándose el elenco con Enrique Sánchez de León, prestigioso segundo galán, aunque un poco afectado en su declamación, que al poco tiempo pasó al Teatro de la Comedia de Madrid.

   Se acababa de estrenar la obra dramática de Echegaray “En el seno de la muerte”, que había sido clamoroso, y se apresuraron a pedirla todas las compañías que actuaban en provincias. Como don José Mata gozaba de gran prestigio y le comparaban con el genio de la escena española, don Antonio Vico, Echegaray, por la premura del tiempo, no esperó a que la comedia estuviese totalmente impresa, y mandaba en galeradas las primeras escenas de la obra para que fuesen ensayando. Esto trajo por consecuencia que la compañía se sabía perfectamente el primer acto; menos el segundo, y nada el tercero, cuyas cuartillas llegaron la víspera de su estreno en Cádiz, por el que había una gran expectación. No hubo ni tiempo para copiar los papeles y entre los intérpretes del último acto se repartieron las galeradas impresas; se ensayó después de la función hasta el agotamiento, después de dos que hicieron por la tarde. Todos, con el deseo de salir airosos de la prueba, cuando terminaron a las cuatro de la madrugada, en vez de retirarse a descansar, se fueron a estudiar a sus respectivos domicilios. Todos, menos Enrique Sánchez de León, que con unos amigos se fue por los colmados, y unas copas y un poco de pescadito frito, y aquí pago yo la ronda… ahora me toca a mí… que la del alba sería cuando llegó el buen don Enrique a su domicilio, que compartía con Espantaleón, un tanto alegre y optimista. Espantaleón, que estaba en la cama estudiando, le dijo:

-        Parece mentira, Enrique, que sabiendo el compromiso en que nos encontramos te hayas ido de juerga precisamente hoy, en vez de ponerte a estudiar.

-        Mira, Juan, el estudio material es para los cómicos adocenados, como tú. A mí me basta saber la psicología del personaje.

   Mi buen Juanetico se dio media vuelta en su cama y se dispuso a dormir, después de rumiar la psicología.

   Al día siguiente, en el estreno, se aclamó el primer acto con gran entusiasmo, en el cual acababa su intervención nuestro amigo, por hacer el personaje del francés Berenguer, al que matan al final del acto primero. Pero la curiosidad y el interés lo retuvieron en el escenario hasta terminar la representación. En el tercer acto, los “resbalones” se sucedían unos a otros, debidos a la inseguridad de los actores y a los nervios desatados, más acentuados al aproximarse el final, después del éxito alcanzado en los dos actos primeros. Don José Mata dijo:

“- Matarte sí debí matarte

     cuando de amores loco

     ceñí mis brazos

     a tu largo cuello” (en vez de “blanco”)

   Lo que dio ocasión a que un ingenioso del público dijese: “¡la jirafa!”.

   También la dama “patinó” un poquito; pero el que batió el record fue don Enrique Sánchez de León, que se metió en las frondas de un jardín tan espeso, que no puedo salir de él incólume, siendo castigado por el público con un “meneo” tan intenso como prolongado. Espantaleón, junto a la caja, le dijo:

-        ¡Toma psicología! – devolviendo así la botaratada de don Enrique.

   Pero este, rencoroso, no volvió a hablar a Espantaleón, hasta que al cabo de cincuenta años, en una asamblea de actores en el Teatro de la Princesa se acercó a saludarle. Tal fiatto tenía el amigo.

   En Málaga, por una circunstancia fortuita y lamentable, encontró la verdadera orientación de su vocación artística.

   En los teatros de provincias, en ciertas capitales, el abono tenía el derecho a recusar a algunas actrices o actores que no fueran de su agrado. Y esto ocurrió con el actor cómico de la compañía de don José Mata, que fue rechazado por la Junta de abonados del Teatro Cervantes. Se buscó en Madrid quien lo sustituyese y debutó otro actor cómico, y a éste fue el público quien lo rechazó, y entonces, por probar y como último recurso, sacaron a nuestro hombre y obtuvo un éxito muy lisonjero. Así continuó la temporada, haciendo el característico del drama que representaba don José, y luego saliendo a hacer la pieza con que terminaba el espectáculo. Hasta que, al acabar la temporada, planteó el problema de ocupar uno u otro puesto, pero no los dos conjuntamente, y entonces el señor Mata le dijo:

-        Tú eres y serás actor cómico, y desde ahora eres el primer actor cómico de mi compañía.

