La narrativa inglesa frecuentemente ha ambientado sus novelas en grandes mansiones de la aristocracia o de la alta burguesía. De esta inclinación no se han librado ni siquiera los autores del género criminal, comenzando por la propia Agatha Christie, matriarca del mundo detectivesco. Pero ni ella ni nadie se atrevió jamás a situar un asesinato dentro del Palacio de Buckingham. En esta aventura se embarca la escritora S. J. Bennett quien elige como escenario no el emblemático edificio londinense sino el castillo-palacio de Windsor, residencia preferida de Isabel II (justo mientras escribo estas líneas, leo que ella se ha retirado a vivir allí). Y no solo eso, sino que entre aquellos muros sucede un primer asesinato -habrá dos más-, durante la estancia de Su Graciosa Majestad, con motivo de las vacaciones de Pascua. El título, pues, remite al escenario del primer crimen y donde se desarrolla gran parte de la novela. Pero también al “nudo Windsor” de la corbata, en el que han de encajar los pliegues de la corbata de un modo simétrico.
En esas frecuentes estancias, Isabel suele organizar veladas con grupos reducidos de amistades o allegados que llevan consigo pernoctar en la mansión. Este fin de semana participan como invitados: un ex embajador de Rusia, el arzobispo de Canterbury, el caballerizo mayor de la reina, el embajador británico en Moscú, una reconocida arquitecta, un famoso presentador de televisión y un solvente hombre de negocios. Para amenizar la velada, es contratado un joven y agraciado pianista y dos bailarinas de danza clásica. El músico, de nombre Maksim Brodsky, es de nacionalidad rusa y fascina al auditorio por su virtuosismo y su encanto personal. Incluso la reina acepta bailar una pieza con él.
El conflicto
arranca cuando al día siguiente de su actuación, el pianista aparece desnudo y ahorcado
en su aposento, con apariencias de suicidio. Sorpresa y consternación general:
lacayos, sirvientas, doncellas, ayudas de cámara… hasta la propia reina queda
perpleja no sin ordenar que se localice a la familia del joven para enviar sus
condolencias.
Inmediatamente, las fuerzas de seguridad se ponen a la investigación, procurando que el crimen no salga en la prensa, justo en vísperas de la visita del presidente Obama al Reino Unido. Pero también por su parte, la reina comienza a tomar cartas en el asunto, emprendiendo una investigación paralela y personal sin contar con nadie más que con Rozie, secretaria adjunta de su gabinete. Rozie, de origen nigeriano, ha mostrado ya su eficacia, discreción y lealtad a ella. Hasta llegará a poner en peligro su vida durante las investigaciones. Como Isabel no puede desplazarse a ningún sitio sin llamar la atención, acarreando escoltas y periodistas, esta secretaria será sus pies y sus manos. Todo quedará entre Rozie y ella.
Desde ese
momento, el lector acompaña a la joven por calles londinenses, procurando
buscar quiénes conocían o tuvieron contacto con la víctima: desde la arquitecta
invitada en Windsor (tuvo un encuentro sexual con el pianista poco antes de su
muerte), a las bailarinas que actuaron con él en la velada o a su compañero
de piso, amigos desde el colegio. Tampoco se libran de ser interrogados e
investigados los huéspedes de Windsor. Las investigaciones se habrán de
remontar hasta los tiempos del colegio. Todo con tal de esclarecer quién y por
qué asesino a Maksim. Porque una de las pistas será el asesinato de una
compañera de colegio de él.
Isabel se
entrevista en secreto, fuera de Windsor, con Henry Evans, quizá el mejor
conocedor de la Rusia postsoviética, y en la conversación van saliendo las
muertes sospechosas de rusos, sucedidas en suelo británico. Quedan claras las
escasas simpatías por ese personaje siniestro llamado Vladimir Putin.
La novela se
va abriendo a nuevos personajes y nuevas hipótesis hasta encajar las piezas
aclarando todo el conflicto a la reina y al lector, mediante una pirueta, un
ingrediente que considero algo forzado.
La historia
está contada en tercera persona, a través de un narrador omnisciente, según el
canon clásico de este género. No obstante, a veces utiliza el estilo indirecto
libre, sobre todo para los personajes más importantes, tales como la reina o
Rozie (“una cree que…”, “una tiene que hacer…”)
Debo confesar que más que las peripecias de las distintas investigaciones acerca de los asesinatos, me han interesado las descripciones del castillo de Windsor y de las ceremonias, reuniones, entrevistas, protocolos. La autora parece conocer muy bien esos ambientes pues ha contado con muy valiosos colaboradores según reza la lista al final del libro, encabezada por sus padres. A ellos les debe muchas anécdotas reales.
Y donde la
novelista alcanza el retrato perfecto es en la protagonista: Isabel II. Su
forma de vestir, de actuar, de expresarse y de moverse son extraordinarias en
el libro. Hasta el sutilísimo, casi imperceptible, sentido del humor de la
soberana. Todo ello sin olvidar las conversaciones de Isabel con su esposo, el
príncipe Felipe, tan llenas de verosimilitud.
La novela
acaba con una escena enternecedora, al cumplirse una orden de Isabel II con el
cadáver del pianista que amenizó una velada, que la invitó a bailar y que acabó
sus días, tan injusta e inesperadamente, en la flor de la edad.
Su Graciosa
Majestad ha sido foco de atención en los medios por su larga vida, sus
experiencias políticas, sus acontecimientos familiares. Pero no solo en los
noticiarios y documentales sino también en películas y series de televisión: The Queen, The Crown, El discurso del rey,
Churchill etc. Esta novela hará las
delicias del lector para unas cuantas tardes de verano. God save the Queen.
Muy interesante.
ResponderEliminarGracias, José María, tras leer tu comentario sobre la novela me apetece leerla.
ResponderEliminarGracias, Marta Villacieros