SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

miércoles, 8 de abril de 2015

TATUAJE DEL ALMA



La literatura universal posee un largo catálogo en el género epistolar, ya sea de cartas reales o  imaginarias. Es ese género donde el yo biográfico encomienda al yo narrativo la transmisión de hechos o sentimientos. Y es en este marco donde se sitúa Cartas al cielo, de Manuel Montalvo, publicado por Sial Pigmalión, en 2014. El libro viene saludado por Luis Eduardo Aute (prólogo) y despedido por Ana Delgado Mayordomo (epílogo). Son veinticuatro cartas que un niño escribe a su madre desaparecida. A través de esos pedazos de alma, vamos descubriendo la desazón, la nostalgia, el vacío que él va descubriendo ante la marcha (poco a poco comprendida como definitiva), de una madre que no responde a esas cartas. Son veinticuatro estaciones de vía crucis, veinticuatro plegarias en el sentido que Lope de Vega, dirigiéndose por escrito a su amigo el Duque de Sessa, describe la carta como “oración mental a los ausentes”. El autor vagabundea en pos de la nada: “camino en paralelo a tu inexistencia”. La esperanza de recibir una respuesta materna en forma de carta o de llamada telefónica se va diluyendo (“¿Qué lugar es ese en el que no hay teléfonos, ni carteros, ¡ni internet!”) hasta que el niño descubre el significado de la palabra “muerte”, el estado del no retorno, con todo el manto de dolor y desesperanza. La etiqueta “muerte” que le ayuda a consolar a su compañera de escuela, comprender el dolor de su padre, a vislumbrar un futuro sentimental con muletas. En la medida que descubre la verdad de las mentiras, la infancia feliz va quedando atrás (“he perdido una de las cosas que jamás hay que perder, la sonrisa”, “Un beso de tu hijo, que, al parecer, murió el mismo día que tú”), el niño va desapareciendo. La “lamentatio” va dando paso a la “consolatio”, propias de la elegía clásica. El tono ingenuo del lenguaje y de lo narrado se sostiene en expresiones infantiles e ingenuas, como el uso abundante del prefijo “super”, vocablos como “guay”, giros drásticos “a la gente que se moría la enterraban y ya está”, “hazte fotos donde estés y mándanoslas” o el modo delicioso de describir su primer viaje en avión. Ya será al fin del libro cuando el narrador y el lector descubran a dónde fueron a parar aquellas lágrimas escritas de ese Bambi huérfano.


Tras la lectura del libro, nos queda un retrato difuso de la destinataria. En cambio, sí una fotografía del narrador más auténtica aún que las ilustraciones de sus páginas. El maestro Pedro Salinas escribió en El defensor: “El primer beneficio, la primera claridad de una carta, es para el que la escribe, y él es el primer enterado de lo que quiere decir por ser él el primero a quien se lo dice […] Todo el que escribe debe verse inclinado –Narciso involuntario- sobre una superficie en la que se ve, antes que a otra cosa, a sí mismo. Por eso, cuando no nos gusta el semblante allí duplicado, la hacemos pedazos, es decir, rompemos la carta [….] Hombre que acaba una carta sabe de sí un poco más de lo que sabía antes; sabe lo que quiere comunicar al otro ser. Nosotros dirigimos una misiva a una persona determinada, sí; pero ella, la carta, se dirige primero a nosotros. Cuántas veces se han dejado caer pensamientos en un papel, como lágrimas por las mejillas, por puro desahogo del ánimo, enderezados más que al destinatario, al consuelo del autor mismo. Es esta la forma esencialmente privada de la carta, la privadísima.”
Quizá sin saberlo, la mejor definición de esta joyita literaria sea la frase que, como dedicatoria autógrafa, escribió el autor en mi ejemplar: “Para José Mª, la declaración de amor más sincera que existe”. Todo un tatuaje en el alma.

lunes, 30 de marzo de 2015

RUEDA DE MOLINO



La Historia de España está repleta de episodios suficientes para inspirar dramas, películas y series de televisión. Especialmente, el siglo XIX y, más en concreto, el reinado de Fernando VII, al que denominaron “el deseado” cuando luego resultó ser todo lo contrario. Por tanto, es perfectamente comprensible usar este “material” en cualquiera de las artes. Es lo que ha hecho Iñigo Ramírez de Haro en su obra TRÁGALA, TRÁGALA, estrenada en el Teatro Español el 25 de marzo. La obra mezcla hechos históricos con otros verosímiles y algunos impensables, del reinado de Fernando VII: el valimiento de Godoy con su presunta relación con la reina, la ajetreada sucesión de Carlos IV, el motín de Aranjuez, la revolución del general Riego, etc. Todo ello se sirve en clave de sainete burlesco, aderezado de números musicales que refuerzan el tono jocoso de la obra. En la última parte de ella, sin abandonar la intención esperpéntica, pretende un paralelismo de aquel reinado con la situación actual. La proyección de un video de Su Majestad el Rey Felipe VI, así como el personaje de una periodista imitadora de Doña Letizia, reforzado por el mensaje explícito en favor de Podemos y su líder Pablo Iglesias, acaban por desvelar la intencionalidad política de la obra. Si estaba programada hace tiempo, antes de la ascensión del partido político Podemos, es de sospechar que el texto se haya retocado durante los ensayos previos al estreno. Era lógico en el caso de poner a punto el discurso y la moraleja buscados por el autor. Pero comparar a Fernando VII con Felipe VI y al general Riego con Pablo Iglesias, es insultante e injusto para el actual monarca y para la memoria del glorioso general.