   Y así fue, por voluntad de Dios. Un gran actor cómico, de una gran naturalidad, sacrificándolo todo a la verdad, de una vis cómica extraordinaria y juvenil, que le llevaron a medirse con los mejores de su época. No se caracterizaba nunca, variando sus personajes por la movilidad de su gesto y unas manos maravillosas que le ayudaban en la expresión. Únicamente como complemento de su arte utilizaba una peluca, con lo que transformaba por completo la caracterización del individuo que representaba. Fue popularísimo en toda España, pero sobre todo en Andalucía, donde le profesaban una verdadera idolatría. Francisco Verdugo Landi, cultísimo periodista, fundador de “El Nuevo Mundo” y “La Esfera”, habló siempre de él con gran elogio, y en “La Unión Mercantil”, Navas le decía:

                        Si el secreto de la risa

                        Albarrán nos descubrió,

                        Usted su heredero ha sido.

                        Siga con Espantaleón

                        Esa venda inagotable

                        Que destierra el mal humor.

   En una de las paradas que hacían en Madrid, buscando alojamiento, le recomendaron en la calle de Serrano una pensión o casa de huéspedes, donde una señora de Úbeda, con una hija bordadora, admitía por módico precio un huésped o dos. Llegó a la casa y su sorpresa fue extraordinaria al encontrarse con Dominguita, la chicuela que hacía con él comedias de aficionados. Se quedó en la casa y la simpatía y el afecto prendió en nuestro hombre, que se enamoró de la hija de Dominguita, la bordadora Luisa, y al cabo de algunos años, al enviudar y romperse el angustioso nudo que le tenía preso, se casó con la chiquilla, a la que llevaba bastantes años, y como ya sus ingresos le permitían sostener una familia, levantaron la casa y madre y esposa fueron a viajar con él.

   Terminadas las temporadas teatrales y en un momento de colapso, en que pocas formaciones se hacían, las compañías de verso en paro forzoso y sin vislumbrarse una reacción y un porvenir claro, recibió la proposición de don Enrique Zoppetti, para trabajar la temporada de invierno en Zaragoza, en el Teatro Circo Pignatelli… pero en compañía de zarzuela, y sin encomendarse a Dios ni al diablo, aceptó; él, que nunca había cantado, ni afeitándose en su casa. Se presentó en Zaragoza y el maestro Pérez Soriano, un aragonés hasta la médula, que era el director de orquesta, le preguntó con qué zarzuela quería debutar.

-        Con la que usted quiera. A mí me da igual.

-        No; se lo pregunto, porque los primeros actores tienen su predilección por la obra en que más se lucen.

-        Los primeros actores que han cantado alguna vez, puede.

-        Pero usted, ¿no ha cantado nunca?

-        No, señor.

-        ¡¡Mecachis en diez!!

-        ¡Y yo en veintidós!

   Después de ese escabroso preliminar, el maestro se puso al piano y empezó a buscar entre las partituras de los últimos estrenos de Madrid, la que pudiera ser más fácil para el nuevo y flamante cantante: “Los feos” fue la elegida para el debut, con la sola condición de hacer antes una comedia en un acto. Afortunadamente fue todo un éxito, estrenándose a continuación “Artistas para La Habana”, “Torear por lo fino”, “Cómo está la sociedad” y tantas otras que, en el transcurso de tres años consecutivos, en que una zarzuela seguía a otra y un éxito anulaba el anterior.



   Volvió luego a Andalucía, donde implantó el género por horas en Málaga, Córdoba, Granada y en Sevilla, donde tuvo el honor de ser protegido por S. M. la Reina Doña Isabel II y contar con la amistad de tan egregia dama.

   En un desfile militar, al cruzar el aquilón que llevaba nuestro hombre por delante de la tribuna regia, S. M. mandó que tocase la banda que estaba al pie de la tribuna, el bolero de “Torear por lo fino”, mientras el actor, avergonzado, se ocultaba en el fondo del simón.

   De un periódico de Málaga: “Cuando se estableció el género chico y el teatro por horas, Espantaleón formó compañía e hizo este género con el mismo éxito que la comedia. Recordamos con deleite la actuación de este admirable cómico, dominador de todos los recursos escénicos. Su arte es un arte plácido, sin máculas de afectación y, mucho menos, de trucos y amaneramientos; un gesto, un ademán, una exclamación suya, valía por un parlamento o una situación ingeniosa (F. V. L.)”.

