SAMARKANDA

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Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

lunes, 30 de mayo de 2022

RODRÍGUEZ LLAMOSÍ: UN JUEZ QUE SE PARECE A ULISES

La lectura de este libro se parece a un viaje marítimo, acompañando a un juez que navega por mares procelosos, como Ulises en su regreso a Ítaca. “La figura de Ulises errante, solitario, bien pudiera simbolizar el peregrinar del juez en su lucha diaria con la conciencia buscando la decisión correcta, la decisión justa” (p.  284). Lo leo en Casos difíciles de conciencia judicial, Madrid 2020 (Ed. Dykinson), cuyo autor es Juan Ramón Rodríguez Llamosí.



   El libro  es fruto de treinta años de experiencia como juez, pero igualmente, de reflexión y de amplísimas lecturas. No de un juez cualquiera, sino de un magistrado que es Decano de los Juzgados de Alcorcón y lleva a sus espaldas una amplísima formación humanística, literaria y, sobre todo, una muy responsable labor judicial, que ha sido reconocida con varios premios y medallas. La propia edición de esta obra lo confirma. Además, durante treinta años ha publicado libros, artículos en revistas especializadas y participado en diversos foros. Pero estas páginas son las más personales de toda su bibliografía porque desnuda su alma como ser humano y como jurista que asumió, con el juramento y la toga, unas responsabilidades jurídicas y morales: ”impartir justicia al mismo tiempo que practicar la misericordia supone dar a la ética y al amor un puesto preeminente en  la fundamentación última de la justicia”, afirma Manuel Suances Marcos, catedrático de Filosofía, en el Prólogo Ético. Una justicia sin misericordia se convierte en crueldad pues no hay ley superior al amor. Más aún, el autor eleva la belleza de la justicia al mismo nivel que la bondad. Los trascendentales del ser han sido durante siglos el unum, verum, bonum, aunque desde Platón hasta Umberto Eco, pasando por Nietzche y Maritain, el pulchrum (lo bello) sea añadido o considerado sinónimo del bonum. En los casos más complejos, el autor ha buscado la belleza de la armonía entre todas las partes y entre todas las soluciones legales posibles. 



   En las casi trecientas páginas del libro se recogen muchos casos de los que preocupan actualmente a la sociedad: aborto, crimen, divorcio, eutanasia, acoso sexual en el trabajo, secreto de confesión, enfermedades mentales, bienestar de los menores, drogadicción, medio ambiente, suicidio, trasplantes (con una casuística variadísima de supuestos), indultos, homicidio involuntario, los problemas del jurado (en cuyo apartado cita la obra de André Gide, uno de mis autores preferidos), contagios del SIDA, fratricidio infantil, etc. Son catorce casos donde el autor nos muestra las vísceras de unos hechos reales, cambiando nombres para salvaguardar la identidad de sus protagonistas. Algunos de esos casos ponen los pelos de punta porque muestran qué es capaz de cometer el ser humano cuando la maldad o la perturbación se adueñan de su espíritu. Y podemos ver cómo funciona la justicia a la hora de aplicar sus sentencias, así como el modo de armonizar o coincidir la conciencia judicial y la conciencia moral de una persona: el juez que tiene que dictar una sentencia.

   La lectura de esos casos se comprende mucho mejor gracias a dos textos previos de Rodríguez Llamosí: la Presentación y “El juramento y la conciencia”. Este último título ocupa 60 páginas muy oportunas, esclarecedoras y brillantes porque son el andamio que sustenta todo el relato posterior.

   “Al juez le corresponde escarbar en medio de la maraña de mentiras que se declaran en un juicio para poder buscar esa verdad, tan necesaria para poder construir un razonamiento jurídico, y tan difícil de hallar a pesar de las serias advertencias que se hace a los testigos, a los peritos y a las partes de la obligación que tienen de decir verdad bajo pena de cárcel.” (p. 171)




   Extraordinarias descripciones de los personajes y de las situaciones. Por poner un ejemplo, el caso titulado “Mirando al mar soñé”: el lector visualiza el encausado, comprende su situación y la del propio juez, quien confiesa “se pueden encontrar hechos idénticos, pero no personas que lo sean. En un delito, es preciso investigar el hecho, pero hay que comprender al inculpado, y para ello hay que conocerlo y tratar de ponerse en su lugar. El juez tiene que ser muchas veces un psicólogo. Aplicar las leyes es una función judicial, es cierto, pero cada vez que un juez las aplica lo hace con individuos diferentes”. La intensidad de sucesos y de sentimientos que provocan en el autor le lleva a lograr felices imágenes literarias: “Era finales de otoño. La carretera estaba alfombrada de hojas secas que se levantaban a mi paso con el coche”. Este “caso 14, el último del libro, es enormemente conmovedor, bellísimo a pesar de la tragedia. Y todo ello se consigue cuando, además de autor técnico, además de vivir intensamente cada una de las experiencias como juez, se posee una gran soltura de estilo.

Si tuviera que definir las sensaciones que me ha producido la lectura de estas doscientas ochenta y siete páginas, diría que están reunidas en uno de los mejores libros que he tenido en mis manos en estos últimos años de pandemias, reclusión, despedidas, ausencias y reflexiones personales.

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