SAMARKANDA

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Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

miércoles, 4 de mayo de 2022

LA "MATER ADMIRABILIS" DE JAIME ALEJANDRE

En la narrativa debemos distinguir al escritor, que es quien firma la obra y aparece en su portada, y al narrador, que es quien cuenta la historia. El narrador es la figura ficticia y vicaria a quien el autor encomienda la tarea de narrar, describir, reproducir escenas y diálogos. Puede ser un narrador omnisciente (que sabe todo de todos los personajes en el pasado, en el presente y hasta en su futuro) y omnipresente (puede estar en varios sitios a la vez por muy lejos que se encuentren los personajes). Esta clase de narrador es la más habitual en la novela hasta el siglo XX. 



   Una de las formas novelescas es la primera persona de un narrador que suele ser (aunque no siempre), el protagonista de la historia contada. Puede ser en forma de carta (Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar), de relato dirigido a otra persona (La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela), de diario (El diario de la duquesa, de Robin Chapman), una obra híbrida con elementos de unas memorias, diario personal, monólogo, prosa poética… (Mortal y rosa, de Francisco Umbral) o un narrador de sexo diferente al autor (La torre vigía, de Ana Mª Matute o Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes)). De este modo, la figura del narrador se desdobla: uno es quien escribe la obra y otro es quien deposita el texto en las manos del autor.

   Este último caso es el elegido por Jaime Alejandre en su obra Buen viaje, compañero (2018). La obra es el soliloquio de una mujer abandonada con dos hijos a su cargo. Estela y Gabriel. De ella no llegamos a conocer su nombre. Pero sí su personalidad, su calidad de madre amantísima.

   Javier es el padre. Pero él se da de baja en sus papeles de padre y de marido: “Decidió decidir que no podía seguir ascendiendo una montaña sin cima […]  Se marchó de sí mismo hacia un lugar donde el tiempo le quemaría el único soplo vital que da vida a los humanos, la dignidad, ardida para siempre en su cobardía”. Estela es la hermana que sí cuida y acompaña al chico, hasta que sus estudios la llevan a casi dos mil kilómetros. Gabriel es el hijo que nace discapacitado. 



   La primera reflexión de la madre narradora fue contra Dios, que permite el mal en una persona inocente. Al cabo de los años entiende que la vida en general y la de Gabriel en particular, merece la pena, exista o no exista Dios. “El hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra. Por él, por mi hijo, he visto más allá, más adentro, y más lejos, y quizás, ay, eso basta”, había escrito Francisco Umbral en su mencionada novela.

Esta madre escribe sus notas como desahogo y como posible información para sus hijos en el futuro, cuando ella ya no esté presente. No con amargura sino con haber llenado cada minuto incierto de la convivencia con los hijos, específicamente con el chico. 

   Los iniciales aprendizajes del chico para hablar, su lentitud para iniciar una frase, su mano vaga, su renqueante pierna, su pensamiento demorado, la propia aceptación de sí mismo, su valentía al afrontar situaciones injustas como la sucedida en la puerta de una discoteca. Y en paralelo, la angustia materna (que comparte con madres de otros niños en circunstancias similares) de imaginar qué será de ese hijo el día que ella (ellas) falte. Pero mejor aún, al desear que Gabriel se ausente de este mundo antes que ella y se evite la soledad que le aguarda como una sombra pegadiza, insistente. La soledad y el desamparo del enfermo indefenso e incurable, cosas que ha podido ya sufrir por las burlas y malos tratos de sus propios compañeros de clase, el hecho de verse impedido en tantas circunstancias de la vida cotidiana. “Que sea yo quien me quede sola en esta tierra”, escribe. El deterioro progresivo dentro de una mente lúcida como la de Gabriel le hará doblar el sufrimiento. 



   Ella no es una mujer religiosa pero sabe que Gabriel significa “Fuerza de Dios”. Y ese hijo, con su fuerza y su ejemplo, la ha ido tocando en el hombro para enfrentarse a la recta final, aquella en que se descubre que Dios es Amor. Que Él está presente en todas las circunstancias, acciones y sucesos de las personas, lo reconozcan o no. «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él», leemos en la primera epístola del apóstol San Juan. (4, 16)

   El libro es el breve acompañamiento de una “mater admirabilis” y el conocimiento de cómo ella afronta una situación tan compleja.

1 comentario:

  1. Gracias por leerme maestro. Todo lo demás es pura hipérbole nacida de la amistad, lo sé. Pero no puedo negar que me hace feliz. Salud

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