   Entre tantos éxitos y temporadas, que aún se recuerdan por sus ingresos excepcionales, levantó un modesto capitalito –veinticinco mil duros-, que en aquella época era una fortuna muy respetable; pero su afición a ser empresario le arruinó. La temporada de ópera en el Teatro San Fernando, de Sevilla, durante la Feria de 1886 en que, por hacer un tiempo espléndido el público se retrajo de todos los espectáculos, a pesar de la bondad de los dos cuartetos del Teatro Real de Madrid, con las figuras más notables de bel canto, no sirvió más que para dejar sin blanca al empresario que, a pesar de la protección de la Casa Real, que pagó por el palco reservado para ella una importante cantidad, no tuvo más remedio que al acabar su compromiso que levantar el campo y marchar a Jaén, al lado de su hermano, a reponerse del susto que le había producido el verse en la calle de la noche a la mañana.



   Allí, la tranquilidad, el ambiente cariñoso de los amigos de la infancia, el carácter alegre y bullicioso de éstos, con la paz y el pan asegurado en casa de su hermano, hicieron el milagro de hacerle olvidar, poco a poco, el quebranto de su fortuna. El Portalillo, como se llamaba a la sastrería de su hermano, seguía tan simpática y divertida como siempre. Un día llegó el Gobernador Cano y Cueto, con la pretensión de que le arreglaran una levita, para presidir las procesiones de Semana Santa. Todos los sastres son enemigos de esas chapuzas, sobre todo, cuando las prendas son de distintas manos. Pero como era el Gobernador…

-        Tráigala usted y veremos lo que se puede hacer.

   Cano y Cueto le llevó una prenda antigua y sin arreglo.

-        ¿Qué, maestro, cree usted que la puedo llevar?

-        Si tiene usted riñones para eso, sí –le contestó Juan Bautista, con el regocijo general.

   Se organizó en El Portalillo, entre los concurrentes, una sociedad para tomar el Teatro primitivo, que pertenecía al Casino, formar una compañía de verso y que actuase con la dirección de Juan Nepomuceno… En Sevilla había algunos elementos, otros se bajaron de Madrid, y con muy poco gasto se empezó a trabajar, más que con vista al negocio a buscarse una distracción. Poca gente iba al teatro, pero eso importaba poco. A uno de ellos se le ocurrió montar “La Gran Vía”, que en todas partes era un éxito y que en Jaén no se había representado aún. Precisamente la compañía de don Miguel Cepillo, que estaba en Cádiz, la acababa de representar, a pesar de ser una compañía dramática. Total, que por muchas razones que expuso el amigo Espantaleón, entre ellas el decorado preciso para la revista, para todo se daban facilidades; se conformaban a que no hubiese decorado, con el de la dotación del teatro había bastante; se pidió la música al archivo de la Corte, se compraron los libretos y, con los minúsculos elementos de la compañía, se repartió y se montó. Y llegamos a la representación. Todo el teatro lleno, en las plateas lo mejorcito de Jaén. Los proscenios ocupados por los amigos del Portalillo que, a su vez, eran empresarios. La compañía, convertida en zarzueleros, cantaron como pudieron el número de entrada, los marineritos y todas las intervenciones de los coros. Alfredo Cruz, en el Caballero de Gracia, los Ratas, uno de ellos el propio Espantaleón; en fin, todo iba como una seda, hasta la primera actriz, que cantaba El Eliseio y La Pobre Chica con garbo y simpatía, y llegaron al final en el que se anuncia la inauguración de la Gran Vía… y cayó el telón de calle, que era el de la dotación del teatro… y entonces ocurrió que aquellos guasones, que habían metido en aquel lío a Espantaleón y que además eran los empresarios, empezaron a vociferar desde sus palcos:

-        La Gran Vía, que salga la Gran Vía! ¡La Gran Vía! ¡La Gran Vía!...

   Y el resto del público que, claro está ignoraba la broma, empezó a hacer causa común con los protestantes, y el teatro clamaba a voz en grito:

-        ¡La Gran Vía! ¡Que salga la Gran Vía! – y a gritos feroces, a los que se unió todo el teatro, aullaban: - ¡La Gran Vía!

   Entonces, Espantaleón, que al principio lo había tomado a broma, viendo el sesgo que tomaba el asunto, se adelantó a las candilejas y les dijo a los vociferantes:

-        ¿La Gran Vía? ¡Aquí la tienen ustedes! – y levantándose los faldones del frac, le enseñó al público la parte más carnosa de su persona, en donde la espalda pierde su nombre.

   Lo que empezó en una broma, pudo terminar en tragedia. El público, que ignoraba los antecedentes y la “asadura” de los iniciadores de la broma, lo tomaron por donde quema, y la indignación y la protesta fue tan grande, que la Guardia Civil tuvo que intervenir para proteger a los cómicos. 