El montaje, sin ser nada del otro mundo, resulta aceptable en su escenografía, su vestuario, su “atrezzo”, sus músicas. Donde más se sostiene es en el trabajo de los actores: con Fernando Albizu (un Fernando VII convincente en su físico y en su caricatura), Balbino Lacosta, versátil en cuatro papeles (sus escenas como reina María Luisa resultan eficaces) y todos ellos bajo la batuta de Juan Ramos Toro, director que habrá debido lidiar lo suyo con este encargo. Unos y otros cumplen sus cometidos de forma notable.

Al final de la función, la compañía saludó a un público heterogéneo y predispuesto al aplauso. Salió el autor, agradeció efusivamente a Natalio Grueso que haya hecho realidad su sueño de estrenar en el Español y dejara programada la obra antes de su salida del cargo y reivindicó que este teatro municipal, como era tradición según él, sólo debía estrenar a autores españoles vivos. Lo cual es incierto. El Teatro Español siempre ha representado obras señeras del teatro nacional y extranjero (Shakespeare, Moliérè, Zorrilla, García Lorca, Jardiel Poncela... por citar algunos). Como institución sufragada con dinero público, ha de seleccionar muy mucho su programación. Obras como la del señor Ramírez de Haro son propias de otro tipo de espacio: el teatro privado y alternativo. Y al elegir esta obra para programarla, el señor Natalio Grueso ha negado la oportunidad a otros jóvenes y buenos autores españoles.

El señor Ramírez de Haro es un hombre muy cultivado, marqués y diplomático de carrera, que goza de una formación elitista y una situación económica desahogada. Ambas le permiten exhibir actitudes provocadoras, de las que retan para obtener si no un beneficio económico, sí la notoriedad del “escándalo”. Se vio en su obra ME CAGO EN DIOS, título anunciado en su propia web como “comedia divertida alrededor del estreñimiento, la educación y la experiencia religiosa. Escatología en el doble sentido del término: excrementos y ultratumba”. Creó polémica quien entonces era cónsul cultural de España en Nueva York. Un comportamiento sorprendente en un funcionario del Estado. El señor Ramírez de Haro es marqués por gracia de la Reina María Cristina, viuda de Alfonso XII, abuelo del monarca ahora escarnecido. El señor Ramírez de Haro se ha quejado pública y amargamente de que ni el gobierno socialista ni el del PP lo hayan nombrado embajador. Y a raíz de declararse víctima de la Inquisición (comentario que saltó a la primera página en el diario de mayor circulación de Serbia), el ministro de Asuntos Exteriores, su superior, lo cesó en el cargo de “número dos” en la embajada de Belgrado. Se tiene por un mártir. Es lo que tiene vivir en una democracia: que en ella caben las opiniones más peregrinas y extravagantes. De los autores, pero también de los espectadores con idénticdo derecho. Nuestras tragaderas ya están hechas a las ruedas de molino.

lunes, 9 de febrero de 2015

ESPECTACULAR



“Me acabo de comprar un bolso espectacular”, me dijo la amiga cuando la encontré a la salida de una tienda en la calle Serrano. “A Carlos le han ofrecido un puesto espectacular en Lima”, me comentaba el antiguo universitario. “La cena de la boda fue espectacular”, escuché al paso entre dos amigas. El adjetivo “espectacular” ha invadido nuestro léxico, como otros términos lo hicieron antes. El Diccionario de la RAE, en su primera acepción, define “Que tiene caracteres propios de espectáculo público”. Aquello del viejo dicho de “el buen paño, en el arca se vende” ha pasado ya a los pergaminos de la Historia. Si algo no se exhibe, no existe. O carece de valor, en esta sociedad en la que el significante ha sustituido al significado, el continente al contenido. Da igual que sea una prenda, una vida íntima, una opinión. La reflexión, el pensamiento, el programa, han sido sustituidos por el twit. Los argumentos en un diálogo, han sido marginados por la frase contundente, generalmente de acusación. La “economía” de la lengua y del tiempo, convierte en un relámpago cualquier noticia, que inmediatamente es sustituida por otro relámpago (o por un trueno) de la noticia o del rumor siguiente.

El problema es que la “espectacularidad” se está convirtiendo en el pasaporte de lo también efímero, en la autopista sin peaje de la banalidad. Hoy puedes construir una urbanización con materiales de la mejor calidad. Los posibles compradores buscarán, antes que nada, si hay pista de tenis, piscina, gimnasio (con o sin sauna)… Lo importante es que resulten unas viviendas “espectaculares” más que sólidas. Lo mismo puede decirse de un nuevo coche o de una relación.

¿Qué pasa en los partidos políticos? Tres cuartos de lo mismo. Las ideas y, lo que es peor aún, las acciones, no satisfacen. Se nutren de eslóganes y consignas en las tertulias y en los twitter. Y ese virtuosismo de ambigüedad, de eslogan, de frase hecha y de dominio del aparato publicitario de la red y de las tertulias (aparte de los errores de gobierno y de oposición) han colocado al partido PODEMOS en una expectativa de voto considerable. Hoy tenemos un catálogo “espectacular” de etiquetas como “facha”, “machista”, “peronismo”, “casta”, que muy bien manejan algunos líderes. En este mundo donde el partido gobernante aparece desgastado, con una estética desfasada y rancia y el mayoritario partido de la oposición no sabe muy bien por dónde anda ni quién lo dirige ni hacia dónde, la liturgia que exhibe el emergente PODEMOS,  especialmente en su líder (con gestos y ritos sospechosamente mesiánicos y hasta cristianos), resulta llamativamente “espectacular”.