   Al día siguiente, en el primer tren, salió la compañía para Sevilla, y Espantaleón para Madrid, y estuvo más de diez años sin volver por su patria chica. Y así terminó el estreno, la temporada y la flamante empresa de “La Gran Vía”.

   Al llegar a Madrid, formó para el Teatro Novedades una gran compañía, siendo empresa los revendedores y figurando en ella las primeras tiples hermanas Segura, Concha y Paca, Patricio León, Gordillo. Precios populares, con llenos rebosantes, que determinaron la ruina de muchas tabernas del barrio, y amenazas por parte de los taberneros.

   Una correría por provincias con la magnífica tiple Concha Martínez, insuperable en el género y creadora de personajes inolvidables, entre ellos, el torerillo de “¡Caramelo!”.

   Otra vez Madrid, cinco años explotando heroicamente el Teatro Martín, con compañía de verso y perdiendo en él hasta los calzoncillos blancos.



   Días antes de la inauguración de la temporada, recibió un telegrama con la noticia del fallecimiento de su queridísimo hermano Juan Bautista, ocurrida en Jaén, a causa de un ántrax maligno. Abandonó todo por llegar a ver, aunque fuese muerto, al que había sido para él como un padre, protector y amigo, su verdadero mentor. Los amigos del Portalillo le acompañaron en tan tristes momentos; aquellos mismos de la célebre broma. Tuvo que salir para Madrid, porque el debut anunciado no se podía retrasar. Pidió que le reservasen de su hermano las gafas que habitualmente usaba y sus tijeras de cortador. Pero ninguna de las dos cosas pudo lograr. La viuda del hermano, de la cual estaba separado hacía muchos años, entró en la tienda, se apoderó de los géneros y de todo lo que en ella había, y lo vendió a cualquier precio y de cualquier forma. Los amigos, los que formaban la célebre tertulia y en recuerdo del desaparecido amigo, en la Plaza de la catedral –Santa María creo que se llama- al lado del Palacio Obispal, tomaron un departamento bajo al que llamaron, en recuerdo feliz del otro que desapareció, al desaparecer su fundador, “El Portalillo, 3 x 8 = 24. 8 x 3 = 24”, y que aún perdura, donde se reunían los amigos -¡ay, amigos de otra época!- en que la juventud y la alegría eran su patrimonio.

   Terminadas las temporadas de Martín, con un saldo en contra muy considerable, volvió a Sevilla para inaugurar el estreno del Teatro del Duque. ¡Otra vez género chico!, con Julia Segovia y Patricio León. En esta temporada se estrenó “El tambor de granaderos”, que fue un alboroto y que se sostuvo durante años en cartel. 



   Nuevamente la popularidad, el buen negocio, los llenos, el dinero… Espantaleón era un hombre ocurrente y de ingenio un poco infantil. Algunos de sus dichos y ocurrencias han pasado a la fraseología del pueblo y que sería inútil reunir aquí, por ser excesivamente copiosos. Pero anotaré uno que se hizo muy popular. Presenciaba el encierro de los toros con su íntimo amigo Jacinto Jimeno, en la puerta de la Plaza de la Maestranza, de cuya empresa era representante dicho amigo. Don Juan –ya era don Juan-, estaba muy inquieto y deseoso de quitarse de lo que formaba la manga, por donde el ganado entraba al redondel, y que era un sitio peligroso, porque los toros vienen achuchados por los mansos y los garrochistas desde la Palmera, y ponen al galope a los toros.

-        Vámonos dentro, Jacinto, que va a llegar el ganado.

-        No, hombre, aún no son las seis, hay tiempo.

-        - Mira Jacinto, que me parece que ya se oyen los cencerros de los mansos.

-        ¡Caramba, no seas pesado! Ya te diré cuando nos tenemos que quitar.

-        ¡Jacinto, que ya están aquí los toros!

-        ¡Oye, pues es verdad!

   Jacinto se planchó contra el muro de madera de la manga, pero Espantaleón, más grueso, menos ágil y con más miedo, lo que hizo fue correr delante del encierro para ver si podía ganar el redondel; pero fue atropellado por el manso que iba delante de los toros y entregándose a su destino dijo al tirarse al suelo:

-        No corras, torito, que cómico tienes.

   Esta frase quedó en forma de refrán como sinónimo de no poder escapar a su suerte o destino. 



   Y vamos llegando al final, donde todo se podía resumir en una vida de trabajo, resplandecida por una aureola bien ganada de meritísima labor.

   Estrenó el Teatro Imperial de Sevilla. Trabajó en el Teatro Alhambra de Madrid, y en el de Lara, por salvar a la empresa del compromiso de no tener primer actor –por la muerte de Manolo Rodríguez-, para el debut, porque don José Rubio y doña Matilde Rodríguez estaban en América y no llegaron para la fecha señalada para la inauguración. Estuvo todo el año teatral y la temporada de provincias, y al final le regaló el señor Lara, don Cándido, y el señor Yáñez, don Eduardo, una fuerte cantidad a la que Espantaleón, con su gracia característica, aunque un poco melancólica, llamaba “los funerales de primera”.

   El único sitio de donde se despidió al decidir su retirada, fue en Málaga, en cuyos teatros fundó su reputación de gran actor cómico, y donde siempre encontró el éxito y el cariño. Estrenó en sus teatros Cervantes y Principal “El Señor Gobernador”, “San Sebastián, mártir” “El padrón municipal”, “Robo en despoblado”, “Lo que vale el talento”, y tantas otras, primorosos pasatiempos, canela fina, que representaba de un modo inigualable. En “El Señor Gobernador”, interpretado en Sevilla ante SS. MM.  Don Alfonso y Doña Victoria Eugenia, el Rey (que Dios goce), llamó a su palco al genial actor, felicitándole y asegurándole que no se había reído en su vida tanto como aquella noche.

   La última vez que estuvo en Jaén, estaba denunciado el viejo teatro de la calle Colón, y actuó con su compañía en el Nuevo Teatro Cervantes, reapareciendo con el estreno de “Los intereses creados”, jornada memorable entre los aficionados, donde interpretó el papel de Pantaleón, con el éxito que alcanzaba en todas sus representaciones.



   Ya doblaban sus espaldas el peso de los años y el de la gloria acumulada en su larga vida de actor.

   Enrique Chicote dice en un libro por él publicado el siguiente comentario: “Nadie le igualó en naturalidad y pocos consiguieron aquel tono, aquella variedad expresiva que difundía con idéntica destreza patéticas emociones que sensación de jovialidad.” Por el contrario, en algunas ocasiones suavizaba los efectos teatrales acumulados por los autores, para convertirlos en realidad y verismo.

    Hacía reír sin agregar por su cuenta nada que pudiera desnaturalizar el tipo encomendado. Cuando callaba, para escuchar, nunca distraía la atención del público hacia sí; al contrario, avaloraba lo que decía el interlocutor. Una de sus amarguras era que el público veía más en él al gracioso que en calidad de actor.

   En la velada necrológica que se verificó en Málaga a la memoria de don Rafael Calvo, muerto prematuramente, para dolor del arte, en el Teatro Cervantes, en medio de una gran emoción y ante el retrato del inolvidable artista, fueron leyéndose poesías por actores, actrices, discursos por los directores de periódicos y de las Academias Malagueñas. Pues bien, en medio de aquel silencio emocionante y respetuoso, cuando Espantaleón, lleno de sincero dolor, se levantó para leer la poesía a él encomendada, los ojos llenos de lágrimas y el corazón acongojado, el público, sin poderlo evitar, rompió en una carcajada, quebrando la emoción que hasta aquel momento invadía a todo el público. Y es porque su gracia sobrepasaba hasta el dolor de la muerte.

   Los cómicos de su tiempo, Miguel Cepillo, Donato Giménez, don Rafael y don Ricardo Calvo, Joaquín Arjona, Antonio Vico –que le llamaba hermano en el Arte-, y don José Valero, que comentaba de él en la interpretación del Simplicio de “El maestro de escuela”, que el público debía pagar a onza de oro el presenciar su labor en la comedia.

   Con la representación de “La ducha” y “El intérprete” dijo adiós a su vida de artista en el Teatro Cervantes de Málaga.

   En su hogar de Madrid, al lado de su esposa y de sus hijos Juan, Ángel y de su hija política María Victorero, y sus nietos Juanito, Angelito y Anita, a los 75 años, entregó a Dios su alma el día 24 de diciembre de 1920 el gran artista que había hecho reír a tres generaciones.

 



   Comunicada telegráficamente a Jaén y Úbeda su defunción a los ayuntamientos de su nacimiento y patria de adopción, no correspondieron estos a los merecimientos de su ilustre hijo, legítima gloria del Teatro Español, y el silencio más desdeñoso fue la oración fúnebre de sus paisanos.

4 comentarios:

  1. Un documento interesantísimo para la intrahistoria teatral. Muy bien, José Romera

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  2. Parece sacado de un cuento, me ha gustado muchísimo!. Un abrazo

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  3. Que rato tan delicioso he pasado con la lectura de este artículo. Muy interesante. Gracias.

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